ROSTRO DESFIGURADO
Profesor de Historia
Soy profesor de la asignatura hoy llamada Sociedad. Estudié Historia, dado que siempre fue mi pasión, y vi en la pedagogía la oportunidad de enseñarla. Sin embargo, hoy es una de las signaturas menos importantes e incluso amenazada con desaparecer. Por lo mismo, los profesores de Sociedad estamos enfrentados a una escasez de trabajo. Parece increíble, pero esa es nuestra realidad. ¿Será un fantasma condenado a penar eternamente, dejando en la ignorancia a las personas? Hablo de esta forma metafórica de la Historia y la relaciono con una figura espectral, dado que, al parecer, lo que muere de forma arbitraria nunca deja este mundo, sino que permanece en busca de una explicación a su vida interrumpida. Espero que esto no ocurra con la Historia en caso de ser asesinada.
Me costó mucho encontrar trabajo como profesor de Sociedad, el único lugar donde me contrataron para enseñar fue una localidad en la zona cordillerana de la Región Metropolitana de Chile. Es un pueblo bastante conocido en mi país, pero algo apartado de Santiago, pese a pertenecer a la urbe. Se trata de una mezcla muy peculiar entre lo rural y la integración a la vida de ciudad.
Recuerdo que mi primer día de trabajo coincidió con el aniversario de la fundación del pueblo, se aproximaban las elecciones municipales. Aquella tarde, una vez terminada las clases habría una reunión de dirección y autoridades, con un cóctel de celebración. Terminada la jornada escolar, me dirigí a un salón que se encontraba en el segundo piso del edificio. El colegio no era grande, pero poseía una enorme sala de eventos en donde, por lo general, se realizaban diferentes actividades del pueblo. Era curioso que en un colegio hubiera un lugar tan espacioso, sin aulas y sin otra función que abrirlo de vez en cuando para eventos.
La reunión se desarrolló de forma muy amena, contrataron un servicio de coctelería, y entre los temas de discusión se introducían bromas con relación a que parecía mi bienvenida, ya que coincidían mi integración al colegio y la celebración. El ambiente era alegre, entre los discursos y las conversaciones con los diferentes invitados, comenzó a caer la tarde. A partir de ese momento, noté una extraña inquietud entre los profesores, dirigían la mirada hacia diferentes zonas del salón y murmuraban con expresiones que dejaron de ser alegres. Me sorprendió percibir cierta angustia.
—No me quedaré hasta la noche en este lugar —oí murmurar a varias voces.
Algunos se levantaron excusando compromisos y lamentando tener que marcharse, aunque vi con claridad que un ambiente de miedo se fue apoderando de mis colegas con lentitud. El director los observaba con un gesto algo burlón, propuso continuar la reunión en un restorán que se encontraba a pocos pasos del colegio, alegando que el personal de aseo solía cerrar el colegio y marcharse terminada su jornada laboral.
Salimos del colegio y algunos se despidieron, pero otro grupo de profesores aceptó ir al restorán a relajarse. Me invitaron y acepté, quería conocerlos y, no lo niego, me interesaba saber qué ocurría. Les hice notar el comportamiento observado mientras permanecíamos en el colegio, y me narraron una de las historias más escalofriantes que había escuchado hasta entonces. El miedo era ocasionado por una visión de la que todo el grupo había sido testigo. El profesor de Lenguaje comenzó a contar la historia:
—Una tarde, después de culminada la jornada escolar, nos quedamos haciendo planificaciones, pues el director facilitó el salón para la reunión. Cayó la noche y estábamos muy concentrados en nuestro trabajo, pero comenzamos a escuchar pasos y sonidos dentro del colegio. Nos quedamos tranquilos pensando que había personal de aseo trabajando, pero de todas formas bajamos a verificar quién era, estaba claro que alguien merodeaba por el recinto. Sin embargo, constatamos que estábamos solos. El edificio es muy antiguo, la zona del salón de reuniones fue restaurada debido a un incendio que hubo hace muchos años, pero la madera cruje y, como el colegio está en plena cordillera, hay mucho viento caída la noche. El salón es muy largo, como pudiste comprobar hoy, y ese día una parte se encontraba en penumbras. De pronto, entre las sombras se asomó un rostro desfigurado que emitió un espantoso alarido: “¡Ayúdenme!”; observamos que el rostro estaba acompañado por una mano contraída en busca de auxilio.
—Huimos del lugar, algunos caímos por las escaleras, pero con tanta adrenalina no sentimos dolor, solo pánico —añadió otro colega.
—El colegio permaneció abierto esa noche, ninguno quiso regresar a cerrarlo.
Uno tras otro, confirmaron haber tenido la misma visión. Una profesora intervino:
—El director se niega a creernos, organiza reuniones en ese lugar sabiendo que a ninguno le gusta estar ahí.
Se podría pensar que era una broma para asustarme, pero mientras narraban la experiencia, vi el miedo verdadero en sus semblantes. Concluidas sus historias, les hablé sobre la fundación del pueblo y el nacimiento de aquel colegio, datos que había estudiado con anterioridad. En efecto, durante los años en que el colegio se fundó, los medios de locomoción para llegar al pueblo eran escasos, así que los profesores pernoctaban en el establecimiento; donde se encontraba aquel salón estaban ubicadas sus habitaciones. Algunos años atrás se desató un incendio en el que fallecieron varios profesores y parte del personal del colegio, fue imposible no relacionarlo con aquel rostro desfigurado por quemaduras, era claro que permanecían los fantasmas de aquella época. Antes de llegar al colegio, algunos colegas eran escépticos, pero en ese momento todos creían en los fantasmas que habitaban el lugar, tras verlos con sus propios ojos.
Llevo algunos años trabajando ahí. La verdad, nunca he visto algo extraño, aunque reconozco que no me he aventurado de noche en la zona donde se encuentra el salón. Sí he observado el temor en los alumnos y escuchado muchas historias sobre los fantasmas de aquel incendio. El director sigue aparentando no creer la historia, pero constaté que tampoco se acerca al lugar, salvo cuando organiza eventos; las pocas veces que lo he visto entrar, lo hace acompañado por el personal de aseo.
Me instalé en el pueblo a vivir; pese a contar con buena locomoción ahora, es muy largo el camino. Me encanta vivir aquí, a pesar del tiempo sigo escuchando muchas historias de los lugareños sobre las apariciones del colegio. Cuentan que en las noches los rostros desfigurados se asoman por las ventanas del segundo piso pidiendo ayuda.
Estoy muy contento de dictar clases y enseñar a aquellos niños, también de interiorizarles la historia de su pueblo. Espero que mi trabajo perdure, pese a no ganar mucho y pagar hospedaje en el pueblo, estoy soltero, así que vivo tranquilo y feliz. Reconozco que, de ofrecerme estadía gratis en el colegio, no me quedaría ni una noche. La experiencia de mis colegas y los relatos de las personas del pueblo me producen temor.
A pesar de esto, pido que la Historia nunca muera en las aulas ni que vague penando en busca de ayuda como aquel rostro desfigurado.