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Úsame para entender a las mujeres

Tardes de Andrea

Erick Navas

Úsame para entender a las mujeres

Tardes de Andrea

Úsame para entender a las mujeres.Tardes de Andrea

Primera edición, publicada en Lima, en julio de 2018

© 2018, Erick Navas

© 2018, Grupo Editorial Caja Negra S.A.C.

Jr. Chongoyape 264, Urb. Maranga - San Miguel, Lima 32, Perú

Telf. (511) 309 5916

editorialcajanegra@gmail.com

editorialcajanegra.blogspot.com

www.editorialcajanegra.com.pe

Dirección editorial: Juan Carlos Gambirazio Vásquez

Producción general: Claudia Ramírez Rojas

Imagen de portada: Santiago Salas Gambirazio

Diseño de portada: Ernesto J. Galvez Mejia

ISBN: 978-612-4342-54-7

Registro de Proyecto Editorial n.° 31501361800630

Hecho el Depósito Legal

en la Biblioteca Nacional del Perú n.° 2018-09209

Prohibida su total o parcial reproducción por cualquier medio de impresión o digital en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma, sin autorización expresa de la casa editorial.

Cuando te quieras rendir y tu corazón esté a punto de romperse,

recuerda que eres perfecto, Dios no comete errores.

Jon Bon Jovi

Capítulo 001 - Gris

Los días tienen fechas para recordarnos que ninguno se repite. Suceda lo que suceda en tu historia, cada amanecer es una nueva oportunidad. Solo abre la ventana y verás que los rayos del sol aparecen cada día, y así será por el resto de tu vida. Si te resignas, cada vez que los veas salir serán un recordatorio de que te quedaste anclado en el pasado, ese pasado que te sujeta y no quiere dejarte avanzar. Por el contrario, si sacas fuerzas de donde a veces parece que no las tienes, querrás sentir el calor de ese sol en tu rostro, respirarás profundo abriendo los brazos y estarás preparado para enfrentar los nuevos retos y disfrutar las alegrías que vendrán en las próximas horas. La vida siempre está llena de decisiones y sabes qué, casi siempre las tomas tú.

Dos semanas después de todo lo acontecido...

Estaba en aquel aeropuerto, el mismo en el que meses atrás buscaba a Sofía. Si yo no hubiera llegado ella nunca hubiera muerto. El sentimiento de culpa me embargaba, aunque todos me dijeran que no tenía nada que reprocharme. En esos momentos caminaba cabizbajo con mi maleta, casi no levantaba la cara para evitar ver a su familia que había ido a despedirme.

A menudo me gustaba vestir de negro o de gris, pero esta vez podría haber estado desnudo porque gris era mi piel y negra mi alma. Recordaba el día del su sepelio parado frente a su ataúd mientras este bajaba. Todo alrededor se puso gris en todas sus tonalidades: El cielo, la gente, sus rostros, los árboles; Lo único de color eran las rosas rojas que iban cayendo sobre ella. Perdí la visión, y aunque suene repetitivo, todo era gris desde ese día, como si mis ojos tuvieran un filtro. No importaba el amarillo del sol o el verdor de la vegetación, todo era tonalidades color piedra, desde el gris claro hasta el negro profundo, al igual que los contrastes de su lápida.

La familia de Sofía levantaba la mano para decirme adiós y, ¿qué había hecho yo? Parecía que fuera ayer cuando se me acercó corriendo por esos pasillos. Ahora los dejaba solos, habíamos perdido la luz. Sé que cuando una persona buena muere no nos deja. Dios desde lo alto necesitaba a un ángel más para que nos cuide y así debería sentirla, siempre cuidándome, pero la forma en la que sucedieron los hechos me dejaría ese tinte negro por un buen tiempo.

Abordaba ese avión gris, mientras la tripulación me daba la bienvenida con aura oscura, los pasajeros también eran grises. Sentado miraba por la ventana aquella bella y colorida ciudad que ahora parecía una mancha de cemento. ¿Así sería mi vida sin Sofía?

Traté de dormir, pero no pasaban las horas ni las millas. Apagaron las luces, pero no era necesario, no había más luz. Solo recuerdo mirar hacia afuera y ver su reflejo en el vidrio de la ventana, como si me acompañara, después de todo, estaría en el cielo. ¿Y si estaba alucinando? Qué más da, así por lo menos dentro de mi locura estaría junto a ella.

Los días pasados habían sido como una pesadilla real. Cada vez que empezaba a quedarme dormido veía a Sofía viniendo en sentido contrario con su auto y colisionando conmigo. Mejor no cerrar los ojos, mejor no soñar. Mis ojeras le advertían a la gente que no me hablara demasiado, así estaba, un Sebas opaco. Debo de haber dado un pésimo espectáculo. El pasajero de al lado me daba la espalda y qué más da pensé, ¿Acaso a él le sucedía lo mismo que a mí?

En mi desvarío, el avión aterrizaba y mientras cerraba los ojos presintiendo que algo malo iba a pasar, escuché la voz de Sofía que me decía «Necesitas ayuda mi amor». Sentí un impacto, eran las ruedas tocando el suelo. Cuando bajé esperaba haber dejado la tonalidad gris atrás, pero todo era de ese color.

Encontré a mis padres que habían ido a buscarme. No me dijeron nada, solo me afectó el hecho de que quisieron disimular su mirada de tristeza, al haberlos yo, afectado con la mía. Mi madre atinó a darme un beso en la frente y mi padre un abrazo. Casi les pregunto ¿Por qué están grises?, pero me detuve al recapacitar que el gris era yo.

En el camino de regreso mi padre habló.

—Hijo, es una pena todo lo que ha sucedido, pero debes seguir adelante. Estás muy delgado y ojeroso, es lógico que te sientas mal pero no te abandones.

Mi madre lo secundó.

—Somos tus padres y estamos para apoyarte. ¿Por qué no te quedas unos días con nosotros?

—No se preocupen, estaré bien —respondí, pero sentí que había hablado con una voz inerte, tanto así que extrañamente no insistieron.

Casi a medio camino empezaron a contarme de las novedades que habían acontecido mientras había estado ausente. Había nacido el hijo de no sé quién y había sido el cumpleaños de no sé cuántos, la verdad es que me entretenían un poco pero no les prestaba mucha atención. Llegando a casa de mis padres pasé mis maletas a mi auto. Mi fiel compañero ahora era gris también, por lo menos a él no le quedaba nada mal.

Me despedí casi sin escucharlos. Mientras manejaba recordé el mismo camino que me llevaba hacia Sofía, ahora lo estaba recorriendo de regreso, derrotado, sin sueños, sin ella. Casi llorando y sin fuerzas me estacioné a un lado y empezó una tenue lluvia, una maldita lluvia como la que me quitó a Sofía. Miré hacia el cielo y le pregunté a Dios ¿Es que acaso quieres que me mate yo también?

Al no obtener respuesta me llené de ira. Tomé otra vez la carretera y pisé el acelerador. Vi unas luces que venían hacia mí y el auto se movió solo, como si alguien hubiera girado el volante. En ese mismo instante escuché de nuevo la voz de Sofía que me repetía «Busca ayuda».

Respiré, me calmé y retomé la marcha mucho más tranquilo hasta llegar a casa.

Crucé la puerta intentando encontrar algo de color, pero todo era igual. Me tumbé en la cama mirando el techo y veía a Sofía descender como un ángel fantasma a tres centímetros de mis labios. No me asustaba, no sentía nada. Me paré y busqué algo de beber. Encontré una botella de whisky, no era mi licor favorito, pero era licor. Desabotoné mi camisa y me puse a tomar desparramado. No sé cuánto iba bebiendo, empecé a hablar solo mientras mil imágenes se presentaban en la habitación como si fueran pantallas de cine. Imágenes de Sofía, lluvia, accidentes, gente, risas, llantos, todas sin sentido. Eso parecía que me causaba una infame gracia y reía de manera grotesca, supongo que así quedé dormido.

Al día siguiente, la luz gris del sol entró por mi ventana. Era un náufrago en una isla. Estaba hecho un estropajo, pero después de todo había podido dormir. El alcohol se convertía así en mi mejor amigo. Tenía mucha sed y nada de hambre. Prendí la TV, pero, ya saben, parecía en blanco y negro. Volví a beber nuevamente, por lo menos en ese trance, lograba que no pensara en Sofía, o eso era lo que pretendía que sucediera.

Llevé mi mano hacia mis ojos, otra vez empezaba el llanto incansable, como deshidratándome el alma lágrima a lágrima. Quise pararme para escapar y caí al piso, estaba ebrio. Me puse de rodillas y vi la botella de licor apoyada en una mesa. Tenía dos opciones, o dejarla o beberla. Realmente no tenía opción, la bebí como si se tratara de agua, solo me detuve cuando sentí que el alcohol chorreaba por mi pecho y me quemaba. Bajé la cabeza y volví a quedar dormido. Segunda vez que podía escapar de la realidad, y aunque mi poca sensatez me decía que no debía hacerlo, era lo mejor que me podía estar pasando en todos estos últimos días.

Capítulo 002 - Historia

—¿Aló?

—¿Sebas? ¿Eres tú? Soy Jaime ¿Te acuerdas de mí?

—¿Jaime? ¡Jaime amigo mío! ¡Después de siglos! ¿Qué es de tu vida?

—Regresé después de… ¿Y qué sé yo?, muchos, muchos años. Llamé a tu madre, disculpa, pero me enteré de algunas malas noticias y nada, qué tal si nos tomamos unos tragos en algún bar. Veo que la ciudad ha cambiado. ¿Nos vemos a las 8 en el parque del viejo barrio?

—Dalo por hecho…

Luego de colgar me tomé el rostro y lentamente me senté en la cama. Solo venían una y otra vez recuerdos de Sofía. Me abstraía amargamente en un vaivén de divagaciones; Por momentos la locura iba creciendo al igual que mi barba desaliñada. Tomaba el teléfono otra vez y me parecía escuchar su voz diciéndome que llegaba en el vuelo 357. Casi instintivamente me quería parar e ir a recogerla para luego ubicarme en la realidad, era precisamente a las 3:57 de la madrugada que ella había fallecido en mis brazos. Quería estar en coma hasta que todo pasara y algún día despertar sin culpa. Prefería nunca haberla conocido y que ella siguiera sonriendo e iluminando el mundo con su vida en alguna otra parte. Lo poco de lucidez que me quedaba me hizo levantarme y alistarme para encontrarme con Jaime, mi amigo de la niñez. La ocasión valía el inconmensurable esfuerzo.

Llegué al parque, aquel lugar en el cual pasé horas de horas jugando fútbol con mis amigos, aquellos que prometimos nunca separarnos. La inocencia infantil a veces nos permite jurar algo que no cumpliríamos. Al cabo de unos minutos llegó Jaime, un tanto cambiado, pero con la misma sonrisa de siempre. Un gran abrazo nos unió en el recuerdo.

—¡Sebas! ¡Qué gusto verte mi hermano! Vamos, busquemos algún bar.

Solo sonreí. Tomamos un taxi hacia un bonito lugar que yo conocía.

Jaime me contaba que le había ido muy bien en la vida, se había casado y tenía dos hijos. Estaba de regreso porque la situación donde residía estaba complicada y quería ver si regresaba con su familia al país. El envolverme con sus historias de felicidad me hizo despejarme un poco, solo un poco.

Ya en el bar me abrazó y nos sentamos en la barra.

— ¡Vaya que todo es más moderno ahora! —exclamó.

Mi sonrisa débil le hizo darse cuenta de que teníamos que tocar el doloroso tema y yo me percaté de que era casi un encargo de mi madre el hablar de eso.

—Sebas, ya me enteré lo que pasó. Sé que no hay palabras para levantarte en este momento, pero sabes que no fue tu culpa. Sofía hubiera querido que sigas con tu vida y superes esto pronto. No te veo hace muchos años, pero tu semblante me hace notar que lo estás pasando muy mal mi amigo.

Mis ojos se humedecieron de impotencia, de saber que estaba siendo evidentemente débil ante los problemas y que no tenía fuerzas para salir de este agujero que ya me tenía atrapado hasta la cintura.

—Jaime, esto es lo peor que me ha pasado en la vida. ¿Sabes lo que es encontrar a una persona como ella y perderla? No sé porque sigo vivo si esto no es vida, es solo sufrimiento.

Mi buen amigo seguía animándome, lo escuchaba, pero no lo asimilaba. Él seguía con un monólogo que hubiera hecho reaccionar a cualquiera, a cualquiera menos a mí. Se quedó callado para escucharme. Recién notó que mi rostro estaba sufriendo los estragos de la bebida. No sé cuánto más habría tomado mientras él hablaba, otra vez estaba en un estado de trance, escapando de la realidad.

—Sebas, ¿Estás bebiendo mucho últimamente?

—Mi amigo, es lo único que me hace sufrir menos por ahora.

— ¡Pero Sebas!, eso es peor, es peor tomar tanto en momentos así.

—Solo quiero que pase un año, Jaime, ¡Un año!, despertar lúcido y limpio pensando que todo ya pasó.

—Así no vas a lograr nada, Sebas, tienes que afrontar la realidad.

—¿La realidad? ¡La realidad! —le dije mientras me servía otra copa que él no pudo evitar—. La realidad es esta, Sofía está muerta y estaría viva si no la hubiera conocido.

—No digas eso —replicó—, la vida es así, pudo haber muerto antes o en cualquier otra circunstancia. Pudo haber tenido una enfermedad o ¡qué sé yo!

—Jaime —respondí ya casi sin poder articular bien las palabras—, si hubiera sido así no estaría como estoy, apenas pudiendo hablar.

—Mira, Sebas, no estás solo, yo no te voy a dejar caer, tienes además amigos y familia, siempre has sido un buen tipo.

— ¿Y de qué me sirvió? ¡Dime! ¿Entonces merezco todo esto? ¡Dímelo!

Él se quedó callado y aun en mi embriaguez noté que le había hablado mal.

—Disculpa, Jaime, disculpa, este no soy yo, pero el Sebas que tú conoces no soportaría todo esto.

—Sebas, te voy a ayudar, ¿OK? —me dijo prudentemente.

Lo abracé y me recosté en su hombro. Me puse a llorar. No le dije nada, pero en el fondo parte de mí necesitaba sujetarse de algo.

—Sebas, vamos amigo, te llevo a tu casa.

—Espera Jaime, aún no termina la noche ni la botella.

Él reaccionó con más firmeza y de manera imperativa exclamó:

—Sebas, OK… OK…, te ibas a casar y estabas muy ilusionado con eso. Yo estoy casado y me puedo imaginar cómo me sentiría si me pasara lo mismo que tú.

Yo sonreí, removí un poco el ron de mi vaso, cogí un cigarro y lo encendí.

Jaime notó que le iba a decir algo importante y con mucha inteligencia solo esperó.

—Amigo —le dije—, yo ya he estado casado antes. La noche es joven, ¿Quieres escuchar mi historia?

Jaime se quedó sorprendido con lo que le dije.

—¿Sebas te casaste? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Con quién? Nunca nadie supo nada.

—Paciencia, te voy a contar todo.

Capítulo 003 - Mátate

Estaba en la universidad, a media carrera. Había una chica que me gustaba mucho, distaba de las típicas, muy producidas y arregladas, tenía más bien una cara angelical. Estuve enamorado de ella por algunos meses, salíamos, conversábamos, pero no había ningún indicio real de que fuera algo más que amistad, aunque su amabilidad me lo hizo suponer. En efecto, cada vez estábamos más tiempo juntos, así que un día decidí declararle mis sentimientos. Creo que mejor hubiera sido robarle un beso.

Mis nervios, sumados a mi falta de experiencia y timidez, desencadenaron en la más profunda desgracia.

—¿Quieres estar conmigo? —le dije.

—Eres lindo y me gusta pasar el tiempo contigo, pero solo te veo como un amigo.

Creo que la frase «solo te veo como un amigo» debería ser erradicada del lenguaje universal. Sé que suena amable para el que lo dice, pero es más devastador que un ¡Mátate! para el que lo oye.

En fin, todo lo planeado, pensado, sentido y principalmente alucinado se iba por un tubo. Lo que es peor, esa maldita frasecita te deja varias preguntas sueltas ¿Podré ser más que su amigo? ¿Debería volver a intentar? ¿O mejor me borro del mapa?, alternativas difusas y contrarias; En otras palabras, no sabes qué demonios hacer.

Acepté mi derrota con aparente hidalguía. Seguimos saliendo o conversando esporádicamente como si ella se hubiera perdido la oportunidad de ser amada, yo no daba signos de interés. Si ella quería que solo fuera su amigo pues su amigo sería.

Intenté traducir la situación con la inmadurez de mi edad y la idiotez de no saber entender que las mujeres cuando te dicen que no es sí, cuando dicen sí es no y todo lo contrario. ¿Quedó claro? Si no quedó claro, pregúntale a una mujer.

Mis amigos esperaban, al igual que yo, un sí. Cuando supieron que fue un no, sus burlas sin malicia eran frecuentes.

—Sebas, ¿irás al paseo?

— ¿Qué paseo Daniel?

— ¿Cómo? ¿No sabes? ¿En qué mundo andas eh? Ah ya sé, en el de Patylandia Ja, ja, ja.

Patricia se llamaba la dichosa «amiga». Mientras se reían de mí, me sumé a la carcajada porque bien sabido es que el que se pica, pierde.

—Hey Daniel. —Replicó Marita— Sé algo del paseo, pero cuéntanos más pues.

—OK —habló Daniel— La situación es esta. Varias universidades están haciendo un congreso de estudiantes en un hotel campestre a las afueras de la ciudad, eso quiere decir... ¡chicas de otras universidades!

— ¿Eso es lo único que importa? —Dijo Jenny.

Pero casi antes de que terminara la frase, Sandra exclamó:

— ¡Y chicos de otras universidades!

— A ver, a ver Daniel, ¿Y cómo uno puede ir a ese congreso? - Pregunté

—Bueno —Respondió— Ernesto y yo somos amigos de los que están haciendo las listas, así que si consiguen el dinero, que no es mucho, vamos todos ¿Qué dicen?

Solo bastó unas cuantas miradas entre Marita, Jenny, Sandra y Ernesto para que gritaran: «¡Vamos!».

Al ver que yo no los acompañaba en la bulliciosa celebración y encogía mis hombros, todos voltearon a mirarme, es más, a meter su cara en mi espacio visual.

—Sebas ¿No vas a ir? —Dijo Marita.

—No sé... No tengo ganas.

—¡Uy la depresión! —Exclamó Ernesto.

Un codazo de Jenny arrimó a mi amigo mientras Sandra le decía: «¡Cállate!».

—Va a ir Paty —Me dijo Daniel.

Sonreí, y aunque sabía que no iba a poder hacer nada con respecto a Paty, ellos al ver mi cambio de expresión me abrazaron y dijeron: «¡Nos vamos al congreso!».

Una voz familiar interrumpió el alboroto.

—Hola chicos —Era Paty entrando al círculo con una miradita tímida— ¿También van al congreso?

Nadie dijo sí, pero todos asentimos con la cabeza.

—Sebas, ¿También irás? —me preguntó.

—Sí Paty, también voy.

—Qué bueno, se me hace tarde, tengo que entrar a mi clase —dijo mientras se marchaba.

Cuando estaba a poco más de diez metros, mis amigos empezaron a entretenerse con la cara de estúpido que puse y no dudaron en molestarme.

— ¿Así que todo está controlado no Sebas? —dijo Daniel. Nos reímos, yo sabía que no lo decía de mala onda.

Los días pasaban. Todo el mundo hablaba del dichoso congreso. Hasta que por fin llegó el día. La universidad había dispuesto un bus para aproximadamente 40 personas, estábamos subiendo rápido para viajar juntos y encontrar un buen asiento.

En el camino una chica se acercó al conductor y puso música en la radio, todos cantábamos al fondo con algunas cervezas que tomábamos disimuladamente ya que un profesor iba adelante; Paty se paró en el medio del bus, no la habíamos visto hasta entonces, y se nos unió. Lo que para todos significaba que quería estar en la zona divertida, para mí significaba que quería algo conmigo.

Yo cantaba tratando de destacar, tonterías de adolescente. Literalmente llorábamos de tanto reírnos. Los estudiantes de otras carreras volteaban a mirarnos con odio o con intriga, algunas de las chicas que lo hacían no estaban nada mal. Ernesto, Daniel y yo mirábamos y opinábamos.

—Hey, Sebas, mira a esa chica, se llama Raquel creo que está mirándote —dijo Daniel.

Mientras Raquel y yo nos sonreíamos a la distancia, Ernesto me pellizcó el brazo para percatarme de que Paty parecía molesta. Varias ideas se me pasaban por la mente. ¿Qué tal si me «vengaba» de ella? ¿O de repente esos celos significaban que Paty había ido al paseo por mí? Tal vez se había dado cuenta de que no era solo un amigo.

Casi llegando al hotel nos detuvimos en una tienda a comprar cosas, llegó el bus de otra universidad y se detuvieron a hacer lo mismo. Se abrió la puerta y bajaron cual avalancha chicos y chicas que también iban al congreso. Era un festín para los ojos, las chicas, claro, aunque por la expresión de nuestras amigas parecía que también se lo estaban pasando de maravilla.

Ernesto y Daniel me tenían abrazado, como si estuviéramos en una tribuna de un estadio a punto de gritar «¡Gooooooool!» y es que cada chica que nos sonreía era casi una anotación, yo me sumaba a ellos y me hacían sentir más seguro, en esa etapa de mi vida la timidez era más mi barrera que mi escudo.

Regresamos al bus al cabo de unos diez minutos. No éramos los tipos más guapos que desfilaron por ahí, pero al menos parecíamos entretenidos, sin querer a nuestra temprana edad, estábamos descubriendo algo que les encanta a las chicas, que un chico sea divertido, aunque no éramos conscientes de nuestro hallazgo.

Llegamos al hotel, se abrió un gran portón de madera para que pase el bus, un camino de piedras cruzaba un jardín enorme y llegamos al estacionamiento. Ese lugar era increíble, ¡Piscina, sol, todo era verde, cabañas, pabellones de cuartos! Cuando miramos con más detenimiento nos percatamos de que habían llegado más buses. ¡Este viaje será espectacular!, y a todo esto, ¿dónde estaría Paty? Creo que empezaba a entender que no solo hay una persona para cada uno en la vida.

Era sábado en la mañana. En la noche habría una fiesta que sería la locura total, el domingo en la tarde estaríamos de regreso. No había margen de error, lo que querías que sucediera tendría que ser esa misma noche. Creo que esa presión de hacer las cosas rápido me motivaba a vencer la maldita timidez. Por el momento, me iba funcionando.

Capítulo 004 - Números

Caminamos detrás del profesor. Ernesto y Daniel estaban como locos viendo a tantas chicas pasar, mis amigas eran más prudentes, pero igual regalaban sonrisas a cuanto chico veían.

Nos hicieron formar una fila a la entrada de los cuartos, eran cuartos con dos camarotes cada uno. La sorpresa llegó cuando nos dijeron que nos mezclarían con los chicos de otras universidades, supongo que, por camaradería, obviamente cuartos de hombres y cuartos de mujeres. Igual nos mezclaríamos en las sesiones y, como es lógico, en la noche.

La primera sesión del congreso comenzaba a las 11 de la mañana, no quedaba mucho tiempo. Casi como en un acuerdo tácito, nos separamos de nuestras amigas para tener más «libertad de acción».

Para variar, Daniel se demoró más de la cuenta y junto a Ernesto llegamos tarde. Empezamos a hacer amigos de inmediato, casi ni escuchábamos al expositor. Daniel con su encanto natural ya hasta ponía apodos a los nuevos compañeros. Tanta risa hacía que las chicas voltearan a ver quiénes eran los payasos de atrás. Ernesto apeló a su buena pinta y ya estaba preguntándoles sus nombres.

Así llegó la hora de almuerzo. Nos cruzamos con nuestras amigas, conversamos apenas y de inmediato fuimos al comedor, nos moríamos de hambre. Cuando nos sentamos, a los pocos minutos llegaron las chicas que Ernesto había conocido. Yo un poco tímido saludé de lejos, pero una de ellas, bastante coqueta me habló.

—Hola soy Diana, ¿cómo te llamas?

—Hola Diana, me llamo Sebas.

—¿A qué fiesta irán en la noche?

—¿A qué fiesta? —respondí—.

—¿Qué? ¿No saben que hay dos fiestas aquí hoy día? —su amiga intervino.

Daniel, el que todo lo sabía se sorprendió:

—A ver, explícame eso.

En la noche hay dos fiestas temáticas, la de números y la de letras. Ernesto se sorprendió aún más y preguntó de qué se trataba el asunto. Las chicas nos explicaron. La fiesta de números consistía en ponerse alguna prenda o disfrazarse de algo relativo a los números y la de letras, lo mismo, pero con letras o literatura.

Diana me preguntó:

—Sebas, ¿A cuál irán? ¡Nosotras a la de números!

—Entonces iremos ahí también.

Casi instantáneamente se sentaron al lado de ellas unos chicos, sus compañeros, y nos miraron no muy amablemente por así decirlo.

Nosotros nos dedicamos a almorzar al ver que ellos acaparaban la conversación, terminamos de comer y nos despedimos, no sin antes de que el buen Ernesto les diera un beso en la mejilla a cada una y les diga: «Nos vemos en la fiesta», ante lo que sus «compañeros» nos miraron con más odio aún.

Luego de semejante afrenta, Daniel se puso al medio y nos abrazó. Caminamos así de vuelta a la sesión de la tarde. Esa sesión duró muchísimo, casi hasta entrada la noche.

Cuando terminó, y aunque estábamos cansados, nos fuimos rápidamente a vestirnos para la cena y la fiesta. Y ahora, ¿De dónde demonios sacaríamos algo relativo a números?

Nos juntamos en el cuarto de Daniel. Un muchacho que compartía la habitación nos dijo que iría a la fiesta de letras, así que le prestó una polera de Bart Simpson que escribía en una pizarra «E=Mc2», así que ya tenía prenda; El loco de Ernesto había cogido una cartulina blanca, un marcador de tinta negra, dibujó una calculadora gigante y se la colgó del cuello; Yo comenzaba a desesperarme, Daniel me dio una camiseta de fútbol que tenía el número 10 en la espalda. ¡Asunto arreglado!

Mientras pensábamos en ir a cenar, Ernesto y yo veíamos como Daniel se arreglaba, se peinaba, se echaba perfume, al final por culpa de su tardanza no llegamos a tiempo, apenas lo hicimos cuando recogían los platos. Vimos unos medallones de pavo que nadie había tocado y nos abalanzamos sobre ellos.

—Bueno chicos, ¡Vamos a la fiesta de números! —dijo Ernesto.

—¿Y si echamos un vistazo a la fiesta de letras? —agregó Pablo.

—Dale, vamos… —respondí.

Cruzamos el gran jardín que había. Nos llamó la atención un grupo de chicos con polos amarillos.

—¿Por qué de amarillo? —les preguntó Daniel.

Ellos respondieron que eran del comité organizador y que estaban a nuestra disposición para cualquier necesidad.

Llegamos a la fiesta de letras y recién nos habíamos dado cuenta de que nos habíamos olvidado de nuestras amigas; Ellas estaban ahí y no lo habíamos coordinado. También estaba Paty, más linda que nunca.

—¡Maldición! —pensé— ¡Ya sácatela de la cabeza Sebas!

Paty me sonrió y todos empezaron a fastidiarnos.

—¿No se quedan aquí? —preguntó ella al ver nuestros números.

—Nada, que podemos estar de aquí para allá —dijo Ernesto.

En eso, Marita, Jenny y Sandra dijeron a coro: «Nooooooo… ».

Ante nuestra sorpresa, Marita agregó:

—Es que no nos van a dejar ser libres, ja, ja, ja.

Nos reímos y nos fuimos a la fiesta de números.

Ni bien llegamos nos encontramos con las chicas del almuerzo. Yo no sé de qué números se habían vestido, solo apreciaba las pequeñas faldas que traían.

Mientras tratábamos de cerrar la boca, Diana me saludó.

—Hola, Sebas, ¿Me sirves un trago?

—Claro, ya regreso.

—¡Vamos! —dijeron mis amigos.

—¡Hey, Sebas! Diana parece que quiere algo contigo, esta buenísima y no has hecho mayor esfuerzo —Me dijo Daniel.

—Yo me quedo con la más alta. ¿Cómo se llamaba? —dijo Ernesto.

—Brenda —respondió Daniel— y, bueno, me quedaré con la que queda, con Silvia.

—Igual esta guapísima —le dije.

Servimos los tragos y cuando regresamos los tipos del almuerzo, sus «compañeros», estaban conversando con ellas.

Ernesto dio un paso al frente y le entregó a Brenda su trago, enseguida y antes de que los tipos pudieran decir algo, la sacó a bailar y ella accedió.

Daniel y yo estábamos a tres metros de Diana y Silvia. Nos miraban como para que nos acerquemos y los seis compañeros para que nos alejemos.

Diana tomó la iniciativa y me sacó a bailar; Silvia hizo lo mismo con Daniel.

La cara de sus compañeros era de furia total, creo que nos estábamos metiendo en problemas.

Había un tipo enorme en ese grupo que no le quitaba la vista a Diana. ¡Vaya mala suerte!

—No te preocupes, es un idiota, es mi ex y no entiende que ya todo terminó —me dijo.

Creo que eso me puso aún más nervioso, pero su forma tan sensual de bailar lo compensaba. Pasaban las canciones y los tragos encima, los tipos se habían ido, o por lo menos ya no los veíamos.

Ernesto ya estaba besándose en una esquina con Brenda; Daniel estaba muy cerca de Silvia y Diana estaba un poco ebria pero cariñosa. Me tomaba de la mano y me presentaba amigos, me abrazaba y no soltaba el vaso, me estaba preocupando.

Diana se puso a bailar otra vez y me dijo al oído: «Bésame» y así lo hice.

Cerré los ojos para volver a besar a Diana que cada vez estaba más apasionada. Como por instinto los abrí y ¡Vi un puño que venía hacia mí!

Capítulo 005 - Contraataque

Instintivamente me moví hacia un lado. El golpe pasó muy cerca, pero el tipo grande con el impulso empujó a Diana, esto, sumado a su ebriedad, hizo que ella se cayera al piso.

Él no sabía en quién concentrarse, si en mí o en Diana que no podía pararse. Cuando la ira se apoderaba de mí e iba a contraatacar, una pequeña y frágil chica de polo amarillo y lentes se interpuso entre ambos. En ese mismo instante, varios chicos con polo del mismo color sujetaron al individuo mientras que solo uno se paró frente a mí sin mayor problema al darse cuenta de que yo estaba calmado.

Los mismos chicos de polo amarillo, los del comité organizador, se llevaron al tipo fuera de la fiesta mientras él gritaba «Diana perdóname, ¡perdóname!». Otros ayudaban a Diana a pararse, algunos amigos de ella optaron por llevársela a dormir, su noche había acabado.

¿Y la mía?

La chica de polo amarillo me preguntó:

—¿Estás bien?

—Sí gracias.

—¡Ese tipo está loco! ¿Lo conoces?

—No, solo sé que era el ex novio.

—¿Te gusta el riesgo no? ¡Era enorme!

—Sí, gracias, ¡Creo que me salvaste! Me llamo Sebas, ¿Y tú?

—Luciana.

—Lindo nombre.

—Gracias, bueno, espero no te metas en problemas, debo ir a ver que más necesitan.

—¿Te veré de nuevo?

Ella sonrió y se fue. Solo unos metros más allá me dijo: «Si necesito que me ayudes en algo te aviso».

De alguna manera inusual esa chica había llamado mi atención, era pequeña, con una mirada muy tierna, tranquila, diferente a Paty o a Diana, pero agradablemente diferente. Se le veía tan frágil, como si uno debiera abrazarla para protegerla, era de esas que valen la pena. Lamentablemente, para ese perfil de chica, yo no parecía interesante. Con mi apariencia de solo buscar diversión de una noche, era exactamente el polo opuesto de sus requerimientos. O eso pensé.

Miré a un lado y al otro, mis amigos ya no estaban, y bueno, creí que era hora de irme a dormir.

Cuando me dirigía a mi habitación escuché la bulla de la otra fiesta, la de letras. Casi por inercia y sin ánimos entré. La gente estaba ya bastante ebria y ni cuenta se dieron de que no llevaba nada temático puesto encima.

—¡Hey, Sebas! ¿En dónde has estado? —me dijo Marita.

—En la otra fiesta, pero ya me estaba marchando.

—Ah no. Paty ha estado preguntando por ti todo el tiempo, es más, le ha dicho a Jenny que tú le gustas y que te busque porque…

—¿Por qué?

—¡Porque quería besarte tonto!, ya va unas cuantas copas encima.

—¿En serio? ¿Y dónde está?

—No sé, hace un rato estaba bailando con el idiota de su ex, el tipo se le pega, pero ella lo para botando, mejor búscala.

¡Otro ex! pensé. Era el todo o nada, ya estaba allí y ¡Paty quería que la besara!, así que manos a la obra, a buscarla.

Caminé por todo el lugar, ya habían más parejas que gente bailando, algunas caras desencajadas por el licor o el sueño, de pronto me encontré a Raquel, la chica de las miradas en el bus.

—Hola, ¿Qué haces solo?

—Buscando a una amiga, Paty, ¿la conoces?

—Ella es la ex de un chico de mi universidad, Mauricio, los vi conversando a la vuelta de esa pared.

—¿Regresas? Estaré por aquí.

—Claro, nos vemos.

¡Y claro que no iba a regresar!, ni bien viera a Paty, cual héroe, apartaría a ese tipo que la estaba persiguiendo.

Llegué a la pared, estaba más oscuro por allí, había gente conversando, en eso vi a Paty de espaldas, sonreí muy seguro y me acerqué a ella. Cuando estuve a un metro, ella sintió mis pasos y volteó, justo para darme cuenta de que al frente tenía a Mauricio y se habían estado besando.

Mi sonrisa se deformó y mi rostro se vino abajo; El tipo, totalmente ebrio casi ni se inmutó. Yo me quedé helado, con cara de decepcionado y me marché.

—¡Sebas! ¡Sebas!, espera —me dijo Paty.

—Nada, quédate donde estás.

—Es que no sé qué hacía.

—No tienes por qué explicarme nada —le dije más calmado—. En serio, no tienes que explicarme nada.

Mi pasividad sonó a desinterés y de cierta forma lo era, creo que quería besar a Paty por ese estúpido ego de no querer perder, pero, realmente, lo que había sentido por ella se había apagado con rapidez hace algún tiempo atrás.

Mi calma le dijo mucho, ella se quedó parada con los ojos un poco llorosos mientras yo me iba, miré nuevamente hacia atrás, levanté la mano, sonreí con ironía y me fui.

¡Vaya nochecita!, volví a cruzarme con Raquel y no recuerdo qué me dijo, yo solo seguí mis pasos y me fui de la fiesta.

Camino a mi cuarto iba recorriendo un oscuro y grande jardín cuando de pronto alguien me pasó la voz.

—¡Sebas! Soy yo, Luciana. ¿Me puedes ayudar con algo?…

—Hola, si, lo que quieras —respondí

—Tú me debes una así que sígueme.

—Ok.

Mientras lo hacía, al verla de espaldas, solo atinaba a pensar «¡qué linda chiquita!». Luciana volteó y me dijo: «¿Qué miras?», mientras sonreía.

Normalmente hubiera contraatacado con una sonrisa y mirada coqueta, pero ¡Ella tenía la facilidad de desarmarme! Como para salvarme y como también se había puesto un poco nerviosa me dijo:

—Hay unas sillas en la fiesta de números que tomamos prestadas de la sala de conferencias. ¡Yo no sé para qué se las llevaron si nadie se ha sentado!, en fin, estamos regresándolas a su lugar porque mañana temprano —y dijo temprano levantando la voz y señalándome— empieza la sesión de capacitación, así que como me debías una, pues me ayudarás a llevarlas.

¡Era linda!, simplemente linda. Hablaba mucho, muy rápido, era juguetona, pero tranquila, adorable en realidad, así que estaba dispuesto a ayudarla en lo que sea. Llegamos a la fiesta de números, prácticamente ya había terminado, vi que sus amigos de polo amarillo cargaban las sillas y me puse a ayudarlos.

Con el bulto en mis manos, pasé por su lado y le dije: «Y, ¿a dónde las llevo?».

—¡Ay, qué tonto! —me dijo sonriendo—. Mira, si no puedes mejor dámelas.

Me dejó sin reacción, pero al instante se puso a reír y me dijo: «Vamos, te guío».

En el camino me preguntó de qué universidad era, ni bien le respondí otra vez habló mucho. Me contó en qué año ingresó, de qué carrera era, dónde vivía, lo complicado del tráfico hasta su casa, un poco más ¡Y me decía sus calificaciones!, pero igual, era adorable, esa palabra le iba bien.

Antes de llegar a la Sala de Reuniones pasamos por una cabaña grande.

—Ese es el CO. —Me dijo.

—¿CO? —Pregunté.

—Ay, ¡necesitas estar más atento! —Me dijo mientras reía otra vez—. ¡El Comité Organizador! Si necesitas algo, ahí me buscas. Estamos todos en camarotes metidos no sé cómo, es el local que nos han dado, la verdad es que tenemos que estar a primera hora despiertos pero la mitad ya se perdió por las fiestas y no sabemos dónde están o en qué cuarto estarán.

Llegamos, descargué las sillas, Luciana se quedó en el CO y yo volví a la fiesta por más.

Cuando terminamos ella llegó y me agradeció.

—¡Gracias! —Me dijo— Y disculpa por tontearte, yo soy así, a veces hablo mucho y…

—¿Hablas mucho? No, para nada, ja, ja, ja —Comenté.

Me dio un pellizco en la barriga y me dijo: «No te metas conmigo que seré chiquita, pero golpeo más fuerte que ese grandote que casi te pega. Si no fuera por mí estarías en el hospital y…».

Interrumpí de nuevo… «¡Tienes razón, no hablas mucho!».

La cara de cólera que puso hizo que yo diera unos pasos hacia atrás porque en son de juego se me venía encima. Pero se detuvo cuando le dije: «Me encantó conocerte, ¿sabes? Eres adorable, loca pero adorable».

Se quedó inmóvil, sin saber si sonreír o no. Se puso nerviosa, eso era obvio, pero con la inteligencia que iba notando volvió a poner su cara de molesta y me dijo: «¿Loca no? Ah, ya, espera que te agarre y ya verás».

Los dos reímos, ella se despidió a unos metros y yo me acerqué y le di un beso en la mejilla.

—Descansa pequeña —le dije.

Ella me miró cómo si por dentro hubiera pensado «hey, Luciana, ¿qué haces fijándote en un chico como ese?». Se despidió y se fue.

Iba caminando hacia mi cuarto pensando en cómo coincidir con Luciana en alguna parte. Llegué con varias ideas en la cabeza, abrí la puerta y un tipo estaba echado en mi cama, durmiendo, totalmente ebrio; Las otras camas también estaban ocupadas. Me acerqué a despertarlo y por la oscuridad me pareció que era el grandulón que quiso golpearme. Por las dudas, ¡Me fui más rápido que un rayo!

Afuera en el jardín nuevamente pensaba… ¿Y ahora dónde duermo?

Se me prendió el foco de la idea, aunque en realidad era un farol del jardín, pero era preciso para la escena y pensé «¿El CO?».

Capítulo 006 - Contacto

Me fui a buscar la cabaña del CO y por ende a Luciana, tal vez ella podría solucionarme el problema, aunque en realidad quería verla. Llegué a la puerta, estaba abierta, había movimiento allí adentro y mucha, mucha gente. Todos de amarillo.

Antes de que pudiera ver a Luciana se me acercó la única chica que no estaba de amarillo, venía llorando, era Paty, me abrazó.

—¿Qué pasó? —le pregunté.

—¡Mauricio es un imbécil!, discutimos y me agarró fuerte de los brazos, me lastimó. Se lo dije, pero estaba borracho, los chicos del CO me ayudaron y dormiré aquí hoy. ¡No quiero verlo!

—Bueno, es lo mejor. —Mientras soltaba a Paty vi pasar a Luciana.

—Hola —le dije. Paty quedaba al margen de la conversación.

—¡Hola! ¿Qué haces aquí? ¿Tú no eres el tipo que se peleó con ella?

—¡No, para nada!, es mi amiga de la universidad.