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José Enrique Rodó

Ariel

Créditos

ISBN rústica: 978-84-9816-017-8.

ISBN ebook: 978-84-9897-017-3.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Calibanismo 7

A la juventud de América 9

I 11

II 13

III 21

IV 29

V 37

VI 51

VII 69

VIII 79

Libros a la carta 83

Brevísima presentación

La vida

José Enrique Rodó (1871-1917). Uruguay.

Se dedicó al periodismo, al ensayo y a la enseñanza. Fue miembro de la generación de 1900. Diputado por el Partido Colorado en varias ocasiones, pero crítico con el batllismo oficial, viajó a Europa en 1916 como corresponsal literario de Caras y Caretas.

Fundó la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales (1895-1897), y ejerció la crítica literaria.

Sus ensayos aparecieron en un volumen titulado La vida nueva.

Calibanismo

Ariel (1900) es un «sermón laico» dedicado a la juventud americana; tuvo una gran repercusión en América Latina, con su visión de los Estados Unidos como imperio de la materia o reino de Calibán, donde el utilitarismo se habría impuesto a los valores espirituales y morales.

Rodó muestra su preferencia por la tradición grecolatina de la cultura iberoamericana.

A la juventud de América

I

Aquella tarde, el viejo y venerado maestro, a quien solían llamar Próspero, por alusión al sabio mago de La Tempestad shakesperiana, se despedía de sus jóvenes discípulos, pasado un año de tareas, congregándolos una vez más a su alrededor.

Ya habían llegado ellos a la amplia sala de estudios, en la que un gusto delicado y severo esmerábase por todas partes en honrar la noble presencia de los libros, fieles compañeros de Próspero. Dominaba en la sala —como numen de su ambiente sereno— un bronce primoroso, que figuraba al Ariel de La Tempestad. Junto a este bronce se sentaba habitualmente el maestro, y por ello le llamaban con el nombre del mago a quien sirve y favorece en el drama el fantástico personaje que había interpretado el escultor. Quizá en su enseñanza y su carácter había, para el nombre, una razón y un sentido más profundos.

Ariel, genio del aire, representa, en el simbolismo de la obra de Shakespeare, la parte noble y alada del espíritu. Ariel es el imperio de la razón y el sentimiento sobre los bajos estímulos de la irracionalidad; es el entusiasmo generoso, el móvil alto y desinteresado en la acción, la espiritualidad de la cultura, la vivacidad y la gracia de la inteligencia; el término ideal a que asciende la selección humana, rectificando en el hombre superior los tenaces vestigios de Calibán, símbolo de sensualidad y de torpeza, con el cincel perseverante de la vida.

La estatua, de real arte, reproducía al genio aéreo en el instante en que, libertado por la magia de Próspero, va a lanzarse a los aires para desvanecerse en un lampo. Desplegadas las alas; suelta y flotante la leve vestidura, que la caricia de la luz en el bronce damasquinaba de oro; erguida la amplia frente; entreabiertos los labios por serena sonrisa, todo en la actitud de Ariel acusaba admirablemente el gracioso arranque del vuelo; y con inspiración dichosa, el arte que había dado firmeza escultural a su imagen, había acertado a conservar en ella, al mismo tiempo, la apariencia seráfica y la lealtad ideal.

Próspero acarició, meditando, la frente de la estatua; dispuso luego al grupo juvenil en torno suyo; y con su firme voz —voz magistral, que tenía para fijar la idea e insinuarse en las profundidades del espíritu, bien la esclarecedora penetración del rayo de luz, bien el golpe incisivo del cincel en el mármol, bien el toque impregnante del pincel en el lienzo o de la onda en la arena— comenzó a decir, frente a una atención afectuosa: