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ÍNDICE

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Diseño de portada: Julián Toro Veloza

Primera edición en formato impreso, 2018

Esta publicación fue sometida a un estricto proceso de arbitraje por pares, con base en los lineamientos establecidos por el Comité Editorial de El Colegio de la Frontera Sur.

DR © El Colegio de la Frontera Sur

Desarrollo de epub: Ricardo Gallardo/Nieve de Chamoy

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Hecho en México / Made in Mexico

ECOLOGÍA POLÍTICA DE LA AGRICULTURA

Agroecología y posdesarrollo

ECOLOGÍA POLÍTICA DE LA AGRICULTURA
Agroecología y posdesarrollo

Omar Felipe Giraldo

A mi adorada Ingrid

INTRODUCCIÓN

La agricultura gravita en un juego de relaciones de poder que no ha sido abordado suficientemente por la ecología política y el pensamiento ambiental. Si bien es cierto que existen muy buenos estudios de caso documentados desde este campo de conocimiento, y que hay excelentes despliegues que tocan el tema1, a la fecha existen pocos trabajos que hayan tratado de articular, con la especificidad necesaria, las herramientas teóricas que la ecología política toma prestadas de otras disciplinas, para desentrañar y esclarecer los orígenes de los discursos, prácticas y supuestos culturales que explican los conflictos y antagonismos existentes en una de las actividades que más ponen en tensión las condiciones que hacen posible la reproducción de las tramas de la vida. La agroecología, por su parte, ha sido la materia que más asiduamente ha abordado la dimensión del poder en la agricultura2. Sin embargo, existe una tendencia a verse a sí misma como una vía alternativa para el desarrollo rural y el desarrollo sostenible. Lo anterior podría atribuirse a que, desde el entramado conceptual propio de la agroecología, no es fácil ver que “el desarrollo” es un proyecto cultural de la modernidad capitalista, el cual, durante más de medio siglo, y bajo el pretexto de mejorar la vida de las poblaciones, ha terminado por incorporar la vida de la gente en los cálculos políticos, para funcionalizarla según las dinámicas de la acumulación de capital. De ahí la necesidad de hacer un diálogo entre estos dos campos hermanos.

En este libro intento mostrar que las discusiones políticas de la agroecología pueden encontrar un espacio fructífero de reflexión si anidan en la ecología política y el posdesarrollo, y dejan de verse inmersas en el marco del desarrollo sostenible o el desarrollo rural. Si bien es cierto que los problemas y abordajes de la ecología política difieren sustantivamente entre autores y corrientes de pensamiento, la vertiente en la cual se apoya el presente trabajo utiliza la “crítica a la modernidad” y “la crítica al desarrollo” como el sostén desde el cual se entienden las relaciones entre el capital, la cultura y la naturaleza, y los dispositivos puestos en marcha para el control territorial y las corporalidades que habitan en diversos espacios. Considero que el problema de no haber analizado con detalle las estrategias de poder que se entretejen en el transfondo cultural del desarrollo agrícola y los regímenes alimentarios, es que no se perciben las tácticas de subjetivación puestas en marcha para subsumir las corporalidades al andamiaje institucional que está al servicio del sistema económico capitalista. En ese escenario, la ecología política resulta ser el campo interdisciplinar ideal para la agroecología puesto que considera cómo el sistema crea activamente los “cuerpos dóciles” (Foucault, 2009a) necesarios para hacer posible que la naturaleza pase de ser el espacio-vida al cual pertenecemos como seres bióticos, para convertirse en una mercancía que se transa en términos de los valores del mercado (Leff, 2004), y en donde el gran capital, en connivencia con el Estado, decide sobre la vida en un proceso que coindice con la muerte (Agamben, 2017).

Lo que le ha faltado a la agroecología hasta ahora, es construir el problema de la agricultura en clave de los procedimientos discursivos, el estatuto ontológico, y los dispositivos políticos en el contexto histórico que ha hecho posible la expansión agroextractivista a escala global. Lo anterior es muy diferente a discernir cuál política pública es la más favorable o qué procedimientos institucionales son los más adecuados para cambiar el régimen agrícola y alimentario. Se trata de definir, en cambio, el problema agrícola en el escenario de las estrategias de poder que se fundan en las racionalidades técnico-políticas y metafísicas de la geopolítica agraria, así como los procesos que los actores campesinos, indígenas, y otros sectores subalternos de la sociedad, llevan a cabo, para re-significar y valorar sus territorios en el contexto de los intentos orientados a la apropiación capitalista.

La propuesta planteada en este libro a los movimientos sociales agroecologistas consiste en que si hacen propia la crítica al proyecto del desarrollo en su antagonismo en contra del agronegocio y la revolución verde, podrán no sólo afilar su crítica, sino hacer inteligible, ante sí mismos y ante otros movimientos sociales que también defienden la vida y el territorio, que sus prácticas y procesos sociales ya están dando una de las pautas más interesantes para las transiciones hacia el posdesarrollo y el postextractivismo. Sin embargo, es necesario hacer una aclaración: la crítica hacia el proyecto del desarrollo es mucho más que una cuestión semántica. Supone cuestionar el régimen moderno de producción de verdad sobre los sistemas agroalimentarios, entendiendo que el conflicto político que libra, es, ante todo, un conflicto con el proyecto cultural de la modernidad y el orden simbólico que sustenta las significaciones metafísicas del agronegocio extractivo. Se hace énfasis en el hecho que la crisis civilizatoria en la cual vivimos, no es un problema que se derive de haber desatendido la naturaleza en los cálculos del desarrollo, sino que es un síntoma de los símbolos dicotómicos modernos, que incluyen la separación sujeto y objeto, naturaleza y sociedad, individuo y comunidad, mente y cuerpo, razón y emociones, de los cuales se derivan el individualismo, la fe en el progreso y nuestra auto-percepción antropocéntrica por la cual concebimos las urdimbres de la vida como vulgares recursos disponibles para nuestros afanes explotadores. Por eso cualquier alternativa a la devastación en la que hoy vivimos, no puede partir de los mismos símbolos que nos están llevando al abismo; y por el contrario, debe cuestionar hasta sus cimientos, la estructura de significaciones en las que tan cómodamente se asienta la modernidad capitalista.

Beber de la ecología política, supone, además, aceptar que la lucha agroecológica no puede mantenerse al margen de la sofisticación de los regímenes de dominio, ni de los dispositivos de poder vinculados al desarrollo. Entenderlo, por un lado, dará mayores elementos para comprender los límites de su acción política cuando se sigue estando inmerso en los regímenes de verdad y la estructura simbólica hegemónica. No es fácil escapar a las relaciones de poder que ha construido la maquinaria del desarrollo durante tantos años. De tal modo que las resistencias de los movimientos sociales agroecológicos y otros sectores de la sociedad que impugnan la agricultura industrializada y el sistema alimentario globalizado, tendrán que aceptar que, si continúan enfocándose en los marcos categoriales del desarrollo, van a sucumbir ante las mismas tecnologías de poder que intentan combatir. Ello además permitirá ser más cautelosos durante las conquistas conseguidas en su conflicto con los aparatos estatales y multilaterales, pues hará más visible el peligro de terminar otorgando mayor poder al orden político del que se quieren distanciar.

La ecología política de la agricultura que presento en este libro no pretende abordar todas las facetas relativas a este campo de estudios. Es tan sólo un intento de abrir un campo epistémico para la agroecología, que no es el desarrollo sostenible, ni el desarrollo rural, sino la ecología política y el pensamiento ambiental, y señalar algunos análisis posibles en el entrecruzamiento de la economía política, el postestructuralismo, la fenomenología, la complejidad y la filosofía ambiental. Con ello aspiro, por un lado, a romper el sesgo por el productivismo y el enjambre de conceptos derivados de la racionalidad económica inherente a las ciencias agrarias; mientras que, por el otro, procuro construir el problema del poder de la agricultura en el contexto de los antagonismos y las conflictividades entre actores disidentes en sus procesos por la reapropiación social de la naturaleza (Leff, 2014). Espero que el análisis sirva también para que la ecología política y el pensamiento crítico en general, visualicen las enormes contribuciones que los procesos sociales de la agroecología están dando a otras actividades no agrícolas para el posdesarrollo, el postextractivismo y las transiciones hacia un mundo más allá del capital.

El libro está dividido en siete capítulos. En el primero busco de-construir algunas significaciones del pensamiento moderno que le dan sentido a las acciones y los discursos del agroextractivismo en el mundo contemporáneo. Parto del principio de que el agronegocio no puede comprenderse cabalmente, y menos arrebatarsale su poder, si antes no se atienden las raíces que le dan sustento al productivismo y a esa pulsión por extraer lo oculto de la naturaleza, como si fuera una bodega de “recursos naturales” disponibles para ser extraídos, transformados, almacenados y distribuidos como mercancías. Intento plantear el problema asegurando que la economía política del agroextractivismo es un componente más en la historia de la metafísica, que se consuma en la era moderna con la auto-constitución del ser humano como sujeto, la percepción del resto del mundo como objeto, la pretensión de dominación técnica del planeta —expresadas hoy de manera dramática en las tecnologías de la revolución verde y en los paisajes del agronegocio—, y la creencia, según la cual, la historia humana puede explicarse como un desarrollo progresivo que va “de menos a más”.

En el segundo capítulo comienzo asegurando que de esta perspectiva moderna de concebir la realidad, se deriva un tipo de pensamiento ligado a la economía del agroextractivismo: una manera de comprender el mundo, y a nosotros mismos, como si estuviéramos gobernados por las leyes del mercado, tratando como mercancía todo lo que no lo es, y concibiendo nuestras acciones como si estuvieran siempre motivadas por el lucro. Presento una breve historia ambiental de cómo esa racionalidad permeó en la expansión agrocapitalista a escala mundial, concentrándome específicamente en el binomio discursivo desarrollo y pobreza, mediante el cual se creó una serie de necesidades formuladas en términos de subconsumo (Illich, 1996). Con ese discurso se hizo verdad el hecho de que las “necesidades” creadas podían resolverse mediante la inserción de más personas a la economía de mercado y a las bondades de la tecnología, lo cual tuvo importantes implicaciones para la creación de consumidores para los excedentes agrícolas que aquejaban el funcionamiento del sistema durante la posguerra, los alimentos procesados de la industria alimentaria, los insumos químicos y la maquinaría agrícola. Termino el capítulo mostrando con algunos datos, cómo el proceso de simplificación ecosistémica y contaminación creada por el modelo, ha terminado por destruir el sustento natural del que depende el mismo capital para continuar su incansablemente dinámica expansiva. Aunque también cómo la destrucción viene siendo aprovechada por el mismo sistema para intentar reconfigurar el modelo agrícola mundial, abriendo nuevas fuentes de negocios mediante el discurso de la economía verde y el desarrollo sustentable.

En el tercer y cuarto capítulo, retomo los aspectos teóricos abordados en los dos primeros capítulos, para sugerir una interpretación sobre las estrategias de poder de la agricultura en el mundo contemporáneo. Se empieza planteando un diálogo con las más recientes aportaciones de la ecología política, cuyos contenidos han tomado la noción de la “acumulación por despojo”, que David Harvey (2007) y otros muchos autores, han construído actualizando la acumulación originaria descrita por Marx. El objetivo es mostrar que, a pesar de los violentos procesos de despojo que han venido ocurriendo en los últimos años, no podemos obviar que el control territorial es más poderoso cuando es más silencioso, cuando incorpora; cuando se hace con el consentimiento del conjunto de la población. En particular, me concentro en el fenómeno del acaparamiento de tierra de los países del Sur global, haciendo una lectura fenomenológica y constructivista de la expansión geográfica del agronegocio, partiendo del principio según el cual para apoderarse de la tierra no siempre es necesario desplazar físicamente a sus pobladores. En la medida en que es prácticamente imposible acaparar todas las tierras del planeta para transformarlas en uniformes plantaciones agroindustriales, el capital está poniendo a su disposición los predios en los que millones de personas cultivan y pastorean de manera indirecta con el fin de que sean serviles a las dinámicas de las rentas territoriales. Y eso lo hace cuando elementos autónomos propios de las tradiciones técnicas y las economías campesinas, son atravesados por elementos heterónomos que cambian el contexto de donde surgen sus aprendizajes, sus campos de enunciación y sus acciones cotidianas, mediante los discursos y prácticas de la nueva geopolítica del desarrollo agrícola.

En el cuarto capítulo continuaremos haciendo diálogo con el neomarxismo para dilucidar algunas estrategias de poder que no resultan tan evidentes desde la mirada estructuralista. El objetivo es preguntar cómo el capital domina los territorios, controlando los cuerpos, por medio de un re-direccionamiento de las relaciones afectivas y el orden de las sensibilidades entre los pobladores rurales, y sus lugares de reproducción. En ese apartado sontengo que no puede existir un proceso de control territorial que no se inscriba en el cuerpo, en los flujos afectivos y los horizontes sintientes de los hegemonizados, creando el marco de referencia sobre aquello que realmente podemos sentir. Se trata de un moldeamiento del repertorio sensible y del deseo organizado por las instituciones que construye imaginarios desterritorializados y desamarra las tramas comunitarias. No se trata de crear insensibilidades, sino de orientar la sensibilidad estableciendo aquello que puede ser sentido de aquello que no puede serlo (León, 2011). Mi hipótesis es que la eficacia de esta conquista afectante reside en buena medida en las características de las estéticas agrarias producidas por el capital, pues es en el seno de tales estéticas, donde el régimen sensible surge de una manera y no de otra. Es en los paisajes del agroextractismo, en los que, como un escenario donde acontece la experiencia cotidiana, se regulan afectos, se administran los deseos, saberes, y cobran sentido los regímenes de verdad del agrocapitalismo.

Toda esta primera parte del libro sugiere que la conquista de los cuerpos es la herramienta fundamental del desarrollo sin lo cual sería imposible poner en marcha la expansión geográfica de la locomotora agroindustrial. El agronegocio utiliza la biopolítica del desarrollo para fabricar activamente a las poblaciones, haciendo que las personas tengan una percepción de sí mismos, distanciados unos de otros, desamarrados de la tierra, y auto-percibiéndose como comerciantes dependientes de lo que ocurra en los avatares del mercado. Con lo anterior quiero decir que el modelo de muerte y desolación del agroextractivismo, es al mismo tiempo una forma de crear formas de “ser” humanos congruentes con esa violenta transformación, un aspecto del proyecto cultural de la modernidad capitalista que no podemos ignorar en las luchas agroecológicas, si lo que pretendemos es disputar, en serio, la hegemonía con el agroextractivismo y los aparatos institucionales que le sirven de soporte, y apartarnos del sostén ideológico y las marcas de poder que le subyacen.

El quinto capítulo se enfoca en la organización popular que ha venido creciendo como resultado de las contradicciones del mismo sistema. Específicamente, se analiza la historia de la metodología Campesino a Campesino, asegurando que es uno de las más interesantes aportes de la agroecología al posdesarrollo, por su capacidad de recuperar la autonomía, revitalizar la red de relaciones humanas, y liberar las potencias sociales inhibidas. Mediante el intercambio de saberes la metodología ha demostrado que es posible reavivar riquezas relacionales, recuperar la capacidad de las comunidades rurales de usar los recursos disponibles, re-encontrar soluciones concretas en forma acoplada a sus horizontes culturales y a las particularidades ecológicas de los lugares habitados, y volver a poner bajo el control social los sistemas de producción y consumo. Desde la perspectiva de la complejidad, se discute sobre las potencialidades que tiene el poder social cuando se auto-organiza en redes expansivas que crecen exponencialmente, y sobre esa arquitectura horizontal circulan saberes comunes y se produce nuevo conocimiento local, debido a que todos los participantes son experimentadores y creadores de saberes contextualmente situados. Campesino a Campesino enseña al posdesarrollo que sin absolutismo mercantil, ni intervención estatal, es posible fomentar inteligencias ampliamente distribuidas mediante la creatividad, el diálogo y la ayuda mutua. Más allá de la cuestión discursiva creo que estos elementos propios de los procesos sociales agroecológicos, están dando, en la praxis, una de las pautas más interesantes para agrietar el capital, mostrando que no podemos esperar el cambio del sistema capitalista en el contexto de las instituciones estatales y las políticas públicas, y que, en cambio, es más pragmático cambiarlo desde abajo, subvirtiendo las relaciones sociales.

El sexto capítulo es un esfuerzo epistemológico orientado a definir algunos criterios sobre la inserción de la técnica, la economía y las relaciones comunitarias a las condiciones que hacen posible la vida en el planeta. Tomando como base la teoría de la deriva natural y la autopoiesis de Humberto Maturana y Francisco Varela, así como la segunda ley de la termodinámica, se discute la agroecología y el agroextractivismo desde la perspectiva biofísica y el paradigma sistémico de las ciencias biológicas. De los primeros autores se extrae que, si el principio básico de la vida consiste en que los ecosistemas se organizan autónomamente en un proceso no-lineal, la técnica no puede ser lineal en sus procesos de intervención. Eso significa que todo está permitido en la creatividad humana, salvo la única restricción que hace la naturaleza y que debe respetarse: que toda acción no impida la integridad del substrato que necesita el agroecosistema para perdurar. El camino de la creatividad humana para la intervención y la innovación técnica está abierto, desde que acatemos la norma de no impedir la reproducción de los ciclos que hacen posible la vida. Ello implica también adecuarse a las leyes de la termodinámica. Desde el entendimiento de los flujos energéticos se discute cómo múltiples pueblos han logrado permanecer durante los últimos diez mil años habitando agrícolamente sus territorios sin depredar el entorno, lo cual puede explicarse aceptando que sus modos de transformación ecosistémica consiguieron adecuarse a los procesos neguentrópicos de organización de la materia viva, comprendiendo la manera de habitar en coexistencia con la biodiversidad y los bucles ecosistémicos. La implicación de estos principios biofísicos es que no hay cabida a la repetición monótona de técnicas universalizables, sino a un espacio infinitamente abierto a la creatividad cultural para que la organización social se integre al proceso neguentrópico y autopoiético constitutivo del orden natural.

En el último capítulo, se analiza el futuro de la agricultura industrial ante el declive de la era de los combustibles fósiles y el probable colapso del modelo civilizatorio basado en la industria, debido a que la base material de la que depende todo el sistema, está llegando a su fin. En esta sección se discute que las expectativas sobre un futuro cada vez más artificial, hipertecnologizado, gris, y desarbolado —como las imágenes del cine de Hollywood— responden a escenarios lineales, basados en la idea del progreso científico-técnico y la preconcepción de la ciudad como meta última. Sin embargo, la imposibilidad de continuar alimentando de energía la dinámica de acumulación, nos pone ante un escenario disruptivo crítico, en el que el sistema debe auto-organizarse de otra manera. Si tomamos en serio el inevitable agotamiento de la fuente energética y material que dio el sostén para el crecimiento de la civilización industrial y el capitalismo, es posible entonces imaginar otras múltiples posibilidades de futuro: sociedades desindustrializadas, desurbanizadas, y más verdes, pequeñas en escala, con tecnologías más simples, y con un retorno masivo a los asentamientos rurales. Sin intentar profetizar, argumento que en cualquiera de los escenarios posibles, la agroecología será el acompañante de la transición civilizatoria. De hecho creo que esta es una oportunidad para soñar otros paisajes con bosques integrados a un rizoma agroecológico y con poblaciones humanas morando en su interior. En todo caso otras posibilidades de futuro distintas a los imaginarios de la progresiva artificialización, requerirían no sólo de un giro en la plataforma técnica y político-económica, sino de un profundo cambio ontológico y espiritual.

Creo al fin, que la Agri-Cultura ecológica y sus transformaciones paisajísticas tienen profundas implicaciones ontológicas, puesto que los paisajes de la diversidad, como a los que aspira lograr el proyecto agroecológico, podrían ser parte del telón de fondo donde vayan brotando las transformaciones espirituales que necesitamos para volver a entendernos como seres interdependientes, hiperrelacionados, y pertenecientes a los entramados vitales. Los cambios ontológicos —de un “ser” escindido, a uno interconectado— no podrán acontecer apartados de las condiciones del lugar donde fundamos la residencia, pues ellos ocurren insertos en los hábitats que forjamos con nuestras acciones. El grito de la naturaleza no es un grito que vocifera “no me toques”; es un grito que llama a la transformación del ordenamiento ecosistémico sin romper los equilibrios bióticos, ni transgredir los nichos naturales de plantas y animales, y sus relaciones simbióticas; pero también es un grito por la compatibilización de nuestro ordenamiento simbólico, para entendernos como emergencia de las interrelaciones, las interdependencias y las complementariedades que habitamos y nos habitan.

Quisiera terminar esta presentación explicando un poco el contexto en el que se basa el presente trabajo, lo que a su vez me dará la oportunidad de extender algunos agradecimientos. Ecología Política de la Agricultura es el resultado de cinco años de investigaciones sobre la agricultura en clave del posdesarrollo. Aunque si bien algunas de las ideas aquí expuestas han venido siendo publicadas en diversos artículos, este libro representa un esfuerzo por presentar una visión panorámica de estos análisis, y de muchas otras ideas inéditas que cierran un productivo periodo de reflexión. Los lugares en los que han emergido las opiniones presentadas son diversos, así como quienes han contribuido a su escritura de diversas maneras.

La gestación del proyecto se dio en una estancia de investigación que realicé en el Grupo de Trabajo Académico en Pensamiento Ambiental de la Universidad Nacional de Colombia, sede Manizales, durante el segundo semestre del año 2012. Allí tuve la inmensa fortuna de compartir con la aguda filósofa Ana Patricia Noguera y el equipo de soñadores que la acompañan. A ella le debo un inmenso agradecimiento por haberme brindado su invaluable amistad y acogerme en este espacio para que pudiera desarrollar algunas inquietudes que tenía en aquel tiempo sobre la agroecología en perspectiva estética y fenomenológica. La hermosa marca que dejó en mí esa estadía, está plasmada en cada una de las palabras escritas.

Propiamente, el libro inició su camino en agosto del año 2013, meses después de obtener mi título doctoral, cuando cursé un posdoctorado en el Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. Allí fui asesorado por el gran epistemólogo y ambientalista mexicano Enrique Leff. Gracias a su orientación, y a una beca asignada por la misma universidad, pude llevar a cabo una investigación sobre los dispositivos de control territorial en el marco del acaparamiento de tierras en América Latina. A Enrique Leff le extiendo toda mi gratitud y admiración. Los conocedores de su monumental obra podrán ver reflejado una pequeña parte de su pensamiento en este trabajo.

En septiembre del año 2014, la investigación continuó su recorrido cuando obtuve una plaza académica como Catedrático del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México, comisionado ante El Colegio de la Frontera Sur —ECOSUR—, en San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Gracias a Helda Morales, quien me invitó a participar como investigador en un proyecto sobre “masificación de la agroecología”, pude hacer parte de un prometedor grupo de investigadores que incluye a Bruce Ferguson, Peter Rosset, Mateo Mier y Terán, y Miriam Aldasoro, y un dinámico colectivo conformado por nuestros estudiantes de maestría y doctorado. Por la participación en este colectivo he podido desarrollar las ideas relacionadas con los movimientos sociales agroecológicos mencionadas en la segunda parte del libro. Quiero expresar mi infinito agradecimiento a Helda Morales, y a todo ese grupo que se ha vuelto como parte de mi familia.

También hago una mención especial a Peter Rosset. Su larga experiencia como técnico en La Vía Campesina, y como eminente teórico de la agroecología política, han sido definitivos para conocer los detalles de muchas de las experiencias de las organizaciones que están reflejadas a lo largo del libro. Junto a mi apreciado colega y amigo Mateo Mier y Terán, y el resto del grupo académico, hemos podido discutir, ampliar y reflexionar sobre numerosos temas presentados en distintos apartados de los capítulos. Sin Peter difícilmente podría haberme arriesgado a escribir detalles de los movimientos campesinos, de la metodología Campesino a Campesino y, en general, de los procesos sociales de la agroecología a escala global.

También estoy en deuda con mis queridos alumnos de posgrado de los seminarios en Agroecología y Sociedad, Pensamiento Ambiental y Ecología Política, y Agroecología Política, de ECOSUR, al igual que con Teorías del Desarrollo Rural de la Universidad Nacional de Costa Rica. Muchos de los argumentos fueron ampliamente enriquecidos durante los debates que adelantamos en el ejercicio de los cursos. Especialmente el seminario doctoral en Agroecología y Sociedad del que soy co-coordinador, junto a Fabien Charbonnier y Mateo Mier y Terán, ha sido una fuente muy rica para conocer enfoques y discusiones que ignoraba, y que ahora hacen parte del documento.

Un momento muy especial que marcaría el rumbo del libro fue un seminario sobre el pensamiento de Iván Illich organizado por Susan Street en el marco de la Cátedra Jorge Alonso del CIESAS en la ciudad de Guadalajara. Fue una inmejorable ocasión para incursionar de lleno en la obra de este gran pensador, conversar mis ideas con el lúcido Gustavo Esteva e iniciar una bella amistad con Astrid Pinto Durán, quien ha sido una hermosa acompañante en estos días junto a los miembros del Seminario de Cultura y Cambio Climático. Fue también relevante conocer de primera mano la experiencia cubana de la Asociación Nacional de Pequeños Agricultores —ANAP— en 2015 y 2017, y de iniciar trabajo de investigación-acción con organizaciones campesinas y otros colectivos que fomentan la agroecología en Chiapas. No quisiera dejar de mencionar que mi vida en San Cristóbal de las Casas, en pleno epicentro del movimiento zapatista y del hoy Concejo Indígena de Gobierno del CNI, ha dejado huella en mi orientación política y epistémica.

Hago un reconocimiento a mi adorada esposa Ingrid Toro por hacerme ver la importancia de la afectividad y la empatía en el marco de los ejercicios de poder del desarrollo. El capítulo sobre el tema, es el resultado de múltiples diálogos que mantuvimos, y en el que quedaron registradas sus propias palabras. También agradezco la labor de mi entrañable padre, el maestro y escritor José Omar Giraldo, por su contribución en la corrección de estilo y por haberme hecho ver aspectos no tenidos en cuenta en el borrador original. También a mi amigo: el escritor Andrés Felipe Escovar, a los dos dictaminadores anónimos, así como a Pierre Madelin, Valentín Val y Fabien Charbonnier, quienes hicieron atinadas observaciones que me ayudaron a enriquecer y mejorar el manuscrito.

Finalmente, a mis amigos Ricardo Andrés Lozada, Sergio Amorocho, Jairo Andrés Beltrán, Julián Toro, Andrea Moreno, Carla Zamora, Renzo D´Alessandro, Alberto Vallejo, a mi entrañable madre Rosita Palacio, a mi hermana María Elena Giraldo, mi sobrina Julieta, a mis maravillosos suegros Judith Velosa y Erdulfo Toro, y a todas esas personas presentes en mi vida cotidiana que aquí no alcanzo a nombrar. Somos inter-seres conformados también por nuestros amigos, nuestra familia y los seres que amamos: ellos hacen parte de nosotros de una forma tan inseparable, que difícilmente podemos decidir el límite de nuestro cuerpo donde ellos inician.

1 Al respecto vale la pena mencionar los trabajos de Joan Martinez-Alier, Francisco Garrido Peña, Jorge Riechmann, Manuel González Molina, Carlos Walter Porto-Gonçalves, Héctor Alimonda, Dianne Rocheleau, así como los artículos publicados en la revista Ecología Política y The Journal of Peasant Studies.

2 La agroecología política, por su parte, ha sido ampliamente abordada por autores como Eduardo Sevilla Guzmán, Peter Rosset, Víctor Toledo, Miguel Altieri, Steve Gliessman, Raj Patel, Eric Holt-Jiménez, Olivier De Schutter, y por movimientos sociales, entre los cuales sobresalen La Vía Campesina y las organizaciones GRAIN y Food First. Una revisión detallada sobre los aportes de estos autores y movimientos puede revisarse en https://sites.google.com/site/agroecologiadesdesur/.