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El Libertador

Elena G. de White

Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.

El Libertador

Serie Conflicto

Elena G. de White

Título del original: Humble Hero, Pacific Press Publishing Association, Nampa, ID, E.U.A., 2009.

Dirección: Natalia Jonas

Traducción: Eduardo Kahl Fichtenberg, Carolina Ramos, Walter E. Steger

Diseño del interior: Nelson Espinoza

Diseño de tapa: CPB

Ilustración de tapa: CPB

IMPRESO EN LA ARGENTINA

Printed in Argentina

Primera edición, e – Book

MMXIX

Es propiedad. © Pacific Press Publ. Assn. (2009).

© ACES (2019).

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.

ISBN 978-987-798-048-6

Publicado el 29 de noviembre de 2019 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).

Tel. (54-11) 5544-4848 (Opción 1) / Fax (54) 0800-122-ACES (2237)

E-mail: ventasweb@aces.com.ar

Web site: editorialaces.com

Prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación (texto, imágenes y diseño), su manipulación informática y transmisión ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia u otros medios, sin permiso previo del editor.

Índice de contenido
Prefacio
Capítulo 1
Cristo antes de venir a la Tierra
¡Esta ley fue quebrantada en el cielo!
Un sacrificio voluntario
Fue tratado como nosotros merecemos
Capítulo 2
El pueblo que debía recibirlo
Cómo se distorsionaron los servicios del Santuario
A la espera de un falso mesías
Capítulo 3
El pecado de Adán y Eva, y “el tiempo establecido”
Muchos anhelaban un Libertador
Satanás casi logra su objetivo
Dios se compadece del mundo perdido
Capítulo 4
Nacido en un establo
Solo les importó a unos cuidadores de ovejas
Capítulo 5
José y María dedican a Jesús
El venerable Simeón reconoció a Jesús
La angustia que debía sufrir la madre de Cristo
Cómo cada uno se juzgará a sí mismo
Capítulo 6
“Vimos su estrella”
Viaje a la luz de las estrellas
Se despiertan los celos de Herodes
Sin una guardia real
La nefasta masacre ordenada por Herodes
Capítulo 7
La niñez de Jesús
La naturaleza complementaba a la Biblia
Como carpintero, Cristo dignificó el trabajo
Un cantor alegre
Capítulo 8
El viaje para la Pascua
La preocupación de sus padres
¡No olvides a Jesús!
Capítulo 9
Problemas desde que era niño
Jesús respetaba a todos por igual
Problemas con su familia
Por qué tenía que ser diferente
Capítulo 10
La voz en el desierto
Zacarías dudó
Una educación atípica
Su estudio de las profecías de Isaías
Al borde de una revuelta
Las cortantes palabras de amonestación a los hipócritas
Capítulo 11
El bautismo de Jesús
Fue bautizado sin haber pecado
Confirmado por el Cielo
Capítulo 12
La tentación en el desierto
Satanás estaba decidido a vencer
Se sujetó a todas las desventajas de la humanidad
La tentación de dudar
La intemperancia corrompe la moral
Capítulo 13
La victoria
Aventurarse dentro del territorio de Satanás
No se podía comprar a Cristo.
Satanás sigue siendo un enemigo vencido
Capítulo 14
“Hemos encontrado al Mesías”
Muchos hoy no logran “ver” a Cristo
El aspecto de Cristo era común y corriente
Juan dirige a sus seguidores hacia Jesús
La oración secreta de Natanael es contestada
El argumento más fuerte
Capítulo 15
Jesús asiste a una fiesta de bodas
María ve su fe recompensada
Cristo derribó las diferencias de clase social
Capítulo 16
Cristo confronta en el Templo a la corrupción
Corrupción financiera en el corazón de la obra de Dios
El templo es purificado con la presencia del Señor
Un anticipo del juicio final
El principio del rechazo final de Cristo
Capítulo 17
Nicodemo visita de noche a Jesús
La explicación del misterio del nuevo nacimiento
Nicodemo comienza a ver la luz
Capítulo 18
“Él debe tener cada vez más importancia y yo, menos”
El ejemplo de Cristo: evitar los malentendidos
Capítulo 19
Jesús y la mujer que tuvo cinco maridos
Se despierta el interés de la mujer
Secretos oscuros del pasado
El ciclo de la cosecha del evangelio
Cristo derriba los muros de la discriminación
Capítulo 20
“A menos que vean señales milagrosas y maravillas...”
Capítulo 21
Betesda y el Sanedrín
El secreto de la curación espiritual
Obligaciones sin sentido
La gente se congregaba alrededor de Jesús
Jesús dependía del poder del Padre
Resurrección para gozar de la vida eterna
El concilio fracasa en su intento de intimidar a Jesús
Capítulo 22
Encarcelamiento y muerte de Juan
Un enorme chasco
Jesús presenta sus pruebas
Nadie es superior a él
Más que un profeta
Por qué Cristo no libertó a Juan
Capítulo 23
Cómo Daniel identificó a Jesús como el Mesías
El profeta Daniel predijo el ministerio de Cristo
Capítulo 24
“No es más que el hijo del carpintero”
Jesús les hace ver cuál es su condición
Capítulo 25
El llamado a orillas del mar
Se revela la falta de santidad
Se recompensa el sacrificio
La educación de un verdadero siervo
Capítulo 26
Días ocupados y felices en Capernaum
Sin dudar o vacilar
Satanás obra disfrazado
Hay esperanzas para toda persona perdida
Capítulo 27
El primer leproso sanado por Cristo
Cómo Cristo purifica la vida del pecado
La carga del pecado
La sanación espiritual a menudo llega antes que la sanación física
Capítulo 28
Mateo: de cobradorde impuestos a apóstol
Las distinciones externas no significaban nada
Un intento de crear discordia entre los discípulos
Una densa sombra
Cueros nuevos para vino nuevo
El peligro de albergar puntos de vista acariciados
Capítulo 29
Jesús rescata el sábado
La señal de una conversión genuina
Una lección sabática
Jesús sana deliberadamente en sábado
Cuidaban más a los animales
Capítulo 30
Cristo ordena a doce apóstoles
Lento para creer
Judas no tenía excusas
Ordenados para una obra sagrada
Capítulo 31
El Sermón del Monte
Cristo frustra las esperanzas de grandeza mundanal
Un espíritu sereno glorifica a Dios
Las multitudes quedaron asombradas
La obediencia produce gozo
La profundidad y la amplitud de la Ley de Dios
Las tentaciones no son una excusa
Capítulo 32
Un oficial del ejército pide ayuda por su siervo
Un muerto es resucitado
Capítulo 33
Cómo trataba Jesús los problemas familiares
Posesionados por un nuevo poder
Los verdaderos hermanos de Cristo
Capítulo 34
Su yugo es fácil de llevar y la carga que nos da es liviana
Qué nos deja tan cansados
Cómo su yugo facilita el trabajo
Capítulo 35
Jesús calma la tormenta
A Jesús sí le importaba
La superstición suscita temores
Capítulo 36
El toque de fe trae sanidad
La fe viva trae sanidad
Capítulo 37
Los primeros evangelistas
Tendremos que enfrentar oposición
Qué hacer cuando surgen persecuciones
Capítulo 38
Cristo y los Doce se toman un descanso
El descanso los renovó
Nunca estaba demasiado ocupado para hablar con Dios
Capítulo 39
“Denles ustedes de comer”
Una lección valiosa de ecología
Cómo solemos repetir la incredulidad de Andrés
Capítulo 40
Una noche sobre el lago
Tormenta en el corazón de los discípulos
La exaltación propia de Pedro y su caída
Capítulo 41
La crisis en Galilea
Esperanzas egoístas quedan frustradas
Cuándo comienza el cielo
Vida en la Palabra
Las palabras de Cristo alejan a muchos
La verdad resulta molesta
Amor en todo lo que hacía
Capítulo 42
Cristo predice un gran cambio de raíz
La ira de los espías
Capítulo 43
Cristo derriba barreras raciales
La fe en Cristo le dio un argumento extraordinario
Capítulo 44
La verdadera señal
La aristocracia de la nación desafía a Cristo
La verdadera evidencia de que Cristo provenía de Dios
El autoengaño de la motivación egocéntrica
Capítulo 45
Presagios de la cruz
Cristo es la Roca
Los discípulos no preveían una cruz
Satanás estaba intentando desalentar a Jesús
Capítulo 46
La transfiguración
El malentendido de Pedro
Capítulo 47
Una batalla contra los espíritus de Satanás
La fe nos conecta con el Cielo
Capítulo 48
¿Quién es el mayor?
La lucha por el lugar más alto
Debe desecharse todo aquello que conduce al pecado
La necesidad del tacto delicado
Capítulo 49
“¡Todo el que tenga sed puede venir!”
Motivos egoístas
La necesidad de los adoradores
Capítulo 50
Entre trampas
Ideas erróneas sobre el Mesías y su venida
Poder para discriminar entre el bien y el mal
Jesús lidia con un caso de adulterio
Capítulo 51
“La luz que lleva a la vida”
La pregunta de la sucesión apostólica
Ningún pecado en Jesús
El hombre ciego de nacimiento
Un milagro en sábado
No se podía negar el milagro
Capítulo 52
El divino Pastor
La responsabilidad de un pastor fiel
Por qué las ovejas lo siguen
Jesús sigue siendo nuestro pastor personal
Capítulo 53
El último viaje desde Galilea
Los samaritanos respondieron al amor de Cristo
Los líderes religiosos volvieron a muchos en contra de Cristo
El secreto del poder personal
Capítulo 54
El buen samaritano
Disipar las tinieblas dando entrada a la luz
Capítulo 55
Sin manifestación exterior
Capítulo 56
El amor de Jesús por los niños
Un ejemplo para padres y madres
Capítulo 57
Al joven rico le faltaba una cosa
¿Jesús pedía demasiado?
Capítulo 58
La resurrección de Lázaro
Capítulo 59
Sacerdotes y príncipes siguen conspirando
Cómo los intentó ayudar el Espíritu Santo
Capítulo 60
¿Cuál es la posición más importante?
Un reino de principios diferentes
Capítulo 61
El hombre pequeño que llegó a ser importante
Capítulo 62
María unge a Jesús
Por qué se molestó Judas
María obedeció las impresiones del Espíritu Santo
Judas deja la fiesta para acordar la traición a Jesús
Jesús nunca fue verdaderamente apreciado
Cómo obra Dios en realidad
El orgullo de Simón queda humillado
Capítulo 63
Jesús es aclamado Rey de Israel
Por qué Jesús permitió esta demostración
Este triunfo no era un séquito de duelo
Jesús prorrumpe en llanto
Capítulo 64
Un pueblo condenado
Por qué fue maldecido ese árbol
Capítulo 65
Cristo purifica de nuevo el templo
Sacerdotes y príncipes son silenciados
La curiosa piedra que prefiguraba a Cristo
Cómo ser edificados al ser quebrantados
Capítulo 66
Cristo confunde a sus enemigos
La resurrección: un tema controversial
Las ideas acerca de Dios moldean el carácter
Capítulo 67
La última visita de Jesús al Templo
El regalo invaluable de la viuda pobre
Capítulo 68
Cuando los griegos quisieron ver a Jesús
Se oyó la voz de Dios
Capítulo 69
Señales de la segunda venida de Cristo
Los siglos oscuros de la persecución
Las señales en los cielos
La tremenda maldad de los últimos días
¡Algo por lo cual vivir!
Capítulo 70
Cristo se identifica con los pobres y los que sufren
Cómo ignorar a Cristo
Capítulo 71
Un Siervo de siervos
El gran milagro de los corazones transformados
Por qué Cristo instituyó este servicio religioso
Capítulo 72
La institución de la Santa Cena
El ejemplo de Cristo prohíbe la exclusividad
Las razones para celebrar la Cena del Señor
Capítulo 73
“No se angustien”
El maravilloso privilegio de la oración
Cómo hace el Espíritu Santo que la obra de Cristo por nosotros sea eficaz
El propósito principal del Espíritu Santo
El pecado oculto de Pedro
Capítulo 74
La tremenda lucha en Getsemaní
La terrible tentación
Jesús anheló simpatía humana
El destino del mundo en la balanza
Cómo fue respondida la oración de Cristo
Capítulo 75
El juicio ilegal de Jesús
Los ángeles con alegría hubiesen librado a Cristo
Caifás casi se convence
La injusticia del juicio de Cristo
Pedro falló
Esfuerzos decisivos por condenar a Jesús
Capítulo 76
Cómo Judas perdió su vida
En contra de Cristo
La última oportunidad de Judas para arrepentirse
La agonía del remordimiento de Judas
Capítulo 77
El juicio de Cristo ante el gobernador romano
Pilato se convence de que es un complot
Jesús intenta salvar a Pilato
Algunos temblaron ante Jesús
La última oportunidad de Pilato
Pilato no previó las consecuencias
La transigencia lleva a la ruina
La bondad de Jesús hacia Pilato
Capítulo 78
Jesús muere en el Calvario
Un juicio mayor
La agonía de la madre de Cristo
Uno de los ladrones crucificados creyó
El terrible peso que Cristo cargó
La última oportunidad de mostrar misericordia humana
Cristo muere como un Triunfador
Capítulo 79
Cómo la muerte de Cristo derrotó a Satanás
La tierra es el escenario, el cielo es la audiencia
Cómo la justicia se mezcla con la misericordia
El “nuevo modelo” de mentira de Satanás
Capítulo 80
Jesús descansa en la tumba de José
El desánimo de los discípulos
Una ayuda inesperada
Muchos deciden estudiar la Biblia
Capítulo 81
“El Señor ha resucitado”
Caifás insta a dar un engaño
La garantía de nuestra resurrección
Muchos resucitaron con Jesús
Capítulo 82
“Mujer, ¿por qué lloras?”
Capítulo 83
De camino a Emaús
Jesús, a quien no reconocieron, explica las Escrituras
Sus corazones fueron atraídos hacia el extraño
Capítulo 84
Aparece Cristo resucitado
Reconoceremos a nuestros seres amados
Solo Dios puede perdonar
Capítulo 85
De nuevo a orillas del mar
Se restaura la confianza en Pedro
Cristo cuenta cómo morirá Pedro
Capítulo 86
“Vayan y hagan discípulos de todas las naciones”
El Espíritu Santo hace que el trabajo sea eficiente
Dónde podemos comenzar
Una vida saludable es parte del evangelio
El poder del evangelio
Capítulo 87
La entrada triunfal de Cristo al cielo
Recibido por carrozas de ángeles
¡El miedo de los discípulos había desaparecido!

Prefacio

Este libro es una traducción y adaptación del libro Él es la salida, la edición condensada del clásico de Elena de White El Deseado de todas las gentes. El libro condensado incluía todos los capítulos del original, y utilizaba las palabras de Elena de White, pero con un texto reducido.

Esta adaptación, El Libertador, da un paso más en ese sentido, y utiliza algunas palabras, expresiones y estructuras más familiares para los lectores del siglo XXI. El libro, sin embargo, no es una paráfrasis. Sigue el texto de la edición condensada frase por frase, y mantiene la fuerza de la composición literaria de Elena de White. Esperamos que los lectores que se acercan por primera vez a los escritos de Elena de White disfruten de esta adaptación y desarrollen el deseo de leer otros libros de su autoría.

Salvo que se indique lo contrario, los textos bíblicos fueron extraídos de la Nueva Traducción Viviente. Otras versiones utilizadas son la Nueva Versión Internacional (NVI); la Dios Habla Hoy (DHH); La Biblia de las Américas (LBLA); La Palabra, (versión hispanoamericana) (BLPH); Reina Valera Contemporánea (RVC); Reina-Valera 1960 (RVR); Reina-Valera 1977 (RVR 1977); Reina Valera Antigua (RVA); Traducción en Lenguaje Actual (TLA); y Versión Moderna (VM).

Muchos de los capítulos están basados en textos bíblicos, explicitados al comienzo. Las citas bíblicas que están dentro de esos textos se detallan solo con número de capítulo y de versículo.

El Libertador es la historia de un rescate heroico. Nos cuenta cómo una persona altruista –Jesucristo– lo arriesgó todo para venir a la Tierra y reconquistar este planeta en rebelión. Él no podría haberlo hecho permaneciendo en la seguridad y las comodidades del cielo, donde, por ser Dios, recibía adoración. Tuvo que dejar todo atrás, y nacer en este mundo como un bebé, en una familia que tenía que esforzarse para ganarse el pan de cada día. Durante casi toda su vida, el mundo no lo recibió; ni siquiera lo comprendió. Las personas se le oponían, tramaban matarlo, y al final lo golpearon, le escupieron y lo crucificaron. Pero no pudieron apartarlo o desviarlo de su propósito. Murió como un vencedor, y resucitó para completar su rescate para todos los que acudan a Dios por medio de él. No hay trama más importante en toda la historia del mundo, o aun del universo.

Este libro presenta la inspiradora y transformadora historia de Jesucristo, el único que puede satisfacer los anhelos más profundos de todo corazón. No obstante, este libro no tiene como propósito presentar una armonía de los Evangelios o disponer los acontecimientos importantes y las maravillosas lecciones de la vida de Cristo en un orden estrictamente cronológico. Más bien, el propósito de este libro es presentar el amor de Dios tal como se revela en su Hijo; mostrar la divina belleza de la vida de Cristo.

En las próximas páginas, la autora descubre ante el lector grandes tesoros de la vida de Jesús. Enfoques y puntos de vista nuevos iluminan muchos pasajes bíblicos conocidos. Este libro presenta a Jesucristo como la plenitud de Dios, el Salvador de infinita misericordia, el Sustituto del pecador, el Sol de Justicia, el Sumo Sacerdote fiel, el persuasivo Ejemplo para la humanidad, el Sanador de toda enfermedad y dolencia humana, el Amigo tierno y compasivo, el Príncipe de Paz, el Rey que viene, el foco de atención, y el cumplimiento de los deseos y las esperanzas de todas las gentes en todas las edades.

Es nuestro deseo y oración que muchos más lectores puedan acercarse a Dios por medio de estos libros y su presentación de temas bíblicos.

LOS EDITORES.

Capítulo 1

Cristo antes de venir a la Tierra

Desde los días de la eternidad, el Señor Jesucristo era uno con el Padre; era la imagen de Dios, expresión de su gloria. Jesús vino a este mundo oscurecido con el fin de mostrar esa gloria y revelar la luz del amor de Dios. Isaías profetizó de él: “Lo llamarán Emanuel (que significa ‘Dios está con nosotros’) ” (Mat. 1:23; ver Isa. 7:14).

Jesús era “la Palabra de Dios”: el pensamiento de Dios hecho audible. Dios no dio esta revelación solamente para sus hijos nacidos en la tierra. Nuestro pequeño mundo es el libro de texto del universo. Tanto los redimidos como los seres no caídos hallarán en la cruz de Cristo su ciencia y su canto. Todos verán que la gloria que resplandece en el rostro de Jesús es la gloria del amor abnegado. Verán que la ley del amor que renuncia a sí mismo es la ley de vida para el cielo y la tierra. El amor que “no exige que las cosas se hagan a su manera” emana del corazón de Dios, y se puede ver en Jesús, el humilde y tierno de corazón.

En el principio, Cristo puso los cimientos de la tierra. Fue su mano la que colgó los mundos en el espacio y modeló las flores del campo. Él llenó la tierra con belleza y el aire con cantos (ver Sal. 65:6; 95:5). Sobre todas las cosas escribió el mensaje del amor del Padre.

Ahora el pecado ha estropeado la obra perfecta de Dios; sin embargo, esa escritura permanece. Con la excepción del corazón humano egoísta, no hay nada que viva para sí. Cada árbol, arbusto y hoja emite oxígeno, sin el cual ni el hombre ni los animales podrían vivir; y el hombre y el animal, a su vez, cuidan la vida del árbol, el arbusto y la hoja. El océano recibe los ríos de todo continente, pero recibe para dar. Los vapores que ascienden de él caen en forma de lluvias para regar la tierra, para que esta produzca y florezca. Para los ángeles de gloria, dar es una alegría. Ellos traen a este oscuro mundo luz desde lo alto, y obran sobre el espíritu humano para poner a los perdidos en comunión con Cristo

Pero más allá de todas las representaciones menores, contemplamos a Dios en Jesús. Vemos que la gloria de Dios consiste en dar. “Yo no busco mi propia gloria”, dijo Cristo, “sino al que me envió” (Juan 8:50; 7:18). Cristo recibió todas las cosas de Dios, pero tomó para dar. A través del Hijo, la vida del Padre fluye hacia todos. A través del Hijo, vuelve como una marea de amor a la gran Fuente de todo, en forma de servicio alegre. Así, a través de Cristo, se completa el círculo de bendición.

¡Esta ley fue quebrantada en el cielo!

El pecado se originó con el egoísmo. Lucifer, el querubín cubridor, deseó ser el primero en el cielo. Quiso distanciar a los seres celestiales de su Creador y recibir el homenaje él mismo. Acusó al amante Creador de poseer sus propias características malignas, e hizo que los ángeles dudaran de la palabra de Dios y desconfiaran de su bondad. Satanás los indujo a considerarlo como severo e implacable. Así engañó a los ángeles. Del mismo modo engañó a los seres humanos, y la noche de sufrimiento envolvió este mundo.

La tierra quedó a oscuras por causa de una falsa interpretación de Dios. Con el fin de que el mundo pudiera ser traído de nuevo a Dios, debía romperse el poder engañoso de Satanás. Dios no podía hacerlo por la fuerza. Él desea solo el servicio de amor, y el amor no puede ganarse por la fuerza o la autoridad. Solo el amor puede generar más amor. Conocer a Dios es amarlo. Debemos ver su carácter en contraste con el carácter de Satanás. Había un solo Ser que podía realizar esta obra. Únicamente aquel que conocía la altura y la profundidad del amor de Dios podía darlo a conocer.

El plan de nuestra redención no fue un plan formulado después de la caída de Adán. Fue “su misterio durante largos siglos” (Rom. 16:25). Fue una manifestación de los principios que desde la eternidad habían sido el fundamento del Trono de Dios. Dios previó que el pecado podría existir, e hizo provisión para enfrentar esta terrible emergencia. Se comprometió a dar a su Hijo unigénito “para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16).

Lucifer había dicho: “¡Levantaré mi trono por encima de las estrellas de Dios! [...] Seré semejante al Altísimo”. Pero Cristo, “aunque era Dios, [...] renunció a sus privilegios divinos, adoptó la humilde posición de un esclavo y nació como un ser humano” (Isa. 14:13, 14; Fil. 2:6, 7).

Un sacrificio voluntario

Jesús podría haberse quedado en la gloria del cielo. Pero prefirió bajar del Trono del universo para traer vida a los que perecían.

Hace más de dos mil años, se oyó en el cielo una voz que decía:

“Me preparaste un cuerpo. [...] ‘Aquí me tienes –como el libro dice de mí–. He venido, oh Dios, a hacer tu voluntad’ ”

Hebreos 10:5-7.

Cristo estaba por visitar nuestro mundo y hacerse de carne y sangre. Si hubiese aparecido con la gloria que tenía antes de que existiese el mundo, no podríamos haber soportado la luz de su presencia. Para que pudiésemos contemplarla y no ser destruidos, él ocultó su gloria y veló su divinidad con humanidad.

Símbolos e ilustraciones habían representado este gran propósito. La zarza ardiente, en la cual Cristo se apareció a Moisés, revelaba a Dios. En esta humilde arbusto, aparentemente sin atractivos, se encontraba el Dios infinito. Él ocultó su gloria para que Moisés pudiese mirarla y vivir. De forma similar, en la columna de nube durante el día y la columna de fuego durante la noche, la gloria de Dios estaba velada, con el fin de que los hombres mortales pudiesen contemplarla. Así Cristo debió venir “como un ser humano”. Era Dios hecho carne, pero su gloria estaba velada, con el fin de que pudiera acercarse a hombres y mujeres afligidos y tentados.

Durante la larga peregrinación de Israel en el desierto, el Santuario estuvo con ellos como símbolo de la presencia de Dios (ver Éxo. 25:8). Del mismo modo, Cristo armó su tienda al lado de nuestras tiendas con la intención de que nos familiaricemos con su vida y carácter divinos. “La Palabra se hizo hombre y vino a vivir entre nosotros. Estaba lleno de amor inagotable y de fidelidad. Y hemos visto su gloria, la gloria del único Hijo del Padre” (Juan 1:14).

Porque Jesús vino a vivir con nosotros, cada hijo e hija de Adán puede comprender que nuestro Creador es el amigo de los pecadores. En toda atracción divina de la vida del Salvador sobre la tierra, vemos a “Dios [que] está con nosotros”.

Satanás pinta a la Ley de amor de Dios como una ley egoísta. Declara que es imposible que obedezcamos sus preceptos. Él acusa al Creador por la caída de Adán y de Eva, nuestros primeros padres, y lleva a la humanidad a considerar que Dios es el autor del pecado, el sufrimiento y la muerte. Jesús debía desenmascarar ese engaño. Siendo uno de nosotros, debía dar un ejemplo de obediencia. Por eso tomó sobre sí nuestra naturaleza y pasó por las experiencias que nosotros pasamos. “Era necesario que en todo sentido él se hiciera semejante a nosotros, sus hermanos” (Heb. 2:17). Si tuviésemos que soportar algo que Jesús no soportó, Satanás tomaría ese detalle y diría que el poder de Dios no nos es suficiente. Por tanto, Jesús “ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros” (Heb. 4:15). Soportó toda prueba que podríamos enfrentar, y no ejerció en su favor poder alguno que no se nos haya ofrecido generosamente. Como todo ser humano, hizo frente a la tentación y venció con la fuerza que Dios le daba. Dejó en claro cuál es el carácter de la Ley de Dios, y su vida es una prueba de que nosotros también podemos obedecer la Ley de Dios.

Por medio de su humanidad, Cristo tocó a la humanidad; por medio de su divinidad se aferró al trono de Dios. Como Hijo del hombre nos dio un ejemplo de obediencia; como Hijo de Dios nos imparte poder para obedecer. Nos dice: “Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra” (Mat. 28:18). “Dios está con nosotros” es la garantía de que seremos salvados del pecado, la seguridad de que tendremos el poder para obedecer la Ley del cielo.

Cristo reveló que su carácter es el extremo opuesto del carácter de Satanás. “Cuando apareció en forma de hombre se humilló a sí mismo en obediencia a Dios y murió en una cruz como morían los criminales” (Fil. 2:7, 8). Cristo tomó la forma de un siervo y ofreció el sacrificio; él mismo fue el sacerdote, él mismo fue la víctima sacrificada. “Él fue [...] aplastado por nuestros pecados; fue golpeado para que nosotros estuviéramos en paz” (Isa. 53:5).

Fue tratado como nosotros merecemos

Cristo fue tratado como nosotros merecemos, para que nosotros pudiésemos ser tratados como él merece. Fue condenado por causa de nuestros pecados, en los que no había participado, con el fin de que nosotros pudiésemos ser justificados por medio de su justicia, en la cual no habíamos participado. Él sufrió la muerte que era nuestra, para que pudiésemos recibir la vida que era suya. “Gracias a sus heridas fuimos sanados” (Isa. 53:5).

Satanás estaba determinado a lograr una eterna separación entre Dios y los hombres; pero, al tomar nuestra naturaleza, el Salvador se unió con la humanidad por medio de un vínculo que nunca se romperá. “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito” (Juan 3:16). Lo dio no solo para morir como nuestro Sacrificio; lo dio para que llegase a ser uno más de la familia humana, y retuviese para siempre su naturaleza humana.

“Pues nos es nacido un niño, un hijo se nos es dado; el gobierno descansará sobre sus hombros”. Dios adoptó la naturaleza humana en la persona de su Hijo, y la ha llevado al más alto cielo. El “Hijo del hombre” será llamado “Consejero Maravilloso, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz”. (Isa. 9:6, énfasis añadido). El que es “santo y no tiene culpa ni mancha de pecado”, no se avergüenza de llamarnos hermanos y hermanas (Heb. 7:26; 2:11). El cielo está dentro de un cuerpo humano, y el Amor infinito abraza a toda la humanidad.

La exaltación de los redimidos será un testimonio eterno de la misericordia de Dios. “En los tiempos futuros”, Dios nos pondrá “como ejemplos de la increíble riqueza de la gracia y la bondad que nos tuvo, como se ve en todo lo que ha hecho por nosotros, que estamos unidos a Cristo Jesús”, “para mostrar la amplia variedad de su sabiduría a todos los gobernantes y autoridades invisibles que están en los lugares celestiales” (Efe. 2:7; 3:10).

A través de la obra de Cristo, el gobierno de Dios queda justificado. El Omnipotente se da a conocer como el Dios de amor. Cristo refutó las acusaciones de Satanás y desenmascaró su carácter. El pecado nunca podrá entrar nuevamente en el universo. A través de las edades eternas, todos estarán seguros contra la apostasía. Por medio del amor que se sacrifica a sí mismo, Jesús unió tierra y cielo con el Creador por medio de vínculos irrompibles.

Allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. La tierra, el mismo territorio que Satanás reclama como suyo, será honrada por encima de todos los demás mundos en el universo. Aquí, donde el Rey de gloria vivió, sufrió y murió, aquí es donde Dios vivirá con la humanidad, “Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Apoc. 21:3). A través de las edades sin fin, los redimidos lo alabarán por este don tan maravilloso que no puede describirse con palabras: Emanuel, “Dios está con nosotros”.

Capítulo 2

El pueblo que debía recibirlo

Por más de mil años el pueblo judío había esperado la venida del Salvador. Y sin embargo, cuando vino, no lo conocieron. No vieron en él hermosura que lo hiciera deseable a sus ojos (ver Isa. 53:2). “Vino a lo que era suyo, pero los suyos no lo recibieron” (Juan 1:11).

Dios había elegido a Israel para preservar los símbolos y las profecías que señalaban al Salvador, para que fuesen como manantiales de salvación para el mundo. El pueblo hebreo entre las naciones debía revelar a Dios a los hombres. Al llamar a Abraham, el Señor le había dicho: “Por medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra” (Gén. 12:3). El Señor declaró, por medio de Isaías: “Mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos” (Isa. 56:7).

Pero los israelitas pusieron sus esperanzas en la grandeza mundanal y siguieron las costumbres de los paganos. No cambiaron cuando Dios les mandó advertencias por medio de sus profetas. No cambiaron cuando sufrieron el castigo de la conquista y la opresión pagana. A cada reforma le seguía una apostasía más profunda.

Si Israel hubiese sido fiel a Dios, él los habría elevado “muy por encima de todas las otras naciones que creó”, con “alabanza, honra y fama”. Les aseguró: “Cuando esas naciones se enteren de todos estos decretos, exclamarán: ‘¡Qué sabio y prudente es el pueblo de esa gran nación!’” (Deut. 26:19; 4:6). Pero a causa de su infidelidad, Dios solo pudo realizar sus planes a través de continua adversidad y humillación. Fueron llevados en cautiverio a Babilonia y dispersados por tierras de paganos. Mientras se lamentaban por el santo templo que había quedado desolado, hicieron resplandecer el conocimiento de Dios entre las naciones. Los sistemas paganos de sacrificios eran una distorsión del sistema que Dios había señalado; y muchos aprendieron de los hebreos el significado de los sacrificios como Dios los había planeado, y con fe aceptaron la promesa de un Redentor.

Muchos de los exiliados perdieron la vida por negarse a violar el sábado y observar fiestas paganas. Al levantarse los idólatras para aplastar la verdad, el Señor puso a sus siervos cara a cara con reyes y gobernantes, con el fin de que estos y sus pueblos pudiesen recibir luz. Los más grandes reyes fueron inducidos a proclamar que el Dios a quien adoraban los cautivos hebreos era supremo sobre todos.

Durante los siglos que siguieron a la cautividad en Babilonia, los israelitas fueron curados de la adoración a las imágenes, y se convencieron de que su prosperidad dependía de su obediencia a la ley de Dios. Pero la obediencia de muchos del pueblo era por un motivo egoísta. Servían a Dios como medio para alcanzar la grandeza nacional. No llegaron a ser la luz del mundo, sino que se aislaron con el fin de escapar de la tentación. Dios había restringido que se asociaran con los idólatras para impedir que adoptaran prácticas paganas. Pero malinterpretaron esa instrucción. La usaron para construir un muro de separación entre Israel y las demás naciones. El pueblo de Israel, de hecho, estaba celoso ¡de que el Señor mostrara misericordia a los gentiles!

Cómo se distorsionaron los servicios del Santuario

Después de regresar de Babilonia, por todo el país se erigieron sinagogas, en las cuales los sacerdotes y escribas explicaban la ley. Había escuelas que sostenían que enseñaban los principios de la justicia. Pero durante el cautiverio, muchos del pueblo habían adquirido ideas paganas, y las fueron incorporando a su ceremonial religioso.

Cristo mismo había instituido esos rituales. Todo el servicio ritual era un símbolo de él, y estaba lleno de vitalidad y belleza espiritual. Pero el pueblo israelita perdió la vida espiritual de sus ceremonias y confió en los sacrificios y los ritos en sí mismos, en vez de confiar en aquel a quien estos señalaban. Con el fin de suplir lo que habían perdido, los sacerdotes y los rabinos agregaron muchos requerimientos de su invención. Cuanto más rígidos se volvían, tanto menos del amor de Dios mostraban.

Los que trataban de observar los rigurosos y agobiantes preceptos rabínicos, no podían hallar descanso de una conciencia intranquila. Así Satanás obraba para desanimar al pueblo, para rebajar su concepto del carácter de Dios y para dejar en ridículo la fe de Israel. Esperaba demostrar lo que había sostenido cuando se rebeló en el cielo: nadie puede obedecer los requerimientos de Dios. Él declaraba que incluso Israel no guardaba la Ley.

A la espera de un falso mesías

El pueblo de Israel no tenía un verdadero concepto de la misión del Mesías. No buscaban ser salvados del pecado, sino ser liberados de los romanos. Esperaban que el Mesías exaltara a Israel al dominio universal. Así se fue preparando el camino para que rechazaran al Salvador.

En el tiempo cuando Cristo nació, la nación estaba irritada bajo el gobierno de sus amos extranjeros y atormentada por divisiones internas. Los romanos nombraban o removían al sumo sacerdote, y a menudo personas corruptas llegaban a ese cargo por medio de sobornos y aun homicidios. Así, el sacerdocio se volvió cada vez más corrupto. El pueblo estaba sujeto a exigencias despiadadas, y también a los costosos impuestos de los romanos. El descontento, la codicia, la violencia, la desconfianza y la apatía espiritual estaban socavando el corazón de la nación. El pueblo, en sus tinieblas y opresiones, anhelaban que alguien le devolviera el reino a Israel. Habían estudiado las profecías, pero sin percepción espiritual. Interpretaban las profecías de acuerdo con sus deseos egoístas.

Capítulo 3

El pecado de Adán y Eva, y “el tiempo establecido”

Cuando Adán y Eva oyeron por primera vez la promesa de la venida del Salvador, esperaban que se cumpliese muy pronto. Le dieron la bienvenida a su hijo primogénito, esperando que fuese el Libertador. Pero los que recibieron primero la promesa murieron sin verla cumplida. La promesa fue repetida por medio de los patriarcas y los profetas, manteniendo viva la esperanza de su llegada. Y sin embargo, no vino. La profecía de Daniel revelaba el tiempo de su advenimiento, pero no todos interpretaban correctamente el mensaje. Transcurrió un siglo tras otro. Naciones ocuparon y oprimieron a Israel, y muchos se inclinaban a exclamar: “Su cumple el tiempo, pero no la visión” (Eze. 12:22).

Pero como las estrellas que cruzan los cielos en su órbita señalada, los planes de Dios no tienen prisa ni pausa. En el concilio celestial se había determinado la hora en que Cristo debía venir. Cuando el gran reloj del tiempo marcó esa hora, Jesús nació en Belén.

“Cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo” (Gál. 4:4). El mundo estaba listo para la llegada del Libertador. Las naciones estaban unidas bajo un mismo gobierno. Había una lengua internacional muy difundida. De todos los países, los judíos de la diáspora, dispersos por el mundo, viajaban a Jerusalén para asistir a las fiestas anuales. Al volver a los países en donde vivían, podrían difundir por el mundo la noticia de la llegada del Mesías.

Los sistemas paganos estaban perdiendo su poder sobre la gente. Las personas deseaban con vehemencia una religión que pudiese satisfacer el corazón. Los que buscaban la luz anhelaban conocer al Dios vivo, anhelaban tener alguna seguridad de que había vida más allá de la tumba.

Muchos anhelaban un Libertador

La fe del pueblo de Israel se había empañado, y la esperanza casi había dejado de iluminar el futuro. Para las muchedumbres, la muerte era un temible misterio; mas allá de la tumba, todo era incierto y oscuridad. En “la tierra donde la muerte arroja su sombra”, las personas vivían su lamento sin consuelo. Esperaban con ansias la llegada del Libertador, cuando se aclararía el misterio de lo futuro.

Fuera de la nación judía, hubo personas que buscaban la verdad, y a estas Dios les impartió el Espíritu de Inspiración. Sus palabras proféticas habían encendido esperanzas en el corazón de millares de no judíos, los “gentiles”.

Desde hacía varios siglos las Escrituras estaban traducidas al griego, idioma extensamente difundido por todo el Imperio Romano. Los judíos se hallaban dispersos por todas partes; y, hasta cierto punto, los gentiles también esperaban la venida del Mesías. Entre quienes los judíos llamaban “paganos”, había personas que entendían mejor que los maestros de Israel las profecías bíblicas concernientes a la venida del Mesías.

Algunos de quienes esperaban su venida como libertador del pecado se esforzaban por estudiar el misterio del sistema orgánico hebreo. Pero el pueblo de Israel estaba resuelto a mantenerse separado de las otras naciones, y no estaba dispuestos a compartir el conocimiento que poseían acerca de los servicios simbólicos. El verdadero Intérprete, Aquel a quien todos los símbolos representaban, debía venir y explicar su significado. Dios debía enseñar a la humanidad en su propio lenguaje. Cristo debía venir para pronunciar palabras que pudieran comprender claramente y separar la verdad de la cizaña que había anulado su poder.

Entre los judíos, quedaban creyentes firmes que habían preservado el conocimiento de Dios. Fortalecían su fe recordando la promesa dada por medio de Moisés: “El Señor su Dios hará surgir para ustedes, de entre sus propios hermanos, a un profeta como yo; presten atención a todo lo que les diga” (Hech. 3:22). Leían que el Señor iba a ungir a Uno “para anunciar buenas nuevas a los pobres”, “para sanar los corazones heridos, a proclamar liberación a los cautivos” y a declarar “el año del favor del Señor” (Isa. 61:1, 2). Él establecería “justicia en toda la tierra”, y “las tierras lejanas más allá del mar” esperarían sus instrucciones (Isa. 42:4). Las naciones gentiles vendrían a su luz, y reyes poderosos para ver su resplandor (ver Isa. 60:3).

Las palabras del moribundo Jacob los llenaban de esperanza: “El cetro no se apartará de Judá, ni de entre sus pies el bastón de mando, hasta que llegue el verdadero rey” (Gén. 49:10). El poder decreciente de Israel anunciaba que se acercaba la llegada del Mesías. Estaba muy difundida la expectativa de un príncipe poderoso que establecería su reino en Israel y se presentaría ante las naciones como un libertador.

Satanás casi logra su objetivo

“El tiempo establecido” había llegado. La humanidad, cada vez más degradada por los siglos de pecado, necesitaba la venida del Redentor. Satanás había estado obrando para ahondar y hacer insalvable el abismo entre el cielo y la tierra. Había envalentonado a las personas en el pecado. Se proponía agotar la paciencia de Dios, con el fin de que abandonase al mundo al control de Satanás.

La batalla de Satanás por la supremacía parecía haber tenido un éxito casi completo. Es cierto que en toda generación, aun entre los paganos, hubo personas por medio de quienes Cristo obraba para elevar a la gente de su pecado. Pero estos reformadores fueron odiados. Muchos sufrieron una muerte violenta. La oscura sombra que Satanás había echado sobre el mundo se volvía cada vez más densa.

El mayor triunfo de Satanás fue pervertir la fe de Israel. Los paganos habían perdido el conocimiento de Dios y se habían ido corrompiendo cada vez más. Así también había sucedido con Israel. El principio de que podemos salvarnos por nuestras obras era el fundamento de toda religión pagana, y ahora había llegado a ser el principio de la religión judía.

El pueblo de Israel estaba defraudando al mundo al mostrar una falsificación del evangelio. Se habían negado a entregarse a Dios para la salvación del mundo, y llegaron a ser agentes de Satanás para su destrucción. El pueblo a quien Dios había llamado para ser columna y base de la verdad hacía la obra que Satanás deseaba que hiciese, seguía una conducta que representaba falsamente el carácter de Dios y hacía que el mundo lo considerase un tirano. Los sacerdotes que servían en el Templo habían perdido de vista el significado del servicio que cumplían. Eran como actores de una obra de teatro. Los ritos que Dios mismo había ordenado pasaron a ser lo que les cegaba la mente y endurecía el corazón. Dios ya no podía hacer cosa alguna por la humanidad por medio de ellos.

Dios se compadece del mundo perdido

Habían sido puestos en operación todos los medios para depravar el alma de los hombres. El Hijo de Dios miró al mundo con compasión, y vio cómo los hombres y las mujeres habían llegado a ser víctimas de la crueldad satánica. Aturdidos y engañados, avanzaban en lóbrega procesión hacia la muerte en la cual no hay esperanza de vida, hacia la noche que no ha de tener mañana.

Los cuerpos de los seres humanos habían llegado a ser habitación de demonios. Seres sobrenaturales movían los sentidos, los nervios y los órganos de las personas para complacer las más bajas pasiones. La estampa de los demonios estaba grabada en los rostros humanos. ¡Qué espectáculo contempló el Redentor del mundo!

El pecado había llegado a ser una ciencia, y el vicio una parte de la religión. La rebelión y la hostilidad contra el Cielo eran muy violentas. Los mundos que no habían caído miraban expectantes para ver a Dios acabar con los habitantes de la tierra. Y si Dios hubiese hecho eso, Satanás estaba listo para llevar a cabo su plan de ganarse el apoyo de los seres celestiales. Él había declarado que los principios del gobierno divino hacen imposible el perdón. Si el mundo hubiera sido destruido, habría echado la culpa sobre Dios y extendido su rebelión a los mundos superiores.

Pero en vez de destruir al mundo, Dios envió a su Hijo para salvarlo. Proporcionó un modo de rescatarlo. “Cuando se cumplió el tiempo establecido”, Dios derramó sobre el mundo tal efusión de gracia sanadora, que no se interrumpiría hasta que se cumpliese el plan de salvación. Jesús vino para restaurar en nosotros la imagen de nuestro Hacedor, para expulsar a los demonios que habían dominado la voluntad, para levantarnos del polvo y rehacer el carácter estropeado, para que vuelva a ser a semejanza de su carácter divino.

Capítulo 4

Nacido en un establo

Este capítulo está basado en Lucas 2:1 al 20.

El Rey de gloria se rebajó a tomar la humanidad. Ocultó su gloria y rehuyó toda ostentación externa. Jesús no quería que ninguna atracción terrenal convocara a las personas a su alrededor. Únicamente la belleza de la verdad celestial debía atraer a quienes lo siguiesen. Él deseaba que lo aceptasen por lo que la Palabra de Dios decía acerca de él.

Los ángeles miraban para ver cómo el pueblo de Dios iba a recibir a su Hijo, revestido con forma humana. Los ángeles fueron a la tierra donde había brillado la luz de la profecía. Fueron sin ser vistos a Jerusalén y se acercaron a los ministros de la casa de Dios.

Un ángel ya había anunciado la proximidad de la venida de Cristo al sacerdote Zacarías, cuando este servía ante el altar. Ya había nacido Juan el Bautista, el precursor de Jesús, y las noticias de su nacimiento y del significado de su misión se habían dispersado por todas partes. Sin embargo, Jerusalén no se estaba preparando para dar la bienvenida a su Redentor. Dios había llamado a la nación judía para comunicar al mundo que Cristo debía nacer del linaje de David; aun así, no sabían que su venida era inminente.

En el Templo, los sacrificios de la mañana y de la tarde señalaban al Cordero de Dios; sin embargo, ni aun allí se hacían los preparativos para recibirlo. Los sacerdotes y los maestros repetían sus rezos sin sentido y ejecutaban los ritos del culto, pero no estaban preparados para la llegada del Mesías. La misma indiferencia se difundió por toda la tierra de Israel. Corazones egoístas y absortos con cosas del mundo eran indiferentes al gozo que conmovía a todo el cielo. Solo unos pocos anhelaban ver al Invisible.

Ángeles acompañaron a José y a María en su viaje de Nazaret a la ciudad de David. El edicto de la Roma Imperial con la orden de censar a los pueblos de sus enorme territorio alcanzó las colinas de Galilea. Augusto César fue usado por Dios para llevar a la madre de Jesús a Belén. Ella era descendiente de David; y el Hijo de David debía nacer en la ciudad de David. Dijo el profeta: “De ti, Belén Efrata [...] saldrá el que gobernará a Israel; sus orígenes se remontan hasta la antigüedad, hasta tiempos inmemoriales” (Miq. 5:2).

Pero José y María no fueron reconocidos ni honrados en la ciudad de este linaje real. Cansados y sin hogar, caminaron por la estrecha calle hasta la otra punta de la ciudad, buscando en vano un lugar donde pasar la noche. Ya no quedaba ningún lugar en la posada. Por fin hallaron refugio en un tosco edificio donde dormían los animales, y allí nació el Redentor del mundo.

La noticia llenó el cielo de alegría. Seres santos del mundo de luz se sintieron atraídos hacia la tierra. Sobre las colinas de Belén se reunieron innumerables ángeles, a la espera de la señal que les indicase declarar la feliz noticia al mundo. Los líderes de Israel podrían haber compartido la alegría de anunciar el nacimiento de Jesús, pero fueron pasados por alto. Los esplendentes rayos del Trono de Dios brillarán para los que busquen la luz y la acepten con alegría (ver Isa. 44:3; Sal. 112:4).

Solo les importó a unos cuidadores de ovejas