Agradecimientos

A todas las personas que han colaborado de una u otra forma en este libro aportando sugerencias, comentarios, testimonios, fotografías, o compartiendo proyectos de amor.

En especial, quiero darle las gracias a Paloma Andrés Domingo, Rosa Casado, María Isabel Martínez, Roxanna Pastor Fasquelle, Elena Fernández Ardisana y Leonor Cantera.

A los fotógrafos Olmo Calvo Rodríguez, cuyo trabajo solidario me parece admirable, y a Heinz Hebeisen por su entrega y disponibilidad. A Eva Máñez.

A Marigela Orvañanos, Teresa Sanz, Esther Casanova Padilla, Pilar Muguira Casanova, Ana Moreno, Anna Navarro, Rigoberto León, Alejandra Buggs Lomeli, Sergio Ramón, Marta Romero, Llusi Latorre, Teresa Segarra, Pilar Acevedo, Maribel Ríos, Francisco Madrid, Coté Velázquez y Javier Rodríguez por sus aportaciones, sus fotos o sus cuadros.

A Lluís Mayor. A Consue Ruiz-Jarabo, que me animó a escribir sobre estos temas y preparar un libro, hace muchos años. A Antonieta García, a Susana García Rams, a José Manuel Cuenca Molina, a Julián Sellarés y a Rubén Guzmán.

A las y los participantes de mis grupos, de másteres, expertas/os, y profesionales comunitarias/os cuyos trabajos superviso, de quienes siempre aprendo.

A mi editor, Agustín Pániker, que siempre confía en mí. A todo el equipo de la editorial Kairós. por cómo facilitan las cosas.

A las personas que configuran mi familia afectiva, por su presencia.

En agradecimiento a todas las personas que me han bientratado.

Bibliografía

1. El mal trato y el maltrato

¿Cómo es el tipo de relaciones que estamos construyendo? ¿Cómo nos vinculamos? Lo que pensamos, sentimos acerca de nosotros/as mismos/as, de las relaciones, de la pareja o acerca del amor, está basado en creencias, valores, sociales y personales, que generan comportamientos que fácilmente nos colocan en relaciones de maltrato o de buentrato. Lo hemos incorporado y aprendido del modelo social.

Las personas necesitamos relacionarnos, vincularnos; nuestra interdependencia es la base de la comunidad.

Durante unos minutos reflexiona sobre:

¿Qué es para ti el maltrato?

Piensa ahora:

¿Cuándo te has sentido maltratada o maltratado?

(en cualquiera de las áreas de tu vida: familiar, sexual, laboral, amistosa…)

Reflexiona también sobre:

¿Cuándo has maltratado a alguien? (en cualquiera de las áreas de tu vida: familiar, sexual, laboral, amistosa…)

¿Cómo te maltratas a ti mismo/a?

Es fácil reconocer el maltrato. Recapitulando a lo largo de nuestra vida podemos reconocer palabras, gestos, o comportamientos, que nos han dicho o hecho, que nos han causado daño. El daño del maltrato se siente en el cuerpo, pero también psíquica y espiritualmente. Notamos sensaciones corporales de tensión; el cuerpo se contrae o sentimos dolor en alguna parte del cuerpo –la boca del estómago, la nuca, la garganta que parece agarrotarse, etcétera–. Asimismo podemos reconocer emociones, especialmente la tristeza, la rabia o el miedo; y pensamientos e imágenes que refuerzan o sugieren esas emociones. Asimismo solemos experimentar depreciación, autodepreciación, desvalorización… El maltrato también podemos sentirlo hacia nosotros/as mismos/as con ideas como: «No valgo nada», «me lo merezco», «nadie me querrá», etcétera.

Por otra parte, aunque nos cueste reconocerlo, también nosotros/as maltratamos o hemos maltratado, con pequeñas o grandes acciones, gestos…

Sí, desgraciadamente, el maltrato forma parte de nuestra vida cotidiana, de nuestra manera de relacionarnos, de situarnos en el mundo y situarnos frente a los demás.

El maltrato es producto del mal trato. Pero… ¿por qué nos maltratamos?

2. La normalización de la violencia

El daño, el maltrato, la violencia están tan normalizados que muchas veces, a menos que sea muy visible y brutal, no los reconocemos. Las broncas, los insultos, las desvalorizaciones, la humillación… pueden parecer formas «normales» de vivir en pareja, en la familia, en el trabajo, o en los programas televisivos que generan audiencia.

El maltrato entre las personas y hacia uno/a mismo/a se siente en el cuerpo y en el espíritu –metafóricamente diríamos en el cuerpo y en el alma– y destruye, enferma, y genera una espiral de violencia que se invisibiliza, se normaliza y a la larga se convierte en patrones que constituyen guiones de vida personales y sociales.

Muchos de los malos tratos no son reconocidos ni por la persona que los ejerce, ni a veces por quien los sufre, porque forman parte de comportamientos «normalizados»; por lo tanto no se denominan, o no se consideran, maltrato; con lo cual no se investiga sobre qué lo produce, ni se desarrollan otras formas alternativas. Y por otra parte, cuando se reconoce –normalmente cuando lo sufrimos– a veces no se sabe cómo salir de ahí o cuál podría ser el modelo alternativo.

En ocasiones he preguntado qué es lo opuesto al maltrato. Me han llamado la atención dos tipos de respuestas frecuentes:

  1. «Que no haya maltrato»
  2. «Que haya amor»

En el primer caso, no se sabe encontrar o denominar lo opuesto. Se cambia maltrato por «no maltrato».

En el segundo caso, como veremos más adelante,12 una cosa es el amor, y otra es cómo cada cual entiende el «amor» y justifica con ello sus celos, su violencia, etcétera. A veces hemos oído eso de: «Te pego porque te quiero». Hay personas que maltratan, y a la vez consideran que aman a quien hacen daño.

Maltrato y amor son dos cosas diferentes. El maltrato nunca se puede justificar por el amor; y quien realmente ama, no maltrata.

El maltrato se produce en el afuera –lo que se ve– y en el adentro –lo que no se ve–. Es decir, el maltrato se desarrolla en tres niveles: social, relacional y personal (interno).

3. Dimensiones del maltrato

El maltrato tiene tres dimensiones:

Maltrato

Buentrato

  • Social
  • Relacional
  • Interno

4. Un poco de historia personal

Nací en una España autoritaria. El temor formaba parte de la vida cotidiana. Todavía recuerdo a mi madre cuando en Semana Santa me decía «No pongas música porque alguien nos puede denunciar». Sí, en Semana Santa no se podía poner música, solo la sacra.

El maltrato, el mal trato y la violencia los vi y viví en las instituciones, en lo social, especialmente durante la infancia y en mi juventud universitaria.

Me escolaricé en un colegio de monjas –prácticamente en aquellos años toda la educación era religiosa–, desde los 3 años hasta los 17; no me recuerdo, ni en mis primeros años, haciendo un dibujo libre, ni jugando. Fueron años especialmente duros de mi vida. El abuso de autoridad, la irracionalidad, el miedo, la violencia sutil y manifiesta eran para mí lo cotidiano, en aquellas paredes del colegio que me sugerían una cárcel. Sin poder escapar.

Viéndolo con distancia, creo que viví lo mismo que una mujer maltratada en una relación de pareja: pérdida de la voz para expresarme –por miedo al castigo–, la sensación de aislamiento, una depresión más o menos manifiesta, y la fantasía de que un día todo cambiaría; en mi caso saldría de allí cuando acabara mis estudios. Mientras tanto, opté, como muchas mujeres maltratadas, por hacerme «invisible».

Mi hermana, más joven, tuvo más «suerte» que yo. Mis padres la sacaron del colegio cuando la pasearon por el colegio, ¡a los cinco años!, para ridiculizarla, con una libreta colgada a la espalda, que ponía «¡MAL!» y cero en sus deberes escolares. Y así la hicieron salir a la calle, llorando. A pesar de ser ya una mujer en la segunda mitad de la vida, mi hermana aún lo recuerda con horror.

Mis recuerdos personales más difíciles allí fueron un poco más tarde, durante mi adolescencia. En la época de los años 60 –siglo XX–, cuando se produjo una pequeña apertura en España, a través del turismo, en donde las extranjeras –especialmente mujeres nórdicas–, que venían a bañarse a nuestras playas, generaron un verdadero impacto en la sociedad nacionalcatólica franquista y machista de la época. Surgieron por entonces figuras eróticas como Brigitte Bardot y se puso de moda el cardado en el pelo, que nos hacía parecer un poco más altas y modernas. Se acercaba también la moda de la minifalda.

Tenía 14-15 años, y algunas de mis compañeritas de clase tenían sus «novios» –jóvenes de 15, 16 años…– que las esperaban con ilusión a la salida de clase. Pero en diversas ocasiones presencié, con vergüenza y rabia, cómo la monja ponía a una de esas jovencitas, de pelo ligeramente cardado, la cabeza bajo el grifo del cuarto de baño para deshacerle el pelo y que saliera a la calle con la cabeza mojada como si le hubiera caído un pozal de agua. O deshacerle el bajo del uniforme que, tímidamente, mostraba dos dedos de la rodilla en vez de taparla completamente; ¿qué insinuaban dos dedos de rodilla? O deshacerle el cinturón de tela del uniforme –uniforme hecho de tablas de tela de arriba abajo para que no se nos notaran las formas corporales– porque, en vez de estar completamente suelto, marcaba ligeramente la cadera de la estudiante.

También recuerdo a mi madre que en cierta ocasión tuvo que acudir al colegio y no tomó en cuenta que no se podía entrar sin mangas que cubriesen el brazo por debajo del hombro. Le dieron para entrar unas mangas de papel con las que cubrirse.

Ahora puedo hablar de todo esto sin rencor, con una mirada compasiva hacia aquellas personas que no tenían ningún estudio ni capacitación, ni psicológica ni pedagógica, ni conocimiento del desarrollo personal y emocional de las niñas y jóvenes que atendían.

Estos recuerdos y muchos otros, cuando se los contaba a mi hijo –educado en los años 80 en una escuela de renovación pedagógica–, le parecían insólitos y no llegaba a creérselos.

La España de aquella época era así: oscurantista, fundamentalista, ignorante y violenta, donde el maltrato visible y sutil era la norma.

Cuando me hice mayor, me di cuenta de que la normalización de la violencia no estaba originada solo por un sistema político e ideológico autoritario –una dictadura, donde es más visible y aberrante–, sino que se sustentaba incluso en las sociedades llamadas democráticas –con mayores cuotas de libertad de expresión y acción–; y que la base era el sistema patriarcal.

El sistema patriarcal nació hace unos 5 000 años aproximadamente –cambia de unas sociedades a otras–, y estableció unos valores y unas bases de convivencia que normalizaron y, en parte, invisibilizaron ese maltrato como sistema social.

5. El modelo de relación de poder: jerarquía, creencias y valores

El modelo social es un modelo de mal trato. El mal trato se construye, se ejerce y se reproduce en el espacio social. Es lo que llamo la violencia estructural. Es la propia estructura de las sociedades patriarcales la que está diseñada desde una premisa de desigualdad, de valoración jerárquica de esa desigualdad y de violencia. De todas las diferencias jerarquizadas, el patriarcado se basa en una diferencia sexual y, sobre ella, construye una sociedad de género, a partir de la cual se estructuran otras jerarquías.

Las sociedades patriarcales se basan en la primacía del hombre sobre la mujer; y sobre esa diferencia sexual divide y dicotomiza en géneros a hombres y mujeres, valorando lo llamado masculino sobre lo femenino, generando así, en lo social, una estructura de relación de poder.

El modelo de relación de poder se «normaliza» y se extiende a otras diferencias, que a su vez vuelven a jerarquizarse. Así, vale más un hombre que una mujer, una persona blanca que una negra, una persona europea que otra latinoamericana o africana, una persona heterosexual que otra gay o lesbiana, etcétera. Las diferencias se jerarquizan y se estructuran en relaciones de poder dominio/sumisión. Pero no hay que olvidar que la base de la relación de poder, en las sociedades patriarcales, es que el patriarca –el hombre– tiene un papel dominante.

Esto configura un sistema de creencias y valores, que si bien pueden constatarse en el afuera, en lo visible, básicamente lo incorporan y aprenden los miembros de esa sociedad de manera inconsciente, invisibilizada, de modo que aunque en las sociedades más desarrolladas del patriarcado, las sociedades democráticas, se cambian leyes y se promueve la igualdad entre los sexos, eso funciona paralelamente a:

Efectivamente, el conjunto de creencias, valores y roles son la base del sistema, que interiorizan las personas, y se reproducen en las relaciones como un mandato, como una forma de pertenencia al sistema social.

Pañuelo con instrucciones para que la mujer casada conserve al marido

Eso forma parte del inconsciente colectivo y se transmite a través de los agentes socializadores: la familia, la escuela, los grupos de pares, los medios de comunicación, etcétera.

¿Qué aprendemos? ¿Cuáles son los valores de maltrato y violencia que transmitimos?

Los elementos más relevantes que se transmiten en el sistema social, y que permiten su perpetuación, los resumiría en:

«Normalizamos», por lo tanto, valores como la guerra, la tortura, la lucha, la discriminación, la humillación, las violaciones…, potenciando para ello el miedo, el odio, la desconfianza

Uno de los fenómenos terribles que vemos estos días en los periódicos y en las televisiones son las oleadas de personas refugiadas que huyen de las guerras, adentrándose en otros laberintos, como el de ser engullidas por el mar, perecer de frío, de hambre, o ser víctimas de la trata de personas y de explotación sexual. Acaban de anunciar que 10 000 niños y niñas han desaparecido al llegar a Europa.

Pero ahora son estas guerras, y antes otras, y otras…, con todo lo que supone de masacres de pueblos enteros, matanzas, reclutamientos de niños-soldado, violaciones de mujeres y niñas en los campos de batalla o en los campos de refugiados…

Hace algún tiempo, se difundió en Facebook la imagen de un niño cuyo papá lo fotografiaba dándole como trofeo que sostener la cabeza de un enemigo. Esa misma imagen terrible se puede ver en diversas guerras y violencias sociales en diferentes partes del mundo.

¿Qué se enseña a los niños en tiempos de paz? Los juegos de guerra con todo tipo de armas de matar, con juguetes de guerra, pistolas, rifles…

Pero también hay hombres adultos que, precisamente cuando no hay guerra, juegan a la guerra. La guerra excita…

¿Y cuáles son los programas de los medios de comunicación, TV, prensa…, qué más audiencia tienen? Los programas de violencia: muertes, asesinatos, guerras, peleas. Y también los programas de cotilleo, de violencia verbal, insultos…; eso tiene audiencia.

¿Qué se aprende? ¿Qué se normaliza? ¿Cómo aprendemos a relacionarnos?

¿Cómo desarrollamos la desconfianza, el miedo a los otros? ¿Cómo actuamos frente a ello? ¿Y cómo todo esto se reproduce en las calles, en las casas, en las relaciones de pareja, en las relaciones de familia…?

Se aprende como normal y natural lo que no lo es: desarrollar y mantener la violencia.

6. Canciones y refranero popular

Una de las formas sutiles en que se transmiten esas creencias y valores es a través de las canciones populares, y las canciones populares infantiles, que hemos cantado. Al respecto, en el año 2004, la editorial Fono Astur, en colaboración con el Instituto Asturiano de la Mujer y Amnistía Internacional, recogieron canciones españolas y canciones populares de Asturias en un disco titulado No más violencia contra las mujeres [Non más violencia escontra les muyeres]. Está en nuestras manos [Ta nes nueses manes].

En este disco se recogen canciones populares que muestran distintas formas de agresión a la mujer: las agresiones físicas o psíquicas que, entrelazadas con muestras de afecto, viven algunas mujeres ya durante el noviazgo o inicio del matrimonio; cuando «se trivializa el comportamiento de un hombre violento» –El Mio Xuan–; cuando se responsabiliza a la mujer del maltrato que vive, no considerando el maltrato como delito, sino como «faltas» del marido; la muerte de una mujer por negarse a casarse, el abuso sexual, etcétera.13

Por otra parte, están los refranes. Los refranes son frases breves, generalmente de transmisión oral, conocidos, aceptados y utilizados «por casi todos los individuos de un determinado ámbito geo-cultural». Suelen ser anónimos, donde el «autor eleva a categoría general lo que en él nació como impresión, deducción o conclusión personal, plasmando en el refrán tanto su propio ingenio, sus costumbres y sus valores, cuanto la inercia y el influjo culturales de su contexto histórico».14 Aunque el refranero es muy rico y suele presentar opiniones contradictorias y complementarias, estas constituyen, según Gregorio Doval, «la quintaesencia de la idiosincrasia cultural de los pueblos, a cuyo influjo nadie se puede sustraer; son, además, elementos vivos, vigentes, actuales y en evolución del lenguaje popular […] cuya pervivencia está más que asegurada».15

Veamos algunos refranes y cómo se transmite en el imaginario, según este autor, lo que es una mujer:

7. La violencia de género

Parece que cada vez vemos con mayor frecuencia, en los periódicos, episodios de violencia en las relaciones de pareja y nos preguntamos si es que existe más violencia, o es que es ahora cuando se está sacando a la luz. Quizás hace unos años la violencia contra las mujeres estaba más invisibilizada. O no se hablaba de ello o se negaba, reproduciendo actitudes y creencias que sustentaban los comportamientos violentos como incuestionables, justificándolos («Si le ha pegado, habrá hecho algo, por algo será…»).

No es que antes este tipo de violencia no existiera, solo que no se denominaba violencia de género. El concepto de género es relativamente reciente,17 y ha permitido la visibilidad de una problemática que era invisible porque formaba parte del sistema social.

¿Qué es para ti la violencia de género?

Los valores sociales patriarcales, como la lucha, la pelea, la guerra, reproducen el orden dominación-sumisión. Una de las manifestaciones de dominio en la guerra es la violación de las mujeres y niñas, como parte del botín, como forma de humillación a los otros hombres; las mujeres son consideradas una propiedad de los hombres, parte de sus pertenencias, un objeto al que se puede maltratar o destruir física y psíquicamente a través del elemento que simbólicamente representa el poder: a través de los genitales. Mediante la destrucción y humillación, física y psíquica, la violencia y la violación, se trata de que las mujeres mantengan la memoria histórica de que pertenecen al varón dominante, y se les fomenta el miedo, que las deja inmóviles y vulnerables.

Eso ocurre en las guerras, pero también en las casas y en las calles. La violencia de género es la violencia hacia las mujeres por el hecho de ser mujeres; es una violencia, objetiva y subjetivamente, «autorizada».

Miles de mujeres fueron violadas en la guerra de la exYugoslavia, como en cualquiera de las guerras, en donde a las mujeres se las viola para demostrar que son propiedad del hombre y se las trata de dominar y humillar, a través del elemento simbólico de poder que es el pene. Otra de las prácticas de violencia es la trata de mujeres y niñas, se las cosifica como esclavas sexuales, o como úteros para que reproduzcan criaturas no deseadas.

Y tantos otros tipos de prácticas, como: la mutilación genital, la infibulación, las torturas, las palizas, etcétera.

8. El feminicidio

El feminicidio, tristemente conocido y visibilizado, consecuencia de la violencia de género, es un término que se acuñó sobre todo a partir de las muertes de mujeres adultas en Ciudad Juárez (México). Si bien ya se hablaba de ello en la década de los 80, es la antropóloga feminista Marcela Lagarde la que lo introduce y desarrolla en los años 90.18

La categoría feminicidio y la teoría sobre el feminicidio, de la que forma parte, emergen del bagage teórico feminista. Sus sintetizadoras son Diana Russell y Jill Radford. Me basé en su trabajo teórico y empírico, además del de investigadoras como Janet Caputi, Deborah, Cameron, y otras más, recopilados en el libro Femicide: The Politics of woman killing que recoge importantes estudios y análisis de casos de feminicidio en países tan diversos como India, Estados Unidos y Canadá y abarca desde las cacerías de brujas en los siglos XVI y XVII en Inglaterra hasta nuestros días.

Traduje femicide como feminicidio y así la he difundido.

El feminicidio es el genocidio contra mujeres y sucede cuando las condiciones históricas generan prácticas sociales que permiten atentados violentos contra la integridad, la salud, las libertades y la vida de niñas y mujeres.19

Es un fenómeno que, anclado en las bases de un sistema que deprecia a las mujeres, se extiende como una práctica social cotidiana a la que pareciera que no prestáramos mucha atención, no fuéramos conscientes de su significado. Las muertes, las desapariciones no se investigan, ni se persiguen ni se castigan; se invisibilizan. ¿Dónde están las mujeres desaparecidas? ¿Dónde están las más de doscientas niñas secuestradas de un colegio de Nigeria?

Y existe también una perversión en el sistema de violencia: algunas mujeres pueden incorporar también, como propias, esas creencias y valores de una sociedad que las maltrata para convertirse en guardianas de la estructura social. Paradójicamente, sienten que adquieren valor cuando ejercen el control de los valores dominantes del sistema, cuando, por ejemplo, reprimen y castigan a las mujeres que tratan de salirse de la norma establecida.

En muchos países del continente asiático, como India, Pakistán, China… se practica el infanticidio. Cuando nace una niña se considera una desgracia, y la comunidad exige a la madre que la mate. Esa práctica perversa, de mujer a mujer, como una negación de sí misma, es llevada a cabo por muchas dolientes madres cuya negación a esa exigencia les conllevaría la expulsión de la comunidad, con un destino seguro hacia la mendicidad o la prostitución. Se la obliga a matarla con una bebida de tabaco.

O el feticidio selectivo que realizan algunas mujeres indias con mayor posición social, cuando van a hacerse una ecografía, acompañadas por la suegra, y se enteran de que el feto es una niña.

Este mismo fenómeno oculto ha existido también en China, durante años, con la política del hijo único, y, por supuesto, se deseaba que fuera un chico.

Esta desvalorización y rechazo hacia las mujeres y las niñas ha generado otro fenómeno paradójico aunque previsible. En algunos de estos países, actualmente faltan mujeres y muchos hombres tienen que buscarlas en otras aldeas e incluso, ante la escasez, pagar por ellas. Esto está teniendo como consecuencia el incremento de las violaciones a mujeres, el alcoholismo y drogadicción entre esos hombres que no consiguen estructurar una familia, y que con ello perderían parte de su identidad masculina, al no tener descendencia. [Véase el documental La maldición de ser niña, de Manon Loizeau y Alexis Marant. Arte France et Capa, 2006.]

Al margen de las prácticas de feminicidio contra las mujeres, las niñas o las bebés, hay otras muchas prácticas sutiles que muestran la desvalorización social de la mujer. Dado que he tenido experiencias en varios países latinoamericanos a través de conferencias, talleres y grupos, de diferentes profesiones y grupos sociales, he podido escuchar, por ejemplo entre las parteras rurales, en Chiapas (México), que cuando nace un niño las pagan más por su trabajo; o que la familia responsabiliza a la partera del sexo del bebé, no recomendándola cuando nace una niña. O en ciertas zonas (Perú), al niño que nace se le pone una cinta roja como protección para que viva, y a la niña que nace, una cinta verde de esperanza («si vive o no vive…»).

Toda esta violencia de género, invisibilizada o no cuestionada, se da en diferentes niveles y en diferentes sociedades. ¿Cuál sería la creencia profunda que da lugar a esas prácticas y comportamientos? Que las mujeres no valen, no aportan, te quitan –en algunos lugares de la India, las mujeres tienen que aportar una dote para casarse–…, y las propias mujeres pueden asumir esa creencia, se desvalorizan y desvalorizan a las mujeres, como una manera perversa, aunque inconsciente, de adquirir más valor siendo las guardianas de los valores dominantes masculinos.

Incidiremos sobre estos aspectos en varias conversaciones que he tenido con profesionales comunitarias/os de la salud, de psicología y de trabajo social, en un apartado más adelante. (Véase «Algunos ejemplos de violencia de género»).