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Contenido

Berta Raposo, Ferran Robles

Introducción

Walther L. Bernecker

La visión de España desde Alemania: un panorama diacrónico

Rocío G. Sumillera

Ingenios del norte e ingenios del sur en Examen de ingenios para las ciencias (1575) de Juan Huarte de San Juan

Reinhold Münster

España y Valencia: La construcción del Sur exótico en la literatura alemana de viajes

Irene Aguilá

Valencia según Peyron, diplomático francés del siglo XVIII. Aspectos de geografía física, económica y humana

Fernando Durán López

Felix Alvarez or Manners in Spain, de Alexander Dallas: aproximaciones a la imagen exótica de España en Gran Bretaña

María José Gómez Perales

La imagen del Sur en la obra de E. A. Rossmässler Recuerdos de un viajero por España

Isabel Hernández

“Volvemos a Europa”. La España “a primera vista” de un suizo universal

Jesús Pérez García

La “leyenda negra” y su evolución en el siglo XVIII, con especial atención a su desarrollo en el espacio alemán

Carlos Cruz González

Acción y reacción ante la mirada extranjera sobre las corridas de toros entre los siglos XVIII y XIX

Eduard Cairol Carabí

La mujer morena: elementos de un arquetipo iconográfico. De Delacroix a Julio Romero de Torres

Joan B. Llinares

El Sur en Nietzsche

Isabel Gutiérrez Koester

La representación del Sur en el cine de Luis García Berlanga: entre la comedia costumbrista y la subversión

Sabine Geck

El hombre del sur. El modelo cognitivo idealizado presente en las guías de viaje alemanas de España (ca. 1950-1970)

Ana R. Calero

“Existen ventanas en el alma que solo se abren de vez en cuando”: Mein andalusisches Schwarzwalddorf de José F. A. Oliver

Tommaso Meldolesi

La construcción del Sur en el imaginario de Marguerite Yourcenar

Javier Rivero Grandoso

Desmitificación y desencanto en Lanzarote, de Michel Houellebecq

Macià Riutort Riutort

El concepto Spanien en el centro y norte de Europa durante la Edad Media

Sobre los autores

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Diseño de la cubierta: Juan Carlos García Cabrera
Imagen de la cubierta: Hombre y mujer bailando una Jota aragonesa. Gustave Doré, publicado en Le Tour du Monde, Paris, 1867 / Shutterstock.com

Impreso en España

Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico blanqueado sin cloro

Introducción1

Berta Raposo, Ferran Robles

El poema de Mario Benedetti cuyo título hemos hecho coincidir en parte con el de este libro establece una clara dicotomía entre Norte y Sur que condensa muchos de los estereotipos asociados a dos puntos cardinales más simbólicos que geográficos. En palabras de Dieter Richter, se trata de construcciones topográficas del intelecto, de coordenadas de una geografía mental (9). Sin embargo, tampoco puede obviarse la geografía real que subyace a dichas construcciones. En el caso que ahora nos ocupa, en el imaginario europeo, los Alpes fueron y siguen funcionando como frontera natural y al mismo tiempo esquemática que divide el continente en dos mitades muy desiguales.

En el artículo que abre el volumen Walther L. Bernecker explica cómo en la Antigüedad el esquema Sur-Norte sirvió para separar la civilización de la barbarie, correspondiéndole esta última al Norte. Aunque a este modelo se añadió en los siglos XVIII y XIX una dicotomía Este-Oeste, el Sur seguía estando presente como cuna de la cultura continental y por eso fue integrado en los discursos identitarios europeos. Pero el Sur civilizado se asociaba más bien a Grecia e Italia, debido a toda la carga histórica y cultural que estos países llevaban tras de sí, mientras que España se asimiló a un Sur más exótico y lejano, adquiriendo una imagen ambivalente que oscilaba entre el rechazo y la atracción. Esto es lo que pretenden mostrar los artículos aquí reunidos, que analizan la construcción de esas imágenes tal como se plasman en textos de diversos géneros, especialmente relatos de viajes, diarios, textos periodísticos y ensayos.

Tras la visión panorámica ofrecida por Bernecker, es interesante remontarse al siglo XVI para conocer, de la mano de Rocío G. Sumillera, la obra de Huarte de San Juan Examen de ingenios para las ciencias (1575), donde se presenta una forma protomoderna de contraposición del Norte y el Sur basada en la doctrina médica de los humores. La extraordinaria difusión de esta obra en toda Europa puede estar en la base de la construcción de muchas imágenes estereotipadas posteriores.

Reinhold Münster se centra en la literatura de viajes a lo largo de varios siglos, mostrando que las imágenes exóticas de España se remontan a una antigua tradición, a lo largo de la cual los mitos y motivos van ampliándose y enriqueciéndose con nuevos aspectos. Los viajeros llegados a España traían consigo representaciones mentales que seguían desarrollando a la vista de sus experiencias concretas. El modelo básico de estos textos permaneció igual a lo largo de toda la historia de Europa, y sin embargo recibió una y otra vez nuevos componentes, nuevas interpretaciones.

A partir de ahí se presentan casos ejemplares de viajeros de diversas nacionalidades. Irene Aguilá analiza la perspectiva del diplomático francés Jean-François Peyron como representante de los viajeros del siglo XVIII que visitaron España, y más concretamente Valencia. Si bien es cierto que el texto de Peyron contiene numerosos rasgos negativos respecto al talante y a la moralidad de los valencianos, no olvida subrayar el papel de esta tierra en el desarrollo cultural de España. El relato del veterano inglés de la Guerra de la Independencia Alexander Dallas Felix Alvarez, or Manners in Spain (1818), analizado en el artículo de Fernando Durán, está marcado por la nota del exotismo que expresa el cambio de imagen de España en Gran Bretaña a principios del siglo XIX. La experiencia bélica del autor como punto de partida se extiende a un “imaginario mucho más complejo, importante para la construcción de la imagen romántica de España, y en particular de Andalucía”. Ya más adelantado el siglo XIX cambia decisivamente la percepción de los viajeros, y un buen ejemplo de ello, según María José Gómez Perales, es el científico alemán Emil Adolf Rossmässler, que deja traslucir con su mirada a una persona filántropa y benévola que se enriquece con las vivencias del viaje y que con su relato pretende “contribuir al conocimiento y la simpatía de los alemanes hacia los españoles”.

Sin embargo, todavía en el siglo XX se cuestiona la pertenencia de España a Europa. Ése es el caso de los diarios de viaje del famoso autor suizo Max Frisch, así como de su ensayo España. A primera vista, analizados por Isabel Hernández. El hecho de que el ensayo lleve el subtítulo “A primera vista” hace pensar que el propio autor consideraba necesaria una revisión del texto, ya que presenta una imagen de un país marginal; pero por los motivos que sea, Frisch no volvió ya a revisarlo, siendo plenamente consciente de que el tiempo del viaje había sido demasiado breve como para crear una imagen más ecuánime del país.

Los textos periodísticos y ensayísticos propiamente dichos abarcan temas típicos y tópicos como la “leyenda negra” y las corridas de toros. En el paso del siglo XVIII al XIX los desencuentros de siglos anteriores entre un Norte protestante y un Sur católico tomaron nuevas formas, que aparecen analizadas en el artículo de Jesús Pérez García sobre la “leyenda negra”. Según él para comprender esa mutación, es muy interesante destacar su convergencia con otra “leyenda” muy popular en el arte romántico, la del “orientalismo”, en virtud del cual España se entendió como un representante del Oriente en el continente europeo. Este mundo que los extranjeros percibían como “ancestral, dionisíaco, de sentimientos desbocados, brutalidad y ensañamiento” (Pérez García) aparecía confirmado y concentrado en un fenómeno como las corridas de toros, cuya visión en el paso del siglo XVIII al XIX es tema del artículo de Carlos Cruz.

Otros tipos de texto y de lenguaje son analizados por Eduard Cairol, Joan B. Llinares (siglo XIX), Isabel Gutiérrez Koester, Sabine Geck, Ana R. Calero, Tommaso Meldolesi y Javier Rivero (siglo XX). Eduard Cairol opina que entre los elementos que han contribuido de manera más decisiva a forjar una imagen del Sur se encuentra la de sus pobladores y pretende contribuir a la reconstrucción de un arquetipo de la mujer morena en la pintura europea del siglo XIX de Delacroix a Romero de Torres, iluminando los principales materiales que convergen en dicha iconografía. En ese mismo siglo XIX, muchas de las parcelas del imaginario crítico-alternativo de Nietzsche están llenas del clima, la luz y la forma de vida del Sur, según Llinares. En su vida y en su obra (reflejadas en sus cartas y en sus textos filosóficos), este Sur aparece en diferentes estratos y dimensiones, condensados en una geografía meridional vivida y soñada, en un clima, en una historia cultural y en una música.

Llegados al siglo XX, en la cinematografía producida durante los años de la dictadura franquista, lo español como espacio psicológico y geográfico se debate entre imagen real y realidad histórica, siendo las obras de Luis García Berlanga exponente significativo de ello, como lo expone Gutiérrez Koester. Igualmente esquemática es la imagen proyectada en guías de viaje alemanas de los años 50 y 60 presentadas por Sabine Geck partiendo de la semántica de prototipos. En cambio, una visión muy diferente es la del poeta hispanoalemán José F. A. Oliver, con cuya obra “no nos adentramos en un lugar geográfico concreto tan solo, sino en una construcción de SUR a SUR” (Ana R. Calero), ya que Oliver emigró de niño con sus padres de Andalucía (Sur de España) a la Selva Negra (Sur de Alemania), y su obra se mueve en un espacio intermedio, en un no-lugar entre no-ficción y ficción.

También el análisis de la narrativa propiamente de ficción está representado en este volumen, con artículos sobre Anna Soror de Marguerite Yourcenar y Lanzarote de Michel Houellebecq. Tommaso Meldolesi interpreta la novela de Yourcenar, cuya acción se desarrolla en Italia en la época de la Contrarreforma con protagonistas españoles; eso significa una condensación de algunos de los aspectos que concuerdan mejor con la imagen estereotipada de España, desembocando en la conclusión de que desde la percepción real del Sur se puede edificar una abstracción mental sin confines espaciotemporales. Javier Rivero presenta la novela de Houellebecq como un libro de carácter híbrido, puesto de manifiesto en la inclusión de fotografías del paisaje de la isla canaria realizadas por el propio autor, sin que haya una clara vinculación entre el texto y las imágenes. El Sur aparece aquí como espacio imaginario utópico, unido a una visión idílica de la isla, en la que se producen sorprendentes encuentros y nuevas relaciones humanas.

Por último, a modo de excurso presentamos un estudio de Macià Riutort que delimita semánticamente los conceptos geográficos denominados en alemán medieval con el término de Ispânie/Spân/etc. Estos vocablos deben verse en realidad como falsos amigos del España/Spanien/Spanje/etc. actuales, ya que Spanien/España es un concepto estatal, y si se quiere, nacional, moderno, pero sin equivalente en la Edad Media. Frente a la claridad de los límites geográficos, la historia política, religiosa y cultural, amén de la lingüística, de la Península Ibérica ofrece así una realidad cambiante en todo momento.

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La publicación de este libro no hubiera sido posible sin la ayuda económica del Ministerio de Economía y Competitividad (MINECO) y del Vicerrectorado de Investigación y Política Científica de la Universitat de València. Por tanto, quisiéramos expresar aquí nuestro agradecimiento a ambas instituciones.

BIBLIOGRAFÍA

RICHTER, Dieter (2009). Der Süden. Geschichte einer Himmelsrichtung. Berlin: Klaus Wagenbach

 

1.La presente edición se encuadra en el proyecto de investigación del Programa Nacional del MINECO HUM2010-17906 “Imágenes y estereotipos españoles en libros de viaje alemanes. Evolución histórica entre realidad y ficción interculturales”

La visión de España desde Alemania: un panorama diacrónico

Walther L. Bernecker
Universität Erlangen-Nürnberg

En su novela corta, La muerte en Venecia, Thomas Mann retrata a su “héroe” prusiano Gustav von Aschenbach como una persona poco viajera que sólo va al Sur para esquivar los “veranos lluviosos” del Norte. La idea que tiene Gustav von Aschenbach del Sur es bastante inequívoca: el Sur es ameno, tierno, suave, no demasiado exótico. Pero esta idea del Sur no se materializa tras su llegada a Venecia, pues lo que encuentra es una ciudad de ambiente balcánico, de temperaturas trópicas y de carácter decadente, nada amena y amable como se la había imaginado. Thomas Mann contrasta, pues, diferentes e incluso contradictorias imágenes del Sur: por un lado, la imagen idealizada de un clima siempre agradable, de folclore romántico y de la belleza del mar; por otro, un lugar si bien fascinante en los confines de Europa, también y al mismo tiempo peligroso y amenazante.1

Para Thomas Mann y su protagonista Gustav von Aschenbach no había duda de que Venecia se encontraba en el Sur, lo que por un lado indicaba una dirección geográfica; pero por otro lado, el lector nota rápidamente que este Sur de Thomas Mann no es en primer lugar una categoría objetiva, geográfica, sino que expresa ante todo una noción en el mapa cognitivo del centroeuropeo Gustav von Aschenbach: la región del sol y del clima agradable, de la rica historia y tradición, de las formas de vida sencillas. Este tipo de mental map no tiene una clara delimitación geográfica.

1. REFLEXIONES GENERALES

Es obvio que existe una tensión perceptible entre la práctica de ordenar el mundo en nuestras cabezas según determinadas categorías y el intento de mantener un debate “objetivo” y “neutral” sobre diferencias culturales. Desde la publicación del estudio Orientalism, de Edward Said, se sabe que las categorías centrales del discurso culturalista occidental muchas veces son producto de una subdivisión imaginada del mundo según puntos de vista normativos o políticos.

Los intensos debates de los últimos años sobre procesos del mental mapping han tenido por resultado que entretanto tengamos una idea relativamente clara de la historia y de las connotaciones normativas de conceptos espaciales europeos, ante todo de los conceptos “Occidente”, Europa central o los Balcanes.2 Menos se ha trabajado sobre la macro-región del Sur europeo, lo que probablemente tenga que ver con el hecho de que la historia de la Europa meridional no es una disciplina científica institucionalizada, como p.ej. la historia de Europa Central u Oriental. Por otro lado, es extraño que no se haya profundizado en la investigación del Sur europeo como concepto espacial histórico, si se considera que la división de Europa en un hemisferio sureño y otro norteño ha definido los mental maps del continente por siglos. Desde la antigüedad, este esquema sirvió para separar intelectualmente la parte sur y “civilizada” de la parte norte y “bárbara” del continente. No sería hasta los siglos XVIII y XIX que este modelo fue reemplazado por la división intelectual de Europa, dominante hasta hoy, en una parte oriental y otra occidental. Pero también en los siglos XIX y XX, el Sur seguiría siendo una categoría importante en los mapas cognitivos del continente, sólo que ahora de signo inverso. En los discursos sobre las diferencias entre el Sur y el Norte, el Sur ya no es el prototipo de la “civilización”, sino más bien del atraso económico, de la corrupción, del caos político y de la criminalidad.

Un segundo motivo por el cual el Sur merece la atención de los investigadores es el hecho de que la Europa meridional no sólo tiene condiciones climáticas parecidas, sino que en determinadas épocas de la historia ha sido moldeada por procesos estructuradores conjuntos. Por eso, Fernand Braudel reconoció en la Méditerranée una propia “personalidad histórica”. Por las costas del Mediterráneo se divulgaron el cristianismo y el islam, este espacio estaba expuesto a influencias recíprocas y múltiples conflictos (Braudel).3 Se tratará de ver si “el Sur” puede ser descrito como una región histórica europea y cómo ha cambiado la percepción del Sur a lo largo del tiempo.

La idea del “Sur europeo” jugó un papel importante en discursos bien diferentes: en concepciones científicas geográficas, históricas o antropológicas al igual que en discursos identitarios nacionales o en el mundo imagológico del turismo. Las connotaciones de los conceptos y las fronteras imaginadas del Sur pueden variar sensiblemente. Como característica común resalta el intento de pensar un espacio relativamente homogéneo y contrastar este espacio con otro, pensado también como tipo ideal.

Según Braudel, el espacio del Mediterráneo no es sólo una región geográfica, sino también histórica. Geografía e historia son unidades íntimamente relacionadas la una con la otra. Y la pertenencia de un país a una macroregión frecuentemente se corresponde con la ubicación de la correspondiente sociedad en el eje del desarrollo histórico según el paradigma occidental del progreso, utilizado desde la época de la Ilustración. A más tardar con el desplazamiento del eje central en los mapas mentales europeos en el siglo XVIII y el relevo de la división norte-sur por una dicotomía este-oeste, el Sur se convirtió, en la imaginación de europeos occidentales, en una región de retraso económico y cultural.

Al igual que el discurso occidental sobre el Oriente, también el discurso sobre el Sur se caracteriza, desde el siglo XVIII, por una ambivalencia que oscila entre rechazo y atracción. En cierta manera, la marginalización del Sur como región decadente y retrasada se correspondía con la incorporación de la herencia clásica del Mediterráneo en el “Imperio de la civilización occidental”. Se necesitaba al Sur como cuna de la cultura europea, y por eso fue integrado en los discursos identitarios europeos.

2. LA VISIÓN DE ESPAÑA DESDE ALEMANIA EN LA EDAD MODERNA

Concentrémonos ahora, en un segundo apartado, más concretamente en la visión alemana del Sur, representada en este caso por España, a través de los siglos. Si tomamos como punto de partida de las relaciones entre Alemania y España el reinado de Carlos I (emperador Carlos V en Alemania), se podría decir que estas relaciones empezaron mal. Los reinos españoles recibieron a un joven borgoñés que desconocía lengua y costumbres de España, que estaba rodeado de extranjeros que pretendían esquilmar a los españoles para financiar la política borgoñona. Bien es verdad que Carlos se hispanizó a lo largo de su vida, pero las relaciones entre los dos países no mejoraron. Los alemanes luteranos odiaron a los españoles, “por moriscos que ignoran todo del cristianismo”, mientras que los católicos alemanes los acusaban de “crueles y orgullosos”, cualidades que se atribuyen a cualquier ejército de ocupación.4

Una de las primeras impresiones literarias alemanas sobre España a comienzos de la Edad Moderna se encuentra en el “Simplicissimus” de Grimmelshausen de 1669, donde aparece la observación: “Con este señor todo me parecía enojoso y casi español”. El adjetivo “español” se mantuvo en alemán durante mucho tiempo como sinónimo de “extraño” y “raro”. Decir en alemán “esto me parece ser español” (das kommt mir Spanisch vor), hasta hoy significa: “esto me parece extraño”. Para los alemanes, Iberia no sólo se situaba en la periferia de Europa geográficamente, sino que, además, la cultura española resultaba más extraña, por ejemplo, que la de Italia.

En el contexto de la consolidación y el desarrollo de los Estados territoriales y de ese sentimiento “protonacional” de los siglos XVI y XVII, la Monarquía española bajo los Habsburgos tenía un claro papel hegemónico que la convertía en la primera potencia de la época. Por eso, su imagen era inseparable del peso de su inmenso poder y de su actuación internacional en esos siglos, pero también era inseparable del formidable soporte publicístico que utilizaban por primera vez sus enemigos, a través de la imprenta, y que explica que las imágenes negativas de España traspasasen los antiguos estereotipos para convertirse en arma política que, a medio y largo plazo, vencería en el terreno de la propaganda a la Monarquía hispánica.

Si bien es verdad que a lo largo de su historia, España ha tenido buena y mala prensa, hay que decir que la tuvo nefasta durante el poderío de Felipe II y sus sucesores, aquella época en que se gestó en la Europa protestante e ilustrada la Leyenda Negra.5 Asociada con la Inquisición de Torquemada, España fue, al norte de los Pirineos, sinónimo de oscurantismo, de integrismo católico y de crueldad extrema.6 Los reproches de despotismo, crueldad, intolerancia, fanatismo y superstición se unían a motivos confesionales y políticos, llegando pronto al diagnóstico de un país en decadencia y ocaso, un país de pereza e indolencia, de incompetencia económica y científica que merecía ser relegado de la Enciclopedia por los ilustrados europeos.7

En el siglo XVI había un tema capital en el que coincidían la “opinión popular” y el humanismo culto. Tema que formaba parte del “ambiente” que rodeaba todo “lo español”, y que impregnaba sutilmente hasta los escritos eruditos: el de la mezcla de razas y culturas, unido de forma más bien inconsciente al de la impureza religiosa y racial. Desde el siglo XV, los viajeros cultos y los eruditos alemanes constataban la abundancia en España de “judíos, marranos y moros”. Así, se dio la paradoja de la situación española de que, mientras en la Península se libraban fuertes tensiones que desembocaron en la expulsión de judíos y moriscos, y, por otra parte, se mantenía una costosísima guerra contra los protestantes, los españoles eran considerados por toda Europa y concretamente en Alemania como “judíos”, “moros” o incluso “herejes”. Por lo que respecta a la imagen española, la realidad de los desmanes de las tropas en guerra, la aversión alemana protestante a la Iglesia Romana, identificada con los italianos, con los españoles y con todo lo latino, condujo a la fijación de unos estereotipos muy firmes ya a partir de 1550. Los hombres del Emperador, y el propio Carlos V, ya no eran alemanes, sino enemigos de Alemania; eran españoles y papistas: “Alemania no se someterá a los españoles ni a las sotanas negras”, se podía leer en un panfleto de la época. El español —“semijudío, semiárabe”—, desde el punto de vista religioso y racial era una persona dudosa, y moralmente de valor endeble.8

A pesar de esta imagen negativa, en plena vorágine de la opinión hostil sobre España en Europa, la influencia cultural de España en los países europeos fue intensa. Y pueden multiplicarse los testimonios de admiración y mimetismo que la cultura española suscitaba en los demás países. Es decir, no parece que haya que recurrir a una conjura internacional planificada para explicar una “leyenda negra”, sino a un complejo conjunto de situaciones que produjo ese impacto negativo y generalizado. De especial importancia fue, en este contexto, la Guerra de los Treinta Años. Durante esta guerra circularon muchos pasquines y hojas volanderas contra los españoles. En ellos, para describir la diplomacia española, se hablaba de engaño, violación de tratados, socarronería y simulación, mentiras y fingimiento. Lo que aparentemente mejor sabían ejercer los españoles, era la hipocresía con falsedad.9

Los ataques se dirigían tanto contra la lengua española como contra los españoles en general. Un sinfín de octavillas y libelos denigraba a los españoles, su carácter y su comportamiento soez. Prejuicios raciales y fanatismo religioso se reforzaban mutuamente en la campaña antihispana de los siglos XVI y XVII. El color oscuro de la piel de los españoles recibía una valoración moral negativa. En un pasquín de 1615 se hablaba de los españoles como de “saracenos negros” o pleonásticamente de “moros negros” y de “bellacos traidores”. Los prejuicios raciales iban par en par con dudas respecto al cristianismo de los españoles; éstos eran “semijudíos y semipaganos de Andalucía”, y refiriéndose a la Inquisición y la persecución de otras religiones en España, eran tenidos por enemigos del Evangelio y anti-cristianos. El siglo XVII, ante todo la Guerra de los Treinta Años, fue la época en la que la publicística alemana dibujó la imagen más apocalíptica de España, influyendo ampliamente en la opinión que los alemanes tenían de los españoles.10

Pero desde mediados del siglo XVII, la imagen negativa u hostil de España en Alemania fue desapareciendo. En lugar de ello, España fue quedando relegada a la periferia, circunstancia que ilustra el rápido retroceso del peso de la lengua española. A finales del siglo XVIII la decadencia política y cultural de España había llegado a tal extremo que el joven Lessing escribió a sus padres que iba a aprender español por ser una lengua “desconocida” que pudiera servir de antídoto contra la hegemonía cultural francesa.

3. LA IDEALIZACIÓN DE ESPAÑA EN EL ROMANTICISMO

En el siglo XVIII, España se encontraba intelectual y emocionalmente muy distante de Alemania. Prejuicios y clichés seguían dominando la imagen del país allende los Pirineos.11 Incluso el creciente número de relatos viajeros no logró reducir las distancias. Por eso, España pronto se convertiría en un espacio vacío, del cual pudieron adueñarse imágenes fantásticas de ensoñamiento, formando el trasfondo de parajes exóticos y de libertad. Rápidamente se echaba al olvido lo que se había divulgado sobre este país del oscuro Medievo, de la Inquisición y la tortura, de su inferioridad moral. La imagen de España cambió radicalmente y fue pintada de color rosa, tanto estética como moralmente, tan alejada de la realidad como antes, sólo que en sentido inverso.12 La “España negra” desapareció y se convirtió en una visión imaginaria de ensueño. Los poetas de la época contribuyeron a una transfiguración del país muy distante de la realidad. El comienzo se podría fijar en Johann Gottfried Herder: “Los desarrollos y la vida aventurera, de los que están repletas las novelas españolas, convierten el país allende las montañas en un país mágico de nuestra fantasía.” Ahora, todo lo relacionado con España era maravilloso, extraño, de un hechizo seductor, magnífico. La nueva España era irreal e irracional, la “patria de lo romántico” por antonomasia.13 España volvía a ser el “paraíso de la tierra”. E.T.A. Hoffmann estaba convencido de que “el placer de los dioses de un cielo siempre sereno se reflejaba en sus habitantes, cuya vida era un día festivo ininterrumpido”.14 Si antes se hablaba despectivamente de la influencia de lo árabe sobre los españoles, ahora todo lo moro era noble.15

En el siglo XIX, renacería la “moda” de España de la mano de los viajeros románticos que descubrieron en ella una pervivencia de lo exótico, de lo bárbaro, de lo primitivo, aspectos éstos que se habían perdido en una Europa recientemente industrializada. Una España en manifiesta decadencia pasó a ser un país adorable y exótico de bandoleros justicieros, mujeres fatales como Carmen, toros, flamenco y leyendas morunas.16 El interés alemán por España a comienzos del siglo XIX tendría como base la afinidad de ambas naciones en su lucha contra Napoleón. Pues el eco de la insurrección española contra Napoleón fue muy fuerte, también en Alemania, donde se podía leer en panfletos que España estaba defendiendo los intereses de todo el mundo. Si España salía vencedora de la guerra, la tiranía iba a acabar de una vez por todas. Ernst Moritz Arndt no tenía sino alabanzas e hipérboles para con los españoles, que eran de naturaleza amena, con un espíritu semi-oriundo de Oriente y una plenitud sensual de fuerza. Los españoles se encontraban en el centro áureo entre ligereza y pesadumbre, eran una magnífica mezcla de fuego y de seriedad, llegando a la conclusión: “¡Somos hermanos!”17.

A mediados del siglo XIX, se intensificó en Alemania la idea de la ejemplaridad de España, propagada adicionalmente desde un punto de vista religioso. España para autores católicos y conservadores era un ejemplo para Europa ya que no había sucumbido a los errores del presente. En aquella época, se valoró la cultura española, sobre todo, por su papel intermediario entre las culturas árabe y transpirenaica. España cobró atractivo como puente hacia Oriente, como país oriental en Occidente. Con Herder empezó la idealización del “moro noble”; para él, los árabes fueron los que aportaron luz a la cultura europea; por eso, los españoles eran para él “árabes ennoblecidos”.

España pasó a representar el exotismo y la pre-modernidad. Esa imagen de una España bravía, de sangre, el último reducto de lo exótico, de la fuerza vital, no fue sino una recreación, por otra parte alentada con fervor desde la propia España, una recreación hasta el paroxismo de esa imagen atávica, primitiva, bárbara que se prolongaría hasta la Guerra Civil de 1936.

4. VISIONES CONTRAPUESTAS: EL SIGLO XX

La idea, muy común entre los románticos alemanes, de la ejemplaridad de España para un reordenamiento europeo, volvió a surgir en la República de Weimar y después del derrumbe de 1945, es decir en épocas en las que la idea de una unión europea recibió nuevo aliento de la experiencia del fracaso. El romanista Ernst Robert Curtius diagnosticó en los años veinte: “España se pone de moda”,18 y en 1929 el no menos renombrado romanista Karl Vossler resaltó “la importancia de la cultura española para Europa” (Die Bedeutung der spanischen Kultur für Europa). Y para el filósofo culturalista Hermann Conde de Keyserling, España se encontraba “éticamente en el cénit de la humanidad europea” de su época.19 Para perfeccionar al hombre europeo, éticamente había que hispanizarlo —ideas éstas que ya habían sido propagadas por los románticos y el catolicismo político alemán del siglo XIX.

La época de entreguerras20 fue también la fase del auge del hispanismo alemán,21 si bien hay que constatar que el desarrollo del hispanismo en la República de Weimar hundía sus raíces en el romanticismo del siglo XIX. Los autores románticos habían convertido a España en el eje y canon constitutivo de su nueva visión del arte y de Europa. El descubrimiento de la Península Ibérica supuso, además, una fuerte reacción contra el modelo preponderante de Francia en el Siglo de las Luces.

El establecimiento y desarrollo de la Filología Románica como nueva disciplina universitaria a partir de los años treinta del siglo XX, aproximadamente, creó un fundamento sólido para los estudios filológicos en el campo hispánico, aunque la hispanística todavía no llegó a constituir un ramo científico independiente. Debido a la organización de las universidades alemanas, quedó institucionalmente integrada dentro de la Filología Románica, abarcando tanto la lingüística como la historia literaria.

Durante la Primera Guerra Mundial, las Auslandskunden y el estudio de idiomas se convirtieron en instrumentos para conocer mejor al enemigo, por consiguiente, en arma de combate.22 La unión entre ciencia y política transformó las universidades en armerías de la nación al servicio de la contienda. En diversas universidades se instalaron institutos de estudios regionales, entre otros también el Instituto Ibero-Americano en Bonn que en 1930 fue trasladado a Berlín.

La tendencia a exaltar España tendría un extraño apogeo en los años 1936 a 1939, cuando la Alemania hitleriana prestó su decisiva ayuda al alzamiento militar del general Franco. La ayuda alemana a los generales españoles rebeldes se mantuvo en secreto, a nivel oficial, hasta el año 1939: así se evitaba que los países europeos tuvieran un pretexto para solidarizarse en contra de los nacionalsocialistas. Sólo a partir del momento en que se suprimió esta medida, después del regreso de la Legión Cóndor, pudo empezar a tejerse una leyenda que al mismo tiempo abonó el terreno para el ya largamente proyectado enfrentamiento de la guerra mundial.23

Los objetivos por los que aquellos aviadores habían combatido en suelo español en años anteriores, se los había venido inculcando a los alemanes de forma incesante la prensa propagandística nazi ya desde el comienzo de la guerra civil. Cuando la Alemania nazi y la Italia fascista otorgaron a Franco el reconocimiento diplomático el 18 de noviembre de 1936, el Ministerio de Instrucción Pública y Propaganda del Reich ya se había anticipado a la situación, dictando normas uniformes para la denominación de ambos bandos: “El Führer y Canciller del Reich ha ordenado designar a las partes contrincantes en la guerra civil española de la forma siguiente: a) el Gobierno nacional español; b) los bolcheviques españoles”.24

De este modo quedaba fijada la imagen nacionalsocialista de España. La contraposición unilateral e históricamente falsa entre “gobierno nacional” o “fascismo”, por una parte, y “bolchevismo” o “España roja” por otra, condujo en la opinión pública alemana —y durante largo tiempo también en la historiografía occidental— a una acentuación casi exclusiva del aspecto ideológico de la intervención alemana.

Las diferencias entre ambas partes se acrecentaron una vez concluida la guerra civil, hasta convertirse en un claro enfrentamiento —que aunque no se hizo público, no dejó por ello ser menos intenso— sobre el tema de la entrada de España en la guerra mundial.25 Y muchos indicios llevan a pensar que durante la II Guerra Mundial los nacionalsocialistas lamentaron profundamente haber apoyado antes a Franco y a la “clique reaccionaria” que lo rodeaba (Iglesia y nobleza). En aquel entonces hacía ya tiempo que la clase dirigente nacionalsocialista consideraba al dictador español como un oportunista cobarde, carente de fidelidad a los principios y de firmeza ideológica.26

Según la interpretación oficial alemana, el alzamiento de los militares españoles se dirigía contra todas aquellas fuerzas que también en la ideología nacionalsocialista aparecían cargadas de significado negativo: comunistas y anarquistas, liberalismo y masonería, socialismo y democracia. Los únicos que constituyeron una excepción fueron los judíos. La visión nacionalsocialista de España creó y consolidó estereotipos, esbozó una imagen indiferenciada (e históricamente falsa) de aliados y enemigos y contribuyó, mediante la utilización de clichés —positivos o negativos— de tipo irracional, a destacar y transmitir una imagen de “dos Españas”, que habría de perdurar largo tiempo.27

5. LA VISIÓN CAMBIANTE DE ESPAÑA EN LA POSTGUERRA ALEMANA

La imagen excéntrica de España en Alemania y gran parte de Europa perduró durante mucho tiempo. El régimen de Franco estaba interesado en presentar una visión de España como país diferente, por un lado para justificar su obsoleto sistema político, por otro para atraer a turistas de países más avanzados. En cierta manera se perpetuaba la visión decimonónica de España en el extranjero. El problema era que después de la fase filofascista del régimen, había que cambiar de imagen para ser aceptado por Europa.

En esta primera fase post-bélica, que va desde el año 1945, recién acabada la Guerra Mundial, hasta aproximadamente 1950, Alemania Occidental estaba ocupada por los aliados, no tenía soberanía propia y estaba interesada en ganar prestigio internacional, distanciándose todo lo posible del pasado alemán nazi y de los aliados del Tercer Reich, como lo fue el general Franco durante la Segunda Guerra Mundial. Indudablemente, terminada la guerra, en Alemania había un gran interés por superar el aislamiento cultural e intelectual al cual el régimen nazi había tenido sometido al país. La recién recuperada libertad de opinión y de imprenta condujo a una verdadera explosión de órganos de prensa, sólo limitada por restricciones materiales como falta de papel o de información.

Recorriendo la información sobre España en la prensa alemana (occidental) desde 1945 hasta 1950, se puede observar que para aquella Alemania surgida de la catástrofe nazi, la España de Franco era el último reducto del fascismo en Europa. Se señalaba en especial la estrecha colaboración que había existido entre Hitler y Franco. Los informes sobre España eran críticos y escépticos.

Pero esta postura crítica iba a cambiar muy rápidamente. Una segunda fase se puede inscribir dentro de los límites temporales de 1950 y 1969 — prácticamente las dos décadas de los años cincuenta y sesenta. Estaba irrumpiendo la Guerra Fría. Ahora el principal adversario de las democracias occidentales era la Unión Soviética, el comunismo. Franco se presentaba a los ojos occidentales como un importante aliado anticomunista, habida cuenta de la especial importancia geoestratégica de España. A finales de 1950 se podía leer en un gran rotativo: “España ya puede ser admitida en sociedad.” Había concluido el aislamiento de la España de Franco, habían retornado los embajadores a Madrid, y Estados Unidos ya estaba preparando su pacto de amistad con Franco.28

Era ahora cuando renacían los tópicos y estereotipos sobre España. Eran continuas en la prensa y las revistas culturales las alusiones al “enigma España”, a “España como problema”, a los “demonios españoles”. En la revista católico-conservadora Das neue Abendland (“El nuevo Occidente”) se preguntaba: “¿Dónde está la verdadera España?” —esa España que es “verdadero Occidente”. El Occidente, según estas interpretaciones, estaba en España más presente que en otras partes, debido a la situación periférica y a la función bisagra de España en el extremo de Europa.29

El catolicismo alemán de la conservadora era Adenauer de los años cincuenta y principios de los sesenta propagó en el extranjero la idea de la ejemplaridad de España contribuyendo a la revalorización del régimen franquista en el ambiente conservador de la postguerra. España volvió a integrarse en la unidad cristiana de Europa. En la publicística alemana de la época se puede apreciar claramente la importancia “occidental” de España para Alemania y Europa como una búsqueda de orientación e identidad: el boicot internacional de España debía ser superado mediante la referencia a una idea imperial, medieval y religiosa. Se puso de relieve la Europeidad de España.30 En los libros y artículos se hacía hincapié en la reserva física y moral que constituía España.

En los primeros años de la República Federal de Alemania, los temas enunciados al ocuparse la prensa de España eran la idea de la unidad europea —a la que, naturalmente, pertenecía España—, la tradicional amistad hispano-alemana y las ideas del Occidente cristiano; el “regreso de España a Europa” era el lema de muchos artículos periodísticos.

En una revista cultural alemana de 1962 se podía leer: “Los españoles son el último pueblo cúltico de Europa, fanáticos por naturaleza. Castilla es la Prusia de España […], un país lleno de hermosura, dignidad, tristeza, crueldad y orgullo.”

En una investigación sobre la tendencia política de artículos alemanes conmemorativos de la Guerra Civil Española, el historiador Rainer Wohlfeil en 1966 llegó a la conclusión de que la temática principal de los periodistas no solía ser la Guerra Civil misma, sino que ésta era más bien una especie de pretexto para tomar partido —de manera cauta y un tanto velada— a favor del bando insurgente. Se podían apreciar claros prejuicios contra el lado republicano, especialmente cuando el recuerdo del pasado era instrumentalizado como arma en la discusión política alemana. La imagen de España, creada por la propaganda nazi, sobrevivió al Tercer Reich e influyó por mucho tiempo en los informes periodísticos sobre España.

Una tercera fase de las relaciones entre el franquismo y la RFA eran en Alemania los años de la coalición social-liberal a partir de 1969, con Willy Brandt y Walter Scheel, y en España los años de la crisis del franquismo. En comparación a las décadas anteriores, esta fase de la política alemana era acentuadamente más izquierdista, la postura política hacia dictaduras derechistas mucho más crítica que antes. En la prensa y en la opinión general predominante sobre España esto se reflejaría en una postura mucho más diferenciada que antes.

La prensa alemana se volcó en estos años, hasta el fallecimiento de Franco, en la información sobre la lucha contra la dictadura, las grandes huelgas en las universidades españolas, las primeras manifestaciones y detenciones de sacerdotes en Barcelona, el papel de resistencia antifranquista del Abad de Montserrat, las cada vez más frecuentes huelgas de trabajadores, los mineros de Asturias, los metalúrgicos de Bilbao, los obreros de la construcción en Madrid, la intensificación paralela de la represión, los primeros serios conatos de distanciamiento de la Iglesia con respecto al régimen, las protestas de los obispos españoles.31

6. LOS ÚLTIMOS CUARENTA AÑOS:
TRANSICIÓN ESPAÑOLA, REUNIFICACIÓN ALEMANA, CRISIS GLOBAL

La visión que Alemania tenía del tardofranquismo fue esencialmente negativa, acercándose en muchos aspectos a los estereotipos de la Edad Moderna: la España fanática, intolerante y oscura. Esta visión perduraría hasta la muerte de Franco.

Para la política alemana, desde comienzos de los años setenta estaba claro que había que observar agudamente el desarrollo en España para identificar tempranamente a aquellas fuerzas que dirigirían el país después de la muerte de Franco. Como en esa fase gobernaba en Alemania una coalición de socialdemócratas (Sozialdemokratische Partei Deutschlands, SPD) y liberales (Freie Demokratische Partei, FDP) con Willy Brandt como Canciller, el interés se centraba ante todo en las diferentes tendencias socialistas en España y en la pregunta cuál de estas tendencias estaría en mejores condiciones de imponerse frente a las otras y liderar el futuro del país.32

Para la política alemana, en el primer lustro de los años setenta se estaba cristalizando la idea de que en España había que apoyar a las fuerzas “moderadas”, distanciándose al mismo tiempo de los comunistas.

El primer discurso de la Corona ante las Cortes Generales con ocasión del juramento de don Juan Carlos como Rey de España, en noviembre de 1975, causó una honda impresión en el entonces Canciller alemán Helmut Schmidt. En sus “Memorias” escribiría más tarde: “Tenemos que apoyar estas tendencias de Juan Carlos. No debemos en ningún caso presionar, pues esto podría desencadenar movimientos como en Portugal, pero tampoco debemos dudar de nuestras firmes expectativas de que en España se va hacia un Estado democrático de derecho y a una sociedad abierta […] (Schmidt 96). En cierta manera, la intención de impedir una “portugalización” de la situación española era el hilo conductor de la política alemana frente a España durante la Transición.

Los pocos autores que se ocupan del papel de Alemania en la Transición española concuerdan en que la República Federal de Alemania fue un actor clave que desarrolló la acción más amplia en el tiempo, diversificada en cuanto a los actores que intervinieron y recibieron su apoyo, y condicionante por los resultados alcanzados (Pereira Castañares 185-224).

A lo largo de 1975, el PSOE desarrolló una clara visión del proceso de transición que habría de tener lugar después de la muerte de Franco (Ortuño): control de todo el proceso desde el gobierno, debilitamiento de los comunistas (Partido Comunista de España, PCE) y fortalecimiento de las fuerzas de la izquierda moderada (PSOE). Los socialdemócratas alemanes hicieron suyo este análisis, dirigiendo una rápida e intensa operación de promoción del PSOE tanto frente al Gobierno español como a nivel europeo; en pocos meses, ya antes de la muerte de Franco, el PSOE logró alzarse, con ayuda de esta ayuda exterior, como un actor fundamental en la Transición que se esperaba. Y después de la muerte del dictador, el PSOE lograría ser —con el respaldo de los partidos socialdemócratas europeos— el factor esencial para el apoyo europeo a la apertura del sistema político español. El respaldo del proceso de Transición por importantes gobiernos europeos, principalmente el alemán, pasó por lo tanto por la interpretación que el PSOE estaba haciendo del desarrollo en España.

Resumiendo, se puede decir que el papel jugado por el gobierno socialdemócrata-liberal alemán y la Internacional Socialista en la Transición española fue de gran importancia para el advenimiento de la democracia en general y para el ascenso del PSOE y de la UGT en particular. Los socialistas españoles no olvidarían este apoyo de sus homólogos alemanes.

Poco después de finalizada exitosamente la Transición, Alemania volvería a tener la oportunidad, en la primera mitad de los años ochenta, de apoyar a Madrid en otro cometido importante de la política española: el ingreso de España en la Comunidad Europea. El apoyo de Alemania —concretamente del Canciller Helmut Kohl a partir de 1982— a la integración de España en la Comunidad Europea fue un elemento clave. En el Consejo Europeo de Stuttgart, de junio de 1983, quedó vinculada la ampliación comunitaria y su reforma interna al incremento de los recursos comunitarios, fundamentalmente alemanes.33 La ayuda alemana fue vital para el ingreso de España en la Comunidad Europea, “a cambio de contrapartidas económicas y apoyo español a la política alemana en Europa” (Pereira Castañares 216). Pocos años más tarde, en 1989/90, España estaría en condiciones de mostrar su apoyo a Alemania, cuando cayó el Muro de Berlín y se presentó la situación histórica de una posible reunificación alemana.