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ÍNDICE

El componente cultural en la traducción de Yo no soy una mujerzuela de Liu Zhenyun

Prólogo del autor

CAPÍTULO I. AQUEL AÑO

APÉNDICE

CAPÍTULO II. VEINTE AÑOS DESPUÉS…

CAPÍTULO III. JUGANDO

L
I
U

Z
H
E
N
Y
U
N

Yo no soy una mujerzuela

Yo no soy una mujerzuela

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siglo xxi editores
CERRO DEL AGUA 248, ROMERO DE TERREROS, 04310, CIUDAD DE MÉXICO
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PL2879.C376

W618

2019   Liu, Zhenyun

Yo no soy una mujerzuela / Liu Zhenyun ; traducción de Liljana Arsovska. — Primera edición. — Ciudad de México : Siglo XXI Editores, 2019.

270 p. — (El país del centro).
Traducción del libro Wo bu shi Pan Jinlian

e-ISBN: 978-607-03-0997-7

1. Novela china. I. Arsovska, Liljana, traductor. II. t., III. Ser.

diseño de portada e interiores: sehacenlibros.com

primera edición en español, 2019
© siglo xxi editores, s.a. de c.v.
e-isbn 978-607-03-0997-7

primera edición en chino, 2012
segunda edición en chino, 2016
© changjiang new century culture and media ltd. beijing, china

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título original: Wo bu shi Pan Jinlian

derechos reservados conforme a la ley

El componente cultural en la traducción de Yo no soy una mujerzuela de Liu Zhenyun

Mucho se ha dicho y se ha escrito sobre el tratamiento de las diferencias culturales en la traducción, y abunda la bibliografía sobre esto entre las lenguas indoeuropeas que, además de tener en común una misma raíz lingüística, comparten sellos culturales cercanos, evidenciados en sus dichos, metáforas, alegorías y otras expresiones del lenguaje. Aunque menos en comparación, también hay bibliografía sobre el tratamiento del componente cultural (entiéndase histórico, social…) en el proceso de traducción entre lenguas lejanas, como es el caso del chino al español. En otros trabajos he escrito sobre el tratamiento particular de palabras aisladas y frases compuestas del chino al español.

Durante el último año me dediqué a la traducción de la novela Yo no soy Pan Jinlian, de Liu Zhenyun, para la cual propongo el título en español Yo no soy una mujerzuela.

La traducción de esta obra maestra del gran escritor chino representó para mí innumerables retos en muchos niveles, tales como el léxico y la gramática, y en un mayor grado el desafío de la diferencia cultural.

El nivel léxico (tipos de comida, denominación de puestos y servidores públicos, nombres propios, metáforas, alegorías, expresiones lingüísticas fijas, etc.) y el gramatical los resolví preponderando la fluidez de la lectura, lo cual me obligó a sacrificar algunos elementos propios de la cultura cotidiana relacionados con la comida, la vestimenta, etcétera.

Al terminar la traducción y pedirles a algunos amigos leerla, recibí comentarios favorables sobre la historia narrada, sobre el personaje central, destacando su fuerza y su valentía, e incluso sobre la lectura fluida y amena en español. Lo extraño para mí fue que todos los lectores de una u otra manera cuestionaron: “¿Cómo es que el divorcio de una simple campesina incide en todas las estructuras: local, estatal y central del gobierno de la República Popular China?”

Entonces me di cuenta de algo que antes no consideraba. Debido al hecho de haber trabajado por casi treinta años con la lengua china y sus diferentes expresiones culturales, como es el caso de la literatura, me familiaricé con las diferencias culturales en el chino, incluso al grado de perderlas de vista. Decidí entonces realizar una nueva lectura de mi traducción, pero esta vez con ojos de un lector ajeno a la lengua y la cultura chinas. Aunque no con mucha facilidad, esa lectura se puede lograr por medio de un rígido escrutinio de palabras, frases y párrafos enteros.

Entonces me percaté de que las diferencias culturales no sólo eran de forma sino de mucho fondo. A continuación, una breve reseña de la obra. Li Xuelian, una mujer provinciana, casada y con un hijo, a raíz de las estrictas políticas de planificación familiar de un solo hijo impuestas en la República Popular China desde 1989 y vigentes hasta el 2015, embarazada por segunda vez, convence a su marido para firmar un acta de divorcio falsa. El plan era casi perfecto: ellos se divorciarían, el marido se quedaría con el hijo mientras que ella viviría sola durante el embarazo y el parto. Después del nacimiento ella, ya con su segundo hijo, se casaría de nuevo con su mismo marido. Y así ellos no violarían la ley que permitía a dos divorciados con hijos casarse. El marido no perdería el trabajo ni la pareja pagaría la multa que el Estado imponía a todos los segundos embarazos que no se sometían al aborto. Li Xuelian estaba a punto de lograr su sueño de una familia ideal con dos hijos, un varón y una niña, cuando a los tres meses del divorcio el marido embaraza y desposa a una joven peluquera. Y de pronto el telón se levanta y la tragicomedia de Li Xuelian comienza. Ella dedica su vida entera a exigir justicia. A su paso ve caer a jefes de aldeas, jueces, comisionados de la corte, alcaldes, comisarios del partido e incluso gobernadores. Esta simple campesina cimbra el sistema político y judicial de China, y hace temblar a funcionarios de todos los niveles de gobierno mientras busca una sola cosa: rehacer su vida hecha pedazos.

¿Por qué mis lectores coincidieron en hacer la misma pregunta? ¿Por qué les pareció extraño que un simple divorcio tuviera tantas consecuencias y tan inesperados desenlaces?

Efectivamente, en Occidente, donde la línea entre lo público y lo privado se delimitó hace ya varios siglos, el divorcio es estrictamente del segundo dominio. Pasa por los tribunales de derecho civil para su registro y cuando se complica la custodia y la crianza de los hijos interviene el derecho familiar y, por lo general, todo termina allí.

Pero ¿qué pasa en China? Durante siglos e incluso milenios la familia era el núcleo en el que se desenvolvía un individuo poco consciente de su individualidad. La célula básica de la sociedad china era la familia extendida, compuesta de muchas generaciones de hombres y mujeres cuyas relaciones interpersonales se regían por el estricto código del gran maestro Confucio y sus múltiples discípulos a lo largo de la historia. Los criterios fundamentales de la jerarquía confuciana eran el sexo y la edad. Las familias extendidas, además de los miembros de un mismo linaje sanguíneo, en el caso de las clases alta y media, las conformaban también el séquito de la servidumbre doméstica. En la cúspide de la pirámide estaba el hombre mayor, responsable de la vida y la muerte de todos los miembros de su clan y de la relación con el mundo externo a su familia. En la casa mandaba la mujer mayor, “la madre” de todos bajo el mismo techo. En ese núcleo se tejían todo tipo de relaciones humanas, desde el nacimiento hasta la muerte. Mucho más importante que el nombre propio era la denominación, consecuencia del orden que el individuo ocupaba dentro de la familia.

La complicada urdimbre de relaciones interpersonales que partía del orden cronológico natural arrojaba infinitas posibilidades, como hermano mayor, el segundo hermano, el quinto hermano, la tercera hermana, la séptima cuñada, la tercera tía paterna, el doceavo tío materno, el quinto primo de la tercera hermana, el segundo tío, esposo de la segunda hermana, etc. Estas denominaciones, tan ajenas a nosotros los occidentales e incluso a los chinos del siglo XXI, al traductor y, sobre todo, al lector les generan grandes confusiones. ¿Por qué simplemente no les pusieron nombres: Liljana, Pedro, Roberto, Juan, María…?

Porque Liljana, Pedro, Roberto, Juan, María no dicen nada ni tampoco regulan las relaciones entre estas personas. Las denominaciones en la familia tradicional china, no obstante, reglamentan con mucha rigidez los vínculos entre los miembros de la familia. Ellas determinan, en el caso de los varones, el orden de desposar, de sentarse a la mesa del comedor y la jerarquía del poder en el seno familiar. En el caso de las mujeres era lo mismo; la hermana mayor después de obedecer a todos los varones de su clan, podía ejercer un gran poder sobre el resto de las mujeres de su familia. Debía someterse ante los hombres y su madre, pero podía desquitarse con todas las mujeres menores de edad, con las cuñadas, a veces compradas y otras regaladas, y con todas las sobrinas y sirvientas. Podía tramar, generar intrigas, conspirar en contra de alguien y también beneficiar a sus allegados.

En la sociedad tradicional china todos de una u otra manera sometían y estaban sometidos. Los patriarcas sometían a los miembros de su familia y estaban sometidos por el emperador. El emperador sometía al pueblo y estaba sometido por el mandato del cielo. Las matriarcas estaban sometidas por sus maridos y sus suegras, y a la vez sometían a sus hijas y al resto de las mujeres en su hogar: hijas, nueras, nietas y sirvientas. Y la cadena seguía sin fin, reproduciéndose de generación en generación. Las cadenas de favores y rencores transcendían a las generaciones y se heredaban a hijos, nietos y discípulos hasta el infinito. En esta rueda casi perfecta, el individuo era el hijo de alguien, el padre de alguien, el tío de alguien, el marido de alguien, el empleado de alguien, y si era de cierta clase social, podía gozar de un nombre propio, como el Baoyu de la familia Jia de la obra maestra El sueño del pabellón rojo. La mujer era la hija de alguien, la madre de alguien, la esposa de alguien, la tía de alguien, la patrona de alguien o la sirvienta de alguien. A veces podía ser Daiyu la hija de los Ling, como la Ling Daiyu de la misma obra cumbre de la literatura china, y otras veces sólo era la sexta hermana o la sirvienta de la sexta hermana o la mujer de Chen o simplemente “ésa” que ni a nombre propio llegaba. Aunque visto desde nuestra perspectiva ese orden parece algo cruel y despiadado, esas familias extendidas se preocupaban por sus miembros. En ese entorno y en tiempos de estabilidad el individuo tenía comida, casa, empleo y, llegado el momento, una esposa o un marido. El individuo no tenía que despertar y pensar en qué comer, qué vestir, en qué trabajar para tener dinero, con quién, cuándo y cómo casarse, pues todo estaba arreglado, a veces incluso con mucha anticipación. El individuo, como eslabón de esa perfecta cadena confuciana, sólo tenía que cumplir con los designios de su destino predeterminado por el sexo, la edad y la clase social de su familia.

Si nuestra Li Xuelian hubiese vivido en aquellos tiempos, si hubiera nacido antes del siglo XIX, tendría a todos los hijos que el cielo le hubiera mandado; si su marido se hubiese metido con la peluquera (aunque nada probable, puesto que los peluqueros solían ser hombres), su madre, su padre, todo su clan, sus conocidos y los vecinos lo hubiesen reprimido, regañado y puesto en su lugar. Si nuestra Li Xuelian hubiese nacido a finales del siglo XIX o en la primera mitad del siglo XX, entonces hubiese vivido en una época de gran caos político, económico y social de franca descomposición del sistema tradicional chino, de mera decadencia de la familia confuciana. Tal vez sus padres la hubieran vendido para darle de comer a sus hermanos mayores o hubiera sido una joven en franco proceso de “emancipación”, educada en el extranjero y en feroz lucha en contra del matrimonio arreglado. Pero nuestra Li Xuenian nació y vivió en la República Popular China, fundada en 1949 por el Partido Comunista de China y su gran líder, el presidente Mao Zedong.

El Partido Comunista y el emblemático Mao fundaron la nueva China, un país regido por la ideología marxista, leninista y el pensamiento de Mao Zedong. Los revolucionarios chinos lucharon contra los japoneses y todos los occidentales que pretendían apoderarse de partes del vasto territorio chino. Ellos le dieron a su pueblo un país y le devolvieron su perdido orgullo nacional. Pero no restituyeron el sistema tradicional, no abrazaron los valores confucianos; en cambio, construyeron un estado soberano fundamentado en la ideología marxista. Alrededor de esta ideología, irguieron el Partido Comunista y el Estado socialista, construyeron modernas instituciones de orden político (el Consejo de Estado y muchos ministerios), económico (un sistema de economía planificada) y social (escuelas, universidades, teatros, estadios). Por razones económicas y políticas, el Estado chino preponderó la familia nuclear por encima de la tradicional familia extendida. Poco a poco la complicada urdimbre de relaciones sociales basadas en los lazos de parentesco familiar comenzó a menguar dando lugar a nuevas estructuras sociales.

Al disolverse la familia tradicional, el individuo de cierto modo quedó “huérfano” de padre y madre. Ese papel de pronto fue ocupado por el Partido Comunista y por el Estado chino.

En la escritura china la familia y el hogar comparten el mismo carácter image jia, y el estado es image guojia. Al disolver las estructuras tradicionales, alguien tuvo que asumir el papel de familia image, y el más natural para sustituir al padre era el Partido Comunista y a la madre, el Estado. El partido, entonces, en su función de padre, es el encargado de señalar el rumbo de la gran nación china y el Estado es la bondadosa madre que garantiza la vivienda, el trabajo, la educación y todos los pormenores de la vida cotidiana del individuo. En la nueva China todos gozan de nombre propio y se ha hecho un gran trabajo para elevar el estatus político, económico y social de la mujer; en la nueva China los años cincuenta, los sesenta y los setenta, excepto en algunos periodos de severas sequías, la inmensa mayoría tenía comida, vestimenta, trabajo y un sueldo.

No había personas inmensamente ricas, pero tampoco hubo pobreza extrema. Mao, convencido de la ideología marxista, trabajaba para llevar a su país socialista con paso firme hacia el comunismo.

Hay que considerar la muerte de Mao en 1976 y los diversos acontecimientos de orden político, producto de desviaciones ideológicas y la imperfección del hombre mas no del sistema. En 1978, a partir del XI Congreso del Partido Comunista de China, el líder visionario Deng Xiaoping emprendió una serie de reformas en el partido y en el Estado con las que se inauguró la era de “reformas económicas y apertura hacia el exterior”, vigente hasta la actualidad.

A la era de reformas y apertura la acompaña una estricta política de control familiar basada en un solo hijo por familia. El incumplimiento de esta política, rígida e incluso algo despiadada, implicaba grandes castigos, como la pérdida del trabajo, el detrimento de oportunidades de desarrollo laboral y adquisición de una mejor vivienda, enormes multas monetarias, la negación del registro civil del segundo hijo, lo cual implicaba no educación, no trabajo ni vivienda para un ser “legalmente inexistente”, etc. Nosotros, los occidentales, siempre mostramos una actitud ambigua y algo hipócrita ante esa política. Algunos públicamente le agradecen a China por poner en práctica leyes y políticas rígidas para salvar al mundo de la sobrepoblación; otros, en público y en privado, critican a China por violar los derechos humanos y el derecho natural de la mujer a decidir cuántos hijos tener, por obligar a las mujeres a abortar…; pero la doble moral es afín a la naturaleza humana.

Nuestra Li Xuelian justo nació y vivió en esa China. Al ser traicionada por su marido, ¿a quién podía acudir? Sus padres biológicos eran anónimos, los únicos que ella conocía eran el Partido Comunista y el Estado. Es así como nuestra heroína emprende un peregrinaje por China en busca de justicia y reivindicación. Comenzó con el juez del condado donde vivía. Le explicaron que el acta de divorcio que ella y su esposo firmaron era legal y que su divorcio era real y no una mentira como ella suponía. Le dijeron que en el Estado moderno su exmarido podía volver a casarse después del divorcio, pero ella no quedó convencida. Decidió escalar hacia otros niveles del gobierno local y al no recibir el apoyo que esperaba, siguió escalando niveles del gobierno estatal hasta llegar a Pekín, a las puertas de la Gran Asamblea Nacional Popular de China, órgano legislativo de primer orden en el país. A su paso, se entrevistó con jueces, asesores legales, alcaldes, secretarios particulares, secretarios generales, pero jamás obtuvo apoyo para lograr su propósito; le quedaba casarse de nuevo con su marido sólo para poder pedirle el divorcio y así desquitar su coraje producido por el engaño y el abandono. Sí, muchos funcionarios fueron a hablar con su exmarido para persuadirlo, para convencerlo, pero ¿de qué? ¿De divorciarse de la peluquera con la cual ya tenía un hijo para volver a casarse con Li Xuelian y todo eso para divorciarse de nuevo?

Li Xuelian estaba decidida a seguir intentándolo. Lo que no entendía era por qué, a sabiendas de que sus demandas no prosperaban, todos los funcionarios, desde la provincia hasta la capital y el condado, le tenían tanto miedo. Por doquier veían peligro. Estaban tan asustados que el presidente del Tribunal, Wang Gongdao, la llamaba “prima” y el jefe del poblado le decía “tía”.

Finalmente, cuando logró entrar con astucia al Gran Salón del Pueblo, los soldados y los policías vestidos de civiles la sometieron y enviaron a la cárcel. Pero ese incidente no pasó desapercibido; un alto funcionario del Partido Comunista vio la escena y comenzó a indagar. Con información a medias y con gran disposición de “servir al pueblo”, el hombre atendió la reunión de los funcionarios del partido y la provincia de donde venía Li Xuelian. Lleno de coraje, pronunció un gran discurso que hizo temblar a todos los servidores de esa provincia.

Li Xuelian, sin querer ni darse cuenta, destituyó de sus cargos a una veintena de funcionarios públicos de todos los niveles. El discurso del funcionario en la reunión anual de la Asamblea era claro: el deber primario del Partido Comunista y del Estado es cuidar, atender y, en pocas palabras, servir al pueblo. Al no existir una clara división entre lo público y lo privado, ante el derrumbe de la familia tradicional que cuidaba y protegía los intereses del individuo al estilo chino, los funcionarios del partido y del gobierno tienen que cumplir el papel de padres del pueblo. Pero ¿cómo lo pueden hacer si ellos de igual manera son pobres “huérfanos” que también esperan el cobijo del sistema?

A raíz de nuestra Li Xuelian y de muchos otros casos relatados por la prensa o la ficción literaria, China emprendió la campaña de “gobernar al Estado a partir de leyes” (image).

Y aún está en ese camino. Aunque relativamente en corto tiempo, en menos de cien años, China logró minar la familia tradicional y su funcionamiento, que duró más de dos mil años. Pero levantar nuevas instituciones, reeducar a la gente y fundar nuevos hábitos toma mucho tiempo. De hecho, la tradición se niega a morir. En todos los niveles, en lo público y lo privado, todavía se resisten a divorciarse tajantemente, persisten vestigios muy evidentes de la familia tradicional expresados en las complejas relaciones interpersonales, basadas incluso el día de hoy en cadenas de favores y rencores.

Este trabajo pretende documentar las diferencias culturales en la traducción de obras de la literatura contemporánea china. Las diferencias culturales en Yo no soy una mujerzuela trascienden lo léxico y lo gramatical, transcienden la diferencia de las expresiones lingüísticas, las metáforas y las alegorías, y se colocan en lo más elemental de la comprensión: ¿cómo hoy en día, en alguna parte del mundo, pueden pasar esas cosas? Para contestar esa pregunta, mucho más que notas a pie de página o aclaraciones puntuales, “las abismales diferencias culturales” exigen un prólogo que pueda acercar al lector al entorno económico, político y cultural que vio nacer la obra literaria.

LILJANA ARSOVSKA

Prólogo

La protagonista de esta historia, Li Xuelian, reúne en su personalidad a cuatro mujeres de la tradición clásica china, a las que metafóricamente se les compara con “lámparas que no ahorran energía”, debido a su vida tortuosa y llena de trabas: Pan Jinlian, Dou E, Xiao Baicai —conocida como la Lechuguita— y la Novia Blanca, mujeres que provocaron en su momento problemas sociales relacionados con la belleza, la lujuria y la intriga. En todas las culturas del mundo, las lámparas se asocian con la luz, con la claridad; sin embargo, en China las lámparas se relacionan con el desgaste de energía, de ahí que ese término se les adjudique a las personas problemáticas.

Pan Jinlian es una mujer extremadamente hermosa, heroína de la novela Jin Ping Mei (La ciruela en la vasija de oro), cuya primera edición data de 1617. Estaba casada con Wu Zhi, un hombre chaparro y muy feo, vendedor de panes, a quien ella despreciaba por considerarlo un pusilánime. En el mismo condado vivía Ximen Qing, un hombre apuesto, acaudalado, de buena labia, lujurioso y sin escrúpulos, que tenía un negocio de plantas medicinales. Pan Jinlian y Ximen Qing se hacen amantes y son descubiertos después de un tiempo por Wu Zhi, quien los encuentra haciendo el amor. Ante el temor del escándalo, Pan Jinlian y Ximen Qing envenenan al esposo y sobornan al médico forense para ocultar la causa de la muerte. El hermano menor de Zhi, Wu Song, conocido por su valentía por haber matado a un tigre con sus propias manos, se encarga de vengar la muerte del marido ultrajado: asesina a los amantes. Desde entonces, a las mujeres adúlteras se les llama “Pan Jinlian”, personaje que a la fecha ha sido objeto de numerosas referencias literarias y cinematográficas.

Dou E es la protagonista de la tragedia Dou E Yuan del dramaturgo Guan Hanqing (siglo XIII). Se trata de una mujer joven y hermosa, cuyo marido fallece a los dos años de casados. Ella es pretendida por un gángster de nombre Zhang Luer. Como Dou E se niega a casarse con él, en venganza, Zhang Luer trata de envenenar a la suegra de Dou E con arsénico, sin imaginar que el envenenado sería su propio padre. Luer acusa a Dou E de asesinato. Bajo la tortura de oficiales corruptos, ella acepta haber cometido el crimen y es condenada a muerte el siguiente verano, pero durante la ejecución, el cielo y la tierra se conmueven y empiezan a caer copos de nieve del tamaño de plumas de ganso. Antes de morir, ella expone a los oficiales corrompidos y después de su muerte se convierte en un fantasma que persiste en su demanda de justicia. Finalmente se descubre la verdad y los corruptos son castigados. Desde la dinastía Yuan, a todas las personas que sufren una grave injusticia se les llama “Dou E”.

Otro término que se utiliza en China para referirse a las mujeres injustamente agraviadas es “Lechuguita”, en referencia a Xiao Baicai, personaje de la dinastía Qing. Su marido, quien se dedicaba a hacer tofu, enfermó y murió. El jefe del condado sospechaba que Xiao Baicai tenía relaciones con el maestro Yang Naiwu y que los amantes habían envenenado al marido, así que los capturó, los torturó y los condenó a la pena de muerte. Ya cometida la injusticia, el caso fue redimido por la emperatriz Ci Xi.

Otro personaje al que se hace referencia en Yo no soy una mujerzuela es la Novia Blanca, que procede de la leyenda china de La serpiente blanca. La bella doncella Bai Suzhen se enamora de Xu Xian, un erudito de la ciudad, se casa con él y le ayuda a abrir una farmacia propia. El monje Fa Hai, quien vivía en el templo Jinshan, la reconoce como una serpiente y trata de convencer al joven de abandonarla. Como éste no le cree que su esposa sea una serpiente, el monje lo convence de hacerla beber el vino de rejalgar en el Festival del Barco del Dragón, el único vino que puede actuar como veneno sobre la serpiente blanca. Bai Suzhen, a pesar del miedo que le tiene al líquido, se ve obligada a beberlo y regresa a su forma original. Xu Xian, horrorizado, muere del susto al ver a su esposa convertida en serpiente. Entonces Bai Suzhen viaja a la montaña de Hadas por el hongo ganoderma y regresa para revivir a su esposo, quien la acepta a pesar de su origen. Sin embargo, Fa Hai no cesa en su empeño y cuando el bebé de la pareja tiene apenas un mes de nacido, encierra a Bai Suzhen en la torre Leifeng, cerca del lago del Oeste. Xiao Qing, hermana de Bai Suzhen, conocida como la Serpiente Verde, derrota a Fa Hai y la rescata. Desde entonces, a las personas con capacidad de transformarse se les conoce como la “Novia Blanca”.

Esas cuatro mujeres han resucitado en la China de hoy. La luz de estas cuatro lámparas no ahorradoras, que gustan de buscar problemas, brilla de nuevo en la China actual: se unen en una sola persona, me refiero a la protagonista de mi novela No soy una mujerzuela, de nombre Li Xuelian. Los problemas que ocasiona esta joven compiten a la par con los que en sus tiempos provocaron aquellas cuatro mujeres. Claro, al igual que en el caso de sus colegas, esos inconvenientes están relacionados con la belleza y la lujuria; aunque tampoco falta el veneno, sólo que aquí se trata de otro tipo de “veneno”, uno invisible pero mucho más poderoso.

Le doy las gracias a mi amiga Liljana Arsovska. Fue ella quien llevó a Li Xuelian, “la Buscapleitos”, al español. Le deseo a Li Xuelian una larga vida en los cauces del español.

LIU ZHENYUN
Diciembre de 2013

Cuando uno esparce granos de arroz en el camino,
aunque mil detrás vengan barriendo, no lograrán limpiarlos
.

PROVERBIO POPULAR CHINO

CAPÍTULO I • AQUEL AÑO

1

Cuando Li Xuelian conoció a Wang Gongdao, éste apenas tenía 20 años; era flaco, con la cara blanca, el cuerpo blanco. Era un niño blanco con ojos grandes. Los de ojos grandes suelen tener cejas pobladas, pero él las tenía ralas, tanto que pasaban desapercibidas. Al verlo, a Li Xuelian le dieron ganas de reír; pero cuando se piden favores, no es momento de burlarse de la gente. Encontrar a Wang Gongdao de por sí no fue fácil: los vecinos le dijeron que estaba en su casa y ella tocó a su puerta con las manos temblorosas. Adentro todo era silencio. Li Xuelian cargaba medio saco de sésamo y acarreaba una gallina vieja, que cacareaba y también temblaba; fue ésta la que empujó la puerta. Wang Gongdao vestía su toga de juez, debajo de la cual solamente traía puestos unos calzones. Además de ver la blancura de su cuerpo, Li Xuelian vio en la pared un cartel que decía “doble felicidad”. Eran las diez y media de la noche, razón suficiente para no abrir la puerta. Pero ella llegó de noche para encontrarlo en casa; no iba a caminar quince kilómetros en vano. Tenía que verlo. Wang Gongdao bostezó a sus anchas.

—¿A quién busca?

—A Wang Gongdao.

—¿Y tú, quién eres?

Ella, en lugar de responder, preguntó:

—¿Ma Dalian, de la aldea Ma, es tu tío?

Wang Gongdao, rascándose la cabeza mientras pensaba, asintió. Ella continuó con sus preguntas.

—¿La casa materna de la esposa de Ma Dalian son los tenderos de apellido Cui?

Wang Gongdao asintió de nuevo. Ella afirmó:

—La hermana menor de la esposa se casó en Hu Jiawan. ¿Te enteraste?

Wang Gongdao seguía rascándose la cabeza y pensando, pero esta vez no confirmó. Li Xuelian continuó hablando.

—Una prima mía, hija de mi tía, se casó con el sobrino de la familia de los suegros de la hermana menor de la esposa de Ma Dalian, así que tú y yo somos parientes —concluyó.

Wang Gongdao arrugó sus cejas invisibles:

—Bueno, bueno, ¿qué quieres?

—Quiero divorciarme.

Por el medio saco de sésamo o por la vieja gallina que seguía cacareando, o más bien para despedir lo más pronto posible a la visita no anunciada, Wang Gongdao le pidió a Li Xuelian que se sentara en la sala nupcial. Una mujer se asomó desde la recámara para esconderse nuevamente.

—¿Cuál es el motivo? ¿Se llevan mal?

—Es más serio que eso.

—¿Hay un tercero?

—Es aún peor...

—La cosa no es de vida o muerte, ¿o sí?

—Si no me ayudas, regresaré y lo mataré.

Wang Gongdao se asustó un poco. Se levantó y le sirvió té:

—No hay que matarlo: si lo matas, ¿de quién te divorciarás?

—La tetera flotaba en el aire—. Por cierto, ¿cómo te llamas?

—Me llamo Li Xuelian.

—¿Y tu esposo?

—Qin Yuhe.

—¿A qué se dedica?

—Es conductor en la fábrica de fertilizantes del condado.

—¿Cuántos años llevan de casados?

—Ocho.

—¿Traes el acta de matrimonio?

—Traigo hasta el acta de divorcio.

Mientras hablaba, Li Xuelian se desabrochó el abrigo y, del bolsillo de la camisa, sacó un acta de divorcio. Wang Gongdao se asombró:

—¿Te quieres divorciar de nuevo?

—Este divorcio es falso.

El juez tomó el acta, ya muy arrugada de tanto estrujar, y la miró con sumo cuidado.

—No parece falsa. Por un lado está tu nombre y por el otro dice “Qin Yuhe”.

—El acta no es falsa, pero el divorcio era de mentiras. Wang Gongdao alisó un poco el acta:

—De mentiras o no, desde el punto de vista legal, mientras exista este documento, el divorcio procede.

—Justo en eso radica la dificultad.

Mientras se rascaba la cabeza, el juez preguntó:

—¿Qué es lo que quieres hacer, mujer?

—Primero, quiero un juicio para demostrar que el divorcio es falso; luego, quiero casarme de nuevo con el patán de mi marido para después divorciarme de él.

—De cualquier manera, lo que quieres es divorciarte de Qin Yuhe —comentó el juez sin entender—. Hacer trámites para llegar a lo mismo, al divorcio, ¿acaso no es maltratarse en vano?

—Todos opinan lo mismo, pero yo no estoy de acuerdo.

2

El primer pensamiento de Li Xuelian no era maltratarse en vano para llegar al mismo punto de partida, es decir, el divorcio. Originalmente planeaba acuchillar a Qin Yuhe y terminar con todo. Pero Qin medía un metro ochenta y cinco, era corpulento y de cintura muy ancha. Si intentaba matarlo, era muy probable que no lo lograra. Cuando se casó con él, lo buscó precisamente por grandote; pero ahora que quería matarlo, la ventaja se tornó en desventaja. Luego consideró buscar ayuda. Primero pensó en su hermano menor, Li Yingyong, también fortachón y de uno ochenta y cinco. Li Yingyong montaba un tractor y cosechaba cereales que luego vendía. También se dedicaba a la compraventa de algodón y pesticidas. Li Xuelian fue a buscarlo a la casa materna a la hora de la comida. Alrededor de la mesa estaban su hermano, su esposa y su hijo de dos años. Justamente cuando sorbían los fideos, Li Xuelian, recargada en la puerta, le dijo:

—Yingyong, sal, tengo algo que decirte.

El hermano separó los ojos del tazón y la miró:

—Hermana, lo que sea que tengas que hablar conmigo, dímelo aquí.

Li Xuelian movió la cabeza:

—Sólo a ti puedo decírtelo.

Mirando a la esposa y a su hijo, Li Yingyong dejó su plato, se levantó y siguió a su hermana hasta la colina detrás de la aldea. Ya había entrado la primavera, pero el riachuelo que corría bajo la colina aún cargaba pedazos de hielo.

—Yingyong, ¿cómo te ha tratado tu hermana?

Intrigado, el hermano contestó:

—Muy bien. Cuando me casé, me prestaste veinte mil yuanes.

—Ahora vengo a pedirte un favor.

—Dime, hermana.

—Ayúdame a matar a Qin Yuhe.

Li Yingyong estaba enterado del supuesto divorcio de su hermana, pero jamás llegó a pensar en la posibilidad de matar al marido. Li Yingyong la miraba estupefacto.

—Hermana, si me pides matar a un puerco, seguro te ayudaré. Pero jamás he matado a un hombre…

—¿Quién se dedica a matar hombres a diario? Todo depende de las circunstancias —argumentó la mujer.

—Es fácil matar —respondió él—, pero a mí me fusilarán después.

—No quiero que tú lo mates, sólo te pido que me lo detengas para que yo lo acuchille. Así, a mí me fusilarán y tú saldrás limpio.

—Sostenerlo para que tú lo mates merece la pena de prisión —refutó el hermano lleno de dudas.

—¿Soy o no tu hermana? Ves cómo me humillan, ¿y tú te quedas tan tranquilo? Si no me ayudas, regresaré y me ahorcaré —dijo Li Xuelian enojada.

El hermano replicó asustado:

—Hermana, ¿acaso crees no te voy a ayudar? ¿Cuándo quieres que lo hagamos?

—No hay que esperar: mañana mismo.

—Pues que sea mañana; al fin y al cabo morirá. Y, como en todo, es mejor antes que después.

Pero al día siguiente, cuando Li Xuelian fue a buscar a su hermano, la cuñada le dijo que había salido la noche anterior para la provincia de Shandong a cosechar algodón. Acordaron matar a Qin, pero el hermano se fue a cosechar algodón, ¡qué raro! Nunca salía de la región y en esa ocasión se fue hasta Shandong. Lo más seguro es que hubiera huido. Li Xuelian suspiró al descubrir que su hermano no le hacía honor a su nombre Yingyong, que significa “valentón”, pues no era valiente en lo absoluto. Además, se dio cuenta de que era falso el dicho que reza “Para matar al tigre, hay que buscar la ayuda de los hermanos; para pelear, hay que hacerlo unidos como padres e hijos”.

Para conseguir ayuda, Li Xuelian pensó en el viejo Hu, quien mataba puercos en el poblado de Guaiwan. Hu era un macho chapado a la antigua que mataba puercos en la madrugada y luego vendía su carne en el mercado. Su puesto estaba lleno de carne colgada de los ganchos; en el cesto del piso yacían las cabezas y las vísceras. Antes, cuando Li Xuelian compraba carne en su puesto, Hu siempre aventaba un pedazo o unas tripas de más en su canasta, pero no lo hacía por buena gente, sino por interés: en cada visita de Li Xuelian, nunca perdía la oportunidad para decirle “corazoncito”. A veces, incluso mientras cortaba la carne, con ardor en los ojos intentaba manosearla y ella lo insultaba. Ese día, Li Xuelian llegó al puesto de Hu y le dijo:

—Hu, ven, quiero decirte algo.

El carnicero primero dudó un poco, pero luego soltó el cuchillo. Caminaron juntos hasta la parte trasera del mercado y entraron en un molino abandonado.

—Hu, ¿cómo nos llevamos tú y yo?

A Hu le brillaron los ojos:

—Muy bien, corazoncito, ¿acaso no te regalo siempre pedacitos de carne?

—Entonces, quiero pedirte un favor.

—Dime.

Li Xuelian aprendió la lección de su hermano, así que no mencionó la palabra “matar”:

—Quiero que me detengas a Qin Yuhe para que yo le propine dos cachetadas.

Hu estaba enterado del divorcio falso. Sostener a una persona para él era fácil, así que asintió con gusto.

—Conozco tu asunto —afirmó entusiasmado—, Qin Yuhe es un animal. —Luego añadió—: No sólo puedo sostenerlo, sino que también puedo golpearlo por ti. —Y, mirándola con una mezcla de complicidad y morbo, preguntó—: ¿Y qué recibiré yo a cambio?

—Si me ayudas, cumpliré tus deseos —respondió Li Xuelian decidida.

Hu, quien desde hacía tiempo estaba interesado en ella, contentísimo, intentó manosearla:

—Corazoncito, con tal de tenerte, sería capaz de matar por ti.

—No lo mataremos —le dijo empujándolo.

Sin dejar de encimársele, Hu comentó gustoso:

—Está bien, lo golpearemos. Pero ¿qué te parece si primero hacemos eso y luego lo golpeamos?

Li Xuelian lo empujó de nuevo.

—Primero lo golpeamos y después lo hacemos. —Luego caminó hacia la puerta del molino—. Si no, no hay trato.

—Corazoncito, no te enojes —dijo Hu en un intento por detenerla—. Será como tú digas: primero lo golpeamos y luego lo hacemos —y añadió—; pero después tienes que cumplirme, ¡¡eh!!

—Yo nunca miento —afirmó Li Xuelian con tono decidido.

—¿Cuándo lo haremos? —le preguntó Hu golpeándose el pecho lleno de alegría—. Esos asuntos es mejor hacerlos temprano que tarde.

—Lo haremos mañana, entonces. Buscaré hoy a Qin Yuhe y lo citaré para mañana.

Ese día por la tarde, Li Xuelian fue a la fábrica de fertilizantes de la cabecera del condado. Cargaba a su hija de dos meses. Con el pretexto de ir al gobierno del poblado para arreglar el asunto de manutención, pensaba llevarse a Qin Yuhe. La fábrica de fertilizantes tenía una chimenea de más de diez metros de alto que emitía harto humo hacia el cielo. Lo buscó por todas partes. Todos le dijeron que Qin Yuhe había salido para Heilongjiang en un camión lleno de fertilizante y que regresaría en diez o quince días. Qin Yuhe, al igual que el hermano de Li Xuelian, se había escondido. Buscarlo en Heilongjiang no tenía sentido, pues significaba recorrer cuatro o cinco provincias. Además, él siempre estaba en constante movimiento. Tal parecía que matar a alguien era fácil, siempre y cuando lograras encontrarlo. Ni modo, Qin Yuhe tendría que vivir otros diez o quince días. Li Xuelian, llena de coraje y con muchas ganas de orinar, salió de la fábrica, en cuya puerta había un baño de paga. Mear y cagar costaba dos maos. La vigilante era una mujer cuarentona con los cabellos de nido de gallina. Li Xuelian pagó los dos maos, le encargó a su hija a la señora y entró al baño. Cuando la orina salió, su vientre, en lugar de vaciarse, se llenó de aire. Al salir y ver que su niña lloraba en los brazos de la cuarentona, le soltó a la pequeña una buena cachetada.

—Todo es por tu culpa, cabrona. Mira todo el daño que me has hecho.

El pleito entre Li Xuelian y Qin Yuhe se debía por completo a esa niña. Tenían ocho años de casados. En el segundo año nació su hijo, quien ahora tenía siete. Pero en la más reciente primavera, ella se dio cuenta de que estaba embarazada. No supo cómo ni cuándo perdió la cuenta, o tal vez a Qin Yuhe se le olvidó ponerse el condón. El segundo embarazo era ilegal. Si Qin Yuhe fuera campesino, podría pagar algunos miles de yuanes y tendrían a la criatura; pero Qin Yuhe era empleado público, así que, además de tener que pagar una gran multa, seguramente lo despedirían de su trabajo y todos aquellos años laborales habrían sido en vano.

Juntos fueron al hospital del condado para abortar. Li Xuelian tenía dos meses de embarazada y no había sentido ningún cambio, pero cuando se quitó los pantalones y se subió a la plancha, al abrir las piernas sintió un golpe en el vientre. Entonces, cerró las piernas, saltó de la plancha y se puso los pantalones. El médico pensó que iría a orinar cuando la vio salir por la puerta del hospital. Qin Yuhe la detuvo.

—¿Adónde vas? Con la anestesia no te va a doler.

—Aquí hay mucha gente. Luego hablamos en la casa.

Durante los veinte kilómetros de regreso en el autobús local, ninguno de los dos habló. Una vez en el pueblo, caminaron hasta su casa. Lo primero que hizo Li Xuelian fue entrar en el granero para ver a la vaca que había parido una becerra dos días atrás. Ésta, acurrucada al lado de su madre, mamaba leche. La vaca hambrienta, al sentir la presencia de Xuelian, mugió. Justamente cuando Li Xuelian le arrimaba pasto, Qin Yuhe entró en el granero:

—¿Qué pretendes hacer, mujer?

—La criatura en mi panza me pateó: debo tenerla.

—No puedes tenerla. Si nace, me despedirán.

—Tengo un plan que nos permitirá tener a la criatura sin que te despidan.

—No hay en el mundo un plan así.

—Vamos a divorciarnos.

—¿Qué quieres decir? —preguntó el marido estupefacto.

—Zhao Huoche, quien vive en el poblado, así le hizo. Al divorciarnos, ya no habrá nada entre nosotros. La criatura será sólo mía y tú te quedarás con el hijo. Uno para cada quien, y así no violaremos la ley.

Qin Yuhe tardó en comprender:

—Tu plan no está mal, pero no creo que debamos divorciarnos sólo por la criatura.

—Le haremos como Zhao. Cuando la niña obtenga el registro, nos casaremos de nuevo. La criatura nacerá durante el divorcio, al volvernos a casar, cada uno tendrá un hijo. La política de control de natalidad no prohíbe que dos personas con hijos se casen y, al volver a hacerlo, ya no tendremos más hijos.

Qin Yuhe, rascándose la cabeza, elogiaba a Zhao Huoche.

—Ese Zhao Huoche sí que sabe aprovechar los huecos. Por cierto, ¿a qué se dedica?

—Es el veterinario del poblado.

—No debería ser veterinario; debería ir a Pekín para hacerse cargo de la política de planificación familiar. Con la cabeza que tiene, taparía todos los huecos para que los listos no se aprovechen de ellos —y, elogiando a Li Xuelian, continuó—. En tu vientre, además de una criatura, hay intestinos sabios. No me imaginaba que fueras tan lista.

Fue así como la pareja se divorció en el juzgado del condado. Luego de separarse, para no levantar sospechas, los dos evitaban verse. Pero después de medio año, cuando la criatura ya había nacido, Li Xuelian se enteró de que Qin Yuhe se había casado con la pequeña Mi, quien tenía en la cabecera del condado un salón de belleza, y no sólo se habían casado, sino que la mujer estaba embarazada. Aquel divorcio planeado, de pronto, ya era verdadero. Li Xuelian decidió seguir el camino de Zhao Huoche sin imaginar que el resultado sería tan diferente, por lo que fue a buscar al marido para reclamarle. Le reclamó que el divorcio era una mentira, pero él afirmaba que era de verdad. Con el acta de divorcio en la mano, Li Xuelian tenía todas las de perder. Entonces se dio cuenta de que su marido no era de fiar. No le molestaba lo sucedido, sino el coraje que traía encima, y lo que más la enfurecía era que la idea del divorcio había sido suya. Ser engañada por otro da mucho rabia, pero caer una misma en su propia trampa, eso sí produce una gran congoja. Como el enojo no se le bajaba, decidió matarlo. Pero Qin Yuhe se había ido a Heilongjiang. Ella, por lo pronto, como no podía hacerlo, se desquitó con su hija de dos meses. Después de la cachetada, la criatura dejó de llorar. La cuarentona, al verla golpear a la niña, se enfureció:

—¿Qué te traes? ¿Por qué me haces eso?

—¿A qué te refieres? —dijo Li Xuelian estupefacta.

—Si quieres cachetear a tu niña, hazlo en otro lado. ¿Una niña tan pequeña aguanta esos golpes? Si quieres matarla, allá tú; pero, y luego, ¿quién vendrá a orinar a un baño donde mataron a una niña?

Li Xuelian entendió el mensaje. Tomó a su hija y, subiendo por las escaleras del baño, comenzó a llorar a todo lo que daba:

—Qin Yuhe, hijo de puta, ¡cómo me has perjudicado!

La niña, ya recuperada de la cachetada, también comenzó a llorar. La vigilante del baño, al oír el nombre de Qin Yuhe, se dio cuenta de que Li Xuelian era su exesposa. La historia del matrimonio y el divorcio, conocida por todos en la fábrica de fertilizantes, llegó hasta los oídos de la vigilante del baño, quien también profirió insultos:

—¡Ese Qin Yuhe es un hijo de puta, es un animal!

Li Xuelian, necesitada de compasión, la vio con ojos amigables.

—Nuestro divorcio fue de mentiras, ¿cómo es que ahora es una realidad?

—No me refiero a su divorcio —dijo inesperadamente la desconocida.

—Entonces ¿a qué? —respondió Li Xuelian sorprendida.

—Qin Yuhe es un patán. Este año, en enero, vino muy borracho a orinar. El baño se paga: toda mi familia vive de eso. El cabrón dijo que podía entrar sin pagar por ser empleado de la fábrica. Me le puse enfrente y comenzó a golpearme. Mira: me partió mi diente a la mitad.

La mujer abrió la boca y Li Xuelian vio que le faltaba la mitad del diente de enfrente. Antes, cuando vivían juntos, Li Xuelian pensaba que Qin Yuhe era un hombre razonable, nunca se imaginó que cambiaría después del divorcio.

—Hoy no lo encontré, pero cuando lo halle, lo mataré.

Al oír que Li Xuelian pensaba matarlo, la cuarentona no se sorprendió:

—Ése merece una muerte cruel. Matarlo así nada más es hacerle un favor.

—¿Qué quieres decir?

—Matarlo es resolverle todos sus problemas al instante. Si me preguntas, a los patanes como él no hay que matarlos: hay que joderlos sin tregua. El cabrón se casó con otra, ¿verdad? Pues haz que se revuelque en vida hasta que la mujer lo abandone y los hijos lo desprecien; haz que no pueda vivir a gusto ni morir en paz. Sólo así desquitarás tu coraje.

Li Xuelian, de pronto, recordó que hay más de una manera de castigar a alguien y concluyó que la cuarentona tenía razón. Lo importante ya no era el asunto en sí, sino la causa que lo originó. Li Xuelian, cargando a su niña, había venido originalmente a la fábrica para asesinar a su exmarido, pero al regresar a su casa tenía un plan completamente distinto: demandarlo. Aquello que nadie pensó, justo se le ocurrió a la vigilante del baño, quien le tenía mucho resentimiento a Qin Yuhe por el diente roto. De pronto, y sin querer, esa mujer le salvó la vida a Qin Yuhe.

3

Li Xuelian vio a Wang Gongdao por segunda vez en una sala del juzgado. Vestido de juez, él apenas intervenía en una disputa de bienes. Los hermanos Chao de la calle Este de la cabecera del condado, huérfanos desde niños, de grandes abrieron una fonda de caldo picante en la esquina de su calle. Trabajaban desde tempranas horas de la madrugada, la fonda estaba en un sitio muy transitado, por lo que el negocio marchaba viento en popa; pero hacía dos años que el hermano mayor se casó y, con la llegada de la cuñada, los conflictos entre los hermanos aumentaron hasta convertirse en un pleito legal. Dividir la casa era fácil: todo por la mitad, pero cuando el asunto llegó al negocio, ninguno de los dos quería ceder, y así fue como terminaron en la Corte. Wang Gongdao conocía al hermano mayor, puesto que habían estudiado juntos la primaria y, de vez en cuando, se saludaban en la calle. Cuando el juez determinó la cantidad de dinero que uno le debía pagar al otro por quedarse con la totalidad del negocio, el hermano mayor no protestó. Pero el menor argumentó que después de casarse, el mayor no madrugaba. Durante dos años, el menor había trabajado más, por lo que exigía una remuneración antes de la división de bienes. Ese reclamo hizo enojar al mayor, quien argumentó que el año anterior habían tenido que pagar ocho mil yuanes por una laparotomía que se le había practicado al hermano menor debido a un sangrado abdominal, lo que había representado un fuerte gasto.

—¿Y quién cubrirá esa deuda? —preguntaba.

Entre más discutían, más se enardecían. De pronto, se levantaron de las sillas y comenzaron a golpearse. Wang Gongdao, al ver que la mediación no funcionaba, declaró un receso. Inesperadamente, el hermano menor protestó: