OBRAS escogidas
IRENEO
de
LYON
∙ Contra las hereiías ∙
∙ Demostración de la Enseñanza Apostólica ∙
COMPILADO POR:
Editorial CLIE
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08232 VILADECAVALLS
(Barcelona) ESPAÑA
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© 2018 por Editorial CLIE
OBRAS ESCOGIDAS DE IRENEO DE LYON
ISBN: 978-84-945561-5-9
eISBN: 9788416845095
Clasifíquese:
Teología cristiana - Historia
Prólogo a la Colección GRANDES AUTORES DE LA FE
INTRODUCCIÓN. APOSTOLICIDAD Y UNIDAD DE LA FE
Vida y obra de Ireneo
Gnosis, esoterismo y angustia
Paganización del cristianismo
Gnósticos versus jerarquía
Marción y el rechazo del A.T.
Recapitulación o unión de todas las cosas en Cristo
El escándalo de la cruz y la pasión de Dios
Defensores de la libertad
Nota bibliográfica
CONTRA LAS HEREJÍAS
LIBRO I EXPOSICIÓN DE LAS DOCTRINAS HERÉTICAS
Prefacio
1 Constitución del Pleroma
Argumentos bíblicos de los gnósticos
2 Perturbación y restauración del Pleroma
Emisiones de Cristo y del Espíritu Santo
3 Argumentos bíblicos de los gnósticos
4 Transformaciones de la Sabiduría y origen de la materia
5 El Demiurgo y el origen del Universo
Sustancia de la materia
Origen del hombre
6 La misión del Salvador en el mundo
7 Los dos Cristos
Tres clases de hombres
8 Argumentación bíblica de los gnósticos
9 Identidad de Jesús y el Verbo. La encarnación
Ejemplo de exégesis y composiciones falsas
10 El credo apostólico
La tradición unificadora de la Iglesia
La verdadera sabiduría
11 Sistema doctrinal de Valentín y sus discípulos
12 Ptolomeo y la paganización del Dios cristiano
13 Marcos el Mago y sus discípulos
Manipulación profética
14 Numerología de Marcos el Mago
Doctrina mística de las letras y nombres
15 Cifras y numerología del nombre de Jesús
Contradicciones de Marcos
16 Aritmética del alfabeto
Vana y caprichosa religión del número y la letra
17 Significado del zodíaco
18 Lectura mística del Antiguo Testamento
19 El verdadero Dios invisible
20 Escrituras apócrifas y relectura de los Evangelios
21 La redención gnóstica
22 El canon de la verdad
23 Simón Mago, cabeza de herejes
Menandro
24 Saturnino y su sistema
Basílides y la sustitución de Simón por Jesús
La pendiente deslizante del error
25 Carpócrates y el menosprecio de los principados
Transmigración de las almas
26 Cerinto y el nacimiento virginal de Jesús
Los Ebionitas y la negación de Pablo
Los Nicolaítas
27 Marción y el Dios del Antiguo Testamento
Mutilación de los Evangelios y de las cartas paulinas
28 Taciano, de la ortodoxia a la herejía
29 Variante de los Barbeliotes
30 Los Ofitas y la transmutación mítica de los principios
Reinterpretación de la historia evangélica
31 Ramificaciones de la doctrina ofita
Desvelar los secretos para mejor rechazarlos
LIBRO II REFUTACIÓN DE LA TESIS VALENTINIANA
Prefacio. Dios y su creación
1 Solo hay un Dios
2 Dios crea mediante su Palabra
3 La creación, temporal o eterna
4 Contradicciones de la cosmogonía gnóstica
5 El tema de la ignorancia
Dios y la necesidad
6 Conocimiento de la soberanía de Dios
7 Entendimiento, realidad, variedad e imagen
8 Falsedad del vacío y la sombra
9 Prueba de un solo Dios creador del mundo
10 Un error lleva a otro error
La inigualable acción creadora de Dios
11 Coherencia de la enseñanza apostólica
12 Refutación de la teoría de la Triacóntada
13 Teoría del entendimiento
Atributos de Dios
El problema de las emisiones
14 Origen pagano de las teorías valentinianas
Ideas tomadas de los filósofos
15 Preguntas sobre la estructura del Pleroma
16 El Dios único, modelo de la creación
17 Distintas maneras de emisión
El problema de la ignorancia y del mal
18 Errores sobre la Sabiduría, la tendencia y la pasión
19 La simiente, centella o chispa divina
La insensatez de los herejes
20 Interpretaciones infundadas de la vida y enseñanza de Cristo
21 La Pandora de los herejes
22 Duración del ministerio público de Jesús
Las tres Pascuas durante el ministerio de Jesús
La tradición sobre la edad avanzada de Jesús
23 Interpretación figurada de la hemorroisa
24 El juego caprichoso de los números
Numerología del Tabernáculo
Interpretación selectiva de los números bíblicos y el olvido del cinco
Números sacados del calendario
25 La doctrina fundamental de la verdad
Grandeza de Dios y pequeñez de la inteligencia humana
26 Docta ignorancia de amor
Vanas especulaciones
27 Principios de interpretación bíblica
28 La regla de fe, clave de la interpretación
Negación herética del misterio divino
La inefable generación del Hijo
Cuestiones imposibles de resolver
29 El destino final de las almas y los cuerpos
30 La arrogancia de los que se creen superiores al Creador
Un solo Creador de lo visible e invisible
31 Refutación sumaria de Valentín y todos los herejes
Simón y Carpócrates, supuestos hacedores de milagros
32 La enseñanza moral de Cristo y su práctica
Dones espirituales en la Iglesia
33 Supuesta transmigración de las almas
34 El alma creada vive por siempre por la voluntad de Dios
35 Diversos errores sobre la multiplicidad de cielos y dioses
LIBRO III TESTIMONIO DE LAS ESCRITURAS
Prefacio. La prueba por medio de las Escrituras
1 El Evangelio apostólico
2 Rechazo herético de las Escrituras
3 Iglesias de origen apostólico
4 Necesidad de la tradición apostólica
Novedad de las herejías
5 El mensaje directo de Cristo y sus apóstoles
6 Testimonio de las Escrituras sobre el Dios verdadero
7 La enseñanza de Pablo sobre Dios
8 Enseñanza de Cristo sobre el Señor verdadero
9 Testimonio de Mateo
10 Testimonio de Lucas
Testimonio de Marcos
11 Testimonio de Juan
La autoridad universal de los cuatro Evangelios
12 Testimonio de Pedro y de los discípulos sobre el Dios verdadero
Testimonio de Felipe
Testimonio de Pablo
Testimonio de Esteban
Errores de Marción
La muerte de los mártires confirma su testimonio
Testimonio del Concilio de Jerusalén
13 El caso particular de Pablo
14 Respuesta a los que rechazan el testimonio de Lucas
15 Claridad de la enseñanza apostólica
Seducción de los simples
16 Identidad del Cristo divino y el Jesús humano
Testimonio de Juan y de Mateo
Testimonio de Pablo
Testimonio de Marcos y Lucas
La realidad de la pasión de Jesucristo
17 La venida del Espíritu Santo
18 El Verbo eterno encarnado en el tiempo para redención del hombre
La pasión vista por Cristo mismo
Haciéndose hombre el Verbo rescató a los hombres del pecado
19 Solamente el Verbo hecho hombre puede liberar a los hombres
Naturaleza humana y divina de Cristo según las Escrituras
20 La señal de Jonás y la salvación del pecador
El Señor mismo salva a los que no pueden salvarse a sí mismos
21 La cuestión del nacimiento virginal de Cristo
La versión griega de la Biblia
¿Virgen o doncella?
22 El segundo Adán, prototipo humano
El nuevo Adán y la nueva Eva
23 El plan salvífico de Dios
Misericordia de Dios con Adán
Maldición de Caín
El arrepentimiento de Adán
Destrucción de la muerte
Error de Taciano sobre la condenación de Adán
24 La importancia de la Iglesia para la conservación de la fe
25 Providencia y bondad de Dios
LIBRO IV LA ENSEÑANZA DE CRISTO
Prefacio
1 La enseñanza inequívoca de Cristo sobre Dios
2 El Creador y Padre del Señor Jesucristo
3 Permanencia del Creador sobre su creación
4 Jerusalén en el propósito divino
5 La identidad de Dios en ambos Testamentos
6 El conocimiento del Padre por el Hijo
7 Herederos y descendientes de Abraham mediante la fe
8 Sacerdotes del nuevo Pacto
9 Escribas y doctores del reino de los cielos
Uno mayor que el templo
Dos Alianzas, un solo Dios
10 Las Escrituras, testimonio de Cristo
11 El anhelo de los profetas
Una perfección cada vez mayor
12 Lo esencial de la Ley
13 Perfección de la Ley
La ley de la libertad
14 Dios no crea al hombre por necesidad, sino por amor
15 Propósito de la Ley
16 Sombras y tipos de realidades espirituales
17 El verdadero sacrificio
El sacrificio de la Nueva Alianza
18 Eucaristía y sacrificio de acción de gracias de la Iglesia
19 La pregunta sobre las imágenes y la grandeza de Dios
Trascendencia e inmanencia de Dios
20 De Dios se conoce su amor
La visión de los profetas
21 La prefiguración de la fe en los patriarcas
22 Los tiempos de la redención de Cristo
23 Predicación a los pueblos sin Escritura
24 La siembra y la cosecha de las Escrituras
25 Las Escrituras, profecía de Cristo
Los presbíteros de la Iglesia y el carisma de la verdad
26 Dios no hace acepción de personas
Lecciones de las transgresiones de los antiguos
27 Los que se salvan y los que se pierden
28 Endurecimiento divino de los incrédulos
29 Los despojos de los egipcios y el uso de las riquezas
30 Tipos espirituales en la vida de Lot
31 Dos Testamentos, un solo Dios
32 Juicio de los herejes
La gnosis verdadera
El anuncio de los profetas
33 Contra Marción: La novedad de la venida de Cristo
Solo en Cristo se cumplen las profecías
34 Contra los valentinianos
35 La lección de las parábolas de Jesús: La viña y los viñadores
Ciudades impenitentes
Los invitados a las bodas
Gratuidad y buenas obras
Otras parábolas
36 La libertad del hombre
Razón del libre albedrío humano
37 Por qué el hombre no fue creado perfecto desde el principio
38 Importancia de conocer el bien y el mal
El hombre, obra de arte de Dios
El hombre, responsable de su condición eterna
39 Un mismo Dios prepara la vida y la muerte eterna
La acción del Diablo
40 Hijos por naturaleza y por obediencia
LIBRO V ENSEÑANZA DE LAS CARTAS DE PABLO
Prefacio. Necesidad de conocer las tesis a refutar
1 El Verbo cumple los designios de Dios sobre el hombre
2 Relación entre la creación, la encarnación, la eucaristía y la resurrección
3 El poder de Dios manifestado en la debilidad
4 Dios, causa de la resurrección
5 El poder vivificante de Dios en todas las edades
6 El hombre total: cuerpo, alma y espíritu
El cuerpo, templo de Dios y miembro de Cristo
7 El alma no muere con la descomposición del cuerpo
8 La prenda del Espíritu
9 Debilidad de la carne y victoria por el Espíritu
10 El injerto del Espíritu
11 Obras de la carne y frutos del Espíritu
12 El soplo de vida y el Espíritu vivificante
Renovación de la vida mediante el Espíritu
Integridad de la persona como cuerpo y alma
13 La carne mortal absorbida por el poder de la vida
14 Recapitulación de toda carne
La carne pura de Cristo reconcilia la carne de pecado del hombre
15 La promesa de la resurrección
Modelados con el polvo de la tierra
16 El modo de formación del hombre y su redención
17 Cristo padeció como hombre para compadecerse como Dios
La “economía” del árbol prefigurada por Eliseo
18 La venida del Verbo a su propia creación
19 Eva y María
20 Unidad de la fe en la Iglesia
La Iglesia, jardín en el mundo por la Palabra
21 Christus Victor y recapitulador
Victoria sobre las tentaciones del diablo
El encadenamiento de Satanás
22 Victoria mediante la Palabra
Mentira del diablo sobre su dominio del mundo
23 Pecado y muerte de Adán y Eva
24 La autoridad es de Dios, no del diablo
Teoría del gobierno político
25 Profecías sobre el Anticristo
26 División del último reino y triunfo final de Cristo
27 Juicio para salvación y condenación
Naturaleza del castigo
28 La venida del Anticristo y la consumación final
29 666, recapitulación de toda la apostasía
30 Especulaciones sobre el nombre del Anticristo
31 Descenso de Cristo a los infiernos
32 Promesas de la tierra como herencia de los justos
33 El descanso de los justos en la tierra renovada
34 Profecías sobre la restauración de Israel
35 La nueva Jerusalén
36 Progreso y diferencias en la eternidad
DEMOSTRACIÓN DE LA ENSEÑANZA APOSTÓLICA
1. Compendio de la fe cristiana
2. Necesidad de mantener la armonía entre el cuerpo y el alma
3. Necesidad de la regla de fe
4. Dios creador de todas las cosas
5. Dios crea por medio del Logos y del Espíritu
6. La regla trinitaria
7. El bautismo y el nuevo nacimiento
8. Paternidad y Señorío del Creador
9. Los siete cielos
10. La creación de los ángeles
11. La creación del hombre
12. El jardín del Edén
13. La creación de Eva
14. Inocencia de la primera pareja
15. Mandamiento contra el orgullo
16. La caída por envidia del diablo
17. Fatigas y primera muerte
18. Los gigantes y la expansión de la justicia
19. El diluvio y la salvación de Noé, nuevo padre de la humanidad
20. La maldición de Cam
21. La bendición de Sem y Jafet
22. El Pacto universal con Noé
23. La torre de Babel
24. La promesa hecha a Abraham
25. El Éxodo y el misterio de Pascua
26. El Decálogo entregado a Moisés
27. Revelación del Nombre de Jesús
28. La segunda Ley
29. Distribución de la tierra
30. El anuncio de profetas
31. La Encarnación del Verbo
32. Adán y Cristo
33. Eva y María
34. La crucifixión cósmica
35. Justificación por la fe
36. El rey eterno prometido a David
37. La Encarnación vivificadora
38. Muerte y resurrección de Cristo
39. Cristo primogénito de toda la creación
40. Jesús, Dios y hombre
41. La salvación ofrecida a todo el mundo
42. El cumplimiento de las profecías
43. Eternidad del Verbo
44. Cristo y Abraham
45. El Hijo de Dios y la escala de Jacob
46. El Hijo de Dios y Moisés
47. La unción del Hijo de Dios
48. Cristo, Sacerdote eterno
49. El Hijo de Dios rey universal
50. Concordancia del testimonio profético
51. El Hijo siervo del Padre
52. Cumplimiento de las profecías en Cristo
53. Nombres de Cristo
54. Emmanuel, anuncio de la Encarnación
55. Consejero del Padre y de la humanidad
56. Condenación de los incrédulos
57. El esperado de las naciones
58. La estrella de Jacob
59. El vástago de Jesé
60. Juez justo
61. Manifestación presente del reino futuro
62. La tienda de David y el cuerpo de Cristo
63. Belén, lugar del nacimiento de Cristo
64. El Rey prometido
65. La entrada en Jerusalén
66. Predicción de las obras y pasión de Cristo
67. Los milagros de Jesús
68. El siervo sufriente
69. El Cordero de Dios
70. La generación de Cristo
71. La sombra, imagen del cuerpo
72. La muerte del Justo
73. El sueño, imagen de la muerte de Cristo
74. Herodes y Pilato
75. La voluntad de Dios en la pasión
76. La captura de Jesús
77. Cristo entre Pilato y Herodes
78. Bajada a los infiernos
79. Profecías sobre la crucifixión
80. Reparto del vestido de Cristo
81. Traición de Judas
82. Profecía sobre el vinagre mezclado con hiel
83. La ascensión de Cristo
84. Triunfo del Rey de la gloria
85. El juicio
86. El testimonio de los apóstoles
87. Superioridad de la fe y el amor
88. Redimidos por Dios
89. Un nuevo camino
90. El nuevo pacto
91. Esperanza en el Santo de Israel
92. Manifestado a los que no le buscaban
93. El pueblo nuevo de Dios
94. Fertilidad de la Iglesia
95. Incorporación de los gentiles
96. Superación de la Ley
97. Salvación y poder Jesucristo
98. Conclusión
99. Desviaciones heréticas
Índice de conceptos teológicos
Títulos de la colección Patrística
A la Iglesia del siglo XXI se le plantea un reto complejo y difícil: compaginar la inmutabilidad de su mensaje, sus raíces históricas y su proyección de futuro con las tendencias contemporáneas, las nuevas tecnologías y el relativismo del pensamiento actual. El hombre postmoderno presenta unas carencias morales y espirituales concretas que a la Iglesia corresponde llenar. No es casualidad que, en los inicios del tercer milenio, uno de los mayores best-sellers a nivel mundial, escrito por el filósofo neoyorquino Lou Marinoff, tenga un título tan significativo como Más Platón y menos Prozac; esto debería decirnos algo...
Si queremos que nuestro mensaje cristiano impacte en el entorno social del siglo XXI, necesitamos construir un puente entre los dos milenios que la turbulenta historia del pensamiento cristiano abarca. Urge recuperar las raíces históricas de nuestra fe y exponerlas en el entorno actual como garantía de un futuro esperanzador.
“La Iglesia cristiana –afirma el teólogo José Grau en su prólogo al libro Historia, fe y Dios– siempre ha fomentado y protegido su herencia histórica; porque ha encontrado en ella su más importante aliado, el apoyo científico a la autenticidad de su mensaje”. Un solo documento del siglo II que haga referencia a los orígenes del cristianismo tiene más valor que cien mil páginas de apologética escritas en el siglo XXI. Un fragmento del Evangelio de Mateo garabateado sobre un pedacito de papiro da más credibilidad a la Escritura que todos los comentarios publicados a lo largo de los últimos cien años. Nuestra herencia histórica es fundamental a la hora de apoyar la credibilidad de la fe que predicamos y demostrar su impacto positivo en la sociedad.
Sucede, sin embargo –y es muy de lamentar– que en algunos círculos evangélicos parece como si el valioso patrimonio que la Iglesia cristiana tiene en su historia haya quedado en el olvido o incluso sea visto con cierto rechazo. Y con este falso concepto en mente, algunos tienden a prescindir de la herencia histórica común y, dando un “salto acrobático”, se obstinan en querer demostrar un vínculo directo entre su grupo, iglesia o denominación y la Iglesia de los apóstoles…
¡Como si la actividad de Dios en este mundo, la obra del Espíritu Santo, se hubiera paralizado tras la muerte del último apóstol, hubiera permanecido inactiva durante casi dos mil años y regresara ahora con su grupo! Al contrario, el Espíritu de Dios, que obró poderosamente en el nacimiento de la Iglesia, ha continuado haciéndolo desde entonces, ininterrumpidamente, a través de grandes hombres de fe que mantuvieron siempre en alto, encendida y activa, la antorcha de la Luz verdadera.
Quienes deliberadamente hacen caso omiso a todo lo acaecido en la comunidad cristiana a lo largo de casi veinte siglos pasan por alto un hecho lógico y de sentido común: que si la Iglesia parte de Jesucristo como personaje histórico, ha de ser forzosamente, en sí misma, un organismo histórico. Iglesia e Historia van, pues, juntas y son inseparables por su propio carácter.
En definitiva, cualquier grupo religioso que se aferra a la idea de que entronca directamente con la Iglesia apostólica y no forma parte de la historia de la Iglesia, en vez de favorecer la imagen de su iglesia en particular ante la sociedad secular, y la imagen de la verdadera Iglesia en general, lo que hace es perjudicarla, pues toda colectividad que pierde sus raíces está en trance de perder su identidad y de ser considerada como una secta.
Nuestro deber como cristianos es, por tanto, asumir nuestra identidad histórica consciente y responsablemente. Sólo en la medida en que seamos capaces de asumir y establecer nuestra identidad histórica común, seremos capaces de progresar en el camino de una mayor unidad y cooperación entre las distintas iglesias, denominaciones y grupos de creyentes. Es preciso evitar la mutua descalificación de unos para con otros que tanto perjudica a la cohesión del Cuerpo de Cristo y el testimonio del Evangelio ante el mundo. Para ello, necesitamos conocer y valorar lo que fueron, hicieron y escribieron nuestros antepasados en la fe; descubrir la riqueza de nuestras fuentes comunes y beber en ellas, tanto en lo que respecta a doctrina cristiana como en el seguimiento práctico de Cristo.
La colección GRANDES AUTORES DE LA FE nace como un intento para suplir esta necesidad. Pone al alcance de los cristianos del siglo XXI, en poco más de 170 volúmenes –uno para cada autor–, lo mejor de la herencia histórica escrita del pensamiento cristiano desde mediados del siglo I hasta mediados del siglo XX.
La tarea no ha sido sencilla. Una de las dificultades que hemos enfrentado al poner en marcha el proyecto es que la mayor parte de las obras escritas por los grandes autores cristianos son obras extensas y densas, poco digeribles en el entorno actual del hombre postmoderno, corto de tiempo, poco dado a la reflexión filosófica y acostumbrado a la asimilación de conocimientos con un mínimo esfuerzo. Conscientes de esta realidad, hemos dispuesto los textos de manera innovadora para que, además de resultar asequibles, cumplan tres funciones prácticas:
1. Lectura rápida. Dos columnas paralelas al texto completo hacen posible que todos aquellos que no disponen de tiempo suficiente puedan, cuanto menos, conocer al autor, hacerse una idea clara de su línea de pensamiento y leer un resumen de sus mejores frases en pocos minutos.
2. Textos completos. El cuerpo central del libro incluye una versión del texto completo de cada autor, en un lenguaje actualizado, pero con absoluta fidelidad al original. Ello da acceso a la lectura seria y a la investigación profunda.
3. Índice de conceptos teológicos. Un completo índice temático de conceptos teológicos permite consultar con facilidad lo que cada autor opinaba sobre las principales cuestiones de la fe.
Nuestra oración es que el arduo esfuerzo realizado en la recopilación y publicación de estos tesoros de nuestra herencia histórica, teológica y espiritual se transforme, por la acción del Espíritu Santo, en un alimento sólido que contribuya a la madurez del discípulo de Cristo; que la colección GRANDES AUTORES DE LA FE constituya un instrumento útil para la formación teológica, la pastoral y el crecimiento de la Iglesia.
Editorial CLIE
Eliseo Vila
Presidente
Ireneo es el teólogo más importante de su siglo. Su libro contra los gnósticos y los marcionitas es una obra imprescindible para los estudiantes de historia y de los primeros siglos del cristianismo. Pero no solo eso. Al tiempo que desenmascara el error ofrece la respuesta, dando lugar así a la exposición de la fe cristiana en la que la Iglesia se reconoce fácilmene todavía hoy. Su obra capital Contra los herejes o herejías merece la pena ser leída por los cristianos de todos los tiempos, al decir de Harold O. J. Brown (Heresies, Baker, Grand Rapids 1984). Ireneo acuñó frases magistrales, que reflejan su honda percepción de la verdadera naturaleza de la fe cristiana: “La gloria de Dios es el hombre que vive” (Adv. haer. IV, 20,7); “Dios no es conocido, sino por Dios”; “siempre es Dios el que enseña, y el hombre quien continuamente está aprendiendo de Él (II, 28,3)”. “Dios es aquello que merece la pena de verse” (IV, 37,3); “no es el hombre para la creación, sino la creación para el hombre (V, 29,1). Después de Pablo es uno de los teólogos que más influyó en la teología posterior.
Ireneo es el hombre prudente que quiso edificar sobre la roca del verdadero testimonio de Cristo dado por sus apóstoles directos e inmediatos. Los herejes de su época, para validar sus afirmaciones, recurrieron al especioso argumento del testimonio secreto de Jesús, confiado a supuestos apóstoles del círculo íntimo.
Es un dato comprobado que todos los herejes han pretendido remontar su doctrina hasta el mismo Cristo. En el siglo II gnósticos, marcionitas y ortodoxos intentaban mostrar su conexión con Cristo por medio de los apóstoles. Es significativo que la primera vez que aparecen los términos que harán historia en teología, “tradición” y “sucesión apostólica”, lo hacen en un autor gnóstico: Carta de Ptolomeo a Flora, 7,9.
Como el recurso a Cristo y a los apóstoles no es siempre fácil de probar se asiste a un proceso de análisis de la noción de apostolicidad. ¿Cuál es la verdadera tradición apostólica? ¿Cuál la verdadera sucesión apostólica, en qué consiste? La conexión tiene que ser necesariamente apostólica; porque es evidente que Cristo no es conocido más que por los apóstoles, de modo que éstos tienen preeminencia en orden al conocimiento de Cristo frente a todos los que vienen después. “Todos los herejes son muy posteriores a los obispos, a los que los apóstoles encomendaron las iglesias” (Adv. haer. V, 20,1). “De aquí en adelante tiene que aducirse contra todas las herejías que lo que ha sido primero, eso es verdad, y lo que es posterior eso es lo adulterado” (Tertuliano, Adv. Prax. 2, 20).
Una vez desaparecidos físicamente los apóstoles es del todo necesario que el testimonio y autoridad de la que gozaron en vida, pase a sus escritos, toda vez que la tradición oral está sujeta a tergiversaciones de uno y otro lado. “No hemos llegado al conocimiento de la economía de nuestra salvación si no es por aquellos por medio de los cuales nos ha sido transmitido el Evangelio. Ellos entonces lo predicaron, y luego, por voluntad de Dios, nos lo entregaron en las Escrituras, para que fuera columna y fundamento de nuestra fe” (Adv. haer. III, 1,1). Así el nuevo problema que se plantea es saber cuáles son exactamente los escritos que representan la auténtica predicación apostólica. Bien pronto se forma una colección que progresivamente llegará a ser conocida por Nuevo Testamento, corte de apelación final en materia doctrinal, aceptado por la generalidad de los cristianos en todo o en parte. “Tan grande es la autoridad que se atribuye a los Evangelios, que los herejes mismos les rinden testimonio y cada uno trata de probar su enseñanza apoyándose en ellos” (Adv. haer. III, 11,7).
Esto es un hecho extraordinario, porque la existencia de una Escritura cristiana aceptada como autoridad última marca un límite entre lo que es reconocido como apostólico, en sentido pleno y normativo, y lo que no lo es, o lo es en categoría inferior. Desde entonces, la apostolicidad ya no es una autoridad vaga e inestable, sino una realidad de contornos definidos, tanto como los libros que la componen, cuya referencia es la norma de la doctrina cristiana.
Se trata de una traditio ab apostolis, tradición desde los apóstoles, distinta de otras tradiciones que proceden de los tiempos apostólicos, pero que no pasan de ser anécdotas comparadas con la tradición que pervive en la Iglesia conservada en las Escrituras. La tradición que interesa a Ireneo es la traditio ab apostolis ad ecclesiam, es decir, la tradición que viene de los apóstoles y es entregada a la Iglesia, unida ministerialmente a los apóstoles por una cadena de obispos ordenados por los mismos apóstoles.
Anclado en la firmeza y unidad de la traditio ab apostolis, cuyo valor todos reconocen, aunque algunos quisieran crearse una tradición apostólica para su uso, apelando a los dichos secretos de Jesús, recurso último para garantizar autoridad a una enseñanza que de otro modo es imposible de mantener, Ireneo resiste firme los asaltos de las herejías e insiste en las propias variaciones y contradicciones del sistema herético para negarles toda presunción de verdad. “Variáis, luego erráis”, podía haber dicho también Ireneo. La verdad es una y pervive en la tradición apostólica mantenida por la Iglesia, la cual, “aunque esparcida por el mundo entero hasta los confines de la tierra, ha recibido de los apóstoles y de sus discípulos la fe en un solo Dios… Por tanto, habiendo recibido este mensaje y esta fe, la Iglesia, aunque esparcida por el mundo entero, lo guarda cuidadosamente como habitando en una sola mansión, y cree de manera idéntica, como no teniendo más que una sola alma y un solo corazón, predicando y enseñando estas cosas al unísono y transmitiendo la tradición como si tuviera una sola voz” (Adv. haer. I, 10,1); “la Iglesia, que tiene de los apóstoles un comienzo consistente, persevera a través del mundo entero en una sola y misma enseñanza sobre Dios y sobre su Hijo” (II, 12,7); “la predicación de la Iglesia presenta por todas partes una inconmovible solidez, manteniéndose idéntica a sí misma y beneficiándose, como lo hemos manifestado, del testimonio de los profetas, de los apóstoles, y de todos sus discípulos” (III, 24,1); mientras que la herejía es múltiple y divisoria, sometida al capricho de cada nuevo maestro, cuyo norte no es la verdad, sino la pretendida originalidad narcisista de una doctrina que se distinga del resto y se proclame a sí misma superior a las demás. “A partir de los que acabamos de nombrar, han surgido múltiples ramificaciones de multitud de sectas, por el hecho de que muchos de ellos, o por mejor decir, todos, quieren ser maestros, abandonando la secta en la que estuvieron y disponiendo una doctrina a partir de otra, después también una tercera a partir de la precedente, se esfuerzan en enseñar de nuevo, presentándose a sí mismos como inventores del sistema que han construido de esa manera” (I, 28,1).
El tema de la unidad, evidente igualmente en el resto de los escritores ortodoxos, orienta el quehacer teológico de Ireneo en todos sus puntos. Solo hay un Dios único en todas las economías o dispensaciones y un único plan de salvación, que parte de la creación, culmina en la encarnación y se completa en los cielos nuevos y en la tierra nueva. La unidad es la clave de la teología ortodoxa frente al espíritu divisionario y cismático siempre enfrentado entre sí, origen de un sinfín de escuelas y sectas, sin ánimo ni voluntad de construir uno sobre el otro, partiendo de la predicación apostólica, ignorando el consejo paulino: “Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno vea cómo sobreedifica” (1 Co. 3:10).
Desde el punto de vista evangélico se puede adelantar la crítica, extensiva al resto de los Padres de la Iglesia, de la concepción esencialmente legal de la salvación. Para ellos la obra de Cristo es primordialmente la promulgación de una nueva ley divina, superior y más perfecta, en cuanto cumplimiento de la antigua ley del Sinaí. Cristo es asimilado a Moisés en cuanto dador de esa nueva ley. Aunque Ireneo y tantos otros utilizan el lenguaje paulino de la justificación por la fe: “Es la fe en Dios lo que justifica al hombre” (Adv. haer. IV, 5,5): “La prueba de que el hombre no se justificaba por medio de estas prácticas, sino que ellas eran dadas al pueblo como signos, lo prueba el hecho de que el mismo Abrahán, sin circuncisión ni observancia de los sábados creyó en Dios y le fue imputado a justicia, y fue llamado amigo de Dios” (IV, 16,2); “Que en Abrahán estaba también prefigurada nuestra fe, y que fue el patriarca y por así decirlo el profeta de nuestra fe, lo manifiesta el apóstol suficientemente en su carta a los Gálatas, diciendo: “Aquel, pues, que os daba el Espíritu, y obraba maravillas entre vosotros ¿lo hacía por las obras de la ley, o por el oír de la fe? Creyó Abrahán a Dios, y le fue imputado a justicia” (IV, 21,1), su concepción legal neutraliza la radicalidad de la fe a la que se imputa la justicia de la redención. Pues la fe ya no es confianza en la obra de gracia de Dios a favor del hombre, sino aceptación de Cristo y obediencia a sus preceptos. Esta concepción legal lleva a insistir en la libre voluntad y en la salvación condicionada por la propia determinación y obediencia del creyente. Toda la teología de los Padres tiende a limitar el perdón de los pecados al momento del bautismo, después del cual la salvación depende de una vida santa y de las buenas obras. No cabe duda que Ireneo anticipa el catolicismo posterior en su concepción soteriológica.
Nacido entre el 126 y 136 d.C. en Asia Menor, probablemente en Esmirna, a juzgar por su familiaridad con Policarpo, obispo y mártir de la ciudad. En una carta que se conserva, dirigida al presbítero romano Florino, Ireneo dice que en su primera juventud había escuchado los sermones del obispo Policarpo de Esmirna, lo que viene en apoyo de su origen, a la vez que le sitúa en contacto con la era apostólica a través de Policarpo. “Te conocí –le dice a Florino–, siendo yo niño todavía, en el Asia Menor, en casa de Policarpo. Tú eras entonces un personaje de categoría en la corte imperial y procurabas estar en buenas relaciones con él. De los sucesos de aquellos días me acuerdo con mayor claridad que de los recientes, porque lo que aprendemos de niños crece con la misma vida y se hace una cosa con ella, de manera que hasta puedo decir el lugar donde el bienaventurado Policarpo solía estar sentado y disputaba, cómo entraba y salía, el carácter de su vida, el aspecto de su cuerpo, los discursos que hacía al pueblo, cómo contaba sus relaciones con Juan y con los otros que habían visto al Señor, cómo recordaba sus palabras y cuáles eran las cosas relativas al Señor que había oído de ellos, y sobre sus milagros y sus enseñanzas, y cómo Policarpo relataba todas las cosas de acuerdo con las Escrituras, como que las había aprendido de testigos oculares del Verbo de Vida. Yo escuchaba ávidamente, ya entonces, todas estas cosas, por la misericordia del Señor sobre mí, y tomaba nota de ellas, no en papel, sino en mi corazón, siempre, por la gracia de Dios, las voy recordando fielmente” (Eusebio, Historia Eclesiástica V, 20).
La huella de maestro tan noble y autorizado es perceptible claramente en el discípulo, que se limitó a aplicar a todos los aspectos de la verdad cristiana los principios aprendidos de Policarpo, en especial, someter todas las cosas a la prueba de la Escritura. Ireneo le tributa un homenaje de reconocimiento a lo largo de su obra (Adv. haer. II, 22,5; IV, 27,1; V, 5,1; 33,3; 36,1).
La cultura y estudios seculares de Ireneo podemos deducirlos de sus citas de autores clásicos como Homero y Hesíodo y de filósofos como Platón y Aristóteles. Su manera de argumentar refleja una formación humanística bastante aceptable. De los tratados cristianos menciona con frecuencia a Papias y El Pastor de Hermas, pero sobre todo destaca en su conocimiento bíblico, que abarca todo el Antiguo Testamento y los libros apócrifos o deuterocanónicos, así como la totalidad del canon del Nuevo Testamento, que aún no estaba fijado definitivamente, pero que muestra una asombrosa concordancia con el presente.
Desconocemos el motivo o la razón de su traslado a las Galias (Francia) desde su tierra natal, pero sabemos que existían fuertes lazos entre la Iglesia misionera de Galia y la Iglesia madre de Asia Menor. De hecho, Atalo, oriundo de la vecina Pérgamo, era considerado una “columna” de la iglesia lionesa. A veces se nos pasa por alto que el hombre de la antigüedad solía tener una movilidad sorprendente, y que los más inquietos, intelectualmente hablando, solían realizar extensos viajes para conocer y aprender.
La ciudad de Lyon jugó un papel importante en la historia de la Iglesia, es el punto geográfico donde comienza la historia cristiana en Francia. Capital administrativa y política del imperio romano en un ángulo formado por la confluencia del Ródano y el Saona, estaba unida a Oriente por numerosas vías de comunicación. Lyon, como hace notar Arnold J. Toynbee, es el ejemplo más notable de una colonia romana puesta al servicio del cristianismo (Arnold J. Toynbee, Estudio de historia, vol. 2, pp. 336-337. Alianza Editorial, Madrid 1979, 4ª ed.). Fundada en el 43 a.C. con el nombre de Lugdunum, se hallaba en los umbrales de las vastas regiones del territorio galo que se había agregado al Imperio Romano por las conquistas de César. Se encontraba allí con el fin de irradiar la cultura romana a través de esa Galia Comata. Lugdunum era el asiento de la única guarnición romana que había entre Roma y el Rin. Era también el lugar oficial de reunión del Consejo de las Tres Galias, donde los representantes de setenta o más cantones se reunían periódicamente alrededor del altar de Augusto erigido allí por Druso en 12 a.C. Sin embargo, en 177 d.C. esta colonia romana se había convertido en el foco de una comunidad cristiana de suficiente vitalidad como para llamar la atención de las autoridades, que procuró su erradicación mediante la muerte. Estas circunstancias motivaron el primero documento que se conoce de la Iglesia de las Galias, una carta escrita por los cristianos de Lyon a sus hermanos de Asia y Frigia, conservada por Eusebio (Hist. Eclesiástica, V, 1).
La fundación de la Iglesia de Lyon se remonta al año 150. A la cabeza está el primer obispo de las Galias, el asiático Pontino, que supervisa probablemente también varias pequeñas comunidades cristianas, muerto en el año 177, durante la persecución bajo el reinado del emperador filósofo Marco Aurelio. El anciano obispo, que a la sazón tenía más de noventa años y estaba físicamente débil, fue arrastrado sin piedad por las calles, mientras le propinaban puñetazos y patadas sin consideración ni respeto a su avanzada edad. “Los que estaban a más distancia le echaban lo que podían encontrar, todos ellos imaginando que con ello vengaban a sus dioses. Luego, echado en la cárcel, apenas sin poder respirar, murió dos días después” (Eusebio, Ibíd.). Sometidos a tortura y arrojados a las fieras del circo murieron mártires Epágato, personaje distinguido; Santo, diácono procedente de la vecina ciudad de Viena; Maturo, recientemente bautizado; Atalo, de Pérgamo; Blandina y Biblis, mujeres de fortaleza y gloria; Póntico, un joven de quince años y Alejandro, médico de Frigia, establecido desde hacía mucho tiempo en las Galias.
Ireneo, presbítero por entonces y superviviente de las persecuciones, fue elegido para ocupar el puesto del obispo mártir. Bajo su episcopado van a multiplicarse las comunidades cristianas que comienzan en esa época a franquear los límites de la región de Narbona, sobre todo en dirección al nordeste, hacia el Rin. Más que por este celo en la conversión de los paganos, Ireneo es conocido por su confrontación con los herejes, fruto de la cual es su gran obra contra las herejías. No hay que formarse una idea equivocada de su carácter a juzgar por el título de la obra que ha pervivido hasta nosotros. Ireneo, como su nombre indica, era “hombre de paz” o “pacificador”; en todo momento se esforzó en mantener la paz de la Iglesia universal. Conocemos su papel pacificador en la controversia sobre la fecha de la Pascua por la carta al obispo de Roma Víctor I (189-198), donde le advierte que no rompa con facilidad la unión, ya que Víctor había creído que algunos obipos de Asia y Oriente, que celebraban la Pascua con los judíos, el día catorce de la luna, habían de ser condenados (Jerónimo, De Viris Illustribus, 35).
Gregorio de Tours cuenta que fue martirizado bajo el reinado de Septimio Severo en el año 202 o 203, pero no es del todo seguro, ya que no dicen nada al respecto Tertuliano, Hipólito, Eusebio, Efrén, Epifanio, Agustín ni Teodoreto. La primera noticia de su martirio proviene de Jerónimo, ofrecida en su comentario al libro de Isaías, escrito alrededor del 410, donde se habla de Ireneo como vir apostolicus episcopus et martyr (varón apostólico obispo y mártir), pero calla cuando trata ex profeso de la vida de Ireneo, por lo que la noticia sobre su martirio se atribuye a una interpolación.
Eusebio habla de un buen número de obras escritas por Ireneo, de las que nos transmite algunos fragmentos, pero solo se han conservado dos: Elenjos kai anatrope tes pseudonímon gnóseos (Desenmascaramiento y refutación de la falsa gnosis), y Epídeixis ou apostolikon kerigmatos (Demostración de la enseñanza apostólica). No tenemos el original griego de ninguna de ellas.
La primera, escrita hacia el año 180, ha sobrevivido en una traducción latina muy literal, conocida como Adversus Haereses, además de unos fragmentos griegos, armenios y siríacos. Esta obra aparece dividida en cinco libros o capítulos, como diríamos hoy. En el primero Ireneo presenta los diversos sistemas gnósticos, deteniéndose en los valentinianos y trazando su origen hasta Simón Mago, padre de todos los herejes. En el segundo refuta con argumentos tomados de la razón y de la misma lógica gnóstica las tesis de los seguidores de Valentín y Marción. En el tercero muestra la verdad y unidad de la predicación de la Iglesia sobre Dios y Cristo. En el cuarto afirma detalladamente la unidad radical de los dos testamentos o alianzas productos de un mismo Dios. Por último, el quinto se centra en la enseñanza paulina sobre la resurrección de la carne, para terminar con una visión milenarista del Reino eterno, que recapitula todas las cosas creadas: al hombre con Dios y con el mundo, con su carne y con su tierra, tomando así la anakephaloisis paulina de Efesios 1:10, que será también el eje sobre el que gire el sistema teológico de Orígenes.
De la segunda obra, Epídeixis o Demostración, se ha conservado entera solo una traducción armenia, de los años 575 a 580, descubierta en el año 1904. Es una versión breve no polémica, sino apologética de la teología de Ireneo, dirigida a un tal Marciano. Expone la predicación de la enseñanza apostólica y explica las razones de los dogmas divinos con referencia a la Escritura. Es un precioso testimonio de la teología y de la doctrina del siglo II, al mismo tiempo que ofrece un sentido del cristianismo sencillo, seguro y profundo. En la primera parte comienza con una teología de la economía o historia de la salvación, Dios y la creación (4-16), seguida por el pecado del hombre y la misericordia divina (17-30) y la obra redentora de Cristo (31-42). La segunda parte muestra la verdad de la historia de la salvación según las Sagradas Escrituras, la preexistencia y la encarnación del Hijo de Dios (43-51), el cumplimiento de las profecías sobre Jesús (52-84) y el cristianismo como cumplimientos de las profecías mesiánicas (85-97). Concluye con una exhortación pastoral a vivir la fe y oponerse a la herejía (98-100).
La primera traducción latina del Desenmascaramiento y refutación de la falsa gnosis debió de hacerse inmediatamente después de su composición en griego, pues Tertuliano ya la usa en latín diez años después en su tratado contra los valentinianos (Adversus Valentinianos). Su traductor tuvo que ser un celta a juzgar por su latín bárbaro, quizá un presbítero de Lyon.
Su objetivo primero fue refutar a los seguidores del famoso gnóstico alejandrino Valentín, aunque después se extiende a otros herejes, conforme iban pasando los años que Ireneo dedicó a componer la totalidad de la obra. Sus fuentes son los escritos de los mismos herejes, algunos de los cuales fueron descubiertos recientemente en las proximidades de la localidad egipcia de Nag Hammadi.
Allí, en diciembre de 1945, se encontraron doce códices coptos y un buen número de fragmentos, que contienen cincuenta obras de autores gnósticos. Fueron depositados en el lugar alrededor del año 400 d.C. y aunque se descubrieron en 1945 no se comenzaron a publicar hasta años más tarde.
No hay pueblo en el mundo que no se haya preguntado una vez en su historia por el angustioso problema del mal. En épocas de transformación político-social, cuando el viejo mundo se viene a bajo, y las antiguas creencias son incapaces de soportar y responder a los nuevos retos y a las nuevas ideas, la pregunta sobre el mal y su origen se convierte en punto de partida de una revisión radical de la cosmosivión que ha dejado de ofrecer seguridad. “¿De dónde el mal y en qué consiste?”, se pregunta el gnóstico Valentín, “¿de dónde procede el hombre y cómo y cuál es la cosa suprema? ¿De dónde Dios?” (Tertuliano, De praescriptione haereticorum, 7).
Es posible que el gnosticismo sea anterior al cristianismo, pero poseemos pruebas claras de que a mediados del s. II d.C. los gnósticos tenían mucha fuerza y adeptos en las iglesias bañadas por el Mediterráneo; desde el sur de Francia hasta Alejandría, en Egipto, donde surgieron un número considerable de maestros y una cantidad no menor de sectas o partidos. El gnóstico se creía poseedor de un conocimiento (gnosis) secreto y salvífico superior a la fe de los simples cristianos, apodados de hílicos o materiales.
No eran filósofos, pues en sus ideas se mezclan especulaciones míticas y numerológicas explicadas con un alegorismo extremo. Una “mitomanía” alegórica y matemática que embriagaba los espíritus, dando pie a la infinita curiosidad que atormenta el alma humana. Su lenguaje hoy nos resulta tan extraño como a muchos de sus contemporáneos. De todos modos, su pretensión de conocimiento superior, de corte mistérico, reservado a los iniciados, y su pretendida solución al problema del mal, le ganó para sí un buen número de seguidores y adeptos entre las capas más cultas de la sociedad. Los teólogos ortodoxos más habituados al ejercicio dialéctico, Clemente de Alejandría y Orígenes, por ejemplo, comprendieron que detrás de la jerga sobre eones y genealogías se hallaban elementos de valor e importancia. Frente a los más rígidos que combatieron el gnosticismo sin entenderlo, ellos buscaron promover una verdadera gnosis cristiana y ortodoxa. El rechazo indiscriminado del gnosticismo, llevó a la formación de sociedades ocultas y secretas, que reaparecen cuando la situación les es propicia. Como escribía el Dr. Raven, el tipo de personas atraídas por esta clase de enseñanza y práctica, suelen ser en general gente sensitiva, y a menudo de temperamento religioso, místico, como se suele decir, sin olvidar la contrapartida de los introvertidos, exhibicionistas y charlatanes, que medran en estos círculos, para descrédito de los mismos (Charles E. Raven, St. Paul and the Gospel of Jesus, p. 106. SCM Press, Londres 1961).
Cuando no se atienden las necesidades espirituales de este tipo de gente, con las garantías de la enseñanza ortodoxa y sin los peligros de la bufonería narcisista tan propia de personajes sin control institucional, amparados bajo el velo del misterio y del secreto, velo que, en muchos casos, una vez retirado deja ver en toda su desnudez la desilusionante pobreza y mediocridad de su pretendida sabiduría profunda.
“No reserváis nada a Dios –afirma Ireneo irónicamente–. Vosotros pretendéis exponer la génesis y la producción de Dios mismo” (Adv. haer. II, 28,4). “¿Por qué se muestran superiores al Demiurgo esos hombres, ante los que se pasma de admiración una gran multitud de necios, como si pudieran aprender de ellos algo superior a la verdad misma?” (I, 30,2).
Como todas las ideas surgen en un momento histórico determinado y obedecen a una situación concreta, es significativo que la gnosis sea la moda de las clases cultas oprimidas, judíos, egipcios, sirios, galos, sometidos a una ley extranjera, la impuesta por el Imperio romano, y a la presencia y dominio de unos dioses que no son los suyos. Son sociedades sometidas al trauma de la desaparición de sus centros de seguridad ancestral. Los dioses, el cielo y la tierra que en otro tiempo les cobijaban se han vuelto amenazantes, extraños. “Es el sentimiento de un abismo absoluto entre el hombre y el lugar en el que se encuentra: el mundo” (Hans Jonas).
Mundo lleno de maldad que no puede ser creación de la divinidad, sino de un principio inferior cuya ley cumple e impone. El verdadero Dios tiene que ser el Dios desconocido, que no tiene nada que ver con el mundo y sus injusticias, el Dios totalmente Otro. El mundo es el producto de un poder ignorante, repetirán una y otra vez los gnósticos para sorpresa de Ireneo, y por ello malvado, surgido de la voluntad de dominio y de coacción. Las leyes del universo son las leyes de este dominio, y no las de la sabiduría divina. La ley del Imperio bajo la que se encontraban era el decreto de un poder externo, y el mismo carácter tenía para ellos la ley del universo, el destino cósmico, cuyo ejecutor terreno era el Estado mundial.
Los gnósticos, como bien dice Hans Jonas, si hubiesen querido formular la base metafísica de su nihilismo, hubiesen podido decir como Nietzsche: “el Dios del cosmos ha muerto», es decir, ha muerto como Dios, ha dejado para nosotros de ser divino y de dar dirección a nuestra vida (cf. Hans Jonas, La religión gnóstica. El mensaje del Dios extraño y los comienzos del cristianismo (Siruela, Madrid 2000). El Dios gnóstico distinto del Demiurgo es el totalmente otro, ajeno a nosotros, desconocido, que no tiene nada que ver con el mundo presente, de ahí el desprecio del mundo por parte de los gnósticos “Todavía más atrevidos que Epicuro –se quejaba Plotino– en sus reproches contra el señor de la providencia y contra la providencia misma, desprecian toda la legalidad de este mundo y la virtud que se ha ido formando entre los hombres desde el comienzo del mundo” (Plotino, Enéadas, 11, 9, 15).