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El valor de las buenas relaciones

© 2021, Gabriel Antonio Alvarado O.

© 2021, Intermedio Editores S.A.S.

Primera edición, septiembre de 2021

Edición

María Alejandra Mouthon

Equipo editorial Intermedio Editores

Concepto gráfico, diseño y diagramación

Alexánder Cuéllar Burgos

Equipo editorial Intermedio Editores

Imagen de portada

iStock

Intermedio Editores S.A.S.

Avenida Calle 26 No. 68B-70

www.eltiempo.com/intermedio

Bogotá, Colombia

Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor.

ISBN:

978-958-504-012-0

Diseño epub:
Hipertexto – Netizen Digital Solutions

Contenido

Prólogo

Cambiar y transformarnos

Introducción

Historia I

Sobre la amistad

Historia II

Sobre la envidia

Historia III

Sobre el miedo al sexo opuesto

Cerebros femeninos y cerebros masculinos

Los millennials

Historia IV

Sobre agradar a los demás

Historia V

Sobre la alegría

Historia VI

Sobre la generosidad y la bondad

Historia VII

Sobre ser serviciales

Ser servicial significa actuar

Ser servicial también significa escuchar

Ser servicial significa ayudar

Historia VIII

Sobre el cambio personal

Cambiar significa transformarnos

Historia IX

Sobre el perdón

Historia X

Sobre la humildad

Historia XI

Sobre el agradecimiento

Historia XII

Sobre la coherencia

Historia XIII

Sobre las habilidades hablando en público

Historia XIV

Sobre el fracaso

Historia XV

Sobre la creatividad

Historia XVI

Sobre la felicidad

Decálogo anti–amargura según Rafael Santandreu

Historia XVII

Sobre el liderazgo

Historia XVIII

Sobre el miedo y la ira

Tener buenas relaciones con los demás significa:

Nota al pie

 

 

A mi abuelita Berenice, por su berraquera, por ser nuestro punto de referencia, el origen de todo.

A mi madre, por tenerte viva, para seguir disfrutándote, para seguir agradeciéndote.

A mi hermana Ingrid, por ser mi amiga, mi confidente, mi maestra constante.

A mi padre, por tratar de enseñarme los secretos de formar desde el corazón.

A Karol, por ser mi musa de inspiración. Gracias por esos días en Cartagena, al frente del mar, ayudándome a terminar las páginas de este libro.

Prólogo

Cambiar y transformarnos

Por Fernando Panesso Serna

La pandemia, y su largo e interminable año de muerte y desasosiego, ha descubierto una, más bien varias realidades del mundo en el que vivíamos con un confort cercano a la indiferencia. Nada volverá a ser lo mismo, es decir, no retornaremos a una noción de “normalidad”, al darnos cuenta del oprobioso peso de la inequidad, de la forma cómo miles de millones de personas lo han perdido todo, de cómo, en realidad, vivían completamente el día en su ilusión y en su esperanza.

El auge casi dictatorial de los recursos tecnológicos emergidos como salvación al aislamiento –y utilizados, ahora, en el caso de las redes sociales, como imperativo de convocatoria para marchas y otro tipo de protestas— ha escamoteado otra clase de resurgir, cuyo lento, pero firme avance augura compromisos distintos a la hora de relacionarnos con nuestros semejantes.

Y no se trata, simplemente, de relacionarnos. Como bien lo describe Gabriel Antonio en el título de su libro, se trata de El valor de las buenas relaciones. Atender su generosa invitación a escribir unas palabras para acompañar estas dieciocho motivadoras historias, me ha permitido recordarlo en la relación que tuvimos en EPM Bogotá Telecomunicaciones y a la cual él me hace el honor de referirse en el número diecisiete.

Gabriel Antonio Alvarado Ortiz (con sus nombres y apellidos, que, como él bien lo recuerda, era como me resultaba fácil llamar entonces a los más de quinientos colaboradores de la empresa) siempre fue una persona activa, dispuesta a aprender, interesada en dar a su gesta laboral un aporte que excediera el preciso manual de sus funciones. Él cumplía a cabalidad un principio que apliqué en los diversos cargos que he ocupado y en el que hice especial énfasis en EPM Bogotá Telecomunicaciones: que las personas que trabajaran allí no solo fueran gente buena, sino buena gente. Eso era y es Gabriel.

Y ese trasunto de su personalidad y de su condición humana lo ha volcado en este valioso libro, que nos llama a reparar las relaciones y a convertirlas en buenas relaciones, con nuestras personas más cercanas, claro, pero también con un prójimo que nos rodea, con su dolor y con sus carencias, y al que ya nunca más deberíamos volver a darle la espalda.

Con un lenguaje sencillo, cargado de ejemplo y referencias, Gabriel lleva al lector a través de historias de transformación y liderazgo.

Hay en este compendio de reflexiones y buenos consejos un elemento que me ha impresionado asertivamente. Se trata de la forma cómo recopila las anécdotas de amor relacionadas con su familia, su padre y su señora madre, sus hermanas y hermanos. Hay allí un examen de conciencia que requiere de mucho valor y que él nos confiesa sin ambages. Esa sinceridad da al libro una especial condición de veracidad y exégesis personales, a las que muchos autores no llegan porque los sobrepasa el correteo de sus argumentos racionales.

A lo largo del libro se van desgranando temas de profunda entereza humana como la gratitud, la coherencia, la humildad, el perdón, el aprender a compartir, el fracaso, el miedo y la ira. Situaciones, todas ellas, que engrandecen y agobian al ser humano y que lo encaran a mirarse a sí mismo y a cumplir su única posibilidad salvadora: el poder cambiar y transformarse. No sobra decir cuán importante es esta metamorfosis personal en la función suprema de muchas empresas, la cual exacerbamos en EPM Bogotá Telecomunicaciones: el poder de un buen servicio al cliente.

Van a encontrar los lectores, pues, un libro de cabecera, de consulta obligatoria, de lectura atemporal y provechosa. Con lecciones especialmente valiosas para este momento de la humanidad, en el que hemos perdido muchas seguridades y extraviado las antiguas rutinas. Y en el que, sin embargo, se ha erigido como condición de vida, el mandamiento imperecedero: amarás a tu prójimo como a ti mismo. Ojalá comencemos a navegar con ese humilde principio de compasión y fraternidad en el ancho océano que representa el valor de las buenas relaciones.

Gracias, Gabriel.

Bogotá, mayo de 2021.

Introducción

Oiga… sí… usted, ¿acaso no está viendo que hay una mujer embarazada de pie? Dele la silla.

Esto fue lo que, alguna vez, le escuché decir a un señor en un bus de transporte público, disgustado porque alguien que ocupaba una silla, no se la cedía a una mujer embarazada que permanecía de pie ante la mirada de todos los que iban sentados.

En otra ocasión, haciendo fila en un banco, escuché a una de las clientes, también muy molesta, exclamar:

Llevamos acá más de dos horas parados como unos bobos y la fila nada que avanza, trabajen, ineptos.

En otra oportunidad, en uno de mis empleos, en una reunión escuché a un jefe decir:

En este equipo solo veo vagos que quieren recibir un sueldo al final de mes sin hacer nada.

Todos estos casos muestran la incapacidad de sus protagonistas de poder expresarse asertivamente, lo que a veces no es fácil. Pensemos por un momento qué hubiera pasado si cada uno de ellos hubiera utilizado un lenguaje amable, cercano y asertivo. Probablemente la señora embarazada hubiera obtenido su silla, el cliente del banco hubiera recibido atención más rápido y ese jefe hubiera fomentado ese tipo de respeto y liderazgo en el grupo para un cumplimiento de resultados más efectivo.

No he escuchado a la primera persona que me haya dicho: “A mí me encanta que mi jefe me trate mal y me humille delante de mis compañeros” o “a mí me encanta que mi marido me grite, en serio, me fascina”. Eso no se lo he escuchado decir a nadie, o por lo menos no a alguien sano mentalmente, que no tenga una relación cercana con el masoquismo o el sadomasoquismo.

Las buenas relaciones nos permiten estar tranquilos, alegres y felices. Desde la neurociencia sabemos que establecer relaciones cercanas con otros, mediante actos de solidaridad y bondad, aumenta la producción de neurotransmisores como la dopamina y la oxitocina, encargados de nuestro bienestar y felicidad.

En mis conferencias, generalmente le digo a los participantes que cuando abrimos los ojos, todos los días, en la mañana, podemos escoger entre dos situaciones ese día: la primera, es llevarnos bien con las personas y, la segunda, es llevarnos mal con las personas. Si yo le pusiera a escoger entre esas dos situaciones ¿usted cuál escogería? Yo escogería la primera.

Solo pensemos con cuántas personas tenemos contacto al día: nuestra pareja, nuestros hijos, el guarda del edificio donde vivimos, la persona que nos transporta a nuestros diferentes destinos, nuestro jefe, nuestros compañeros de trabajo, el mesero en el restaurante, el cajero del banco. ¡Y podríamos seguir! ¿No le gustaría tener relaciones saludables, todo el tiempo, con estas personas?

Son muchas las personas con las que nos relacionamos diariamente y la conclusión que podríamos sacar ya mismo, sin muchos sondeos e investigaciones sociales, es que, definitivamente, nuestra vida sería mucho mejor si decidiéramos llevarnos bien con las personas. Pero entonces, si eso es así, ¿por qué a veces nos cuesta tanto trabajo llevarnos bien con otros?, ¿por qué a veces tenemos esa sensación de querer quitarnos un zapato y ponérselo en la cabeza a alguien? O en el peor de los casos, esa sensación de querer empujar a esa persona a la carretera y decir que fue un accidente. ¡No me diga que alguna vez no lo pensó con alguien que no le caía bien!

Tener buenas relaciones con los demás significa aprender a escuchar. Significa entender que hay muchas personas que sienten, piensan y actúan distinto a nosotros. Significa ayudar a otros a través de la solidaridad y la bondad. Significa ser humilde y reconocer que también nos equivocamos. Tener buenas relaciones con los demás significa ser una buena persona.

Este libro pretende describir las características de esas personas que tienen buenas relaciones con los demás, las cuales nos podrán enseñar actitudes y conductas que nos permitan mejorar nuestro relacionamiento y conseguir resultados efectivos, fortaleciendo competencias y habilidades como el liderazgo personal, la negociación, la escucha activa, la comunicación asertiva y la transformación del individuo.

Historia I

Sobre la amistad

Las personas que tienen buenas relaciones con los demás son tan buena gente que dejan amigos en todos lados. Van al supermercado y mientras están haciendo la fila para pagar, hacen amigos, le dicen al que está al lado: “está como larga la fila, ¿cierto?”. Estas personas solo necesitan una excusa para empezar una conversación y tener un amigo más en su larga lista de contactos.

Van en el transporte público y hacen amigos; salen al parque y hacen amigos; están en la iglesia rezando y hacen amigos; van a una fiesta, no conocen a nadie y, de un momento a otro, uno los ve bailando con todo el mundo y haciendo amigos. Es decir, son personas que son muy relacionales.

Aristóteles decía que la amistad es un alma que habita en dos cuerpos y un corazón que habita en dos almas. A muchos de nosotros, casi que lo puedo apostar, nos metieron en la cabeza la idea de que los amigos son muy contados, de que los amigos se cuentan con una sola mano. Mi papá solía decirme eso. Recuerdo que cuando era muy niño él me decía:

—Gabriel, los amigos están en las malas, porque en las buenas todo el mundo va a estar contigo. Así que cuando alguien cercano a ti se muera, mira a los que están ahí en la funeraria acompañándote y te darás cuenta de quiénes son tus verdaderos amigos.

Y yo por dentro pensaba:

—¿Es decir que me tengo que esperar a que alguien cercano a mí se muera para saber quiénes son mis amigos? Ahora sí me fregué.

Incluso, a mí me preguntaban cuando niño si yo tenía amigos y yo respondía:

—No, a mí no se me ha muerto nadie, no.

Lo que sucede es que la idea de la amistad con la que yo crecí estaba más asociada al dolor que a la alegría y quién dijo que no podemos celebrar la felicidad, claro que sí. Entonces decidí no esperar, me refiero, esperar a que alguno de mis seres queridos se muriera para descubrir los efectos maravillosos de la amistad. Y durante mi vida, lo que he aprendido es que cuando se ayuda a alguien que lo necesita, por ejemplo, cuando se le alegra el día a un habitante de calle, llevándole comida; o cuando se ayuda a una familia con las medicinas que necesita para curar a uno de sus integrantes; o cuando se escucha a alguien que está triste o está deprimido y después se le abraza y con ese abrazo la persona incrementa sus niveles de dopamina (hormona del bienestar), ya se están realizando actos de amistad y esos son extremadamente valiosos.

Así que una primera forma de reconocer a alguien que tiene buenas relaciones con los demás es que pasa una buena parte de su vida haciendo una muy buena red de amigos.

Y estas personas hacen muchos amigos, porque sus cargas energéticas son tan altas que siempre están contagiando de emociones positivas a los demás. Hoy ya sabemos, desde la ciencia y la neurociencia, que podemos contagiar o ser contagiados de emociones, tanto positivas como negativas. Estas emociones básicas son el miedo, la alegría, la tristeza, la rabia y el asco. Emociones que, como digo, pueden ser contagiadas a través de campos cuánticos o campos de energía.

Recuerdo que la primera vez que escuché hablar de la física cuántica, supe que era una rama de la ciencia que estudiaba las características, comportamientos e interacciones de partículas a nivel atómico y subatómico. Hasta ahí era como si me estuvieran hablando en chino, no tenía ni idea de que me hablaban. Después me enteré de los aportes tan importantes de la física cuántica en las áreas de la salud, medicina y tecnología, permitiendo la construcción de equipos como el reloj atómico, el láser, la resonancia magnética y la fibra óptica. Hasta ahí, aunque comprendía un poco más la aplicación de la física cuántica en el mundo de la ciencia, no comprendía la relación que tenía con las emociones y las relaciones entre las personas.

Con el tiempo empecé a leer las investigaciones de diferentes neurocientíficos, médicos y académicos, entre ellos Joe Dispenza, Amit Goswami, Andrew B. Newberg, Candace Pert y David Albert, quienes han estudiado a profundidad la relación entre la física cuántica y las emociones. Ellos empezaron a investigar las maneras en que el cerebro humano influye en la realidad a través del dominio del pensamiento. A medida que la ciencia avanza, cada vez se encuentran más teorías y pruebas que muestran que la conexión entre la física cuántica y las emociones es más estrecha de lo que creemos.

Seguramente muchos de nosotros hemos convivido en ambientes de trabajo o ambientes académicos, incluso ambientes familiares y sociales, donde el aura es fascinante, es decir, desde que usted llega a ese espacio se empieza a sentir alegre, feliz, cómodo, tranquilo y contento. Son ambientes a los que a mí me gusta llamar “ambientes buena vibra”, esos ambientes donde usted trabaja ocho horas intensas con “personas buena vibra” y que cuando llega a su casa a las seis de la tarde, después de una jornada intensa de trabajo, usted quiere seguir en actividad física y mental. Es decir, usted saluda a sus hijos, a su pareja o con quien viva y les dice: “entonces qué, ¿vamos a cine?, ¿vemos una película?, ¿salimos al parque?, ¿nos comemos un helado?, hagamos algo”.

Pero ¿cómo es esto posible? Usted estuvo trabajando todo el día, con las presiones y tensiones normales que se pueden presentar en el trabajo, y sigue con una energía física y mental increíblemente alta. Bueno, esto sucede porque las cargas energéticas de las personas con las que compartió el día se convirtieron en emociones positivas. Es decir, usted todo el día compartió con personas optimistas, alegres, compañeristas, colaboradoras, solidarias y bondadosas, y lo contagiaron.

Pero seguramente también hemos compartido espacios de trabajo, familiares y sociales donde la energía de las personas es negra, es turbia, es oscura. Son personas que se reconocen porque se están quejando todo el tiempo, es decir, la queja es su común denominador. Pareciera que ese día hubieran desayunado caldo de alacrán, no se les puede preguntar nada porque responden con tres piedras en la mano, miran feo, son agresivas tanto con su lenguaje verbal como con su lenguaje no verbal. Y cuando se les pregunta algo, responden como si estuvieran ladrando. Dicen: “¿Qué quiere? ¿Qué quiere? Grrr”.

Estas personas suelen ser ladrones de energía, es decir, personas que pasan una gran parte del tiempo compartiendo quejas, miedos y preocupaciones. Ellos necesitan un basurero para depositar su basura.

¡Procure jamás ser el basurero del otro!

Algunos de ellos suelen comportarse como víctimas, todo lo malo que les pasa es por culpa de los demás. Cuando usted habla con ellos, ya sea en la oficina, en el almuerzo o tomando un café, la conversación siempre se centra en ellos y en todo lo malo que les pasa que, como digo, generalmente siempre es culpa de los demás. Algunos de ellos suelen ser personas conflictivas, siempre están a la defensiva.

Cuando compartimos mucho rato con estos ladrones de energía, nuestras cargas energéticas también pueden verse seriamente afectadas. Entonces ese día, después de compartir con este tipo de personas una extenuante jornada de trabajo, usted llega a su casa agotado, cansado, con ganas de no saber de nada ni de nadie, solo con ganas de acostarse a dormir para descansar, si es que lo puede hacer.

Las personas más felices son las que tienen mejores relaciones con los demás. La Universidad de Stanford hizo un estudio sobre quienes eran las personas más felices en el mundo y encontró que esas personas tenían una característica común y era que tenían cerca a familiares y amigos solidarios, esto no quiere decir que amaran a todos o que se llevaran bien con todo el mundo, o que no se pelearan a veces con otros, pero lo que mostró el estudio era que todos ellos tenían familiares y amigos cercanos, con quienes establecían relaciones permanentes de cercanía, fraternidad y solidaridad.

Cuando vi este estudio dije: “¡Qué bien! ¡Es decir que las personas felices también se enojan y también sienten miedo y tristeza!”

Por eso cuando escucho a alguien que me dice: “yo nunca me pongo de mal genio por nada”, o “mis amigos dicen que a mí nada me perturba”, en lo único que puedo pensar es:

Esta persona tiene problemas.

¿Cómo así que nada la pone de malgenio y nada la perturba? La rabia, el miedo y la tristeza son emociones legitimas, que no solo debemos reconocer, sino también gestionar.

Tener buenas relaciones con los demás significa ser buena gente. Ojalá pudiéramos comprender que ser buena gente en nuestras vidas es tan importante como ser un buen abogado o un buen médico o un buen administrador. Howard Martin, director del Instituto de las matemáticas del corazón, hizo una investigación increíble, logró descubrir que nuestro corazón puede llegar a tener hasta 40 000 neuronas. Es decir, hoy ya sabemos que nuestro corazón tiene neuronas y tiene una especie de inteligencia emocional. Es decir, hoy ya podemos decir que tenemos un cuarto cerebro llamado “el corazón”.

Esta investigación mostró que los seres humanos tenemos una especie de campo electromagnético, de campo cuántico, de campo de energía que se puede expandir fuera de nuestro cuerpo hasta tres metros y que puede afectar los campos cuánticos de las demás personas. Por eso, una vez más se reafirma que las emociones positivas o negativas de los demás sí pueden afectar nuestros estados de ánimo.

Los colegios y las universidades, así como enseñan matemáticas, física, química, sociología o contabilidad, deberían enseñarnos cómo llevarnos bien con los demás.

Ya lo saben, ¡a hacer muchos amigos!

Trata a cualquier persona como si fuera un amigo y nunca te faltará compañía o una mano cuando la necesites.

FRANCESC MIRALLES

Historia II

Sobre la envidia

Vamos a suponer que hoy es su primer día de trabajo después de mucho tiempo. Usted lleva un año desempleado y ayer recibió la llamada mágica, la llamada en la que le dan trabajo. ¡Empieza hoy!

¿Usted cómo llega a su primer día de trabajo? ¿Expectante, tímido, intrigado? Tal vez, pero definitivamente usted llega feliz. Ya tiene trabajo, ya puede pagar parte de sus deudas, ya tiene como alimentar a su familia. Son motivos suficientes para estar feliz, claro que sí.