El cerebro adolescente

El cerebro adolescente

Una mente en construcción

Javier Quintero

Jefe de servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario Infanta Leonor (Madrid)

Director de PsiKids (Madrid-Pozuelo)

shackleton books

A mi padre, quien me guio por la senda de la vida cuando era adolescente y más tarde fue mi maestro en la comprensión de los enigmas de la mente y del cerebro del adolescente.

Primera edición en Shackleton Books: febrero de 2020


El cerebro adolescente

© 2018, Javier Quintero

© 2020, de esta edición, Shackleton Books, S.L.

shackleton books

www.shackletonbooks.com


Realización editorial: Bonalletra Alcompas, S.L.

Diseño de cubierta: Pau Taverna

Diseño de tripa y maquetación: Kira Riera

Composición ebook: Víctor Sabaté (Iglú de libros)

© Ilustraciones: Jordi Dacs (págs. 50 de la edición en papel [basada en Gazzaniga, M. S., Bogen, J. E., y Sperry, R. W., «Observations on visual perception after disconnexion of the cerebral hemispheres in man», Brain, 1965], 53, 57, 74 [basada en la de Mills K. L., Goddings A. L., Clasen L. S., Giedd J. N., Blakemore S. J., «The developmental mismatch in structural brain maturation during adolescence». Developmental Neuroscience, 2014;36 (3-4):147-60], 93 [basada en: mindhacks.com/2017/02/07/sex-differences-in-brain-size/], 149 [basada en la de Jacobus J. y Tapert S. F., «Neurotoxic effects of alcohol in adolescence», Annual Review of Clinical Psychology, vol. 9:703-721 (2013), https://doi.org/10.1146/annurev-clinpsy-050212-185610]).

Fotografías: todas las imágenes son de dominio público a excepción de Syda Productions/Shutterstock, Yuliya Evstratenko/Shutterstock y ONYXprj/Shutterstock (p. 84). Wikimedia Commons: John A Beal, PhD, Dept. of Cellular Biology & Anatomy, Louisiana State University Health Sciences Center-Shreveport [CC BY 2.5] (p. 55), J. Finkelstein, traducción: Mikel Salazar González [GFDL o CC-BY-SA-3.0] (p. 122).Icons by Icons8

ISBN: 978-84-18139-14-7

Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento y su distribución mediante alquiler o préstamo públicos.

Agradecimientos:
Todo mi agradecimiento a Carlos, por sus recomendaciones y asesoría de estilo.

Prólogo. Un árbol en el camino

«Los jóvenes hoy en día son unos tiranos. Contradicen a sus padres, devoran su comida, y le faltan al respeto a sus maestros.»

Sócrates (470-399 a. C.)

Permítanme empezar, como lo hacen las personas mayores (aunque yo no lo sea tanto), con una historia real como la vida misma. Con ella trato de ejemplificar gran parte de lo que vamos a tratar en este libro, aunque la moraleja se la dejo a cada uno.

Hace unos cuantos años, mi secretaria me pasó una llamada urgente. Manuel, el padre de Marcos (ambos nombres figurados), un chico de 17 años al que llevaba un tiempo tratando de ayudar, necesitaba hablar conmigo. Nada más coger el teléfono y escuchar su tono de voz, vi claro que había ocurrido algo grave.

Un año antes, los padres de Marcos habían acudido a mi consulta debido a los problemas de comportamiento de su hijo. Durante los meses siguientes de tratamiento, la evolución no había sido la mejor. Marcos se había instalado en un proceso de absentismo escolar y malas dinámicas que habían llevado a una situación muy compleja dentro y fuera de su hogar. El ambiente y la convivencia familiar había empeorado por momentos. Y aquella llamada no parecía augurar nada bueno. Más bien todo lo contrario.

Manuel, el padre, con la voz crispada y terriblemente enfadado, me empezó a contar lo que había hecho el «desgraciado» de su hijo. Se estaba dirigiendo en coche a un pueblecito a las afueras de Madrid en el que su hijo, junto a su madre y el resto de hermanos, estaba pasando el verano; algo que la familia solía hacer desde hacía años para disfrutar de las vacaciones en un entorno tranquilo y privilegiado donde descansar y divertirse. Pero aquel día, como me contaba Manuel fuera de sí, la calma se había roto y la diversión se había desvanecido de golpe. A Marcos no se le había ocurrido nada mejor que, con 17 años y lógicamente sin carné de conducir, coger sin permiso el coche de su madre. Encontró las llaves en su bolso, se subió al coche y se fue a «dar una vuelta». Su aventura no duró mucho. A menos de un kilómetro de su casa, un árbol en el margen del camino se convirtió en el protagonista inesperado que cambiaría esa tarde de verano, pero también la vida de Marcos y la de su familia.

«Lo voy a matar.» «Es un desgraciado.» «Nos está arruinando la vida…». Entre improperio e improperio de Manuel, y a pesar de lo terrible de la situación y del enorme y justificado enfado del padre, había que estar agradecido porque no todo estaba perdido. Gracias al azar o a la divina providencia, su hijo había estampado el coche contra aquel árbol sin que hubiera que lamentar ningún herido. Marcos apenas tenía un rasguño superficial y, más allá del gran susto tras el impacto, ni el propio árbol parecía estar excesivamente perjudicado. Aunque todas estas circunstancias no le quitaban ni un ápice de gravedad al asunto, sí nos daban la oportunidad de empezar a establecer prioridades. Para Manuel, al otro lado del teléfono, aquella era la gota que colmaba el vaso, para mí era una oportunidad de poder cambiar la dinámica de Marcos.

Después de escuchar las mil y una maldiciones contra su hijo, intenté convencer a Manuel de que tenía que buscar algo positivo en todo lo que había ocurrido. Le expliqué como pude que toda crisis es una oportunidad de mejora y que a aquella casi tragedia, le podíamos dar la vuelta. A pesar de su estado de nervios y enfado, que al principio casi le impedían escucharme, Manuel accedió a seguir mis consejos. El cuerpo (aunque en realidad era su cerebro emocional, como veremos más adelante) le pedía coger a Marcos y echarle la bronca de su vida, pues el incidente del coche venía a sumarse a innumerables sucesos anteriores que, según él, también debería echarle en cara al «desgraciado» de su hijo.

Toda esa acumulación de sucesos, tensiones y emociones negativas habían supuesto un enorme bloqueo en la comunicación entre padre e hijo y se había ampliado al resto de la familia durante los últimos años. Pero ahora, todas esas emociones se podrían convertir en la llave para abrir la puerta de la comunicación y romper ese bloqueo. Lo único que el padre debía hacer, aunque no parecía nada sencillo, era ponerse emocionalmente al lado de Marcos. Aún recuerdo como repitió en el auricular del teléfono ese «¿ponerme a su lado?», con altas dosis de asombro e incredulidad. Son las emociones las que os han ido separando, y ahora serán las emociones las que os permitirán aproximaros. «Como me ponga a su lado es que no respondo. Es un c%6s#.»

Lógicamente, mi llamada a la tranquilidad y al sosiego no surtió efecto en un primer momento. Pero a medida que Manuel avanzaba por la carretera al encuentro de su hijo asustado, el coche empotrado, el inocente árbol y los agentes de la benemérita, poco a poco su tremendo cabreo fue dando paso a un estado más proclive a la reflexión o, por lo menos, al control. Así que, tras un buen rato dándole argumentos que sostenían mi consejo, conseguí que una vez que Manuel se encontrara frente a Marcos, en vez de decirle lo primero que se le pasara por la cabeza, le dijera, con la mayor tranquilidad que le fuera posible: «¿Cómo estás, hijo? ¿Qué ha ocurrido?» Y que le dejara explicarse, sin interrumpirle. En aquel momento, dentro de Marcos habría un intenso cóctel de emociones: el temor a las consecuencias por lo que había hecho, el pavor por haber sufrido el accidente, el retraimiento ante la Guardia Civil, que ya estaba a su lado dando parte del suceso, la vergüenza ante la mirada de los otros transeúntes y curiosos, o la rabia contra él mismo por la «magnífica» idea que había tenido… Y otras muchas emociones difíciles de calibrar, sobre todo para un adolescente.

A partir de ahí, después de ponerse a su lado y escucharle de manera activa, venía el momento de tomar la palabra. Había que ser conciso, directo y sencillo: «Marcos, esto que ha ocurrido es una barbaridad. Gracias a Dios, estás bien y no hay nadie herido. Estoy y estaré a tu lado. Juntos vamos a buscar la manera de resolverlo. Y cuando lo hayamos resuelto, veremos juntos qué consecuencias debe tener lo que ha pasado hoy.»

Sin duda un mensaje sencillo de entender, aunque quizá no tan sencillo de decir, que se podría resumir en: estoy aquí, contigo, a tu lado, cuentas con mi apoyo incondicional, aunque ese apoyo no implica que me parezca bien todo lo que haces ni que las acciones equivocadas no deban tener consecuencias.

Manuel, con un gran esfuerzo, pero convencido de lo que tenía que hacer, me hizo caso. Aparcó su coche al lado del de su mujer, estampado contra el árbol. Se apeó, se acercó a su hijo y le dijo, más o menos, esas mismas palabras, ese mismo mensaje. De ese modo, toda la anticipación ansiosa que Marcos estaba sufriendo por las consecuencias ante la llegada de su padre al escenario del accidente, se tradujo en una sensación diferente para él. Una emoción intensa, pero diferente. Una bocanada de emoción positiva en medio de una tormenta emocional. Y gracias a esa única emoción que surgió entre aquel cúmulo de emociones negativas que sufría Marcos, aquella noche, Manuel volvió a conectar con él. Fue un punto de inflexión para que en los meses siguientes ese padre pudiera volver a hablar con su hijo y ese hijo volviera a hablar con su padre.

No voy a desarrollar ahora todas las explicaciones científicas a nivel hormonal y de ajustes cerebrales o de conducta de este episodio porque no viene al caso. Solo quiero contarles que, después de encontrar aquel árbol en el camino, la comunicación entre Manuel y Marcos, entre padre e hijo, se restableció. Aquel fue el punto de inflexión desde el que fuimos capaces, en cuestión de pocas semanas, de volver a reorganizar la conducta de Marcos. La confianza en todo lo que contaba empezó a germinar de nuevo. Tuve la suerte de participar en conversaciones entre padre e hijo, entre madre e hijo, y también entre padre, madre e hijo, durante las sesiones del tratamiento, y me considero un afortunado por la oportunidad que tuve de ayudarles a reencontrarse.

Aquel árbol en el camino se convirtió, de forma inesperada, en el protagonista de un momento decisivo en la vida de una familia y, sobre todo, marcó el comienzo de un nuevo camino para Marcos, un adolescente de 17 años que, gracias a la ayuda y comprensión de sus padres, consiguió que una crisis, que a punto estuvo de convertirse en tragedia, se convirtiera en una oportunidad para mejorar, y así fue. Meses después del accidente, les di el alta porque ya no tenía nada más que aportar a sus vidas, y hace mucho tiempo que no los veo, aunque no dejo de recibir su felicitación cada Navidad. Sé que Marcos terminó sus estudios y ahora está montando su propia familia. Como anécdota final, deseo contarles que ahora, cuando esa familia tiene que hablar de algo importante, van dando un paseo hasta aquel lugar, para volver a reencontrarse. Quién les iba a decir que ese árbol sería importante para poder echar raíces en sus vidas.

Introducción

Durante mis años de práctica como psiquiatra de niños y adolescentes, he tenido la fascinante oportunidad de observar muchas situaciones de lo más variadas que ocurren, han ocurrido y seguirán ocurriendo en esa fase vital que ningún ser humano podrá evitar en el camino hacia su madurez: la adolescencia. También, cómo no, he tenido la suerte de tratar con muchos niños y adolescentes, y con sus familias, lo que, entre otras cosas, me ha permitido comprobar que cuando llegan a la adolescencia muchos niños «complicados» normalizan su conducta. Aunque quizá lo más frecuente sea lo contrario: que cuando alcancen este periodo vital se complique su comportamiento.

Pero lo cierto es que, a pesar de esa conclusión y de lo que la gran mayoría de la gente piensa, la adolescencia no tiene por qué ser un periodo complicado. Más bien, debe entenderse como una etapa de transición por la que se puede caminar sin grandes sobresaltos, aunque también es una época de crisis (entendida como cambio). Una vez aceptado esto, lo que tenemos que comprender es que abordar las crisis como una posibilidad de mejora nos permitirá enfocarnos de un modo positivo en ese adolescente, para que sea capaz de encontrar su camino. Su propio camino, libre de imposturas tanto internas como externas.

En cualquier caso, después de estas afirmaciones y antes de iniciar la lectura de este libro, le recomiendo a usted, lector, que reflexione sobre dos hechos importantes:

  1. Usted también fue adolescente, lo que quiere decir que ha pasado por muchas de las experiencias y cambios de los que vamos a hablar en este libro y por los que pasa o pasará ese otro adolescente en el que ahora está pensando.
  2. El modo en que usted superó esos intensos años de adolescencia no implica que otros adolescentes, para bien o para mal, lo vayan a superar de la misma manera. Su experiencia es suya, y tiene un claro valor, pero no debe ser ley, con lo que hay que desterrar lo de «cuando yo era joven…», y dejar de pensar también que el tiempo todo lo arregla.

Dicho esto, también debo añadir una circunstancia que hace que todo lo relativo a la adolescencia actual (que, aunque a grandes rasgos y sobre todo desde el punto de vista neurobiológico, sea similar a la que usted vivió) ha evolucionado de manera notable. Me refiero a la enorme transformación que los avances tecnológicos y digitales están suponiendo para la sociedad en su conjunto, especialmente a la hora de comunicarnos. Hoy, la gran mayoría de los adolescentes tiene un smartphone en su bolsillo o su mochila. Una enorme ventana al mundo desde la que es capaz de acceder a una cantidad de información inabarcable y a unos contenidos que muchas veces, incluso siendo usted usuario habitual de esas tecnologías, ni se imagina.

En cualquier caso, la buena noticia es que, a diferencia de lo que se ha pensado durante muchos años, la adolescencia y lo que significa no es un periodo de cambio sin más, sino que se trata de un proceso de transformación biológica muy complejo que, ocurra lo que ocurra, llevará a cualquier persona a transitar el camino que va desde el niño que se deja atrás al adulto que se llegará a ser. Y esto, ni más ni menos, es una enorme oportunidad de crecimiento y desarrollo a todos los niveles ya que, como veremos a lo largo de este libro, no hay otro periodo en la vida en el que nuestro cerebro vaya a estar tan predispuesto y capacitado para aprender como durante la adolescencia.

También es cierto que durante estos años se enfrentan dos maneras de ver las cosas: «Las perspectivas de los adultos frente a las perspectivas de los hijos.» Los hijos se ven ya como adultos, quieren una autonomía para la que aún no están preparados, mientras que los padres o cuidadores tienden a seguir viendo a sus hijos como los niños que fueron y los tratan en consecuencia. Un equilibrio de fuerzas complejo que, también sin duda, se puede alcanzar.

En los últimos tiempos, la neurociencia está aportando cuantiosos e interesantísimos datos sobre el funcionamiento de nuestro cerebro. Muchas de las investigaciones se han realizado en torno al cerebro del adulto, y en especial han captado mucha atención (e inversiones) los campos específicos del envejecimiento y las demencias. También se ha estudiado hasta la saciedad todo lo referente al desarrollo en la infancia. Sin embargo, hasta hace relativamente poco tiempo apenas habíamos tomado en consideración el valor del cerebro en la adolescencia, un cerebro capaz de lo mejor y de lo peor.

Como atestigua la cita de Sócrates que abre este libro, los conflictos de y con la adolescencia no son algo ni reciente ni específico de nuestra época. El objetivo de este libro no es definir la adolescencia ni diseccionar este periodo vital desde un punto de vista científico. Sí daremos explicaciones de cómo funciona el cerebro de un adolescente desde el ángulo de la neurociencia y también ofreceremos información sobre cómo evoluciona y cómo se va transformando el cerebro de un adolescente. Pero, sobre todo, el objetivo será ayudarle a entender al adolescente comprendiendo mejor su cerebro. De esa comprensión surgirá un mejor entendimiento de sus comportamientos. Y de ese entendimiento brotará una mejor comunicación con él, lo que, con toda probabilidad, ayudará a que las discusiones, los disgustos y los malos ratos que se dan entre usted y su adolescente se atenúen y, finalmente, desaparezcan o al menos se relativicen.

Para lograr ese objetivo es muy importante que usted entienda que su papel como modulador de la adolescencia es crucial y que debe servir como catalizador en la interacción del adolescente con el ambiente que le rodea, que dará como resultado ese adulto en el que se convertirá. Nadie mejor que usted para saber que no todo en ese ambiente es positivo, que siempre hay situaciones ajenas a nuestro control. Por ello, tendrá que comprenderle, para poder influir en él o, más bien, con él. No olvide que el adolescente va a necesitar referentes, dentro o fuera de su familia. Y los padres y tutores asumimos ese papel de líder de forma natural durante su infancia. Es, por así decirlo, una condición sine qua non que trae consigo la crianza, pero que puede perderse llegada la adolescencia si no se cuida y se trabaja. Ahora que nuestros adolescentes, en su búsqueda de referentes, están encontrando en los youtubers, influencers, y demás espacios digitales, inputs y opiniones para sus vidas. ¿Por qué no tratar de ser el mejor influencer analógico de su hijo adolescente? ¿Acepta el reto? Espero que este libro le ayude en este camino.

Dicho todo esto, vamos a empezar. Ahora respire profundamente y cuente hasta diez. Este simple ejercicio lo tendrá que hacer muchas veces a lo largo de su vida. Y, sin duda, a lo largo de la vida de los adolescentes con los que trate.