EXPERIENCIAS
PARANORMALES REALES

Eva Morgado Flores


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SEGUNDA EDICIÓN

Octubre 2018

Editado por Aguja Literaria

Valdepeñas 752

Las Condes - Santiago - Chile

Fono fijo: +56 227896753

E-Mail: contacto@agujaliteraria.com

Sitio web: www.agujaliteraria.com

Página facebook: Aguja Literaria


ISBN: 978-956-6039-09-9


DERECHOS RESERVADOS

Nº inscripción: 296.920

Eva Morgado Flores

Experiencias Paranormales Reales

Queda rigurosamente prohibida sin la autorización escrita del autor,

bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra

por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático


TAPAS

Imagen: Mathieu Hevey

Diseño: Josefina Gaete Silva


AGRADECIMIENTOS


Agradezco profundamente a quienes aportaron al desarrollo de este libro, narrando sus sorprendentes historias, las cuales, imagino, no fue fácil sacar de sus recuerdos. Gracias por su confianza.

Un lugar importante en mis agradecimientos vaya para la agencia Aguja Literaria y su equipo brillante de profesionales, quienes han aportado sus conocimientos y experiencias para lograr una edición y diseño de primer nivel; especialmente a la editora Zorayda Coello Freitas, por su trabajo y constante apoyo.

Doy, también, un sitio especial a Alfredo Gaete Briseño, por su gran aporte como editor y su constante motivación para superarme como escritora.

A mi familia, partiendo por mis progenitores, quienes sembraron en mí las bases para el gran amor que tengo por la literatura, y a mis hermanos, que me han brindado su magnífico entusiasmo; en particular, a Alonso Morgado, por ser un ejemplo a seguir en su gran pasión por la cultura.

A grandes amigos que día a día me motivan para seguir adelante como escritora.

Al gran milagro de vida, representado en mis hijos: Javiera Parragué Morgado, Alonso Parragué Morgado y Antonio Parragué Morgado.

A mi yerno, Alejandro Duque, quien descubrió antes que yo a Aguja Literaria, por su aporte en mi inspiración a publicar.

Un lugar especial en mi corazón, que debo agradecer, es para Catalina Alejandra Duque Parragué, tan solo por existir.


Eva Morgado F. 

 



No nací creyendo en los fenómenos esotéricos, la experiencia me transformó lentamente en una persona para quien la muerte no es el fin de la vida. Sospecho que cuando dejamos el cuerpo terrenal, sea en forma trágica o no, algo en nosotros aguarda en este mundo esperando una explicación. ¿Cómo llegué a esta conclusión? Distintas vivencias me han llevado a confiar en la ley de atracción, creo que mi frecuencia vibratoria se ha adherido a personas que soportaron en carne propia situaciones inexplicables que las marcaron para siempre. 

Son innumerables los avances de la ciencia y la medicina. Sin embargo, todavía hay circunstancias en las cuales la lógica no entra en juego. Este libro incluye historias vividas por médicos y otros profesionales, relatos increíbles cuya única explicación es que no existe ninguna. Cada una de estas experiencias paranormales cambiaron las vidas de quienes fueron testigos de ellas. 

Olor a muerto


Javier O. F.
Estudiante de Ingeniería de la Universidad de Chile


Mi madre siempre ha sido una mujer dedicada a nosotros, su familia, casi en forma demasiado abnegada. Estudió una carrera, pero desde el momento en que se convirtió en madre decidió dejar sus sueños y sacrificó su realización personal para ocuparse por completo de nuestro cuidado y atención. 
Es dueña de casa y realiza esta labor con una entrega increíble. Nunca ha querido contratar servicios, pese a que la situación económica de mi padre se lo permite. Lava nuestra ropa, limpia la casa, cocina y se encarga de todo lo necesario para nuestro diario subsistir. Esto nos hace muy felices, pero, a la vez, nos parece exagerado, ya que la casa siempre está extremadamente limpia y es funcional. 
En la mañana, después de que mi padre parte al trabajo y nosotros a nuestras respectivas universidades, nuestra madre se encarga del aseo. Lo primero que hace es barrer la vereda del frontis de la casa, esa es su rutina. 
Cierto día comenzó como cualquier otro. Nos preparamos para salir, mi padre se marchó y nosotros también, dejando a mi madre sola igual que siempre. Comenzó su labor diaria, pero no imaginó que viviría una pesadilla infernal. Comenzó a barrer el frontis como todos los días y notó un fuerte olor a descomposición, como si hubiera un cadáver de algún animal oculto entre las plantas del antejardín. Buscó minuciosamente el origen del desagradable hedor, pero no lo encontró. Todavía intrigada, preguntó a los vecinos para descubrir si provenía de las casas colindantes, pero no lo percibían, así que tenía que venir del frontis de nuestra casa. Por más que buscó y buscó no dio con la causa, y entró para continuar con sus quehaceres. 
Cuando regresé de la universidad noté que aquel olor sumamente desagradable, parecía estar situado en algún punto de la vereda. Escudriñé entre las plantas, pero sin resultado. Se lo comenté a mi madre al entrar y ella me contó sobre su búsqueda infructuosa durante la mañana; mis hermanos y mi padre también percibieron el hedor. Buscamos en cada rincón, pero todo fue inútil y al final nos dimos por vencidos.
En los días siguientes permaneció en el mismo punto, pero lo curioso era que solo nuestra familia lo percibía. Nos cansamos de preguntar a nuestros vecinos y visitas, nadie más lo sentía.
Un día llegué de la universidad a la hora de almuerzo y cuando pasé por el frontis de la casa me di cuenta, lleno de alegría, de que el olor había desaparecido. Sin embargo, cuando entré me paralizó la visión que se presentó ante mis ojos. Mi madre temblaba arrinconada entre la puerta de la cocina y el baño, lloraba y temblaba compulsivamente. Un fuerte olor a descomposición provenía del living de la casa.
―¡Entró! ―exclamó entre sollozos al verme―. ¡Es un muerto!
La miré con sorpresa. No entendía sus palabras, pero aquel olor era el mismo que había sentido afuera, solo que mucho más intenso debido al encierro. Corrí a abrazarla y traté de que se levantara del rincón donde estaba en cuclillas, aterrorizada.
Cuando me agaché para alzarla sentí tras de mí un fuerte golpe en la mesa y unos pasos que parecieron avanzar por la casa con pisadas fuertes y pesadas. Me volví de inmediato, pero no vi nada.
Tomé a mi madre y la senté en un sillón. Estaba pálida y temblorosa, hice lo posible por calmarla para que me explicara cómo había llegado a ese estado. La dejé sola unos instantes para recorrer rápidamente la casa, debía descubrir de quién habían sido las pisadas, pero no encontré nada. Confundido, me senté a su lado persuadiéndola de que me contara qué había ocurrido. Un rato después se calmó y pudo relatarme lo siguiente, en medio de algunos sollozos que se le escapaban. 
―Salí temprano a barrer la calle y sentí aquel olor nauseabundo. Terminé y entré a la casa. Estaba en la cocina y sentí pasos en el comedor, así que me asomé a mirar pensando que alguno de ustedes había regresado temprano, pero no vi a nadie. Justo en ese instante percibí que aquel olor se encontraba adentro. Seguí cocinando para que el contenido de la olla no se quemara, me distraje con esto durante un rato. Sin embargo, el olor continuó. Cuando me volví para mirar de dónde provenía, vi a un hombre muerto, con el cuerpo en descomposición, parado y observándome desde el fondo del comedor. Despareció ante mis ojos cuando grité. Caí al suelo y me quedé en donde me encontraste, pero seguí sintiendo sus pasos y su olor. 
Lloraba y temblaba, así que la lleve a su dormitorio, le serví almuerzo y le di un calmante que usaba para descansar. Cuando se durmió, me llevé comida a mi cuarto y me encerré para estudiar. Varias veces tuve que salir de la pieza a inspeccionar la casa, pues escuchaba ruido de pasos y movimiento de objetos y muebles. 
Al anochecer llegaron mis hermanos y mi padre, de inmediato notaron el olor. Les conté lo ocurrido y no dieron crédito a la historia, como era de esperarse. La única explicación que encontramos fue que mi madre debía estar muy agotada.
Buscamos inútilmente de dónde provenía el intenso hedor, parecía estar fijo en un rincón del comedor. Cansados y sin encontrar nada, nos retiramos cada uno a su dormitorio.
Aproximadamente a las tres de la madrugada, un alarido de terror de mi hermano mayor nos despertó. Corrimos asustados a su dormitorio y encendimos la luz. Lo encontramos arrebujado al lado de la cama, contra la pared del rincón. Temblaba compulsivamente y repetía: 
―¡Hay un muerto y me estaba mirando!
Cuando logramos que se calmara, contó que se había despertado porque sintió una respiración pestilente sobre su cara. Cuando abrió los ojos descubrió a un hombre en avanzado estado de descomposición mirándolo fijo. No quiso dormir en su pieza y compartimos la mía.
Al día siguiente mi madre se negaba a quedarse sola, de manera que la dejamos donde mi abuela y la recogimos de regreso a casa. Cuando estábamos juntos se sentía tranquila y no dábamos crédito a lo que ocurría.
La noche siguiente me tocó vivir la más espeluznante experiencia. Estaba dormido y sentí que alguien se sentaba en mi cama. Como mi hermano seguía durmiendo en la pieza pensé que se trataba de él, pero al abrir los ojos vi a un hombre que me miraba directo a los ojos con un gesto de increíble curiosidad. De su cara brotaban huesos entre la carne descompuesta, su estado de putrefacción era notorio y aterrador.
Grité lleno de terror y se repitió la escena que tuvimos con mi hermano mayor. Desde aquel día nadie en la familia dudó de la presencia de ese cadáver que deambulaba golpeando la mesa, apareciéndose y dejando una estela de olor nauseabundo por las habitaciones. Estábamos aterrados e impotentes, no encontrábamos una explicación y tampoco nos atrevíamos a pedir ayuda, la historia era demasiado inverosímil.
Sopesamos la idea de vender la casa y mudarnos, era imposible seguir viviendo ahí. Estábamos decididos a hacer esto, cuando ocurrió algo que cambió radicalmente el curso de la historia.
Regresaba a nuestro hogar con mis padres, mi hermano esperaba en casa de un amigo para encontrarnos y llegar juntos; nadie osaba entrar solo a la casa. Me bajé del auto para comprar el pan en un negocio del barrio. Creo que fue el destino, porque justo en ese momento una señora le decía al dueño del almacén: 
―Don Pedrito, ¿no ha sabido nada de las apariciones del finado Juanito?
Yo la miré sorprendido. El hombre mostró desconfianza al ver mi expresión, no quería que me enterara de lo que conversaban. 
―¡No, señora María, nada!... ¡Dígame, joven! 
No pude dejar de preguntar, era un oportunidad única para entender lo que ocurría. 
―¡Perdón! ¿A qué finado se refieren? 
Los dos me miraron como pensando que los tomaría por absurdos, estaban molestos por mi intromisión. 
―Nada, joven, es una cosa que nosotros sabemos. 
Fue imposible contenerme, con desesperación les dije:
―¡Necesito que me cuenten! ¡En mi casa hay un cadáver deambulando y estamos aterrados! ¡Si saben algo hablen, por favor!
 ―Se pasó a la casa del joven ahora ―exclamaron al unísono. 
―¿Se pasó quién? ¡Hablen, por favor! 
El dueño del negocio me contó lo siguiente, mientras la señora afirmaba ante cada una de sus palabras moviendo la cabeza:
―Hace muchos años, joven, esto era un enorme campo perteneciente a una familia muy adinerada. ―Mencionó un apellido muy conocido en el país, incluso se escucha en el mundo político hasta hoy―. Para esta familia trabajaba un campesino encargado de sus tierras, era el capataz y tenía bajo su cargo el funcionamiento de los trabajadores. El hombre tenía un solo hijo, mientras que el dueño de las tierras, varios. Al llegar a la juventud, la hija del dueño se enamoró del hijo del capataz, Juanito, un joven muy trabajador que se suponía continuaría las labores de su padre cuando este envejeciera. El amor de la niña fue correspondido por el muchacho, pero el padre se opuso firmemente. Los jóvenes, sin embargo, no obedecieron. Desde niños se habían criado jugando, al crecer la gran amistad que tenían se transformó en un sentimiento de amor muy grande; era inevitable que estuvieran juntos. 
»Un día Juanito desapareció y el dueño de las tierras dijo que había huido luego de robar en su casa. Nadie creyó la historia, sabíamos que Juanito era incapaz de hacer algo así, pues era un joven honrado, con deseos de surgir y llegar a ser un gran hombre. Nunca supimos si su hija creyó esta mentira, pero el padre la envió a estudiar fuera del país para alejarla definitivamente de sus tierras.