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El Hormiguero

© Instituto Tecnológico Metropolitano

© Cruz Correa Taborda

Hechos todos los depósitos legales

1ra. Edición: Universidad de Antioquia, 2013

Impresa: 978-958-7145-47-2

Ediciones: Instituto Tecnológico Metropolitano, 2018

Epub: 978-958-5414-47-1

Pdf: 978-958-5414-64-8

Silvia Inés Jiménez Gómez. Directora editorial

Lila María Cortés Fonnegra. Correctora de textos

Viviana Díaz. Asistente editorial

Alfonso Tobón Botero. Diseño y diagramación

Sello editorial Fondo Editorial ITM / fondoeditorial.edu.co

Calle 73 No. 76A 354 / Tel.: (574) 440 5100 Ext. 5197-5382

Editado en Medellín, Colombia / diciembre de 2018

Correa Taborda, Cruz Mauricio

El Hormiguero / Cruz Mauricio Correa Taborda. –- Medellín: Instituto Tecnológico Metropolitano, 2018.

(Textos urbanos)

1. Literatura colombiana 2. Cuentos colombianos I. Tít. II. Serie

863 SCDD 21 ed.

Catalogación en la publicación – Biblioteca

Las opiniones originales y citaciones del texto son de la responsabilidad del autor. El ITM salva cualquier obligación derivada del libro que se publica. Por lo tanto, ella recaerá única y exclusivamente sobre el autor.

Diseño epub:

Hipertexto – Netizen Digital Solutions

«¿Qué hay en un nombre? Eso es lo que nos preguntamos
en la niñez cuando escribimos el nombre
que nos dicen que es el nuestro»

Ulises. James Joyce

Tabla de contenido

Perro come perro

Reliquia casual

La seis

Química

Del mundo al huevo

Luna corta

Espuma blanca

Paisaje inmencionable

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PERRO COME PERRO

(PREMIO DEPARTAMENTAL DE LITERATURA - CUENTO 1998, MINISTERIO DE CULTURA)

Hoy es un día común y corriente. Es temprano en la mañana y la radio no ha dicho nada sobre alguna bomba u otro atentado hecho por el narcotráfico en su presión al Estado para que no extradite a sus hombres encarcelados. Parece que ya todo está volviendo a la tranquilidad.

He llegado a la salida de un supermercado burgués, a una plazoleta en donde venden desde lotería hasta aparatos para hacer abdominales y me he sentado a esperar a que abran el kiosco de los cigarrillos. Mientras espero, me acuerdo de la vez —hace como dos años— que estuve buscando unos Camel sin filtro durante algunos meses, no recuerdo cuántos con exactitud. En esa época yo estaba obsesionado con Corlea y Bonaser, mi mejor amigo y una de sus parceras.

Corlea era una mujer de esas que no parecía muy bonita, pero sí lo era. No importaban su cabello largo teñido de mono solamente en las puntas o su mirada sin pupila, que le hacía pensar a uno que ella era el diablo o por lo menos un angelito del infierno. Era muy linda. Corlea era la novia de una tal Arzina, una traqueta de mucho billete, con la cual procuré nunca relacionarme, porque a mí los mafiosos no me gustan y porque además era, decían las malas lenguas, dueña de las bombas que estallaban en las calles. Sin embargo, pese a ese comentario, la moral de mis amigos no les impedía relacionarse con ella, rumbeaban en su finca, comían en su plato, consumían su licor, tiraban su cocaína y reían con sus chistes. Fue la misma Corlea quien la trajo al parche y trató de que fuera tan amiga nuestra como ella misma. Corlea hablaba rápido y usaba varias jergas a la vez, se tragaba letras e invertía las sílabas; lo hacía con la paranoia de quienes creen que todo el tiempo son espiados y por eso utilizan palabras incomprensibles para la mayoría de la gente. Tremendo personaje. Corlea era demasiado generosa, aunque era obvio que el dinero no le costaba; era realmente amplia ya que compartía sus cosas con todos sin esperar nada a cambio, hasta se acostaba con quien quería sin siquiera exigir placer para sí. A ella le gustaba la rumba, aunque, extrañamente, fue la única mujer que he conocido que no sabía bailar. Era todo un personaje. A Corlea, por la forma en que bailaba, le decían La Tiesa. Tan linda que era. Pero, sin duda alguna, lo que más linda la hacía verse era el hecho de estar enamorada. Tan linda que era. Desde que la conocí estuvo enamorada de mi mejor amigo. Corlea murió enamorada de Bonaser. Tan linda que era.

En cambio Bonaser era muy distinto a Corlea. Él andaba sin encontrar un chicle que lo cimentara a tierra, su diálogo era mucho más normal y su mirada menos autoritaria que la de ella, no le recibía nada a nadie —no como Corlea— y podía andar sin escoltas, carros blindados y armas. No como les pasaba a Corlea, a su novia y a todos los que trabajan en eso. Sin embargo, lo más fundamental a la hora de examinar a Bonaser es, y lo será hasta su muerte, que él es de esos a los que no se les puede dar tiro, por lo menos eso dicen las viejas. En una novela autobiográfica que está escribiendo desde el exilio, cuenta que ya son noventa y seis cuerpos en su sexo; no sé si sea verdad, porque solo tenemos veintitrés años y en este país, en el que pichar es todavía un evento, eso es un récord… Además, porque no tiene ni carros, ni fincas, ni lujos, ni estatus, ni caballerosidad, ni fama, ni nada de nada, solo labia… Aunque no sé si se habrá comido a todas esas peladas, sí era el primero del combo que se las pichaba: a Tata, a la Labios, a Gloria, a Elisae, a las dos Catalinas y a todas. A todas, todas las que llegaban al combo. Incluso tuvo un pequeño encontronazo con Arzina. Algunas me han dicho que es por sus ojos verdosos y necios, porque se ve todo loquito con la melena al estilo Claudio Paul Cagnilla que le llega a los codos y por su cuerpo alto y desgarbado, pero con culito.

La diferencia entre ellos dos y yo es el mayor grado de compulsión que desarrollo por todo. Por ejemplo, hace unos años estuve buscando unos cigarrillos Camel sin filtro por toda la ciudad. Igual que ahora.

Esa vez completé varios meses hasta que me cansé. Pero hace un rato me volvieron las ganas. Lo que realmente me llevó a estar todo ese tiempo atisbando una cajetilla de Camel sin filtro fue que unas semanas antes había comprado el último paquete que quedaba en Medellín, al menos eso fue lo que me dijo el del kiosco y también me habló de que los tasara; pero como yo siempre intento no ser materialista, no negué ni uno solo, ese mismo día se terminaron mucho antes de que llegara la noche, que es cuando más ganas me dan de tumbarme la presión del cuerpo y romper el círculo vicioso de lance, chorro, bareto y vuelve el lance por el de lance, chorro, garro, garro, garro, chorro, bareto y garro, garro, garro, garro, garro, chorro, garro y otra vez el lance. Para eso me sirve el cigarrillo, no sé si estoy dándole mal uso. En esta vida todo es personal.

Y los busqué por todas partes hasta que me desmotivaron la falta de suerte y la paranoia colectiva, pues cada tombo veía en mí un peatombomba —hasta me arrestaron más de una vez—. Durante esa época, aquí los enemigos de la extradición le pusieron dinamita a casi todo. También me desilusionaron el calor, la falta de fuerza por culpa del trasnocho y algún que otro parche que se me presentaba inesperadamente. Como la vez que Corlea y yo dormimos, algo que solo hice por venganza contra Arzina, como un homenaje a Bonaser.

Durante esa época sí que trasnochábamos; ahora, por falta de personal, menos. Qué cosa es la vida: hoy que podemos hacerlo no estamos, y ayer cuando prohibían la noche insistíamos y nos exponíamos a todo por estar. Bonaser rumbeaba con Corlea y yo con ellos, y los demás con nosotros. Yo era un drogo al que no le importaban las mujeres tanto como consumir. Íbamos a todos los bares de salsa y después de las nueve de la noche, hora en que empezaba el toque de queda declarado por Los Extraditables, nos encerrábamos en El Hormiguero, un bar de vieja guardia en donde siempre rematábamos la fiesta y donde vendían el mejor fua.

En la última parte del segundo mes buscando los Camel, fue cuando decidí aguardar pacientemente a que el único hombre que me había vendido unos cigarrillos de esos, el mismo a quien espero hoy, los trajera. Entonces me sentaba luego del desayuno, por ahí a las dos de la tarde, sin afanes, a esperar que un distribuidor surtiera al señor del kiosco o el último intermediario entre la Camel Corporation y uno de sus clientes más adictos, yo. Muchas semanas después todavía estaba como un mendigo esperando. Aquí mismo donde estoy hoy sentado, como deshaciendo pasos. Siempre que llegaba alguien al kiosco yo lo miraba desde mi garita y examinaba con mi aguda visión para ver qué era lo que intercambiaba con el vendedor de cigarros… Lo más curioso era que siempre las personas que se acercaban eran simples y rupestres fumadores iguales a mí. Sin embargo, yo no confiaba en mis ojos ni en el verlos alejarse sin haber entregado al señor del kiosco un paquete o algo que se pareciera a un cartón de cigarros, y entonces corría a preguntarle al tendero si ya le habían llegado los Camel sin filtro. Él me respondía que no, que Camel sin filtro no se conseguían en ninguna parte; y yo, para matarle el mal genio, le compraba algo, la mayoría de las veces un pechi.

Cuando uno adquiere facilidad por el uso y la costumbre, disfruta hasta con la espera, sobre todo cuando es una rutina esperanzadora: durante los días en que pasaba el tiempo esperando, en la sombrita desde donde podía divisar el kiosco, solo venían a mi cabeza dos personas, en una misma historia que ya está escribiendo su final.

De un lado, el amor de Corlea por mi amigo Bonaser… Esta película me turbaba la mente porque yo soy alguien muy fiel a lo que siento y nunca justifico que se ejerzan venganzas contra los sentimientos puros como lo es la conciencia de la idea mental personal. Porque ella, pese a defender la monogamia y la fidelidad, también se acostaba con los amigos de Bonaser. ¿Por agónico despecho? ¡Perro come perro! Nunca justifiqué esa conducta repentina o solo porque eso es la droga en la libido y tampoco estoy de acuerdo —ni lo estaré— con que se me defina el descontrol y el rocanrol como eso: excederse por despecho, sin motivación alguna, ante la indiferencia de un amor para, luego, levantarse con la cabeza desordenada, la moral enguayabada y el alma en condena. Corlea sufrió.

Corlea sufrió. Aunque ese amor de Corlea por mi amigo sí tuvo muchas pruebas lindas: ella le recibió todo tipo de droga y se echó encima a Arzina, quien todo lo materialmente alcanzable en esta vida le puso en las manos. Ese mecanismo de los mafiosos para imponer respeto y exigir fidelidad, ¡qué gonorreas! Aparte de que son malos, son machistas. Pero cómo negar que Arzina también le entregó el corazón, y cómo decir que ellas dos no se amaban, si hasta peleaban por amor. Tanto fue el dolor de Arzina al verse abandonada por Corlea que pagó por la cabeza de Bonaser y por la de aquellos que alcahueteábamos el romance. Ése fue el chisme que regó Carlos Andrés, el dueño de El Hormiguero, y quien apenas se calentó todo vendió la taberna y se fue para los Estados Unidos, como siempre soñó.

Ante esa situación, Bonaser y Cocuyo, su mejor amigo, se escondieron en Bogotá. Yo, en cambio, me quedé aquí sin paranoias: para fumar; para hacerle —solo una vez— el amor a Corlea por casualidad del destino o complicidad de los Camel sin filtro, mientras todos se escondían de Arzina y le huían a Corlea, para no ser asesinados. Me quedé, lo acabo de saber, para pensarlos a ellos mientras esperaba que los Camel llegaran, y también para odiar… Sí, para empezar a odiar por vez primera a alguien. Luego de ser amenazados Bonaser y todo el combo, tuve la oportunidad de odiar, y por Dios que no la desperdicié.

Corlea y yo hicimos el amor una vez… Solo una vez y solo nos echamos un polvo. Fue un día en que nos encontramos a la salida del Superley, en esta plazoleta. Ella venía con Tata y yo esperaba a que llegara el proveedor de los Camel sin filtro, para llevarme un paquete recién desempacado.

Por aquellos días, Arzina ya le había quitado el carro y toda la plata a Corlea, seguramente para chantajearla y obligarla a volver, pero lo que no se le pasaba por la cabeza era que también le ponía los cachos con mujeres. ¡Qué peo estaba armando Corlea!

Ese día Corlea me saludó con un beso y le preguntó a Tata, la amiga con la que había amanecido, si sería capaz de acostarse conmigo. Ella se quedó pasmada y le dijo: «Él sí es muy lindo, pero…». Miraba y seguía achantada mientras Corlea me jalaba de un brazo y me subía a un bus por la puerta de atrás: «¿En qué quedamos?», fue lo único que alcance a oír de Tata, mientras pensaba que por ese día me tocaba renunciar a los Camel.

Hasta la mañana siguiente no me dejó salir del cuarto que había tomado para los dos. Siempre enamorada de Bonaser. Esa noche, con ella, consumí más ruedas que nunca; si no es porque Corlea me bañaba cada media hora en el jacuzzi, me pierde. Siempre enamorada de Bonaser. Además, fumé marihuana y yo no puedo porque empiezo a escuchar lo que piensa la gente que está cerquita, aunque hasta Bonaser me haya dicho que de eso se trata. Casi todo lo vivido esa vez lo olvidé, menos una foto, no sé si porque el hecho pasó antes de empezar a tragar pepas, o porque ver desde la cama a Corlea desnuda frente a un espejo, acariciándose las tetas, las más lindas que había en este mundo, mientras le leía la mente, era algo inolvidable. «Es tuyo, Bonaser, es tuyo, tarrao». Siempre enamorada de Bonaser.

Una historia paralela complementaba la de Corlea. Y todavía hoy no termina de desarrollarse. Con toda esa paranoia que surgió por la amenaza de Arzina, Bonaser terminó volviéndose como un espanto. Él huía y se escondía de los rastros amenazantes. Temía que de pronto Arzina llegara a matarlo, tanto era así que se volvió como un fantasma. Ni siquiera cuando lo veíamos realmente podíamos diferenciar entre él y su espectro, entre Bonaser y el fantasma que nos dejaba para que nos acompañara en la rumba de la cual él tenía que irse por el miedo que le daba. Si uno salía con Bonaser de fiesta y luego de que él, por la paranoia en que lo puso Arzina, se marchaba, su presencia seguía con uno. Llegó el momento en que no sabías con cuál de ellos dos estabas, si con el verdadero, de mirada amordazada, o con el otro, el de ojos muy verdes y serenos, piel hawaiana, espalda ancha y regada por una melena casi rubia de cabello brillante mucho más largo.

Un día me despedí de Bonaser. Vi cuando arrancaba en su moto y se alejaba. Pero cuando entré de nuevo en el bar me topé con él: estaba sentado, tomando de la pola que yo había dejado en la barra para ir a despedirlo; bebía como si nada. A todos mis amigos les pasaba lo mismo. Lo veíamos espantar como lo hacen los que rezan sus últimas oraciones antes de morir. Por eso lo mejor que pudo haber hecho por esas fechas fue emigrar de aquí; y por su aliento de líder, todos los demás se fueron escondiendo equívocamente, ya que el único que corría peligro era él, ni Cocuyo, quien huyó pegado de las faldas de Bonaser, ni los otros, le debían nada a Arzina. Yo sí sabía bien qué estaba pasando y por eso no me corrompió la idea de irme.

Pensando racionalmente, creo que Bonaser nunca volverá. Menos si le llega la carta que le envié, contándole que Corlea apareció muerta de un balazo en la axila. Le escribí que pudo haber sido por cualquier cosa, por haberse enredado con Tata, por haberse conseguido un novio. Siempre quiso uno, y de moto. A mí se me declaró la vez que nos acostamos, a Bonaser y hasta al Cocuyo se le declaró la noche que la puso a bajar aquí mismo donde estoy sentado. O también pudo haber sido asesinada por enemigos de Arzina: la mafia de Medellín no perdona y siempre ataca al paciente por el lado que está menos involucrado. Yo sé que mi amigo solo tiene cabeza para pensar que fue Arzina. Y si pasó así, no sé qué nos hubiera podido suceder. Menos mal que Corlea no era sapa, seguro no le contó a Arzina con quiénes de nosotros la había engañado; lo digo porque si no ya estaría muerta Tata y yo mismo. Pobre Tata, a ella sí se le notaba por encimita su admiración por Corlea.

Creo que los Camel sin filtro siguen estando muy escasos en Medellín. Desde hace mucho tiempo no tenía tantas ganas de unos. Hoy compraré todos los Camel sin filtro que tengan o si no, me va a tocar mandarlos traer del extranjero por medio de un hermano de mi mamá, que me quiere mucho, y que también se fue de esta ciudad, pero hace tiempo.

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RELIQUIA CASUAL