Fábula del bosque

Fernando Centeno Güell

bambi

Ilustraciones

Juan Manuel Sánchez

¿Fábula o verdad?

En el mundo del sueño y de la fantasía, los animales sienten y piensan: aman, gozan, sufren, son conscientes de sus actos... En la vida real, decimos que actúan por instinto, repitiendo costumbres heredadas de su especie.

¿Cómo explicar que seres irracionales se comporten inteligentemente?

Sí: el Delfín es acróbata del mar... La Nutria se divierte patinando en el hielo... El felino, si fracasa en su acometida, cambia de táctica... Aladas migraciones se orientan a través de mares y tierras... Buitres depredadores, Gaviotas que roban nidos, buscan piedrecillas y golpean el huevo que no pudieron romper con el pico... La Abeja, danzando, indica a su colmena el sitio del polen... La Araña, constructora de frágiles prisiones, ata las piernas del prisionero y lo inmoviliza...

¿Hasta dónde ese proceder es solo instinto?

El animal en libertad desarrolla aptitudes defensivas y agresivas; esa facultad es limitada, no puede ser la causa del juego intencionado, inteligente, de nutrias y delfines; de la insólita reacción del felino y la astucia de arañas carceleras, del sentido orientador de abejas y pájaros viajeros.

¿Hasta dónde llega el instinto... y comienza el razonamiento? En la vida selvática hay criaturas violentas y agresivas, otras apacibles. Todas luchan por alcanzar determinados objetivos: los padres aleccionan –con regaños y caricias– para enseñar secretos del vuelo, o estrategias de la caza: rapidez en el golpe, paciencia en la espera... Los patos recién nacidos aprenden a bogar, montados en la espalda de la madre o impulsando sus barquitas de pluma. Hormigas deseosas de comunicarse conversan en el camino. Hay insectos solitarios y esquivos. Cisnes arrogantes. Aves vanidosas, que hacen gala de la cola. Cuervos pícaros. Ardillas que hurtan y almacenan víveres. Zorras astutas y Erizos de coléricas espinas...

Como en el mundo del sueño y de la fantasía: aman, gozan, sufren... ¡y quizá piensan que su hermano, el hombre, no es un animal inteligente!...

F.C.G.

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Unas Fábulas [1]

Fernando Centeno ha escrito unas fábulas, y esto no es frecuente en estos días. La fábula ha perdido prestigio desde que comenzó a confundírsela, y llegó a ser sinónimo de una moralización elemental, pueril y majadera.

Pero son fábulas, si por fábula entendemos una interpretación personificada de la vida de la naturaleza. Y si a esto se agrega que la interpretación de Centeno es, además, poética, profundamente poética, resultará que no hay más que pedir.

Fernando Centeno se ha introducido en el bosque con el ojo atento y el oído avizor. Se ha introducido en él sin ideas preconcebidas, no a demostrar cosas, sino a captarlas poéticamente para trasmitírnoslas. Y ha encontrado lo que un poeta tenía que encontrar: un bosque lleno de poesía, o sea un bosque real y verdadero. Porque lo poético es lo más verdadero y lo más real que hay.

Conforme nos dejamos llevar por la mano del poeta, vamos coincidiendo con él. La interpretación que él da de las cosas se convierte en la nuestra. Y encontramos así que Centeno tiene ese don inefable y raro de la comunicación. En estos días, el problema de la comunicabilidad, o más bien de la incomunicabilidad, parece ser uno de los que más preocupan a los creadores poéticos. Así, es bueno que de manos a boca demos con que uno de los más notables y originales poetas costarricenses se está comunicando con nosotros a manos llenas.

Últimamente, Centeno ha elegido la prosa. Y ha encontrado en ella (como lo demostró en sus Ensayos Poemáticos) un instrumento de preciosa y certera expresión poética, como si hubiese decidido zanjar de una vez esa inútil e intermitente polémica en la cual se quiere dilucidar si la poesía es sinónimo del verso e inherente a él. Y la zanja dejando claro que la poesía y lo poético son algo íntimo y consustancial del poeta, y no de la forma que elija para expresarse: un punto de vista, una manera de apreciar, un enfoque, una sensibilidad, un modo particular de interpretar las cosas, algo indefinible en fin, que se tiene o no se tiene, que se capta o no se capta.

Es la de Fernando Centeno una interesante trayectoria que arranca de un estilo tradicional, de un modernismo practicado con algún retraso hacia la búsqueda infatigable de adecuadas maneras de expresión. Y es curioso observar cómo, conforme el poeta se fue alejando de los estilos tradicionales y rayados, fue adquiriendo mejor y más fina expresión, y exhalando mayor poesía.

Aquí lo encontramos en amena comunión con la naturaleza, que es como un retorno a raíces esenciales. Apartado como siempre de la trivialidad, dando su puro mensaje poético, Centeno nos introduce hoy a este bosque que, aunque él se empeñe en que tenga algo de irreal y de imaginado, tiene una estupenda realidad, que es estupenda por ser absolutamente poética. Descubrió en sí, de pronto, el don de entender a los animales, y nos invita a que los entendamos con él, que es decir a través de él y como él. Y aceptamos lo que él nos dice como bueno, porque lo aceptamos como poético.

O sea, que ha logrado vencer en esa lucha de todo artista por comunicarse con su prójimo y hacerle recibir su mensaje.

Alberto F. Cañas

[1] Prólogo a la primera edición

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Origen

Tierras de pasto, bosques, arroyos murmurantes, dormidas lagunas, densa niebla descendiendo a humedecer el valle... ¡Montes lejanos de mi infancia!

Yo tenía nueve años. Vagaba por colinas y praderas cercadas de pinares donde pacían vacas de amplia ubre y ojos mansos, inquietos ternerillos y toros paternales. Un niño apacentaba los ganados.

Cierto día, descubrí un pinar maravilloso, como esos de los cuentos nórdicos: alfombra de hojas húmedas y musgos, invernal frescura y esa luz imprecisa de los sueños... Pájaros venidos de lejos traían su mensaje de música y marchaban, presurosos por llenar la tierra de canciones. Aves madres, de silencio y ternura hacían su nido. En delgados senderos, las hormigas cargaban su cruz, deteniéndose a cada paso para comunicarse. Lentos gusanos, milímetro a milímetro medían superficies de hojas y flores.

Narraba una fuente historias de ríos prisioneros entre ciegas raíces; lloraban cipreses cuando el viento rompía las alas de las mariposas; sauces sentimentales enviaban adioses y sollozos...

Pájaros, insectos y plantas, reveláronme allí su belleza y un ignoto sentido de sus vidas. Di en imaginar que esos seres poseen un lenguaje. Inventé coloquios de animales simples y tiernos como niños, o graves y alocados semejantes a hombres.

Cuando contaba trece años, visité los campos de mi niñez y escribí un poema candoroso, con aves parlantes y aguas locuaces. Lo llamé “El río y la hermosa Montaña”. Mucho tiempo después quise ver aquel río, su bosque... Hallé un riachuelo triste y una dolorosa ausencia de árboles. (¡Habíamos cambiado tanto!).

De nuevo, en la vida instantánea de esta fábula, criaturas silvestres dialogan seriamente, o charlan igual que los gorriones, sin orden ni propósito. ¿Qué vínculo secreto me hace amarlas, comprender y revelar sus sentimientos? ¡Extraña afinidad entre mi ser y el bosque! Tal vez dormita en mi alma, esperando la luz que la despierte, algún ave pequeña y silenciosa.

¡Oh imágenes, imágenes de mi niñez, que están en mí como el bosque en las pupilas de los ciervos cautivos!

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