Consejos sobre mayordomía cristiana

Elena G. de White

Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.

Consejos sobre mayordomía cristiana

Elena G. de White

Título del original: Counsels on Stewardship, Review and Herald Publishing Association, Hagerstown, MD, E.U.A., 1940.

Dirección: Aldo D. Orrego

Traducción: Staff de la ACES

Diseño: Carlos Schefer

Diseño de tapa: Shutterstock (Banco de imágenes)

Libro de edición argentina

IMPRESO EN LA ARGENTINA - Printed in Argentina

Primera edición, e – Book

MMXX

Es propiedad. © 1996 Asociación Casa Editora Sudamericana.

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.

ISBN 978-987-798-073-8

White, Elena G. de

Consejos sobre mayordomía cristiana / Elena G. de White / Dirigido por Aldo D. Orrego.- 1ª ed . - Florida : Asociación Casa Editora Sudamericana, 2020.

Libro digital, EPUB

Archivo digital: online

ISBN 978-987-798-073-8

1. Vida cristiana. I. Orrego, Aldo D., dir. II. Título.

CDD 248.4

Publicado el 23 de enero de 2020 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).

Tel. (54-11) 5544-4848 (Opción 1) / Fax (54) 0800-122-ACES (2237)

E-mail: ventasweb@aces.com.ar

Website: editorialaces.com

Prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación (texto, imágenes y diseño), su manipulación informática y transmisión ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia u otros medios, sin permiso previo del editor.

Prefacio

Este libro, Consejos sobre mayordomía cristiana, se publica como respuesta a numerosos pedidos. A lo largo de los años se ha puesto a nuestro alcance un amplio conjunto de instrucciones prácticas y útiles, procedentes del Espíritu de Profecía, acerca del tema de la mayordomía cristiana. Estos consejos han sido publicados en revistas y libros, pero en la presente obra aparecen mayormente asuntos a los que nuestros obreros y miembros no tienen fácil acceso. En los libros en circulación hay abundante instrucción adicional sobre el mismo tema, pero en este libro se ha utilizado muy poco de ella. Nos sentimos complacidos porque ahora todos pueden tener acceso a estas instrucciones selectas presentadas a la iglesia en forma conveniente. El material que compone este libro ha sido compilado en las oficinas de la Corporación Editorial Elena G. de White, bajo la supervisión de la Comisión de Fideicomisarios.

El asunto de la mayordomía ocupa un lugar importante y vital en el ámbito de la vida y el servicio cristianos. Esto concierne profunda y persistentemente a cada creyente cristiano. Nuestro reconocimiento de la soberanía de Dios, de su señorío de todas las cosas y de su concesión de su gracia a sus hijos forma parte de nuestra debida comprensión de los principios de la mayordomía cristiana. A medida que nuestro conocimiento de estos principios crezca y se amplíe, obtendremos una comprensión más plena acerca del modo como el amor y la gracia de Dios obran en nuestras vidas.

Aunque el sistema de la mayordomía cristiana concierne a las cosas materiales, es por encima de todo de índole espiritual. El servicio que debe realizarse para Cristo es algo real. El Señor requiere ciertas cosas de nosotros con el fin de hacer ciertas cosas por nosotros. El cumplimiento de esas cosas, requeridas en armonía con la voluntad divina, eleva el asunto de la mayordomía cristiana a un elevado plano espiritual. El Señor no es exigente. No nos ordena en forma arbitraria que le sirvamos ni que reconozcamos su autoridad devolviéndole una parte de las cosas que él nos da. Pero ha dispuesto en tal forma la economía divina que, como resultado de nuestro trabajo en armonía con él en estos asuntos, recibimos de vuelta un caudal de grandes bendiciones espirituales. Nos veremos privados de estas bendiciones si dejamos de colaborar con él en la realización de sus planes, y en esta forma nos privaremos de las cosas que más necesitamos.

Tenemos la seguridad de que un estudio cuidadoso de los principios de la mayordomía cristiana, en la forma como se los expone en este libro, ayudará a todos los que los estudien y practiquen a tener una experiencia más rica y plena en las cosas de Dios. Esto está claramente indicado en la siguiente declaración:

“La idea de que son administradores debe tener una influencia práctica sobre todos los hijos de Dios... La benevolencia práctica dará vida espiritual a millares de los que nominalmente profesan la verdad, pero que actualmente lamentan las tinieblas que los circundan. Los transformará de egoístas y codiciosos adoradores de Mamón, en fervientes y fieles colaboradores de Cristo en la salvación de los pecadores” (Joyas de los testimonios, tomo 1, pág. 366).

Con la perspectiva de tal transformación ante nosotros, todos deberíamos estudiar concienzudamente esta obra, y orar para ser conducidos hacia una experiencia más plena y rica con el Señor.

J. L. McElhany

Clave de abreviaturas

Los capítulos que constituyen este libro se han tomado de los escritos de Elena de White, especialmente de los artículos publicados en la Review and Herald, pero también de libros en circulación, de folletos y de los archivos de sus manuscritos. A continuación se ofrece una lista de las abreviaturas de las obras usadas:

Carta: Declaración tomada de los archivos de Elena de White*

CE: El colportor evangélico

DMJ: El discurso maestro de Jesucristo

DTG: El Deseado de todas las gentes

Ed: La educación

FE: Fundamentals of Christian Education

HAp: Los hechos de los apóstoles

JT: Joyas de los testimonios (tomo 1: 1 JT; etc.)

MC: El ministerio de curación

MJ: Mensajes para los jóvenes

Manuscrito: Declaración tomada de los archivos de Elena de White*

OE: Obreros evangélicos

PE: Primeros escritos

PP: Patriarcas y profetas

PR: Profetas y reyes

PVGM: Palabras de vida del gran Maestro

RH: Review and Herald (revista)

SC: Servicio cristiano

ST: Signs of the Times (revista)

T: Testimonies for the Church (tomo 1: 1 T; etc.)

TI: Testimonios para la iglesia (tomo 2: 2 TI; etc.)

TM: Testimonios para los ministros

YI: Youth’s Instructor (revista)

* La fuente de las porciones seleccionadas de los archivos se indica mediante el número que los manuscritos originales tienen en la sede de la Corporación Editorial Elena G. de White. Ejemplo: Carta 72, 1909; Manuscrito 1, 1890.

ACLARACIÓN: La versión de la Biblia utilizada como base es la Nueva Reina-Valera 2000, y la tradicional Reina-Valera de 1960 está abreviada como RV 60.

Sección I

La ley celestial de liberalidad y su propósito

1

Colaboradores con Dios

“Honra al Señor con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos; y serán llenos tus graneros con abundancia, y tus lagares rebosarán de mosto” (Prov. 3:9, 10).

“Hay quienes reparten, y reciben más de lo que dan. Y hay quienes retienen más de lo que es justo, y van a pobreza. El generoso será prosperado, y el que sacia a otros, él también será saciado” (Prov. 11:24, 25).

“Pero el generoso piensa generosidades, y por generosidades será exaltado” (Isa. 32:8).

En el plan de salvación, la sabiduría divina estableció la ley de la acción y de la reacción; de ello resulta que la obra de beneficencia, en todos sus ramos, es doblemente bendecida. El que ayuda a los menesterosos es una bendición para ellos y él mismo recibe una bendición mayor aún.

La gloria del evangelio

Para que el hombre no perdiese los preciosos frutos de la práctica de la beneficencia, nuestro Redentor concibió el plan de hacerle su colaborador. Dios habría podido salvar a los pecadores sin la colaboración del hombre; pero sabía que el hombre no podría ser feliz sin desempeñar una parte en esta gran obra. Por un encadenamiento de circunstancias que invitan a practicar la caridad, otorga al hombre los mejores medios para cultivar la benevolencia y observar la costumbre de dar, ya sea a los pobres o para el adelantamiento de la causa de Dios. Las apremiantes necesidades de un mundo arruinado nos obligan a emplear en su favor nuestros talentos –dinero e influencia– para hacer conocer la verdad a los hombres y mujeres que sin ella perecerían. Al responder a sus pedidos con nuestros actos de beneficencia, somos transformados a la imagen de aquel que se hizo pobre para enriquecernos. Al dispensar a otros, los bendecimos; así es como atesoramos riquezas verdaderas.

La gloria del evangelio consiste en que se funda en la noción de que se ha de restaurar la imagen divina en una raza caída por medio de una constante manifestación de benevolencia. Esta obra comenzó en los atrios celestiales, cuando Dios dio a los humanos una prueba deslumbradora del amor con que los amaba. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él, no perezca, sino tenga vida eterna” (Juan 3:16). El don de Cristo revela el corazón del Padre. Nos asegura que, habiendo emprendido nuestra redención, él no escatimará ninguna cosa necesaria para terminar su obra, por más que pueda costarle.

La generosidad es el espíritu del cielo. El abnegado amor de Cristo se reveló en la cruz. Él dio todo lo que poseía y se dio a sí mismo para que el hombre pudiese salvarse. La cruz de Cristo es un llamamiento a la generosidad de todo discípulo del Salvador. El principio que proclama es de dar, dar siempre. Su realización por la benevolencia y las buenas obras es el verdadero fruto de la vida cristiana. El principio de la gente del mundo es ganar, ganar siempre; y así se imagina alcanzar la felicidad; pero cuando este principio ha dado todos sus frutos, se ve que sólo engendra miseria y muerte.

La luz del evangelio que irradia de la cruz de Cristo condena el egoísmo y estimula la generosidad y la benevolencia. No debería ser causa de quejas el hecho de que se nos dirigen cada vez más invitaciones a dar. En su divina providencia Dios llama a su pueblo a salir de su esfera de acción limitada para emprender cosas mayores. Se nos exige un esfuerzo ilimitado en un tiempo como éste, cuando las tinieblas morales cubren el mundo. Muchos de los hijos de Dios están en peligro de dejarse prender en la trampa de la mundanalidad y avaricia. Deberían comprender que es la misericordia divina la que multiplica las solicitudes de recursos. Deben serles presentados blancos que despierten su benevolencia o no podrán imitar el carácter del gran Modelo.

Las bendiciones de la mayordomía

Al dar a sus discípulos la orden de ir por “todo el mundo” y predicar “el evangelio a toda criatura”, Cristo asignó a los hombres una tarea: la de sembrar el conocimiento de su gracia. Pero mientras algunos salen al campo a predicar, otros le obedecen sosteniendo su obra en la tierra por medio de sus ofrendas. Él ha puesto recursos en las manos de los hombres, para que sus dones fluyan por canales humanos al cumplir la obra que nos ha asignado en lo que se refiere a salvar a nuestros semejantes. Este es uno de los medios por los cuales Dios eleva al hombre. Es exactamente la obra que conviene a éste; porque despierta en su corazón las simpatías más profundas y le mueve a ejercitar las más altas facultades de la mente.

Todas las cosas buenas de la tierra fueron colocadas aquí por la mano generosa de Dios, y son la expresión de su amor para con el hombre. Los pobres le pertenecen y la causa de la religión es suya. El oro y la plata pertenecen al Señor; él podría, si quisiera, hacerlos llover del cielo. Pero ha preferido hacer del hombre su mayordomo, confiándole bienes, no para que los vaya acumulando, sino para que los emplee haciendo bien a otros. Hace así del hombre su intermediario para distribuir sus bendiciones en la tierra. Dios ha establecido el sistema de la beneficencia para que el hombre pueda llegar a ser semejante a su Creador, de carácter generoso y desinteresado y para que al fin pueda participar con Cristo de una eterna y gloriosa recompensa.

Reuniéndose alrededor de la cruz

El amor que tuvo su expresión en el Calvario debiera ser reanimado, fortalecido y difundido en nuestras iglesias. ¿No haremos todo lo que esté a nuestro alcance para fortalecer los principios que Cristo comunicó a este mundo? ¿No nos esforzaremos por establecer y desarrollar las empresas de beneficencia que necesitamos sin más demora? Al contemplar al Príncipe del cielo muriendo en la cruz por ustedes, ¿pueden cerrar su corazón y decir: “No, nada tengo para dar”?

Los que creen en Cristo deben perpetuar su amor. Este amor debe atraerlos y reunirlos en derredor de la cruz. Debe despojarlos de todo egoísmo y unirlos a Dios y entre sí mismos.

Júntense alrededor de la cruz dominados por un espíritu de sacrificio personal y de completa abnegación. Dios los bendecirá si hacen lo mejor que pueden. Al acercarse al trono de la gracia y al verse ligados a ese trono por la cadena de oro que baja del cielo a la tierra para sacar a los hombres del abismo del pecado, el corazón de ustedes rebosará de amor hacia sus hermanos que todavía están sin Dios y sin esperanza en el mundo.–JT 3:401-404.

2

Nuestro generoso Benefactor

El poder de Dios se manifiesta en los latidos del corazón, en los movimientos de los pulmones y en las corrientes vivificadoras que circulan por los millares de conductos del cuerpo. Estamos endeudados con él por cada momento de nuestra existencia y por todas las comodidades de la vida. Las facultades y las aptitudes que elevan al hombre por encima de la creación inferior constituyen el don del Creador.

Él nos da sus beneficios en gran cantidad. Estamos en deuda con él por el alimento que comemos, el agua que bebemos, la ropa con la que nos vestimos y el aire que respiramos. Sin su providencia especial, el aire estaría lleno de pestilencia y veneno. Él es un generoso benefactor y preservador.

El sol que brilla sobre la tierra y da esplendor a toda la naturaleza, el fantasmagórico y solemne resplandor de la luna, la magnificencia del firmamento tachonado de brillantes estrellas, las lluvias que refrescan la tierra y que hacen florecer la vegetación, las cosas preciosas de la naturaleza en toda su variada riqueza, los elevados árboles, los arbustos y las plantas, las espigas ondeantes, el cielo azul, los verdes prados, los cambios del día y la noche, la renovación de las estaciones, todo esto habla al hombre acerca del amor de su Creador.

Él nos ha unido a sí mismo mediante estas muestras que ha puesto en el cielo y en la tierra. Nos cuida con mayor ternura de lo que lo hace una madre con un hijo afligido. “Como el padre se compadece de sus hijos, el Señor se compadece de los que lo reverencian” (Sal. 103:13).–RH, 18 de septiembre de 1888.

Los que reciben continuamente deben dar constantemente

Así como recibimos continuamente las bendiciones de Dios, así también debemos dar constantemente. Cuando el Benefactor celestial deje de darnos, sólo entonces se nos podrá disculpar, porque no tendremos nada para compartir. Dios nunca nos ha dejado sin darnos evidencia de su amor, porque siempre nos ha rodeado de beneficios...

A cada instante somos sostenidos por el cuidado de Dios y por su poder. Él pone alimento en nuestras mesas. Nos proporciona un sueño pacífico y reparador. Cada semana nos da el día sábado para que reposemos de nuestras labores temporales y lo adoremos en su propia casa. Nos ha dado su Palabra para que ésta sea como una lámpara para nuestros pies y una lumbrera en nuestro camino. En sus páginas sagradas encontramos sabios consejos; y tantas veces como elevamos nuestros corazones hacia él en penitencia y con fe, él nos concede las bendiciones de su gracia. Pero por encima de todo se destaca el don infinito que Dios hizo al dar a su Hijo amado, por medio de quien fluyen todas las demás bendiciones para esta vida y para la vida venidera.

Ciertamente la bondad y la misericordia nos asisten a cada paso. Solamente cuando deseemos que el Padre infinito cese de proporcionarnos sus dones, podremos exclamar con impaciencia: ¿Tendremos que dar siempre? No sólo deberíamos devolver siempre nuestros diezmos a Dios que él reclama como suyos, sino además llevar un tributo a su tesorería como una ofrenda de gratitud. Llevemos a nuestro Creador, rebosantes de gozo, las primicias de su munificencia: nuestras posesiones más escogidas y nuestro servicio mejor y más piadoso.–RH, 9 de febrero de 1886.

La única forma de manifestar gratitud

El Señor no necesita nuestras ofrendas. No podemos enriquecerlo con nuestros donativos. El salmista dice: “Todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos” (1 Crón. 29:14, RV 60). Dios nos permite manifestar nuestro aprecio de sus mercedes por medio de esfuerzos abnegados realizados para compartir las mismas con otras personas. Esta es la única manera posible como podemos manifestar nuestra gratitud y nuestro amor a Dios, porque él no ha provisto ninguna otra.–RH, 6 de diciembre de 1887.

El argumento de Pablo contra el egoísmo

Pablo procuró desarraigar de los corazones de sus hermanos la planta del egoísmo, porque el carácter no puede estar completo en Cristo cuando retiene el egoísmo y la codicia. El amor de Cristo en sus corazones los induciría a ayudar a sus semejantes en sus necesidades. Procuró estimular su amor señalándoles el sacrificio que Cristo había hecho por ellos.

Les dijo: “No hablo como quien manda, sino para poner a prueba, por la diligencia de otros, la sinceridad de vuestro amor. Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor de vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros fueseis enriquecidos con su pobreza” (2 Cor. 8:8, 9).

Este es el poderoso argumento que usa el apóstol. No es el mandamiento de Pablo sino el del Señor Jesucristo...

¡Cuán grande fue el don hecho por Dios al hombre, y cuán propio de Dios fue hacerlo! Él dio con una liberalidad que jamás podrá ser igualada, con el fin de salvar a los rebeldes hijos del hombre e inducirlos a ver su propósito y a discernir su amor. ¿No quieren demostrar por medio de sus dones y ofrendas que no hay nada que consideran demasiado bueno para aquel que “ha dado a su Hijo unigénito”?–RH, 15 de mayo de 1900.

El espíritu de liberalidad es el espíritu del cielo. El espíritu de egoísmo es el espíritu de Satanás.–RH, 17 de octubre de 1882.

3

Por qué Dios emplea a los hombres como los encargados de distribuir sus recursos

Dios no depende de los hombres para promover su causa. Podría convertir a los ángeles en embajadores de su verdad. Habría podido revelar su voluntad por medio de su propia voz cuando proclamó la ley desde el Sinaí. Pero ha elegido emplear a los hombres para que hagan su obra con el fin de cultivar en ellos el espíritu de liberalidad.

Cada acto de abnegación realizado en bien de otros fortalecerá el espíritu de generosidad en el donante, y lo vinculará más estrechamente con el Redentor del mundo, quien “por amor de vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros fueseis enriquecidos con su pobreza” (2 Cor. 8:9). Y la vida puede ser una bendición para nosotros únicamente en la medida en que cumplimos el propósito divino para el cual fuimos creados. Todas las buenas dádivas que Dios hace al hombre constituirán una maldición a menos que éste las emplee para hacer felices a sus semejantes y para promover la causa de Dios en el mundo.–RH, 7 de diciembre de 1886.

Resultado de la búsqueda de ganancias

Este creciente apego por la obtención de dinero, el egoísmo engendrado por el deseo de ganancias, es lo que amortece la espiritualidad de la iglesia y aleja de ella el favor de Dios. Cuando la cabeza y las manos están ocupadas constantemente en planear y trabajar para acumular riquezas, los derechos de Dios y la humanidad quedan olvidados.

Si Dios nos ha bendecido con prosperidad, esto no quiere decir que debemos apartar de él nuestro tiempo y atención para dirigirlos a las cosas que él nos ha prestado. El Dador es más grande que el don. Hemos sido comprados por un precio y por lo tanto no nos pertenecemos a nosotros mismos. ¿Hemos olvidado cuál fue el precio infinito pagado por nuestra redención? ¿Ha muerto la gratitud en el corazón? ¿La vida de Cristo no es un reproche para una vida de comodidad egoísta y complacencia?... Estamos cosechando los frutos de este sacrificio de abnegación infinita; y sin embargo, cuando hay que trabajar, cuando se necesita que nuestro dinero ayude a la obra del Redentor en la salvación de las almas, nos apartamos de nuestro deber y oramos para que se nos excuse. Pereza innoble, descuidada indiferencia, y egoísmo malvado sellan nuestros sentidos para que no veamos los derechos de Dios.

¡Oh! ¿Debe Cristo, la Majestad del cielo, el Rey de gloria, cargar con la pesada cruz, llevar la corona de espinas y beber la amarga copa, mientras nosotros descansamos cómodamente, nos glorificamos a nosotros mismos y nos olvidamos de las almas por las que murió para redimirlas mediante su sangre preciosa? No; demos mientras podamos hacerlo. Hagámoslo mientras tenemos fuerzas para hacerlo. Trabajemos mientras dura el día. Dediquemos nuestro tiempo y nuestros medios al servicio de Dios para recibir su aprobación y su recompensa.–RH, 17 de octubre de 1882.

Nuestro mayor conflicto es con el yo

Nuestras posesiones en esta vida son limitadas, pero el gran tesoro que Dios ofrece en su don al mundo es ilimitado. Abarca todo deseo humano y sobrepasa nuestros cálculos finitos. En el gran día de la decisión final, cuando cada uno sea juzgado por sus obras, se hará callar toda voz que hable en favor de la justificación de sí mismo; porque se verá que el Padre en su don a la humanidad, dio todo lo que poseía, y resultará evidente que los que han rehusado aceptar ese misericordioso ofrecimiento carecen de toda excusa.

No tenemos ningún enemigo exterior a quien debemos temer. Nuestro gran conflicto lo tenemos con nuestro yo no consagrado. Cuando dominamos el yo somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Hermanos míos, ahí está la vida eterna que debemos ganar. Peleemos la buena batalla de la fe. Nuestro tiempo de prueba no está en el futuro, sino en el momento presente. Mientras éste dura, “buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mat. 6:33), las cosas que ahora con tanta frecuencia ayudan a Satanás en sus propósitos sirviendo como trampas para engañar y destruir.–RH, 5 de marzo de 1908.

Una mancha fea

Nunca debemos olvidar que se nos ha puesto a prueba en este mundo con el propósito de determinar nuestra aptitud para la vida futura. No podrá entrar en el cielo ninguna persona cuyo carácter haya sido contaminado por la fea mancha del egoísmo. Por lo tanto, Dios nos prueba aquí entregándonos posesiones temporales para que el uso que hagamos de ellas demuestre si se nos pueden confiar las riquezas eternas.–RH, 16 de mayo de 1893.

Nuestras posesiones son tan sólo un depósito

Por cuantiosas o reducidas que sean las posesiones de una persona, ésta debe recordar que las ha recibido tan sólo en calidad de depósito. Debe rendir cuenta a Dios de su fuerza, habilidad, tiempo, talento, oportunidades y recursos. Esto constituye una obra individual; Dios nos da para que seamos como él: generosos, nobles y benevolentes al compartir lo que tenemos con otros. Los que olvidan su misión divina procuran tan sólo ahorrar o gastar para complacer el orgullo o el egoísmo, y éstos puede ser que disfruten de los placeres de este mundo; pero ante la vista de Dios, estimados sobre la base de sus realizaciones espirituales, son desventurados, miserables, pobres, ciegos y desnudos.

Cuando se emplea la riqueza en forma debida, ésta se convierte en un dorado vínculo de gratitud y afecto entre el hombre y sus semejantes, y en un fuerte lazo que une sus afectos con su Redentor. El don infinito que Dios hizo en la persona de su Hijo amado exige expresiones tangibles de gratitud de parte de los recipientes de su gracia. El que recibe la luz del amor de Cristo queda por ese motivo bajo la más definida obligación de iluminar con esa luz bendita a las personas que están en tinieblas.–RH, 16 de mayo de 1882.

Para despertar los atributos del carácter de Cristo

El Señor permite que hombres y mujeres experimenten sufrimientos y calamidades con el fin de arrancarlos de su egoísmo y para despertar en ellos los atributos de su [Cristo] carácter: compasión, ternura y amor.

El amor divino realiza sus llamamientos más conmovedores cuando nos pide que manifestemos la misma tierna compasión que Cristo expresó. Él fue varón de dolores, experimentado en quebrantos. Él fue afligido con todas nuestras aflicciones. El ama a hombres y mujeres como una adquisición hecha con su propia sangre, y nos dice: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros. Que os améis así como yo os he amado” (Juan 13:34).–RH, 13 de septiembre de 1906.

El honor más elevado y el gozo más grande

Dios es la fuente de vida, luz y gozo para todo el universo. Sus bendiciones, como rayos de sol, fluyen desde él hacia todas las criaturas que él ha hecho. En su amor infinito ha concedido a los hombres el privilegio de llegar a ser participantes de la naturaleza divina, para que ellos a su turno compartan las bendiciones con sus semejantes. Esto constituye el honor más elevado y el gozo más grande que Dios pueda derramar sobre los hombres. Éstos son conducidos más cerca de su Creador al convertirse en esta forma en participantes de los trabajos de amor. El que rehúsa llegar a ser un “obrero juntamente con Dios” –el hombre que por amor a la complacencia egoísta ignora las necesidades de sus semejantes, el avaro que amontona sus tesoros– está privándose de la bendición más rica que Dios puede proporcionarle.–RH, 6 de diciembre de 1887.

4

Principios conflictivos de Cristo y de Satanás

Los seres humanos pertenecen a una gran familia: la familia de Dios. El propósito del Creador era que los seres humanos se respetaran y se amaran mutuamente, y que siempre manifestaran un interés puro y abnegado en el bienestar mutuo. Pero Satanás se ha propuesto interesar a los hombres en primer término en sí mismos, y éstos al ceder a su control han desarrollado un egoísmo que ha llenado al mundo de miseria y lucha, y ha indispuesto a los hombres entre sí.

El egoísmo es la esencia de la depravación, y debido a que los seres humanos han cedido a su poder, hoy se ve en el mundo lo opuesto a la obediencia a Dios. Las naciones, las familias y los individuos están deseosos de convertirse ellos mismos en la figura central. El hombre desea gobernar sobre su prójimo. Al separarse, en su egotismo, de Dios y de sus semejantes sigue sus inclinaciones desenfrenadas. Actúa como si el bien de los demás dependiera de la sujeción de éstos a su supremacía.

El egoísmo ha introducido discordia en la iglesia y la ha llenado de una ambición no santificada... El egoísmo destruye la semejanza con Cristo y llena al hombre de amor propio. Conduce a un alejamiento continuo de la justicia. Cristo ha dicho: “Sed, pues, perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mat. 5:48). Pero el egoísmo no percibe la perfección que Dios requiere...

Cristo vino a este mundo para revelar el amor de Dios. Sus seguidores deben continuar la obra que él comenzó. Esforcémonos por ayudarnos y fortalecernos mutuamente. La búsqueda del bien de los demás es el camino por el que puede hallarse la verdadera felicidad. El hombre no obra contra sus propios intereses cuando ama a Dios y a sus semejantes. Cuanto más desprendido sea su espíritu tanto más feliz será porque está cumpliendo el propósito de Dios para él. Así es como respira la atmósfera de Dios, la que lo llena de gozo. Para él la vida constituye un cometido sagrado que considera inestimable porque ha sido dado por Dios para ser empleado en el servicio por los demás.–RH, 25 de junio de 1908.

Un conflicto desigual

El egoísmo es el impulso humano más poderoso y más generalizado, y debido a esto la lucha del alma entre la simpatía y la codicia constituye una prueba desigual; porque mientras el egoísmo es la pasión más fuerte, el amor y la benevolencia son con mucha frecuencia los sentimientos más débiles, y por regla general el maligno gana la victoria. Por lo tanto, al dar nuestro trabajo y nuestros dones a la causa de Dios, es peligroso dejarse controlar por los sentimientos o el impulso.

Dar o trabajar cuando alguien conmueve nuestra simpatía, y retener nuestro trabajo o servicio cuando las emociones no son estimuladas, constituye una conducta imprudente y peligrosa. Si estamos dominados por el impulso o por la mera simpatía humana, en ese caso bastarán unas pocas ocasiones cuando nuestra preocupación por el prójimo sea pagada con ingratitud, o cuando nuestros donativos sean mal empleados o malgastados, para que se hielen las fuentes de nuestra benevolencia. Los cristianos deberían actuar dirigidos por principios fijos siguiendo el ejemplo de abnegación y sacrificio dado por el Salvador.–RH, 7 de diciembre de 1886.

La nota tónica de la enseñanza de Cristo

La abnegación es la nota tónica de las enseñanzas de Cristo. Con frecuencia se impone este concepto a los creyentes con un lenguaje que parece autoritario, porque no hay otra forma de salvar a los hombres si no se los separa de su vida de egoísmo. Mientras Cristo vivió en el mundo hizo una correcta presentación del poder del evangelio... A cada persona que sufra con él mientras resiste al pecado, trabaja por su causa y se niega a sí misma por el bien de otros, él le promete una parte en la recompensa eterna de los justos. Poniendo en práctica el mismo espíritu que caracterizó la obra de su vida, llegaremos a participar de su naturaleza. Al compartir esta vida de sacrificio por amor a otros, disfrutaremos con él la vida futura, “una eterna gloria, que supera toda comparación” (2 Cor. 4:17).–RH, 28 de septiembre de 1911.

Los frutos del egoísmo

Los que permiten que un espíritu codicioso se posesione de ellos, fomentan y desarrollan los rasgos de carácter que harán que sus nombres sean registrados en los libros del cielo como idólatras. A todos éstos se los clasifica con los ladrones, vilipendiadores y extorsionistas, ninguno de los cuales, declara la Biblia, heredarán el reino de Dios. “El malo se jacta del deseo de su corazón, bendice al codicioso y desprecia al Señor” (Sal. 10:3). Las características de los codiciosos siempre están en pugna con el ejercicio de la caridad cristiana. Los frutos del egoísmo siempre se manifiestan en el descuido del deber y en el fracaso en la tarea de emplear los dones dados por Dios para el adelantamiento de su obra.–RH, 1º de diciembre de 1896.

La muerte de toda piedad

Cristo es nuestro ejemplo. Él dio su vida como sacrificio por nosotros, y nos pide que demos nuestras vidas como sacrificio por los demás. Así podremos desechar el egoísmo que Satanás se esfuerza constantemente por implantar en nuestros corazones. Este egoísmo significa la muerte de toda piedad, y puede vencerse únicamente mediante la manifestación de amor a Dios y a nuestros semejantes. Cristo no permitirá que ninguna persona egoísta entre en los recintos del cielo. Ningún codicioso puede cruzar las puertas de perla, porque toda codicia es idolatría.–RH, 11 de julio de 1899.

5

Donde Cristo mora hay liberalidad

Cuando el perfecto amor de Dios inunde el corazón ocurrirán cosas admirables. Cristo morará en el corazón del creyente como una fuente de agua que fluye para vida eterna. Pero los que manifiestan indiferencia hacia los que sufren serán culpados de indiferencia hacia Jesucristo en la persona de sus santos necesitados. Nada extrae del alma la espiritualidad con más rapidez que cuando se la rodea con el egoísmo y el cuidado de sí mismo.

Los que complacen su yo y descuidan la atención de las almas y los cuerpos de las personas por quienes Cristo dio su vida, no están comiendo del pan de vida ni bebiendo del agua de la fuente de salvación. Están secos y sin savia, como un árbol que no lleva fruto. Son enanos espirituales que consumen sus recursos en sí mismos; pero no olvidemos que “todo lo que el hombre siembre, eso también segará” (Gál 6:7).

Los principios cristianos siempre resultarán visibles. En mil formas se pondrán de manifiesto los principios interiores. Cristo morando en el ser es como una fuente que nunca se seca.–RH, 15 de enero de 1895.

Cuando se entroniza a Cristo en el corazón

Cuando Dios confía riquezas al hombre, lo hace con el fin de que adorne la doctrina de Cristo nuestro Salvador utilizando sus tesoros terrenales para promover el reino de Dios en nuestro mundo. Debe representar a Cristo, y por lo tanto no ha de vivir para complacerse ni glorificarse a sí mismo, ni para recibir honor a causa de su riqueza.

Cuando el corazón es limpiado de pecado, Cristo es entronizado en el lugar que una vez ocupaban la complacencia de sí mismo y el amor a las riquezas terrenales. La imagen de Cristo se ve en la expresión del rostro. La obra de santificación prosigue en el alma. Desaparece la justicia propia. Surge el nuevo hombre, quien es creado según Cristo en justicia y verdadera santidad.–RH, 11 de septiembre de 1900.

La victoria sobre la codicia y la avaricia

Los ricos deberían consagrar todo lo que tienen a Dios, y los que son santificados por medio de la verdad en cuerpo, alma y espíritu también dedicarán a Dios sus posesiones y se convertirán en instrumentos para alcanzar a otras personas. Por medio de su experiencia y ejemplo manifestarán que la gracia de Cristo tiene poder para vencer la codicia y la avaricia; y la persona adinerada que somete a Dios los bienes que le han sido confiados será reconocida como un mayordomo fiel, y podrá demostrar ante otros que cada peso que posee lleva la marca y el sello de Dios.–RH, 19 de septiembre de 1893.

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La predicación de sermones prácticos

Dar para satisfacer las necesidades de los santos y para promover el reino de Dios es predicar sermones prácticos que testifican que los que dan no han recibido en vano la gracia de Dios. El ejemplo viviente dado por un carácter desprendido que sigue el modelo de Cristo, ejerce gran poder sobre los hombres. Los que no viven para sí mismos no emplearán hasta el último peso para satisfacer sus necesidades supuestas y para proveerse de lo que les conviene, sino que recordarán que son los seguidores de Cristo y que hay otros que necesitan alimento y ropa.

Los que viven para complacer el apetito y los deseos egoístas perderán el favor de Dios y la recompensa celestial. Dan testimonio ante el mundo de que no poseen una fe genuina, y cuando procuren compartir con otros la verdad presente el mundo considerará sus obras como metal que resuena y címbalo que retiñe. Que todos demuestren su fe por medio de sus obras. “Así también, si la fe no tiene obras, está muerta” (Sant. 2:17). “Mostrad, pues, hacia ellos ante las iglesias, la prueba de vuestro amor y del legítimo orgullo que sentimos acerca de vosotros” (2 Cor. 8:24).–RH, 21 de agosto de 1894.

El sermón más difícil

El sermón más difícil de predicar y que ofrece más dificultad para ponerlo en práctica, es la abnegación. El codicioso pecador, el yo, cierra la puerta al bien que podría hacerse, pero que no se hace porque se invierte el dinero con propósitos egoístas. Pero es imposible que nadie pueda retener el favor de Dios y gozar de comunión con el Salvador, y al mismo tiempo ser indiferente con los intereses de sus semejantes que no tienen vida en Cristo y que perecen en sus pecados. Cristo nos ha dejado un ejemplo admirable de abnegación...

Al seguirlo por el camino de la abnegación, levantando la cruz y llevándola tras él hasta la casa de su Padre revelaremos en nuestras vidas la belleza de la vida de Cristo. Junto al altar del sacrificio –el lugar designado de reunión entre Dios y el alma– recibimos de manos de Dios la antorcha celestial que escudriña el corazón y que revela la necesidad de que Cristo more en el interior.–RH, 31 de enero de 1907.

Expande el corazón y une con Cristo

Las ofrendas de los pobres, dadas con abnegación para ayudar y extender la preciosa luz de la verdad salvadora, no sólo tendrán olor agradable para Dios y serán plenamente aceptadas por él como un donativo dedicado, sino que el mismo acto de dar expande el corazón del dador y lo une más plenamente con el Redentor del mundo. Él era rico pero por amor a nosotros se hizo pobre, para que por su pobreza nosotros fuésemos hechos ricos. Las sumas más pequeñas dadas con gozo por los que tienen recursos limitados, resultan plenamente aceptables para Dios, y aun de mayor valor que las ofrendas de los ricos quienes pueden dar miles de pesos sin ejercer abnegación y sin sentir necesidad.–RH, 31 de octubre de 1878.

Dando con gozosa presteza

El espíritu de liberalidad cristiana se fortalecerá a medida que se lo ejercita, y no necesitará estimulación malsana. Todos los que poseen este espíritu, el espíritu de Cristo, con gozosa presteza llevarán sus donativos a la tesorería del Señor. Inspirados por su amor a Cristo y por las personas por quienes él murió, sienten una intensa urgencia por desempeñar fielmente su parte.–RH, 16 de mayo de 1893.

Para un estudio adicional

El circuito celestial de la beneficencia, DTG 12, 13.

La benevolencia divina conmovida hasta sus profundidades infinitas, TI 9:47-49.

El plan de salvación comienza y termina en la benevolencia, T 3:548.

¿No inducirán a manifestar gratitud el amor y la misericordia de Dios?, TI 2:530, 531.

La benevolencia surge del amor agradecido, JT 1:375.

La gratitud manifestada en ofrendas voluntarias, de agradecimiento y por las transgresiones, HAp 61, 62.

El aprecio por la salvación eliminará las murmuraciones, JT 1:409.

Un recuerdo que rechazará la codicia, JT 1:566.

Aunque no podemos ser iguales al Modelo, podemos parecernos a él, TI 2:154, 155.

Peligro que corre el pueblo de Dios al amar al mundo, JT 1:42.

El pecado de la codicia, T 3:544-551.

El egoísmo es el yugo más irritante, T 4:627.

La obra de Dios es estorbada por el egoísmo, TI 9:42, 43.

Hay que aquietar la locura de los hombres por las ganancias, JT 1:470.

Hay que prevenir el gran mal de la codicia, T 3:547.

La benevolencia constante es un remedio para los pecados corruptores, T 3:548.

Los ambiciosos y codiciosos deben ser transformados, TI 5:230, 231.

No se obtiene perfección del carácter sin abnegación, TI 9:43.

De la mundanalidad a la beneficencia, TI 5:257, 258.

La supresión del egoísmo produce resultados gloriosos, TI 5:191, 192.

La benevolencia es un testigo glorioso de la gracia transformadora de Dios, TI 2:216.

El amor abnegado es la mayor evidencia de sinceridad, JT 3:147.

Un argumento que el mundo no puede contradecir, JT 1:563.

La prosperidad espiritual se da en proporción a la liberalidad sistemática, JT 1:386.

Planeado por Dios para hacer al hombre semejante a sí mismo, JT 1:553.

Entregándolo todo con deseo ferviente, JT 1:54.

El amor abnegado proporciona un gozo más puro que el que dan las riquezas, JT 1:360, 377.

La generosidad de Dios al colocar sus dones en nuestras manos, JT 2:333.

La capacidad para recibir es aumentada por la liberalidad, T 6:448, 449.