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Teoría literaria

COLECCIÓN
CAPILLA ALFONSINA

Coordinada por
CARLOS FUENTES

Tecnológico de Monterrey
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Teoría literaria

Alfonso Reyes

Prólogo
JULIO ORTEGA
Asistencia editorial
MARÍA DEL MAR PATRÓN VÁZQUEZ

Fondo de Cultura Económica

Primera edición, 2005
   Primera reimpresión, 2007
Primera edición electrónica, 2015

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ÍNDICE

PRÓLOGO, por Julio Ortega

TEORÍA LITERARIA

I

Literatura en pureza y literatura ancilar

Aclaración sobre lo humano

Aclaración sobre lo puro

Lo literario y la literatura

La literatura: ni límites ni contaminaciones

Carácter aparte de lo literario

Humanización total por medio de la literatura

Ficción de lo real

Contenido emocional:
“Ficción del ánimo conmovido”

Las tres notas del lenguaje y sus valores

Conclusión y deslinde literario

II

Apolo o de la literatura

Aristarco o anatomía de la crítica

De la traducción

III

Lo oral y lo escrito

Arma virumque
(el creador literario y su creación)

IV

Literatura nacional, literatura mundial

BIBLIOGRAFÍA CRÍTICA

PRÓLOGO

ALFONSO REYES
Y LA TEORÍA LITERARIA
Julio Ortega

LA TEORÍA LITERARIA es el pensamiento crítico que demuestra la especificidad del fenómeno literario, su calidad distintiva y única. Postula, por lo mismo, que la literatura es un fenómeno del lenguaje que se define tanto por sus límites con otros modos de representar el mundo como por su repertorio de formas y su libertad imaginativa. La teoría, en definitiva, sitúa a la literatura en la dimensión más creativa de lo humano. Aunque Alfonso Reyes fue sobre todo un hacedor literario, su oficio siempre incluyó al pensador crítico, de formación clásica y gusto filosófico. Le debemos, por eso, los esfuerzos conceptuales de sistematización crítica y formal que culminaron en su tratado El deslinde (1944), pero también las reflexiones, menos metódicas y más agudas, de La experiencia literaria (1942), uno de sus libros más plenos y memorables, que incluye ensayos escritos desde 1930.

La teoría literaria de Alfonso Reyes reconoce varias otras formas de exploración. Revisó El deslinde, demostrando que la teoría no es dogmática sino, precisamente, una hipótesis en construcción porque no es nunca definitiva ni mucho menos puede asumirse como completa. Excusó su prolijidad escolar y terminología abstrusa, y propuso ampliaciones y recuentos que se sumaron al tomo original. Y aunque buscó ampliarlo con nuevas consideraciones, era consciente de los límites de su tratado, que radicaban, quizá inevitablemente, en su carácter metódico y taxonómico. También redactó prolijos balances sobre la tradición crítica y se demoró en las fronteras y vecindades del fenómeno literario con la historiografía y la ciencia. Más a gusto se demostró en resumir la riqueza reflexiva del pensamiento clásico (la edad ateniense); y brilló mejor en sus propias analogías, intuiciones y propuestas, cuyo carácter hipotético es tan teórico como poético. No en vano, Reyes siempre tuvo el sentido crítico certero, la mesura clásica de su tolerancia civil, y la autoridad amable de su inteligencia liberal. En su gabinete humanista, además, brillaba la lámpara del Escriba pero sonreía la máscara de la Comedia.

En buena cuenta, tras todo lo que escribió Reyes había un trasfondo teórico, declarado o implícito, porque su trabajo estuvo animado por un gran proyecto cultural: universalizar la experiencia americana para humanizar la historia que, como latinoamericanos, nos había tocado. Esa generosa hipótesis mayor de su obra, anima también la idea y la praxis de su oficio de deslinde.

No es ajeno El deslinde a sus orígenes: los cursos que sobre el tema dictó en El Colegio Nacional y en la Universidad de Morelia. Tratándose de Reyes, sin embargo, la ambición de un tratado teórico no se limitaba al manual retórico sino que incluía el origen clásico de una poética (un pensamiento orgánico y sistemático) y el propósito humanista de una guía didáctica (el elogio de un saber compartible). Si lo primero obligaba a la clasificación prolija, lo segundo debía instruir con deleite, demostrando que la teoría hace del lenguaje lo más humano por más inventivo. La paideia griega (la pedagogía y el juego) era la fuente humanista de Alfonso Reyes; la filología fue su instrumental (“el arte de leer despacio”, la definió); y su profesión, la hermenéutica, el oficio de interpretar libros (“quien se entrega a ellos, advirtió, olvida el ejercicio de la caza y la administración de su hacienda”). Reyes parece haber intentado en El deslinde su obra más universitaria, aunque se concebía propiamente como filólogo e historiador literario, sobre todo a propósito de obras de la Nueva España. En esa vena, es cierto que merecía más reconocimiento del que tuvo por sus lecturas de Góngora; nadie había dicho, como él, que Góngora no revela su relación con el Nuevo Mundo en el catálogo de sus temas, como había propuesto Dámaso Alonso, sino en el “exotismo americano [que había respirado] en la atmósfera de su época”.

Pero se debió también Reyes a su medio de producción más inmediato, la prensa diaria y las revistas literarias, donde los artículos de La experiencia literaria declaran hablar desde el presente, situados como están en el fluir de la lectura. Reyes le dio a la crónica un carácter más literario y, bien visto, su registro formal excede el formato del comentario impresionista, la crónica periodística, el ensayo crítico, y el artículo académico. Éste es uno de los libros imprescindibles de la cultura americana, por su feliz apropiación de las fuentes universales, que torna nuestras. Pero su persuasión teórica no es menos clásica: se basa en el entusiasmo por el hecho literario, en la fe civil en el lenguaje esclarecedor, que sostiene la racionalidad superior de la república, de la comunidad consensual. Ese entusiasmo es la elocuencia del elogio, de la alabanza íntima y tácita que sus ensayos hacen a los artificios del lenguaje y su creatividad.

Ensayó el ensayo, se diría, como si se tratase no de un modelo de escritura sino de un modo de hablar; esto es, de la conversación. Pero no se confunde su prosa con la mera oralidad, que es casual y momentánea; porque está hecha en el diálogo, que es el habla del pensamiento. Si esta forma es clásica, su entonación es actual: actualiza el saber en la interlocución. El filólogo, después de todo, conversa amenamente con los clásicos; y se cura de nostalgia anacrónica y de autoridad antipática gracias al lector, al interlocutor inmediato que la voz instaura. No en vano Montaigne creó el “ensayo” como un modo feliz de prolongar la conversación; y lamentó que Platón no estuviera vivo cuando se descubrió América porque habría tenido mucho que decir. Ya Petrarca le escribía cartas conversadas a Quintiliano, mientras restauraba sus escritos perdidos, lamentando los tiempos miserables que le habían tocado y, de paso, inventando la filología. En esa lección, Reyes hizo conversar a México con los griegos. Tuvo tiempo, además, de diseñar sus Obras completas, esto es, de recuperar sus escritos con pulcritud de filólogo puntilloso; y lograr así que la varia divagación periodística y la numerosa ensayística del camino se convirtieran en una biblioteca monumental y fundamental. Su obra es una invención americana de Europa.

Por todo esto, no debe extrañar al lector que éste sea un nuevo libro de Alfonso Reyes. Confiamos que, con su humor, lo habría aprobado. Porque en lugar de sumar ensayos sueltos para ilustrar la teoría literaria del autor, se intenta aquí un montaje de secuencias y fragmentos que armen una hipótesis dialogada. Quizás a Reyes le intrigaría la posibilidad de que naciesen de sus Obras completas nuevos libros como relecturas actualizadas de la tradición, a la que él había permanentemente visitado. En cualquier caso, dentro de su brevedad este libro prefiere dejar de lado las exposiciones más doctrinarias y didácticas, que han perdido actualidad, y más bien articular una lectura de recuperaciones, allí donde se escucha más cerca al autor.

Es interesante que Reyes se defina desde su propia capacidad de diálogo teórico. Es capaz de platicar con Aristóteles y de corregir a Ortega y Gasset pero, en cambio, no entabla conversación con Ezra Pound, cuyo ABC de la lectura no lo seduce. Sus coordenadas de actualidad se trazan entre Valéry y Eliot, aunque su escenario incluye el Siglo de Oro español y las letras americanas. Llega a reconocer que el logos es el lenguaje, tal vez a partir de Heidegger.

Aunque más interesante que sus fuentes es su escenario transatlántico: el lenguaje más creativo es el de la mezcla, que lleva el sabor popular, la sabiduría tradicional, y el gesto vanguardista. “La naturaleza está hecha de vasos comunicantes, y no hay que temer al libre cambio en el orden del espíritu”, sentencia, reafirmando su credo dialógico entre México y el mundo. En ese sentido creador, Alfonso Reyes debe haber sido el último Modernista: entre Rubén Darío (que era capaz de sumar a Góngora y Verlaine) y Jorge Luis Borges (que era capaz de añadirle compadritos a Shakespeare), Reyes nos liberó de las interpretaciones traumáticas de la cultura hispanoamericana y nos demostró que somos capaces de venir de todas partes, con inteligencia y con ironía, gracias a la saga literaria de vivir aquí todos los tiempos. Esa fe en la cultura americana como territorio legítimo tiene en su teoría literaria una guía del diálogo fundador y renovador.

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