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© 2018,

© 2018, de esta edición: Nova Casa Editorial

 

Editor

Joan Adell i Lavé

Coordinación

Daniel García P.

Portada

Vasco Lopes

Gabriela Franco

Ilustraciones:

Gabriela Franco

Maquetación

María Alejandra Domínguez

Revisión

Mario Morenza

Primera edición: septiembre de 2018

ISBN: 978-84-17589-28-8

 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917021970/932720447).

 

AGRADECIMIENTOS

No puedo dejar de agradecer desde el fondo de mi corazón el apoyo y el cariño de todos. A Nova Casa Editorial, a Joan, a Jess, a todo el equipo y, sobre todo, a Daniel, por trabajar en conjunto conmigo y lograr que esto fuera posible. A mis compañeras de batalla, aquellas autoras que comparten plataforma digital y editorial, por enseñarme que la escritura me puede unir a personas tan distintas a mí, pero con la misma pasión por escribir.

No recuerdo a detalle cómo me sentía hace dos años cuando escribí este libro, pero sí recuerdo cómo me siento ahora que lo terminé de editar. No fueron meses fáciles y muchas veces quise simplemente dejar todo y no seguir. Me enojé muchísimo con mis personajes, me enojé con mi corazón y con todo lo que estaba pasando a mi alrededor. Pero uno es fuerte y tiene a la familia y a los amigos que siempre te ayudan a retomar las riendas de tu camino.

Gracias a mis dushys por la paciencia de tenerme en pausa durante un tiempo. Gracias a mis papás por presionarme a seguir trabajando, a mis hermanos, abuela, tías y primos.

Hoy los incentivo a seguir luchando a pesar de que el mundo se les esté cayendo encima. Tomen fuerza, un respiro y decidan avanzar.

 

Por siempre y para siempre

M.M. W.W.

 

 

 

 

 

 

 

A todas aquellas personas que no tuvieron el miedo
de seguir luchando cuando todo estaba perdido.

 

 

En resumen

Holly

Era una mañana calurosa de finales de junio, milagrosamente no estaba lloviendo y disfrutábamos de cielos libres de nubes. Delicioso clima para salir a la piscina y aprovechar un bronceado natural ahora que se puede. Vivíamos en una modesta mansión en El Gran Londres, en el área de Redbridge, al norte del centro. No era tan común ver grandes mansiones por aquí, pero mis padres creían que era un lugar hermoso y lejano de la locura, pero no tan lejos para tomar tren para llegar al centro.

Como si alguna vez fuéramos a usar tren, para eso teníamos a nuestro personal, autos y en el caso de Rees, su moto. Normalmente, pasábamos mucho tiempo en casa, pero cuando queríamos estar cerca de la locura, nos quedábamos en la casa de los abuelos Hamilton, en Westminster. Donde muchos de los lores vivían.

En una semana será mi cumpleaños. Cumpliré 21 junto a mi hermano gemelo, Rees Hamilton. A ambos nos encantaba la idea de ser llamados mayores de edad en todo el mundo, poder ir a Estados Unidos y viajar a Las Vegas y hacer todo tipo de locuras como en las películas locas americanas. Me gustaba ver ese tipo de películas con una caja de palomitas de maíz y Coca-Cola. Mi hermano y yo vivíamos en dietas y ejercicios, pero las palomitas de maíz y el pastel de chocolate, nunca faltaban en nuestra dieta.

Lo importante de cumplir la mayoría de edad en la élite inglesa, es el poder encontrar a tu Agapi de forma oficial. Uno comienza a escoger a su pareja a esta edad, a la pareja con la que compartirás el resto de tu vida. Nosotros le llamamos Agapi, que significa amor en griego. Dice la tradición, que antes —mucho tiempo atrás— tus padres eran los encargados de negociar tu compromiso con la familia que más les convenga casarte, ya sea por posición política, algún negocio, o algo por el estilo. Mis padres fueron una de las causas del cambio de ley, lucharon y pelearon tanto por su amor, que ahora uno tiene la posibilidad de elegir (siempre dentro de la élite) con quién quieres casarte.

De igual forma, no es como que nos relacionemos con gente externa a la élite. Estudiamos en colegios de muy alta sociedad donde muy pocos pueden costear la educación, ahí estudian, incluso, los miembros de la familia real, que, por cierto, la princesa Charlotte de Cambridge, estudió con nosotros en la misma clase. Era todo un caos porque las miradas siempre estaban sobre ella y se veía su constante esfuerzo por ser perfecta todo el tiempo. La verdad es que sentía una gran lástima por la familia Real.

Pero, como les decía, nosotros oficialmente tendremos nuestra presentación en la sociedad como adultos y los adultos pueden tener citas y casarse. La edad límite de matrimonio en la élite es de 26 a los 30. Hace tres años que salgo con Adam Lexington. Es un chico increíble de ojos miel y cabello castaño oscuro. Desde que estamos en The Royal (El instituto donde estudiamos) nos caemos bien, nos conocimos en clases y cuando crecimos comenzamos a salir de forma no oficial. Él cumplió 21 hace tres meses y, claro, que como dicta la ley, mandé mi solicitud para que me acepte como su Agapi. Lo prometimos desde hace un año, que nos quedaríamos juntos a pesar de las cartas que llegarán con peticiones de estar con nosotros.

Para Rees era otra historia completamente distinta. Mi hermano se hacía llamar «Libre de corazón». No le gustaba la idea de tener que enamorarse o elegir con alguien con quien salir. Yo creo que fue porque cuando tenía 16 años le rompieron el corazón por primera vez y no la llevó muy bien que digamos.

—¡Pero qué mierda! —gritó mi hermano acostándose en la cama.

—¿Ya te prepararon una cita? —pregunté levantando una ceja.

—No, pero papá me mostró las cartas de las interesadas. ¿Sabes cuántas chicas entre los 19 y 22 quieren reclamarme? Esto es absurdo, Sisi. No quiero tener que salir con más de noventa solo para ver cuál es la ideal.

—¡¿Más de noventa?! —Esto era estúpido. Eran treinta más que las de Lou, mi primo.

—Ciento cuarenta para ser exactos, incluso, creo que niñas de 16 están mandando solicitud, no creo que tengamos tantas chicas dentro de la élite con esas edades. Esto no puede ser, me entiendes. Quizá era mejor que tus padres eligieran por ti. Te evitaban ser tan mierda con muchas chicas. Sabes que odio estar obligado a elegir a una, y odio mucho más la posibilidad de lastimarlas.

Mi hermano siempre se queja y queja acerca de eso, pero con lo rebelde que es, seguro sí le imponen con quién casarse, pega el grito al cielo y arma una guerra mundial; de seguro busca alianzas con Rusia o con Corea del Norte, qué sé yo. Él es así, un alma muy linda y tranquila, pero cuando estalla, es mejor estar lejos.

Mamá siempre lo definió parecido a papá, pero papá era una personalidad muy diferente, no sé por qué mi madre dice que son iguales en muchos sentidos.

—¿Niños?

Mi madre entró en ese momento a la habitación con dos tasas de chocolate caliente.

—Ve a quién le dices niños, mamá —dijo Rees, quitándole a mamá la taza de la bandeja que llevaba junto a un pastel de chocolate. Le dio un beso en la mejilla y se sentó una vez más en la cama—. Tu niño tiene que salir con ciento cuarenta mujeres.

—Empieza a rezar para que no termine con sífilis o sida —dije y fruncí el ceño.

La señora Hamilton abrió mucho los ojos.

—No se tiene que acostar con ninguna, solo conocerlas.

—¿Y cómo quieres que me case con alguien si no sé si es buena en la cama? Vamos, mamá. Tú sabes muy bien que eso es lo importante.

Mamá soltó una carcajada dejando mi taza frente a mí. Mis padres eran lo suficientemente liberales como para hablar de cualquier tema frente a ellos. Claro que Rees estaba siendo sarcástico.

—¡Oh, Dios! —Mamá negaba con la cabeza, desesperada—. Esa plática tenla con tu padre, no conmigo.

—¿No fuiste tú su primera y última? —pregunté al ver que mamá había sugerido ese tema con mi hermano.

—Sí, así es y más le vale que sea la última. No me gusta compartir. Pero sus amigos pasaron por un par antes de llegar a la correcta. Los hombres hablan de más, sobre todo de sexo, por lo que le puede enseñar a tu hermano…

—¡Basta! Mucha información. —Rees se puso de pie—. Recibí educación sexual hace unos años, además me criaste bien. Sé que tengo que usar condón y no meter a Big-Rees en todos lados.

—¿Big-Rees? —dije, repitiendo lo que acababa de decir—. No me jodas, Rees. Le pusiste nombre a tu pene. ¿En serio?

Mi hermano no respondió, la había cagado en decírmelo y yo no era de las que me quedaría callada. Esta era la mejor forma de molestarlo. Viendo su parte íntima descaradamente, solté una carcajada. No iba a admitir que mi hermano tenía un bulto bastante grande, mucho menos me interesaba saber su tamaño o algo por el estilo, su reputación ya hablaba por si sola y no es tema de mi interés.

—Mini-Rees. —Asentí con la cabeza—. Te va más.

—Okey, esta no es plática para su madre —dijo mamá, poniéndose de pie. Sin decir más, salió de la habitación.

Los dos nos acostamos en la cama partiéndonos de la risa. Las cosas nunca cambiaban. Rees y yo éramos muy unidos. Todo lo hacíamos juntos, bueno, excepto ir al baño. Eso sí sería extraño. Tomamos nuestro chocolate caliente, como era normal en las mañanas. Algo que distinguía a esta familia era el pastel de Nutella, el chocolate caliente y todo lo que tenga que ver con esa cosa café.

—Vamos a ir hoy a la fiesta de los Collingwood —anunció Rees—. Lou pasará por nosotros a eso de las siete. No seas una niña y te tardes tres horas. ¿Está bien?

Enojada por su comentario decidí discretamente tomar un pedazo de pastel con una mano. Con mi mano libre, lo distraje. Siempre caía en la trampa. Le señalé la cara, comentándole que se había manchado. Tomando la única servilleta que estaba en la bandeja que mamá dejó, Rees empezó a limpiarse la supuesta mancha.

—¿Ya? —preguntó, tirando el papelito blanco.

—Nop, aquí te faltó —acerqué mi mano lo más rápido que pude, le llené la cara de chocolate. No me importó que las migajas mancharan mi cama. Ya cambiarían el cubrecama.

—¡Maldición, Hol! ¿Pero qué te pasa?

—Y ni creas que voy a chuparte la cara. Que quede claro.

—Asqueroso.

Rees me dio un beso en la frente antes de salir corriendo al baño a limpiarse la cara. Era lo bueno de Rees, nunca reaccionaba mal cuando le hacía algo. Siempre fue calmado, el más calmado de los tres. ¿Ya les hablé de Louis? Bueno, pues Louis es hijo del mejor amigo de papá, Lui Montgomery, él murió de cáncer hace muchísimo tiempo y papá literalmente es el padre que Louis nunca tuvo.

Me encogí de hombros viendo a mi hermano partir de mi habitación aún reclamando el chocolate en su rostro. No le molestaba en sí, mi hermano aceptaba la mitad de mis bromas, con tal de que no pasaran de ser pesadas nivel abusivo, todo estaba bien.

 

Lou apareció en casa, con su convertible y la música a todo volumen. Se bajó de una manera demasiado atractiva, con su cabello rubio, una chaqueta formal color azul marino, camisa celeste y vaqueros oscuros con zapatos formales. Un look increíble para ir casual, le daba nueve de diez por ese estilo.

Estaba lista para subirme en el sillón delantero, amaba ese auto. Rees estaba retrasado —como siempre— y Lou le gritaba como loco que se diera prisa. Papá salió a darle indicaciones a Lou de nada de estar manejando bajo efectos del alcohol como buen padre que era.

—Si te emborrachas, me llamas. Llevas a mi princesa ahí dentro —Papá señaló el auto.

—Sin problema, Tío Will. Lo prometo, ella es mi princesa también y lo sabes.

Siempre me llamaban la princesa. Era un apodo demasiado estúpido, pero ya qué. Me encanta.

El camino a la mansión fue tranquilo, con rock a todo volumen. Nada del otro mundo. A Rees y a Lou les encantaba escuchar algo más pesado, pero eran considerados cuando iba en el auto poniendo algo más tranquilo. Me recosté en la ventana viendo pasar los árboles que adornaban todo Hyde Park. Esta noche sería inolvidable como todas las demás.

 

Al llegar a la mansión, Louis y Rees se perdieron entre la multitud dejándome con Adam a solas en la entrada. No iban a quedarse cerca de nosotros, no soportaban a mi novio por alguna razón. Su relación siempre fue difícil. Una parte de mí quería creer que era por celos de hermanos, quizá simplemente no lo soportaban, pero me gustaba creerlo. Entramos a la pérgola de madera clara. El viento cálido de verano se arremolinaba en todo el lugar y por primera vez en tres semanas, podía lucir un vestido sin mangas. Solo esperaba que esta sensación de libertad durara bastante. No quería lidiar con los arrebatos de Adam. No ahora.

Nos acercamos a nuestro grupo de amigos, Daphne, Anabeth y Johanna, que estaban discutiendo de los planes para julio. Normalmente, viajábamos a alguna isla a las afueras del país. Reino Unido no era un lugar para veranear, por lo que los viajes fuera eran cruciales para el bronceado natural.

—Ya les dije, las islas griegas o italianas son mis favoritas —dijo Anabeth.

—Paso, de Grecia he tenido suficiente —apuntó Adam—. La familia de mi chica solo va al puto mismo lugar.

—Cariño —dije frunciendo el ceño—, solo has viajado una vez con nosotros.

—Sí, pero fue suficiente para una vida entera.

Suspiré con melancolía. No me gustaba cuando se ponía a reclamar ese viaje. Había sido épico y la pasamos de lo mejor. Incluso, papá había hecho lo posible porque Adam no se sintiera incómodo por culpa de Rees y Lou. Aun así, Adam odió pasar tiempo con ellos. Adam y mi familia nunca habían encajado. Esperaba que eso cambiara pronto. Si iba a comprometerme con él, esperaba que su mierda se arreglara lo antes posible.

Finalmente, la posibilidad de pasar mi verano en España fue la mejor opción. Todo el grupo votó a favor. Ahora solo debía hablar con mis padres para plantearles el viaje, aún tenía tres semanas antes de ese día.

 

La noche continuó, las bebidas se fueron acumulando y cuanto más tiempo pasaba en mi mundo, más pensaba en lo agradable que era tener un grupo tan loco de amigos como este. Tres tequilas después, ya estábamos afuera de la mansión discutiendo con Adam. Siempre era la misma historia, ahí estaba coqueteando con Andria como si yo no estuviera a la par suya, malditos hombres que creen que pueden jugar con nosotras sin que nos demos cuenta. Serán idiotas. Le grité frente a todo mundo exigiendo que saliéramos para hablar. Ahora estaba arrepentida de haberlo hecho. Los papeles con Adam cambian muy rápido, ahora él grita y yo pido perdón, rebajándome a la humillación de suplicar.

—¡Eres una mierda, Holly! —dijo, rascándose la cabeza con desesperación—. Ojalá pensaras un poco más. ¿Eres estúpida o qué?

—Lo siento, bebé, no fue mi intención —dije e intenté abrazarlo para calmarlo. Sus brazos rodearon los míos con tanta fuerza que sacó un chillido desde el fondo de mi garganta.

—¿Cómo diablos se te ocurre armarme un show de celos? Te lo juro, Hol, que solo porque debemos entrar de regreso no te dejo tirada en el piso pidiendo perdón.

—No lo dije con mala intención, amor, sabes que eres todo para mí. Es mi culpa, disculpa… —las palabras no llegaron a salir. Su palma se había estrellado en mi cara dejando mi mejilla ardiente.

—La próxima vez que abras la boca, recuerda quién manda en esta puta relación —concluyó, empujándome con fuerza. Caí al suelo. Mi cara quemaba por el impacto de su palma. Mis brazos ardían y estaba segura me quedarían marcas. Otra vez tendría que regresar a las mangas largas.

—¿Holly? —Los ojos de Adam se abrieron demasiado cuando la voz de Louis Montgomery llenó el aparcamiento—. ¡Mierda, Hol! ¿Te has caído? —preguntó, apartando a Adam que estaba pasmado, viéndome con cara de arrepentimiento. Siempre era lo mismo. Después de pegarme se arrepentía de lo que acababa de pasar.

—Di un mal paso. Lo siento. —Cuando Louis tomó mis brazos para ayudarme a levantarme, el dolor de los dedos marcados de Adam me hicieron gritar. ¡Joder! Esta vez sí se había pasado con el apretón.

—¿Qué hice? —Louis sonaba totalmente preocupado.

—Me lastimé al caer. Estoy bien.

Un momento incómodo en el que Louis giró para ver a Adam de pies a cabeza y luego examinarme detenidamente. Esperaba que la falta de luz ayudara a no ver mis ojos llorosos y los dedos marcados. Tomándome de la mano, mi novio me condujo de regreso a la fiesta. Ya no quería estar ahí, quería irme a casa. Pero Adam no me dejó acercarme a mis hermanos. Su chaqueta reposaba en mis brazos a pesar del calor que había. Las marcas estaban en mi piel una vez más y él lo sabía.

Estaba cansándome de este arrebato que siempre teníamos. Cada golpe me dolía en el alma, cada palabra ofensiva me penetraba en el alma como nunca lo había hecho. Nadie me había ofendido antes, no hasta hace casi un año, cuando Adam empezó a perder el control. Sabía que esto estaba mal, lo sabía, pero también tenía la falsa esperanza de que las cosas volvieran a ser como antes.

Él me amaba, lo sé. Muy en el fondo sé que me ama. Solo no sabe expresarlo de una buena manera. Él dice que es mi culpa y yo decidí creerle. Esta era mi vida y si seguía marcando mi cuerpo de esa manera, nunca más en la vida volvería a modelar ropa de verano. Sin mencionar que ya había perdido la semana de la moda hace quince días por los golpes de una pelea vieja.

Creer que las cosas podían cambiar era la idea más falsa que tenía, pero la esperanza de una persona siempre es difícil de perder cuando uno le pone demasiada fe a la situación.

 

Marcas

Holly

Era normal despertar de la manera en la que yo desperté al día siguiente. Me dolían los brazos y la rodilla izquierda. Pero después de eso todo estaba bien, mi mejilla estaba bien al menos, solo la sentía un poco roja, pero nada de qué preocuparme. Ahora mi mayor bajón era moral, mi corazón ya no resistía más los golpes. No entendía qué diablos le pasaba últimamente, pero esto me desgastaba. Y Louis… ¡Dios mío! Casi se da cuenta de todo.

Quería contarle a alguien esta situación, quizá a mi amiga Carolina podía decirle, pero tenía mucho miedo de decirle y cómo reaccionarían todos. La única vez que estuve a segundos de abrir la boca, fue una vez que Adam me pegó tan duro, no le bastó con dejarme en el suelo, me dio una patada que expulsé todo el aire de mis pulmones en segundos. Estuve tirada en el suelo al menos quince minutos. Lloré y maldije mentalmente a Adam. Luego él se puso de rodillas y lloró a mi lado.

Me sentía vacía. Algo hacía falta y el dolor psicológico que se gestaba en mi pecho era demasiado fuerte. Me tiré en la cama haciéndome un rollito, llevándome mis rodillas al pecho. Me costaba respirar, el vacío era una punzada insistente dentro de mí. Intenté no hacer ningún movimiento brusco por el dolor, debía ser fuerte. Aun así, me permití llorar en silencio.

Mi teléfono vibró, sacándome de mis pensamientos. Era la quinta vez que Adam intentaba hablarme. Me gustaría decir que podía contestarle de lo más tranquila, como si nada había pasado, pero no era así. Mis fuerzas se estaban acabando. Sabía que no debía dejar que nadie me faltara el respeto como él lo hacía, pero era imposible. Mi corazón le pertenecía, siempre fue de ese modo. Desde los 14 años, el día que empezamos a hablar en clase, me gustó y amaba que Rees lo odiara. Aumentaba mis ganas de estar con él. Era desafiar a mi hermano y a Louis.

Unos golpes en mi puerta llamaron mi atención. Intenté secar las lágrimas que aún corrían por mis mejillas, pero sin esperar a que yo abriera la puerta, la persona que tocaba entró sin preguntar. Esperaba ver a Rees o a mi madre, quizá a mi padre, pero jamás a Adam con su cara pálida llena de preocupación. La luz que entró a la habitación fue suficiente para que Adam me localizara, no tenía que buscar demasiado, siempre estaba en mi cama. Cerró la puerta caminando con todo su porte de macho alfa. Odiaba que me viera de esta manera, como si estuviera enojado una vez más conmigo. Me puse tensa inmediatamente. ¡Está enojado! No quiero que me pegue otra vez, no en la comodidad de mi casa, no cerca de mis papás. Jamás se lo perdonarían, jamás lo entenderían. Las lágrimas corrieron aún más por mis mejillas mandando ondas de calor a todo mi cuerpo. Estaba a segundos de suplicarle que no me tocara, que solo lo necesitaba a mi lado. Estaba a punto de prometerle comportarme y no decir ninguna estupidez que lo enojara. Pero no hizo lo que pensé que haría.

—Nena —dijo Adam y se acostó a mi lado. Sus brazos me envolvieron enviándome una punzada de dolor en todo el abdomen—. Lo siento tanto, amor, no quería pegarte. Pero fue tu culpa, tú me provocaste y lo sabes muy bien.

En cierto punto tenía razón, yo lo provoqué, le grité molesta por su coqueteo con Andria. Quizá era verdad, fue mi culpa. Pero nada justifica que él me levantara la mano. Me gustaría decir que mi inconsciente era más inteligente, pero no lo era. Nada era como yo lo creía. En mi cabeza dominaba la parte débil, la que me decía que no era nadie.

—Me duele mucho —dije entre lágrimas.

—No volverá a pasar. Ahora, déjame que te abrace hasta que te quedes dormida. No querrás que tus papás se enteren. ¿O sí?

No podía decirles a mis padres esto. Les daría un ataque al corazón. Mi padre siempre nos inculcó el valor de respetar siempre a los demás y esto era una falta grave a su forma de pensar. No quería ni imaginar cómo reaccionaría Rees, por más calmado que pareciera, tenía escondida a la bestia dentro de su ser.

Dejé que mi cuerpo se relajara, escuchando la respiración de Adam. Él me amaba, no era su intención pegarme. Solo fue una mala reacción. Seguramente no vuelve a pasar. Tengo que ser fuerte para él, sé que es una etapa.

Me repetí esa mentira durante un buen tiempo hasta que finalmente me dormí, en un sueño profundo donde solo había felicidad y flores, muchas, muchas flores.

 

 

Dos días pasaron desde la fiesta, dos días de manga larga. No había podido ir al gimnasio o a mi clase de box por lo mismo, las marcas y el dolor de que alguien me tocara en los puntos de los hematomas.

Pero hoy estaba mejor, me sentía una vez más poderosa, por lo que coloqué los pantalones de gimnasia y una camisa térmica pegada. Me encaminé al gimnasio, sabiendo que hoy tendría un entrenamiento bastante fuerte. Mi entrenador se haría cargo de eso, estábamos muy cerca del desfile de Kenton y no quería perdérmelo por nada.

Observé a mi hermano quitarse la camisa, todo un show el que hacía cada vez que entraba a este lugar. Tenía un cuerpo de revista por todo el entrenamiento, el motocrós y los trucos esos que hace en la bicicleta cuando salta en rampas y a mamá le da un ataque.

Siempre vi a mi hermano como modelo, pero él siempre se negó a torcer su brazo en eso. Le parecía ridículo. Yo por mi parte me hubiera gustado que los dos hiciéramos lo mismo y me presentara a sus amigos. Los del motocrós eran tan… No mi estilo que no me gustaba para nada.

Papá siempre nos inculcó este buen vicio, el de ejercitarse. Mamá era más sedentaria, eso de ir al gimnasio no era lo suyo, pero sí lo mío. Amaba la adrenalina que se apoderaba de mí ser, la manera en la que sacaba todo lo que guardaba por dentro. Esta era la mejor forma de desahogarse.

Mi rutina normal consistía en cuarenta minutos de cardio y una hora de pesas en circuito. Si quería empezar a marcar mi abdomen tenía que dedicarle mucho más tiempo del que le dedicaba. Tenía que hablar seriamente con Adam acerca de estos malditos arrebatos. No podría participar en el desfile de Kenton si seguía marcada. Me esforcé durante todo el año para finalmente no estar.

El desfile de Kenton era una vez al año en verano, toda la élite estaba invitada y era de los únicos desfiles que exhibían ropa de baño, vestidos de playa y todo tipo de nuevos modelitos que se adecuaran para la alta sociedad.

Le subí todo el volumen a mi iPod y comencé a correr. No quería pensar en nada más que en la adrenalina que crecía dentro de mí. Cada paso, uno tras otro. Mis pulmones se hinchaban en cada bocanada de aire. No podía parar, no podía respirar. El poder sobre mis piernas empezó a aumentar, el sudor corría por todo mi cuerpo. Me sentía increíble y apenas sentí los cuarenta minutos.

Me bajé de la máquina y corrí a la rutina en circuito. Escuchaba a Sammy, mi entrenador personal, gritarme que continuara con los abdominales. Estas rutinas cortas donde se trabaja todo el cuerpo en general son mis favoritas. Odiaba las específicas.

 

Hora y media más tarde, estaba tirada en la colchoneta de yoga sin poder moverme. ¡Maldito Sammy! Me sacó la mierda que tenía por dentro. Estaba destrozada y muerta del calor por esta maldita playera de manga larga. Prefería los tops que mostraban mi abdomen. Me alentaban más cuando hacía mi rutina y me observaba en el espejo. Rees se acercó con dos botellas de agua. Él era tan atento todo el tiempo, siempre cuidándome y dándome lo mejor.

—¡Mierda, Sisi! Apestas. —Rees se tapó la nariz. Le sonreí de oreja a oreja. Realmente amaba a mi hermano. Era especial en todos los sentidos. Cuando encontrara a su Agapi, sería un increíble esposo o novio, era muy parecido a papá. Solo necesitaba encontrar a la indicada.

—Es una lástima que tengamos el mismo olor. —Rees se abalanzó sobre mí para hacerme cosquillas. No me di cuenta en qué momento me hice un rollito y empecé a temblar de miedo. No puede ser, había reaccionado mal delante de Rees. Tenía miedo, como si realmente me fuera a tocar. Mi hermano jamás lo haría, era su mundo y él respetaba a las mujeres.

—¿Qué diablos te pasa, Hol? —dijo Rees mientras alzaba las manos para demostrar que no estaba haciendo nada. Estaba sorprendida por esa reacción que no sabía qué diablos decirle.

—Me asustaste, idiota. —Intenté quitarme la bolita de esa manera, esperaba que funcionara

—Pero ¿por qué? —Un silencio incómodo se hizo entre mi hermano y yo. Luego suspiró antes de agregar—. Déjalo, no importa. Solo me pareció rara tu reacción. Normalmente, te enfrentabas a las peleas, no te ponías como niña fresa. Quizá los tiempos cambian

Le saqué el dedo de la forma menos femenina que supe hacer. Le sonreí y lo vi alejarse al área de pesas. Levantó una de 75 libras en cada lado, haciendo caras y escupiendo un poco al respirar. Era lo normal.

Tenía que hablar seriamente con Adam, esto no podía seguir así. Casi no hablamos estos dos días, era su manera de pelear con sus demonios después de pegarme. Se alejaba y era extremadamente dulce cuando hablábamos.

Era extraño que no pudiera parar, ya era casi un año de estos arrebatos y cada vez iba peor.

 

¿Tiempos mejores?

Me gustaría decir que el tiempo con Adam —cuando estaba de buen humor— era siempre bueno. Amaba que mi novio supiera de su belleza, del cuerpo que poseía y de sus increíbles ojos. Me gustaría decir que todo era perfecto. Pero no lo era. En esta maldita cena me está muriendo del aburrimiento.

Adam no dejaba de hablar de él, de su increíble aporte hoy en clase, de cómo Andria y todas las chicas no lo dejaban de ver. Odiaba esa actitud. Esa presumida actitud donde me restregaba a todas las mujeres en la cara. Después no quería que fuera celosa. ¿Cómo no iba a serlo? El muy idiota me las estaba jugando mal otra vez. Todo empezó porque el muy cabrón estaba acariciándole el cabello a Andria en una fiesta, después se mandaban mensajes comprometedores y el día que los descubrí, estallé. Esa fue la primera vez que me agredió.

Una hora pasó para que dejara ese tema atrás. Ya estábamos en el postre y yo estaba deseando regresar a casa con Rees y Louis. De seguro, ellos estarían fascinados con algún videojuego de realidad virtual y me uniría a ellos para distraerme.

—Hermosa —dijo Adam, captando mi atención de todo pensamiento disparatado. Esos ojos miel me llamaron como siempre lo hacían, eran mi hogar—, sabes que lo lamento muchísimo. No quise… No quise hacer lo que hice, bebé, te amo. No sé qué sería mi vida si no estuvieras en ella. Somos ideales para estar juntos. Tenemos la mejor sangre de toda esta raza de idiotas.

—Lo sé, amor —dije, tomando mi copa de vino rosa.

—Porque te amo, te digo esto. Necesitas trabajar más en tu rutina de gimnasio, siento que te has subido unas libritas. —Señaló mi crepa de Nutella extra grande que había pedido. ¡Dios mío! ¿Mi novio me acaba de llamar gorda? Me quedé con los ojos muy abiertos viendo cómo Adam observaba mi plato. ¡Se cagó en mi postre!

Dejando el tenedor en la mesa tomé la copa de agua para quitarme la necesidad de ir a vomitar. Odiaba que me dijera gorda. Últimamente me decía lo mal que me veía y lo poco marcada que estaba a la par de las otras modelos. Era solo la maldita presión de mi abuela, de mi entrenador y de Adam. Mamá y papá eran más tranquilos, jamás me presionaban. Me gustaría decir que solo los escuchaba a ellos, pero estaría mintiendo. Las palabras que quedaban en mi mente eran de todos aquellos que me decían lo mal que me veía. Realmente desde que Adam me trata como mierda, mi autoestima está por los suelos. Muchas veces había pasado semanas sin comer con tal de estar a su maldita altura, para ser lo que él esperaba.

—Eso está mejor, hermosa. Lo hago por tu bien. Vas a parar como tu hermano. —Hizo un gesto indicando gordura excesiva. No podía creerlo. Rees estaba marcado, no gordo. No puedo soportar más esta actitud. Me puse de pie y me dirigí a la maldita puerta de salida. Esto era demasiado para soportar. Estaba a segundos de tomar mi teléfono y rogarle a Rees o Louis que vinieran por mí, pero quizá era una mala idea. Él y yo se supone que estamos bien. No podía enseñarle al mundo la etapa que estamos pasando, no puedo. Tengo que ser fuerte.

Minutos después, Adam salió con la cara llena de furia. Ya sabía que sería de ese modo. Odiaba que lo dejara con las palabras en la boca. Lo bueno, había prometido no pegarme esta noche. No quería que lo hiciera. Tomándome de la mano, me llevó a la camioneta negra de lujo. Me ayudó a subir al tiempo que maldecía en voz baja. Quería pedirle que me llevara a casa, no lo hice porque sabía muy bien que él había planeado esta noche para los dos.

Llegamos al hotel de siempre en las afueras de Londres. Lejos de mi casa, lejos de su apartamento, lejos del mundo. No me daba miedo estar sola con él. Había aprendido a controlarlo, cada día que pasaba estaba mejor. No podía abandonarlo cuando más me necesitaba. La recepcionista le entregó la llave sin preguntar, claro que lo tenía todo planeado. Todo estaba listo para nuestra noche de pasión.

Al entrar en la habitación, me fijé en los pétalos de rosas en el suelo, las velas, el champagne. Sonreí, esto era tan romántico. Observé cada detalle, las rosas de tallo alto sobre la cama. Rosas, siempre rosas rojas. Me encantaban. Dándome la vuelta para quedar frente a mi hombre imposible, me abalancé en sus brazos al tiempo que él me capturaba. Levantándome del suelo me llevó a la cama. Con una mano mandó a la mierda las lindas rosas. Estas cayeron al suelo dándonos el espacio que necesitábamos.

En la cama, la ropa fue lo primero que desapareció. Besando sus labios me perdí en el deseo, en las cosas que me hacía sentir. Adam me tomó del cabello jalándome con fuerza para acceder a mis pechos. Los besaba con lujuria. Los apretaba como si fueran de esponja. Su agresividad se había pasado a la cama y eso me excitaba, me excitaba mucho a pesar de que a veces dolía la manera tan brusca de penetrarme. Me amaba, podía sentirlo.

Tomando su erección entre mis manos, la guie hasta mi humedad. Quería sentirlo ahí, justo donde lo necesitaba. Con una fuerte arremetida, me dejó con lo que quería. Le di mi virginidad dos años atrás, mi parte irracional, le encantaba que él fuera el primero. El primero y el último. Gritando con todas mis fuerzas, me dejé llevar por el orgasmo. Adam no era delicado. No era suave para hacer las cosas y eso me excitaba y me volvía loca.

—Dios, Hol —dijo, recostándose en el colchón. El sudor corría por nuestros cuerpos dejándonos sin aliento. Estábamos en el minuto muerto. Ese que tenías después de un orgasmo. Era como morir por unos segundos. Juntándome a su cuerpo, me recosté en su pecho. Adam era dos años mayor que yo. Tenía mucha más experiencia que yo en todo lo que hacía.

—Gracias —dije, besando sus labios.

—Te amo, bebé, de verdad que lo hago.

Observé la habitación, las velas estaban llegando a su extinción, las rosas aún estaban en el suelo, poco a poco muriendo por dentro. La gente nunca entendería lo que Adam causaba en mi interior. Adam era todo, tenía miedo de decir algo y perderlo para siempre. Sabía que necesitaba ayuda, pero no sería yo la que sacara ese tema a colación.

—El mejor sexo de mi vida —dijo y acarició mi espalda desnuda—. ¿Alguna idea de lo que provocas en mí?

—Lujuria —dije, y tapé mi boca al reír. Maldita mala manía que había adquirido de mi madre.

—Una maldita lujuria, deseo y pasión. Hol, eres una loca en la cama. Creo que te he vuelto un demonio. —Tomó mi barbilla para que lo viera a esos dos increíbles ojos, me besó con amor. Adiós, lujuria, esto era amor.

 

Al momento de entrar casa a la mañana siguiente, mamá y papá ya se habían ido a su reunión matutina. Papá iba a la cámara de lores y mamá iría a la casa de la abuela. La rutina de siempre. Esperaba que Rees estuviera dormido. No quería que me viera entrar en estas circunstancias. Era como el camino de la vergüenza. El vestido de anoche era muy elegante para llevarlo en la mañana y no quería ni pensar en cómo se veía mi cabello.

Apresurándome a mi habitación, me topé con Louis. Sus brazos me sostuvieron justo a tiempo antes de caer de culo. Me sostuve de sus brazos un segundo antes de… ¡Dios! Estos no son brazos normales. Observé mejor a Louis, sin camisa. Sus pectorales, su abdomen, cada músculo que desconocía se marcaba en ese dios inglés. Los pantalones cortos azules le colgaban de la cadera de una manera impresionante. Realmente era demasiado caliente, no quiero ni pensar cómo sería estar con este hombre en la cama.

¿En qué momento se puso tan increíblemente bueno?

—Ponte una camisa, Lou —dije, sobando sus brazos.

—No, me gusta la manera en la que tus ojos se clavan en mi abdomen.

—Eh…, hablando de abdomen —me toqué mi estómago plano—. Estoy mejorando.

Lou me tocó de una manera demasiado ardiente. Mierda, las hormonas de lo que acababa de hacer aún me tenían prendida. Eso debe ser. Acercándose a mi cuerpo, sus ojos se clavaron en los míos.

—Porque no vas a cambiarte y sales a correr conmigo —no lo dijo como una pregunta. Fue más una orden, eso le sumaba puntos. Me gustaban las órdenes.

—Dame cinco minutos —dije y corrí a mi habitación. Tomé mis pantalones cortos, un top azul, mis zapatillas deportivas y mi reloj electrónico.

Salí a toda prisa para ver a Louis haciendo su calentamiento, estirándose de una manera que me hacía pensar que tenía músculos que jamás había visto antes. En el modelaje, los hombres son más delgados a pesar de que los músculos se marcan siempre. Rees y Louis no eran tampoco como esos jugadores de futbol americano, eran simplemente más voluptuosos.

Acercándome a él, tomé su botellita de agua. Le di un trago largo antes de prepararme mentalmente para una hora de ejercicio en las afueras de Londres. De seguro correríamos un par de kilómetros antes de ir a meternos en la piscina. El día estaba hermoso.

—¿Dónde está Rees? —Era raro que mi hermano no estuviera listo para correr.

—Durmiendo. Cuando regresemos revisamos si está vivo. Casi muere de tanto alcohol anoche. Fue una locura en la casa de las chicas. Megan preparó una fiesta de verano. Ya sabes… Mujeres semidesnudas en todos lados, pocos hombres y mucha bebida alcohólica.

—Nada del otro mundo. —Reí ante la idea de mi hermano preparando su terreno. Ya faltaba poco para nuestro cumpleaños.

—¿Qué tienes ahí? —preguntó y tomó mi brazo. ¡Ay, no, mierda! Me quedé viendo el suelo unos segundos esperando a que las respuestas llegaran como si nada a mi sistema. Estaba jodida.

—No tengo ni idea. Un día desperté con esos pequeños hematomas. ¿Crees que me pude haber lastimado haciendo ejercicio? —¡Qué pregunta más estúpida!

—Parecen dedos. —Examinó mi brazo detenidamente. Intenté arrebatarlo de su vista, pero fue imposible—. Dile a ese imbécil que si quiere pasarse a mi hermanita, tiene que tratarte más suave.

—¿Qué? —dije sorprendida. ¿Cómo diablos lo sabe?

—Sé reconocer unos putos dedos cuando los veo, Hol. —La cara de Louis había cambiado. Ya no estaba el chico simpático—. Quizá él no quiso hacerlo, pero puedo ver que anoche te fue muy bien, Sisi, pero, te advierto, no quiero ver más marcas en los brazos. ¿De acuerdo?

Le sonreí captando que Louis creía que eran marcas de sexo, lo cual era verdad. Estas eran unas nuevas que me dejó de ayer en la noche. Asegurándole que no tenía nada de qué preocuparse, empezamos a correr. Olvidamos la plática acerca del sexo duro y las marcas en mi brazo.

 

El vestido negro

Holly

No tenía idea de qué le diría a mamá. Los dedos aún estaban marcados en mi brazo derecho. No podía usar ese vestido, se darían cuenta. Aunque puedo engañarlos. Quizá pueda decirles que me lastimé en una de las barras de entrenamiento. Sí, eso tenía que decirles. Me coloqué el vestido pegado negro sin mangas, me puse los tacones altos y la chaqueta pegada. Si no moría del calor, quizá me la dejaría puesta. Le daba un toque al atuendo.

La cena de hoy sería con una parte importante de la élite. Me encantaba este tipo de eventos, eran todo un show y eso a mí me fascinaba. Era llamar la atención de todo mundo. Eso era lo bueno de ser una Hamilton, todos tenían un ojo encima de ti todo el tiempo. A Rees no le gustaba la atención, la odiaba. La única atención que le gustaba era la de sus mujeres. Esas que siempre estaban detrás de él. Louis les llamaba el séquito de Rees.

—¿Hol? —escuché mi nombre desde la multitud. Adam me veía de pies a cabeza con esa sonrisa que siempre solía darme antes de abrazarme.

Me abalancé a sus brazos dejando que mi mundo se apoderara de ese hombre que tanto quería. Dándome un beso en los labios, Adam me jaló a la mesa donde estaba el resto del grupo. Anabeth ya estaba en las suyas hablando de ella como era costumbre. Deberían enseñarle a esa mujer que el mundo no gira a su alrededor y el egocentrismo aburre a todos los demás.

Una hora después, ya tenía tres margaritas en mi sistema, la música se había intensificado y la división entre adultos y jóvenes era mucho más evidente. Adam me tomaba la mano y susurraba cosas dulces. Esta noche era una vez más el chico del que me enamoré tres años atrás. Era mi chico perfecto. Con su sonrisa que mataba.

—Ese vestido te talla divino —dijo Adam besándome la clavícula.

—Se vería mucho mejor si no tuviera estas marcas —dije, señalando los moretes medio pintados con base para rostro. Esa fue la última brillante idea que tuve antes de salir de casa.

—Lo sé, hermosa. Pero sabes lo que provocas en mí en la cama. Es una locura. Eres tan increíble que podría morir mil millones de veces, y en todas las vidas te buscaría para tenerte.

Le sonreí dándole un casto beso en los labios. Amaba a este hombre con desesperación. Me encantaba la manera en la que me hablaba. Tomándome de la cintura, empezamos a bailar, transportándonos a ese mundo en el que solo él y yo nos entendíamos. Nos perdimos en la música instrumental electrónica. ¡Qué mezcla! Adam me hacía girar como un trompo, riendo y disfrutando de la noche.

Muerta del cansancio. Caminé a la barra por un vaso de agua. Estaba sudando y con mucho calor. Con la intención de salir a tomar aire, me alejé de toda la música, de toda la gente. Aire, necesitaba aire.

Había bebido bastante champagne y ya me sentía algo inestable, necesitaba un poco de aire en mi sistema para seguir bailando y tomando. No acabaría bien la noche si seguía de ese modo. Quizá era buena idea tomar más agua. Salí a los jardines viendo la noche completamente estrellada. Caminé a la fuente para sentarme ahí unos minutos antes de regresar.

Quitándome los tacones empecé a rozar mis pies por el césped. Decidí ser intrépida y meter los pies en la fuente. Nada pasaba por meterlos un poco. Me subí a la piedra hundiendo el pie derecho y luego el izquierdo. El agua fría mandó una señal a todo mi cuerpo. Inmediatamente la piel se me puso como gallina. Cerré los ojos concentrándome en esta sensación tan increíble.

En un principio pensé que los gemidos que se escuchaban eran de algún animal. No entendía bien de dónde venían. Intenté poner un poco de atención cuando un «dámelo» llamó mi atención. ¡Dios mío! Alguien estaba teniendo sexo en algún lado del jardín. Sin poder controlar mi curiosidad empecé a seguir los gemidos de la chica. En medio del gran jardín había un deck[1] bastante grande. Con la luz baja. Aun así las dos figuras moviéndose con intensidad eran evidentes. Me acerqué un poco más. Necesitaba ver esto. Ese morbo que se formaba dentro de mí era inevitable. Tenía que ver más, era como pornografía en vivo.

Él la tomaba de las caderas contra una de las columnas. Su vestido estaba arremangado hasta la cintura. El chico tenía enterrada la cara en el cuello de la mujer que cada vez estaba más segura que era Tammy. Había visto bien su vestido rojo. No se perdía tan fácil. Me acerqué un poco más para ver al hombre mover su cadera con intensidad. Tammy estaba en el segundo orgasmo cuando gritó el nombre de Louis al tiempo que los dos se quedaban estáticos después de la llegada del clímax. No podía moverme. Estaba demasiado excitada viendo a Louis alejarse de ella enseñando su gran erección. ¡Dios! Desde esta distancia podía verla bastante bien. Lo vi quitarse el preservativo y tirarlo sin ningún descaro entre las plantas que rodeaban el deck.

Tammy se puso de pie acomodando su vestido al tiempo que Louis subía su bragueta. Estaba a segundos de irme lo más callada posible cuando alguien dijo mi nombre. Me di la vuelta con rapidez para ver a Adam caminando hacia mí. No se veía muy contento que digamos. Era lógico. Lo había dejado hace casi veinte minutos, por supuesto que iba a estar molesto. Giré la cabeza para ver a Louis verme con el ceño fruncido desde el deck. Me habían descubierto espiando. ¡Genial!

—¿Qué mierdas, Hol? —me gritó Adam. Sí, definitivamente estaba molesto. Tomándome del brazo, me jaló de una manera que mis pies perdieron el control. Tropecé, pero no me dio tiempo ni siquiera de caer. Adam estaba jalándome de regreso a la mansión. Mis pies sufrían de varios tropiezos lo cual provocaba que no pudiera caminar bien y eso lo enojaba más.

—Puedo caminar sola —dije, alejándolo, frenándolo un poco. Estábamos suficientemente lejos del deck cuando Adam me dejó caer al suelo. La caída había sido inevitable, pero no tan fuerte como pensé que habría sido.

—A la mierda. Dime, por favor, que no los estabas viendo tener sexo —estaba muy molesto. Eso podía verlo.

—No, solo estaba caminando y me los topé. No era mi intención ver —no sabía qué más decir. Estaba tirada en el piso mirándolo fijamente, esperando a que me ayudara a levantarme.

—Bueno, pues no me gusta que veas a otros hombres teniendo sexo. Que alguien más te encienda me enoja demasiado, Holly. Lo odio.

Adam me tendió las manos para ayudarme a subir. Le tomé la mano y al dar media vuelta me fijé en el lápiz labial en su cuello. Me le quedé viendo unos segundos intentando recordar en qué momento lo marqué de esa manera. No me tomó mucho tiempo darme cuenta de que Andria estaba entrando a la mansión arreglándose el cabello. Quizá eso hubiera sido normal, pero recordé que hoy no tenía un lápiz labial cereza y ella sí. El estómago se me encogió por esa maldita sensación. ¡Mierda! ¿Por qué lo había dejado solo durante cinco minutos? Bueno, veinte minutos. Como sea. No era la primera vez que se escondían de mí. Los había descubierto un par de veces en el pasado y lo guardé como todo en esta relación.

Me sentía traicionada, me sentía dolida. Me dolía demasiado ver que mi novio, el hombre que se supone me ama, me traicione de esa manera. Se supone que debería existir respeto entre parejas y por ahora era lo que menos él demostraba.

—Tienes lápiz labial en el cuello —dije, señalando su camisa blanca.

—Bebé, te he dicho un millón de veces que no me gusta que me dejes esa cosa en la piel —dijo, pasándose la mano con desesperación.

—Es por eso que hace más de dos meses que dejé de usar lápiz labial —me fijé cómo sus músculos se tensaban. Él había prometido que nunca más pasaría nada con Andria. Lo que más me dolía era haber sido tan estúpida de creerle.

—Sabes qué, idiota... —dije, apartando su mano—. Ya estoy cansada de que me pegues, me manipules, me digas gorda y me ofendas de todas las maneras posibles. Tienes dos opciones: o compones tu maldita cabeza o te vas a la mierda. Tú decides.

Me di la vuelta dispuesta a regresar a la mansión. No me sentía segura en un parqueo solo con él. Las manos de Adam me detuvieron antes de empezar a caminar. Sus manos apretaban mi clavícula como nunca antes. Sentí que iba a quebrarme el hueso. Grité, intentando zafarme de ese agarre. Empujé mi cuerpo lo más que pude de él. Logré soltarme y en menos de lo que lograba procesar en mi cabeza, mi mano estaba golpeando su cara. El sonido de piel contra piel me recordó cuando Adam me pegaba, nunca nada fuerte para dejar marca, pero si lo había hecho. La palma me hormigueaba. Mi novio parecía no procesar lo que estaba pasando, su vista estaba perdida en el suelo. ¡Dios! ¿Qué hice?

—Lo… ¡Oh, no, Adam! —dije al ver sus puños apretarse. No pude reaccionar hasta que ya estaba tendida en el suelo. Sentía algo caliente y metálico en la boca. Estaba desubicada, perdida. Algo no estaba bien. Algo no funcionaba en mi cerebro cómo debía.

1 Terraza, patio.