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Ursula Prutsch, João Fábio Bertonha,
Mónika Szente-Varga (coords.)

AVENTUREROS, UTOPISTAS, EMIGRANTES
DEL IMPERIO HABSBURGO A LAS AMÉRICAS

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Estudios AHILA de Historia Latinoamericana N.º 14

Editor General de AHILA:

Manuel Chust (Universitat Jaume I, Castellón)

Consejo Editorial:

Ivana Frasquet (Universitat de València)
Pilar González Bernaldo de Quirós (Université Paris 7, Denis Diderot)
Luigi Guarnieri Calò Carducci (Università degli Studi di Roma III)
Allan J. Kuethe (Texas Tech University, Lubbock)
Stefan Rinke (Freie Universität Berlin)
Natalia Sobrevilla (University of Kent, Canterbury)

Estudios AHILA de Historia Latinoamericana es la continuación
de Cuadernos de Historia Latinoamericana

Asociación de Historiadores Latinoamericanistas Europeos

AVENTUREROS, UTOPISTAS,
EMIGRANTES

Del Imperio Habsburgo a las Américas

Ursula Prutsch, João Fábio Bertonha, Mónika Szente-Varga (coords.)

AHILA - IBEROAMERICANA - VERVUERT 2017

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

© AHILA, Asociación de Historiadores Latinoamericanistas Europeos
www.ahila.nl

© Iberoamericana, 2017

© Vervuert, 2017

info@iberoamericanalibros.com

ISBN 978-84-16922-30-7 (Iberoamericana)

Depósito Legal: M-17276-2017

Revisión de textos originales: Fernando Portillo Alcántara; Marcos E. de Juana Espinosa;
Sigfrido Vázquez Cienfuegos

Diseño de la cubierta: a. f. diseño y comunicación

Impreso en España

Dedicado a Ádám Anderle (†)

ÍNDICE

Introducción

Ursula Prutsch, João Fábio Bertonha y Mónika Szente-Varga

Viajeros, migraciones e identidad: la imagen de América Latina y la literatura de viajes en Hungría en el siglo XIX

Balázs Venkovits

Un cafetero húngaro en Oaxaca. La imagen del indígena de América del Norte y Central decimonónica en las obras del viajero Eugenio Bánó

Katalin Jancsó

Gabor Naphegyi en las Américas

Mónika Szente-Varga

La trata de blancas: una forma de emigración de Europa Oriental a América del Sur

Elisabeth Janik-Freis

As relações entre o Brasil e o Império austrohúngaro: o caso da imigração ucraniana para o Brasil (1890-1910)

Wilson Maske

Campesinos austrohúngaros en el sur de misiones (Argentina). El hallazgo de documentos originales echa luz sobre las incertidumbres de sus comienzos

Claudia Stefanetti Kojrowicz

Desde la emigración austrohúngara hasta los partidarios del Estado independiente checoslovaco en Argentina. Dos décadas de transformación de la emigración checa a principios del siglo XX

Josef Opatrný

“Digamos con voz muy alta que no somos austríacos”: conflictos entre los súbditos de la colonia austrohúngara en los países occidentales de Sudamérica (1903-1914)

Milagros Martínez-Flener

Otto Maria Carpeaux: trajetória e obra de um herdeiro intelectual da casa da Áustria

Mauro Souza Ventura

Sobre los autores

INTRODUCCIÓN

Ursula Prutsch, João Fábio Bertonha y Mónika Szente-Varga

Tres años después del derrumbamiento del Imperio Austrohúngaro, el escritor Robert Musil comenzó a escribir una novela monumental sobre las características de su país natal, sus virtudes y deficiencias y las razones de su triste fin. En 1942, Musil murió en su exilio suizo sin haber terminado Der Mann ohne Eigenschaften (El hombre sin atributos). Dejó unas 10 000 hojas, con 100 000 comentarios y referencias cruzadas, que hace poco tiempo fueron todas publicadas. Sin embargo, sus observaciones, envueltas en ficción, cuentan con los mejores análisis del Imperio Austrohúngaro, ese complejo conglomerado de países, etnias (nacionalidades) y lenguas. “Allí, en Kakania”,1 escribió Musil,

aquella nación incomprensible y ya desaparecida, que para tantas cosas fue modelo no suficientemente reconocido, había también velocidad, pero no excesiva. [...] Por supuesto rodaron en sus carreteras también automóviles, ¡pero no tantos! [...] No existía ninguna ambición para manejar la economía y detentar el poder mundial; se estaba en el centro de Europa, donde se cruzan los antiguos ejes del mundo; se escuchaban las palabras ‘colonia’ y ‘ultramar’ como algo todavía no puesto a prueba y lejano. [...] Cuántas cosas interesantes se podrían decir de este Estado hundido de Kakania. Era, por ejemplo, imperial-real, y fue imperial y real. [...] En los textos se le llamó ‘Monarquía Austrohúngara’ y verbalmente se decía ‘Austria’, con un término, pues, al que se había renunciado con un juramento de Estado solemne, pero se conservaba para los asuntos sentimentales, como señal de que los sentimientos son tan importantes como el derecho público, y de que los decretos no son la única cosa en el mundo verdaderamente seria. Según la Constitución, el Estado era liberal, pero fue gobernado clericalmente. Se gobernó clericalmente, pero se vivió liberalmente. Ante la ley, todos los ciudadanos eran iguales, pero no todos eran igualmente ciudadanos. Existía un parlamento que hacía uso tan excesivo de su libertad que habitualmente estaba cerrado; pero también había un párrafo para el estado de emergencia, con cuya ayuda se salía de apuros sin el Parlamento, y, cada vez que volvía de nuevo el gusto por el absolutismo, ordenaba la Corona que se continuara gobernando democráticamente. Tales hechos eran frecuentes en este Estado, y entre ellos figuran aquellas luchas nacionales que con razón atrajeron la curiosidad de Europa [...]. Fueron tan vehementes, que por ellos la máquina del Estado se paralizaba varias veces al año [...].2

Estas reflexiones irónicas y clarividentes de Robert Musil abordan el conjunto de contradicciones y ambigüedades que solían ocupar al Estado y la sociedad civil en el Imperio Austrohúngaro: su gobernabilidad, las tensiones entre clericales y liberales, entre democracia y autoritarismo, entre modernismo y tradición, entre centros y periferias, entre la voluntad para reformar y el burocratismo rígido. Tematizó, sobre todo, los nacionalismos que, finalmente, —junto con la guerra—, llevaron a la descomposición del segundo Estado en Europa.

La novela de Robert Musil reflejó entre otros aspectos una imagen de la Monarquía Dual como un anacronismo que tenía que derrumbarse por su política y estructura antimoderna y atrasada (Münkler 2007: 167). Aunque la Monarquía Dual era conocida como laboratorio para innovación creativa por historiadores especializados en la materia, esta perspectiva no alcanzó a historiadores generalistas, ni siquiera en Europa. La época de la Guerra Fría influyó los “mapas mentales” sobre Europa Central y del Este, y la transformó en algo subdesarrollado, y, al oeste, en algo normal, haciéndole creer a mucha gente que Praga estaba al este de Viena, como escribe Pieter M. Judson (2016: 11).3

Además, durante mucho tiempo los imperios han sido definidos como Estados nacionales poderosos que trataron de expandir sus esferas de influencia a las colonias de ultramar, provincias o protectorados. Fue hace poco cuando entidades políticas como los imperios de los Habsburgo y otomano quedaron incluidas en los cánones de ‘imperio’. Investigadores como Jane Burbank y Frederick Cooper (2010: 6) y Alison Fleig Frank (2005) afirman que imperios como el de los Habsburgo adoptaron iniciativas para encontrar desafíos económicos y culturales, y desempeñaron papeles importantes en conflictos y conexiones que animaron la política mundial. La Monarquía Dual cabe bien en la definición de Burbank y Cooper sobre los imperios:

Empires are large political units, expansionist or with a memory of power extended over space, polities that maintain distinction and hierarchy as they incorporate new people. The nation-state, in contrast, is based on the idea of a single people in a single territory constituting itself as a unique political community. The nation-state proclaims the commonality of its people [...] while the empire-state declares the non-equivalence of multiple populations (Burbank/Cooper 2010: 8).

Alison Fleig examina en su libro Oil Empire la producción de petróleo en la región de la Galitzia austríaca (hoy Polonia y Ucrania), un núcleo de industrialización en la periferia del Imperio Austrohúngaro, al que se llamó “el asilo de los pobres” por la repartición desigual de bienes y riqueza, los conflictos interétnicos entre polacos y rutenios (ucranianos) y el creciente antisemitismo. Y fue del reino de Galitzia de donde partieron miles de súbditos hacia las Américas. El enfoque de este libro no es ofrecer una nueva interpretación del Imperio Austrohúngaro, sino posicionarlo en el concierto de los grandes Estados productores de emigración en Europa.

LA RELEVANCIA DEL TEMA

Así como el Imperio Austrohúngaro ha sido excluido de la historia de los imperios durante mucho tiempo por falta de colonias de ultramar, también ha sido excluido como “productor” de emigrantes, aunque cerca de 3,5 millones de personas abandonaron Austria-Hungría entre 18764 y 1910 para buscar una nueva vida en los Estados Unidos, Argentina, Brasil, Canadá y otros países del continente americano (Brunnbauer 2014).5 Después de llegar al otro lado del océano, los emigrantes tendieron a “desaparecer” de la historia y, consecuentemente, de la historiografía, porque fueron repartidos en grupos con idiomas o antecedentes socioreligiosos diferentes, como alemanes, húngaros, italianos, polacos, judíos, etc. Se equipararon las categorías etnia = lengua = región, aunque esto no correspondiera a las realidades en el Imperio Austrohúngaro. A pesar de estos altos números de emigrantes, no existe ninguna monografía general que abarque la emigración tanto de súbditos austríacos como de húngaros en una sola obra, ni a los Estados Unidos ni a América Latina. Solo hay estudios enfocados en un grupo étnico o en una nacionalidad en particular.

Por esto, el marco de este libro es la presencia de Austria-Hungría (Europa Central y Europa del Este) en América Latina, un campo poco estudiado en comparación con los nexos entre el subcontinente y la parte occidental de Europa. A lo largo de los cien años o más que el estudio abarca —el siglo XIX y las primeras décadas del XX— hubo súbditos del Imperio Habsburgo y también, desde 1867, de la Monarquía Dual, que visitaron, vivieron o, incluso, se establecieron definitivamente en América Latina: soldados, mercenarios, mineros, aventureros, prostitutas, refugiados de revoluciones fallidas en Europa, idealistas y emigrantes. Aunque se trata de una masa múltiple de personas —que a veces pertenecieron al mismo tiempo a varios de los grupos mencionados— tienen en común una perspectiva centroriental europea a través de la cual vieron, percibieron e interpretaron a América Latina y, sobre todo, supieron reflejar sus experiencias en diversos escritos, creando con ello en su lugar natal las primeras imágenes de aquellas tierras lejanas.

Los nexos entre el subcontinente americano y Europa Central/Oriental fueron esporádicos en la mayor parte del siglo XIX, con algunos focos más intensos que correspondieron a los imperios de Brasil y México, por los intereses dinásticos de los Habsburgo, y también, cronológicamente, coincidentes con las revueltas y revoluciones reprimidas en tierras polacas, húngaras, etcétera, que generaron salidas masivas de gente que intentó esquivar las represalias. Dichos contactos particulares se intensificaron con el paso del tiempo y se convirtieron en movimientos migratorios. En el último tercio del siglo XIX, se aceleraron estos procesos de globalización gracias a inversiones en infraestructura, así como en ferrocarriles, barcos y puertos. El océano Atlántico comenzó parecer más pequeño gracias a nuevas técnicas de transporte y a la cantidad de cartas, artículos, memorias y otras lecturas escritas y publicadas por ensayistas, periodistas y emigrantes. Contaron verdades y rumores, esperanzas y utopías. Previnieron a sus parientes o compatriotas sobre los riesgos envueltos en sus deseos de emigrar o, al contrario, les animaron a hacerlo y les ofrecieron ayuda.

Una razón para el abandono o desinterés en el tema aquí presentado obedece a la reducida importancia política y económica del Imperio Habsburgo, y, más tarde, Austrohúngaro, para el continente americano en el transcurso del siglo XIX, en comparación con imperios como Portugal, España, Inglaterra y, más tarde, Italia y Alemania. Otra razón importante para la falta de monografías son los desafíos que el tema implica para la historiografía, puesto que este imperio, altamente pluricultural, dejó de existir, fragmentándose en varios Estados, como Austria, Hungría, República Checa, Eslovaquia, Polonia, una parte de Ucrania, Eslovenia, Croacia y Bosnia y Herzegovina. Asimismo, la separación de Europa por la cortina de hierro no facilitó la cooperación entre los historiadores de los países que en su momento habían formado parte de la Monarquía Dual.

A partir de los años noventa, historiadores como Ádám Anderle, en Szeged, Josef Opatrný, en Praga, y Andrzej Dembicz, en Varsovia, hicieron un trabajo de pioneros reuniendo a historiadores europeos y latinoamericanos para que discutieran sobre las relaciones entre Europa Central y Oriental y América Latina, sobre las políticas paralelas de emigración, sobre los agentes de migración, los viajeros y sus itinerarios y sobre las identidades y transferencias culturales. Algunos de los editores y autores de este volumen se conocieron por aquellas iniciativas.

Influenciados por el espíritu de apertura y la pertenencia a una Europa común, todos querían superar los límites de la historiografía nacional y reconstruir lazos de una historia común, sin caer en una falsa nostalgia o idealizar al Imperio Austrohúngaro como lugar y época de una grandeza perdida. Al contrario. El número considerable de emigrantes y refugiados es un factor significativo de conflictos sociales y económicos, causados por una política elitista que durante largo tiempo subestimó los crecientes nacionalismos y, finalmente, no vio más “remedio” que provocar una “corta guerra”, que purificaría al Estado de “falsas políticas” y remodelaría un imperio étnicamente más justo.

Este volumen reúne autores centroeuropeos y latinoamericanos, que presentan sus trabajos de investigación actuales y lo ven como punto de partida de una plataforma de intercambio más amplia. Los editores agradecen a los responsables de AHILA por la oportunidad de distribuir sus trabajos científicos de tal forma. El marco geográfico de los estudios es principalmente América Latina, pero, como algunos de los actores emigraron y viajaron primero a los Estados Unidos y después a América Latina, algunos textos tienen un aspecto interamericano. Antes de dejar hablar a los investigadores participantes en este libro, queremos ofrecer a los lectores información general sobre la estructura del Imperio Austrohúngaro, sobre el complejo tema de identidades en el mismo, los desafíos historiográficos envueltos y la relevancia de las fuentes.

EL IMPERIO HABSBURGO Y LA MONARQUÍA AUSTROHÚNGARA: CAMBIOS POLÍTICOS Y TERRITORIALES EN EL TIEMPO

Al principio del siglo XIX, el imperio austríaco cubría grandes partes de Europa Central y Oriental, conectando reinos y ducados que habían sido adquiridos mediante guerras y bodas. En 1699 los Habsburgo habían ganado casi toda Hungría a los otomanos. Un siglo más tarde, se repartieron Polonia junto con Rusia y Prusia e incluyeron una parte de la Ucrania actual. Además, obtuvieron grandes extensiones situadas en lo que actualmente es Italia, toda Eslovenia y Croacia, y se enfrentaron con los otomanos en los Balcanes y Transilvania. Hasta 1806 los Habsburgo eran los emperadores del Sacro Imperio Romano y príncipes gobernantes de sus reinos y ducados, lo que significaba una pluralidad de tradiciones de derecho, y retardó el proceso de la formación de una nación.6 Con el fin del Sacro Imperio Romano en 1806, se habla de un Imperio Austríaco. Después de las Guerras Napoleónicas y el Congreso de Viena (1815), Austria emergió como uno de los poderes líderes en Europa, que se manifestaba en la Santa Alianza del sistema posnapoleónico (Mazohl 2015).

Las revoluciones de 1848, una ola paneuropea de rebeliones contra autoridades reales, sacudieron temporalmente el Imperio de los Habsburgo. Después del fracaso de la revolución dentro del Imperio, un grupo considerable de rebeldes se vieron forzados a huir. Después de haber recibido ayuda doméstica y extranjera, el joven emperador Francisco José (1848-1916) pudo reganar la iniciativa militar y sofocar la guerra de independencia húngara en el verano de 1849 —una guerra que quería terminar con la dominación de los Habsburgo, que se remontaba a 1526—. El primer ministro húngaro, Lajos Batthyány, y trece de los principales generales del ejército rebelde fueron ejecutados, y unos mil oficiales, encarcelados (Gergely 1998: 288). Varios húngaros se refugiaron en el continente americano, donde formaron conexiones transatlánticas. Los artículos de Balázs Venkovits, Mónika Szente-Varga, y Katalin Jancsó se referirán —entre otros— a estos contextos históricos. Después de la guerra fracasada, el reino de Hungría perdió sus ventajas constitucionales y tuvo que someterse a un sistema neoabsolutista más centralizado. En 1859, los Habsburgo perdieron la Lombardía (en la guerra de Cerdeña), y Venecia en 1866 (en la guerra contra Prusia). Esta derrota inició amplios cambios constitucionales y respondió a exigencias federales de las élites nacionales.

1867 fue un año decisivo para el Imperio. Después de intensos debates con Hungría, que llevaron a un compromiso (Ausgleich), se formó la Monarquía Dual austrohúngara. Ambos Estados, separados por el río Leita, quedaron conectados por la dinastía de los Habsburgo. Francisco José permaneció como monarca supranacional y supraétnico. Además, las dos partes del Imperio, la cisleitania y la transleitania, mantuvieron tres ministerios en común: Hacienda, Guerra y Relaciones Exteriores (Agstner 2006). Todo hombre que hubiera cumplido el servicio militar tenía el libre derecho de emigrar. Había igualdad ante la ley, pero no igualdad social y cultural. El estatus se basó en jerarquías refinadas de educación, y la clase social se mantuvo como decisiva en la vida pública (Judson 2016: 7).

Aparte del estatus dual del Imperio, ambos Estados (Austria y Hungría) todavía estaban compuestos por subunidades con políticas distintas y habitados por gente de diferentes nacionalidades, etnias y confesiones.7 A pesar del carácter pluriétnico del Imperio, persistieron claras jerarquías de nacionalidad e idioma. Siendo la lengua de los Habsburgo y de la corte, el alemán era el idioma dominante y más prestigioso, aunque era hablado solamente por un tercio de la población. De forma parecida, la fe católica ocupó el primer rango dentro de la jerarquía religiosa, aunque el protestantismo y el islam eran tolerados por la ley. Empresarios y políticos liberales germanoparlantes, quienes en 1867 habían exigido medidas fiscales centralizadas, solían insistir de una forma arrogante en que el alemán fuera el idioma de la administración. Los permanentes debates sobre el uso de idiomas llevaron a los activistas húngaros y checos a pedir más poder regional (Burbank/Cooper 2010: 348).

Fueron las élites liberales germanoparlantes —que miraban de reojo hacia el nuevo Imperio Alemán y sus aspiraciones y políticas coloniales— las que buscaron una manera de compensación, y la encontraron en los Balcanes. En 1878 Austria y Hungría ocuparon Bosnia y Herzegovina, que había sido parte del territorio otomano, y lo anexaron en 1908 con el fin de “occidentalizar” una “anarquía oriental” (Feichtinger/Prutsch/Csáky 2003).8 Con su puerto de marina en Pula (hoy Croacia) y sus puertos mayores en Trieste (hoy Italia) y Fiume (hoy Rijeka, Croacia) la monarquía de los Habsburgo era un poder respetado en el mar Mediterráneo, pero nunca tuvo tal importancia en el Atlántico ni en el Pacífico.9 A pesar de esto, las instituciones estatales austríacas y húngaras trataron de mantener lazos con sus súbditos emigrados a las Américas para que mantuvieran su lealtad y no lucharan por derechos nacionales autónomos.

El Imperio Austrohúngaro ofreció a sus súbditos una fuente alternativa de poder simbólico y real que no podía compensar el poder de las élites locales y crecientes nacionalismos, pero que podía, por lo menos, moderarlo. La corte y el emperador hicieron todo lo posible para establecer una identidad supraétnica como enlace entre regiones e idiomas. Componentes de esta identidad eran la figura de Francisco José, como emperador de Austria y rey de Hungría; las insignias del Imperio, como la bandera y el escudo; el Ejército austrohúngaro; la música de valses, operetas y marchas (ya que conforman un sentimiento común sin necesidad de un idioma); un estilo de arquitectura única para edificios oficiales, como ayuntamientos, hospitales o estaciones de ferrocarril, que eran similares en todas las partes del Imperio, y una rica cocina con platos comunes. Estos productos culturales son todavía visibles en varias capitales y ciudades como Praga, Viena, Budapest, Liubliana, Zagreb, Sarajevo, Bratislava, Cracovia, Lvov, Czernowitz, etc.

Pero, acercándose a 1900, muchos nacionalistas argumentaron que las diferencias entre nacionalidades eran de facto inconciliables y que los diferentes grupos étnicos deberían tener el derecho autónomo de autocultivación. Este nacionalismo político, que se constituyó en instituciones políticas y sociales, fue producto de estructuras imperiales y tradiciones regionales, pero —según Pieter Judson— no de expresiones sui generis de grupos étnicos transnacionales (2016: 9).

Lo que Judson y otros historiadores del Imperio Austrohúngaro no consideran es el poder o la influencia de los emigrantes y viajeros, que mantuvieron redes de comunicación con sus familias y amigos y que buscaron la cercanía de grupos del mismo idioma o de la misma etnia en los países de acogida. Los polacos austríacos de Galitzia, por ejemplo, que estaban influenciados por políticos nacionalistas, soñaban con una Polonia reunificada e independiente y buscaron contactos con polacos de Alemania y Rusia para reconstruirla.10 Los rutenos (ucranianos), que estaban económicamente dominados por los polacos, buscaron libertad en ultramar (véase el artículo de Wilson Maske) y trasladaron sus conflictos interétnicos con los polacos al Nuevo Mundo (véase el artículo de Claudia Stefanetti Kojrowicz).

Los croatas, que vivieron tanto en Austria como en Hungría, establecieron contactos con movimientos paneslavos transnacionales justamente en los años antes y durante la Primera Guerra Mundial (véase el artículo de Milagros Martínez-Flener). Los checos, frustrados por la política de Viena, que les había prometido más influencia, establecieron redes políticas en Argentina (véase el artículo de Josef Opatrný).

En el caso de los italianos, uno de los principales laboratorios para entender la actitud de los emigrantes en relación con el Imperio es Brasil —que recibió parte sustancial de la emigración de Trento y Friuli—, donde guardaban su propia identidad. En las colonias en el centro sur de Brasil, la identidad de estos inmigrantes era bastante compleja, oscilando entre una religiosa (católica y, especialmente, su versión de Austria), una regional (Trentino), una cultural (la lengua y la cultura italianas) y una imperial, de lealtad al emperador y al Imperio. Los conflictos de identidad entre ellos y los italianos emigrantes, y, también, internamente, fueron una constante, sobre todo en un período crítico como la Primera Guerra Mundial (Bertonha 2015).

El artículo de Mauro Souza Ventura en este volumen muestra que, después del derrumbamiento de la Monarquía y los tratados de paz en Versalles, un grupo de intelectuales sufrió con el nuevo orden político y deseaban poder restaurar el antiguo, por lo menos en su filosofía política.

La influencia concreta de los emigrantes en su antigua patria no ha sido investigada en detalle, pero varios textos de este libro muestran claramente que nacionalismos y movimientos “pan” desempeñaron un papel importante. Fueron —entre otros— parte de los motivos para abandonar la patria, y, a la vez, elementos de autoafirmación, los nuevos destinos.

IDENTIDADES, PASAPORTES Y EMIGRACIÓN

Sabemos que el concepto de “etnias” no necesariamente implica categorías fijas, sino que también implica categorías flexibles. Además, había matrimonios y, por ende, familias interétnicas. Cada persona puede tener diferentes identidades. Una autoidentidad se define también en el contacto, encuentro o comparación con el “otro”. Las identidades étnicas europeas, tanto individuales como colectivas, se transformaron en sus nuevos ambientes en América Latina, dependiendo del contexto histórico y de las estructuras étnicas de las que se tratase. Los encuentros podían ser conflictivos o pacíficos, y podían conducir a relaciones interétnicas o enlaces étnicos. Había también regiones donde los emigrantes vivieron aislados o en zonas de contacto esporádico con otros miembros de la sociedad, tanto local como de otras colonias extranjeras.

La identidad de las personas cuyos textos leemos, y con cuyos ojos contemplamos el continente americano, no puede sernos indiferente. Indudablemente, la cuestión de identidad es muy compleja, en particular en el Imperio Austrohúngaro. Para empezar, hay que distinguir entre identidad oficial y personal. La primera es la que aparece en los documentos, por ejemplo, en los papeles de inmigración y en el pasaporte. Dado que en la mayor parte del siglo XIX la gente viajaba sin registro o pasaporte, a veces solo podemos presumir la nacionalidad. Con el paso de los años se hizo más común el uso del pasaporte, pero hubo diferencias notables entre los requisitos de los países americanos. La siguiente cita es del libro semiautobiográfico de un emigrante húngaro sobre su experiencia al llegar a México:

Dije que era húngaro, venía de Nueva York y que esperaba la revisión aduanal. Se rio. No hay tal, contestó, y dijo que le diera mi maleta, que me llevaría a algún hotel, y que mi pasaporte sería sellado mañana en la comisaría porque el guardia del puerto ya se había ido. Así pasó. No sé cómo es ahora en México, pero en esos años [mil novecientos y algo], mientras que, en los Estados Unidos, aun teniendo visa válida no me dejaron entrar por no conocer a ningún estadounidense quien me hubiera dado garantía, en México yo mismo podía decidir si quería ir a que me hicieran el favor de poner un sello en mi pasaporte (Katona 1942: 20).

Un viajante o emigrante austríaco germanoparlante del Imperio Austrohúngaro podía haberse definido como “alemán” por su idioma, pero esto no significaba que viniera de países germanos (o, a partir de 1871, del Imperio Alemán). Su autocategorización fue definida por su lengua, que en el Imperio no era congruente con una entidad política o regional. Este austríaco podía identificarse también por la entidad política y regional como bohemio (hoy República Checa), que todavía era un reino, pero que estaba completamente integrado en el mosaico de la Monarquía Dual. También podía identificarse como judío, puesto que muchos de clase media hablaban alemán. Un bohemio podía ser también una persona que hablaba checo. Alguien que se definía como “italiano” en el extranjero podía, por ejemplo, proceder del Estado nacional de Italia (fundado en 1861) o del ducado del Tirol (una parte del Imperio Austrohúngaro).11 La complejidad de autodefiniciones e incongruencias entre regiones, idiomas y entidades políticas se reflecta también en las estadísticas de emigración o inmigración en los países de acogida. Por esto, sobre todo en la literatura vieja de la historia de emigración, aparece a veces una mezcla de categorías, como alemán, judío, italiano, bohemio, tirolés o austrohúngaro, etc. Los rutenos (ucranianos) faltan a menudo en las estadísticas, aunque muchos de ellos abandonaron sus comunidades, pero, generalmente, fueron subsumidos a la categoría “polaca”. Con esta base de datos arbitrarios, es un desafío enorme para historiadores de migración desarrollar estadísticas de emigración más o menos precisas.

Todo súbdito del Imperio tenía un “derecho de patria” en las comunidades donde había nacido o vivido por lo menos durante diez años (Heindl/Saurer 2000).12 Los que querían emigrar recibieron un pasaporte, que en la parte cisleitania era austríaco (a nombre del emperador Francisco José). El uso obligatorio de los pasaportes fue introducido en la parte transleitania (Hungría) en 1915, debido a la Primera Guerra Mundial. Aunque parezca extraño, “la Monarquía Dual no se comportó como un Estado unido desde el punto de vista de los documentos de viaje. No existía una ciudadanía austrohúngara y, similarmente, tampoco había un pasaporte austrohúngaro. Solamente austríaco y húngaro, por separado” (Kozári 2005: 44). Curiosamente, en América Latina los censos tendieron a incluir la categoría austrohúngara, lo que ocultó tanto la diferencia en números emigratorios entre las dos partes de la Monarquía Dual como la composición multiétnica de estas.

Es muy probable que la categoría austrohúngara fuera usada, porque la Monarquía Dual se presentó como unidad y entidad en su política de relaciones exteriores. No había ministros y cónsules austríacos o húngaros, sino austrohúngaros, ya que representaban al Imperio en su conjunto. Había casi 100 misiones y puestos diplomáticos austrohúngaros en América Latina.13

PARTIR A LAS AMÉRICAS

Diversos fueron los motivos para la migración desde los países del centro y este de Europa hacia los Estados Unidos o América Latina, ya fuera de forma individual o colectiva, siendo las principales razones aquellas de tipo económico o político. Había emigrantes que no tenían tierra propia en su patria; otros, de clase media baja, que querían mejorar su situación y volver después de un par de años. Había, asimismo, súbditos del Imperio Austrohúngaro que tenían ideas precisas sobre el destino hacia donde emigrar, y otros que fueron víctimas de agentes migratorios que sabían utilizar argumentos y jerarquías étnicas (definidos por las élites políticas en Viena y Budapest) para atraer a las personas más necesitadas del Imperio Austrohúngaro y convertirlas en migrantes.

Mientras la mayoría de los emigrantes perdió el contacto con las autoridades de su patria de origen, una minoría lo mantuvo. América Latina sirvió también como región de libertad política. Aprovechando este aspecto, emigraron refugiados políticos, judíos perseguidos y etnias oprimidas, que se reunieron con sus compatriotas para impulsar los nacionalismos y tal vez ayudar a crear nuevos Estados en la propia Europa. Muchos emigrantes no solo llevaban su equipaje material, sino también su bagaje cultural, sus ideas, sus ideologías y sus códigos culturales. El fondo común cultural e histórico que trajeron de Europa, sumado a las dificultades compartidas que tuvieron que enfrentar (encontrar trabajo y hogar, dominar el idioma), los unió —temporalmente— y de ello resultó la formación de grupos y asociaciones propias.

Había, por lo general, una diferencia entre el país de origen y la etnia de los migrantes que se asentaron en América, porque las minorías de los países de Europa Central y Oriental tendieron a emigrar en números más grandes que las personas que pertenecían al pueblo dominante en los mismos. Las estadísticas de emigración de la Monarquía Dual hacia, por ejemplo, los Estados Unidos entre 1899 y 1913 confirman esto: de los que salieron, el 18,7% eran polacos; 15,4%, eslovacos; 14,2%, húngaros; 14%, croatas y eslovenos, y 11,4% alemanes. Los porcentajes referentes al Reino de Hungría fueron los siguientes: 26,8%, eslovacos; 26,3%, húngaros; 16,6%, croataeslovenos, y 15% alemanes (Puskás 1982: 71). En comparación, en 1900, en Hungría (sin contar Croacia) el húngaro era el idioma materno del 51,4% de la población; 16,6% hablaba rumano; 11,9%, alemán; 11,9%, eslovaco; 2,6% serbio, y 2,5%, rutenio, por mencionar los grupos más grandes (Romsics 1999: 47). Se nota que los eslovacos y croatas estuvieron sobrerrepresentados entre los emigrantes, los alemanes participaron según su peso en la población y los húngaros resultaron subrepresentados en esta ola migratoria.

Antes de la Primera Guerra Mundial, aproximadamente 30 000 austríacos de habla polaca (o descendientes) y otros 40 000 rutenos vivían en Brasil (especialmente, en Paraná), mientras que unos 40 000 inmigrantes eran trentinos o friulanos, y el resto, alemanes. Las estadísticas son engañosas, especialmente las brasileñas. Sin embargo, la concentración de la inmigración alrededor de los polacos, ucranianos, italianos y alemanes parece una apuesta razonable para el período considerado, lo que dio un carácter diferente al problema nacional austrohúngaro en Brasil, con una mayor presencia proporcional de nacionalidades menos leales a la Monarquía en los Estados Unidos que en dicho país (Bertonha 2013a, b).

De cualquier manera, la mayoría de los emigrantes y viajeros se dirigieron a los Estados Unidos. ¿Por qué? Primeramente, los gobiernos de este país ofrecieron una gran cantidad de terrenos en el oeste después del genocidio de su población indígena: la ley Homestead de 1862 garantizó pequeñas propiedades por poco dinero. Además, después de haber terminado el proceso de independencia cuatro decenios antes que América Latina, el norte de los Estados Unidos ya había iniciado una política de industrialización en la primera mitad del siglo XIX. Estos factores, junto con la mecanización de la agricultura y una revolución en las infraestructuras, generaron indudablemente una atracción hacia “América” para millones de europeos. “América representa los Estados Unidos en Hungría. México para nosotros no es América. Es un lugar misterioso lleno de salvajes, bandidos, revolucionarios, jaguares, serpientes venenosas y escorpiones” (Katona 1942: 19). El significado de la palabra “América” muchas veces se restringió a un solo país en lugar de a todo el continente, excluyendo a América Latina.

LOS AUTORES, SUS TEXTOS Y OBSERVACIONES

Los viajeros, aventureros, soldados y emigrantes que publicaron algún escrito en su lugar de origen sobre sus experiencias en América, por lo general, fueron gente más educada y cualificada (médicos, ingenieros, artistas, etc.) que sus contemporáneos. Consecuentemente, sus vidas también tendieron a diferir de la gran mayoría. Son, por tanto, los más visibles entre los que cruzaron al nuevo continente, y es a través de sus escritos como podemos acercarnos más al resto de los viajeros y emigrantes, y, al mismo tiempo, observar más de cerca la América Latina de aquellos años.

Junto con el bagaje histórico-cultural que los emigrantes llevaron consigo desde Europa, su visión de las tierras nuevas estaba influenciada de una manera muy importante por los lazos emocionales con el lugar donde nacieron: si añoraban Europa y tenían la idea de volver o si se alejaban porque allá habían estado sometidos y buscaban ahora una nueva vida en una nueva patria.

Estrechamente relacionado con lo anterior, hubo viajeros y emigrantes que escribieron para la gente en Europa, mientras otros se enfocaron en sus países de destino. El primer grupo publicaba en su idioma materno y su objetivo principal era divulgar conocimientos y así contribuir al desarrollo de la cultura y ciencias en su antigua patria. Pál Rosti, viajero, fotógrafo y excombatiente de la revolución y guerra de independencia húngara de 1848-49 escribió en la introducción de su libro:

Un granito de arena no pesa mucho en sí mismo, pero muchos granitos hacen una colina, que más tarde podrá convertirse en montaña. Yo quise llegar al altar de mi patria con un granito, por eso planeé mi viaje a las Américas, y comparto los resultados con los lectores en este trabajo mío. Salí de Europa a viajar entre las palmas del Nuevo Mundo con el fin de hacer apuntes sobre mis experiencias en América y después enriquecer —aunque sea en un grado muy humilde— la literatura húngara, y también con la meta de realizar un sueño mío que he tenido desde la niñez. Pasé unos dos años en Inglaterra y Francia para adquirir los conocimientos necesarios para el viaje planeado, incluido el oficio de ‘dibujar con luz’ [fotografía] (Rosti 1861: prefacio, i).

Los exrevolucionarios, junto con los miembros del Cuerpo de Voluntarios de la Monarquía Austrohúngara, enviados a México para quedar a disposición de Maximiliano de Habsburgo, fueron los primeros que escribieron sobre América Latina para un público lector húngaro. Sus textos constituyen las primeras obras no traducidas de idiomas extranjeros, sino escritas directamente en húngaro y con referencias húngaras, incluyendo comparaciones, paralelos y diferencias.

Con todo mi esfuerzo me concentré en describir de una manera viva y natural las impresiones que los paisajes, las plantas y las personas con sus relaciones sociales ejercieron sobre mí, para así poder proveer a mis paisanos con ideas claras, así como con una imagen y experiencias fieles a la realidad (Rosti 1861: prefacio, ii).

Podríamos suponer que los ciudadanos de la Monarquía Dual y de los países que surgieron en su lugar tras la Primera Guerra Mundial mostraron más empatía hacia los latinoamericanos por compartir la experiencia de un cierto retraso económico y social y también por no ser potencias colonizadoras. Sin embargo, varios emigrantes se establecieron primero en los Estados Unidos, donde no solamente adquirieron la nacionalidad, sino también la visión estadounidense sobre América Latina, y llegaron así al subcontinente. Sus escritos tienden a ser menos favorables que los recuentos de personas que arribaron directamente a América Latina. Los soldados centroeuropeos de Maximiliano pueden ser una excepción, porque tendieron a esbozar la situación en México con colores oscuros. La razón en su caso no fue una estancia estadounidense, sino la necesidad de justificar su presencia en las Américas.

Mientras los primeros autores trataron de crear en Europa Central y del Este una imagen auténtica de América Latina, los siguientes intentaron corregirla, ya fuera por convicciones propias, por fines científicos, por lucro personal al reclutar inmigrantes, dibujando una imagen muy positiva, o para mejorar sus prospectos de promoción al escribir según las expectativas del liderazgo político del país donde se establecieron (véase, en este tomo, el artículo de Katalin Jancsó).

LOS RELATOS

El mundo de los relatos europeos sobre América Latina sigue siendo bipolar, habiendo una importante diferencia entre el Oeste y el Este. Los autores del oeste de Europa son más conocidos porque escribieron sus relatos en idiomas más difundidos, que además pudieron ser traducidos a otros con mayor facilidad, aumentando el público lector. En varios casos fueron traducidos al español, y los latinoamericanos tuvieron la oportunidad de leerlos y analizarlos, contribuyendo a su divulgación. Otro factor es la continuidad. Estas fuentes podían ser estudiadas libremente, y los largos años de análisis trajeron consigo la modernización de la metodología y nuevos marcos teóricos (véase, en este tomo, el artículo de Balázs Venkovits).

En cambio, las investigaciones en Europa del Este no han sido continuas ni cubren un período tan amplio en tiempo. La emigración no fue un campo de estudio apoyado en los países socialistas, ya que las personas que salieron del país fueron consideradas traidoras desde el punto de vista oficial. No obstante hubo ciertas “puertas chicas”: por ejemplo, en Hungría, la emigración tras la guerra de independencia de 1848-1849, que, por tratarse de una revolución, resultó aceptable.

Desde los cambios políticos de 1989-90, se pueden trabajar libremente los temas migratorios, así como los textos de soldados, aventureros, utopistas y emigrantes que llegaron de nuestra región a América Latina. Existen, sin embargo, limitaciones, que surgen, por ejemplo, de posibles problemas de financiamiento. Es más fácil encontrar apoyo económico si uno publica en las lenguas locales: polaco, en Polonia; húngaro, en Hungría, etcétera. Esto, sin embargo, hace muy difícil, si no imposible, compartir resultados en la región y con el mundo iberoamericano.

La traducción completa de relatos enteros es rara, porque toma mucho tiempo, es complicada por el lenguaje de hace más de cien años y, por añadidura, cuenta con poco prestigio. Aparte de estos factores, hay, por lo menos, uno más, que se podría definir como una “baja autoestima”. Hasta hoy, existen dudas sobre si vale la pena preparar traducciones enteras, o si textos que han sido útiles aquí para conocer América Latina podrían aportar algo nuevo a los latinoamericanos. Tenemos que creer, es más, estamos convencidos de que los textos preparados desde el centro- y el este de Europa sobre el subcontinente forman parte no solamente de la herencia europea, sino también de la latinoamericana, con valor para ambas.

FUENTES Y DESAFÍOS PARA HISTORIADORES DE MIGRACIÓN

Las principales fuentes sobre viajeros individuales y emigrantes incluyen los documentos oficiales, elaborados, por una parte, en las Américas por la red diplomática y consular de los países de origen y enviados a Europa, y, por la otra, hechos por las autoridades de los lugares de destino, que, con el creciente número de inmigrantes, quisieron llevar algún tipo de registro, primero, generalmente, por grupo —fueran los pasajeros de un barco o los miembros de una familia— y, más tarde, por individuo. Otra fuente básica es la prensa de la época. En los diarios y semanarios latinoamericanos (y estadounidenses) hay información sobre los arribos y las actividades de algunos viajeros, soldados, aventureros e inmigrantes. Lo difícil es encontrar tales datos. La digitalización de dichos recursos y la posibilidad de búsquedas por palabra o expresión en los textos no solamente facilitará el trabajo desde Europa, sino que también hará posible ampliar significativamente nuestros conocimientos actuales. Esta fuente también tiene sus limitaciones porque tiende a resaltar lo extraordinario para que los lectores se interesen y el periódico se pueda vender. La prensa europea es también muy importante para nuestro campo de investigaciones porque aparecen en ella la propaganda emigratoria (a favor o, justamente, en contra) y los escritos de los propios viajeros. Estos últimos no necesariamente fueron publicados en diarios o semanarios, sino que, en algunos casos, llegaron a ser libros, o bien, al no estar destinados al público general, fueron escritos como cartas o diarios.

Las fuentes arriba mencionadas se pueden clasificar como oficiales, de prensa y personales, pero existe una cierta superposición entre estas categorías. Consecuentemente, tal vez convendría más hablar de fuentes que tratan sobre la gente que cruzó el Atlántico desde Europa hacia las Américas, y fuentes elaboradas por ellos mismos.

Este enredo de los países de origen, ciudadanía y etnia se complica aún más cuando el investigador consulta la documentación oficial latinoamericana. Lo que ocurre es que los inmigrantes del centro y este de Europa no necesariamente declararon sus datos correctamente ante las autoridades de los países americanos a donde llegaban. Seguramente pudo haber una falta de conocimientos por ambos lados, pero la razón principal de los errores fue el deseo de los inmigrantes de pasar lo más pronto y fácilmente los trámites oficiales. Por tanto, declaraban datos que sonaban lógicos en América, pero que no necesariamente cuadraban con las realidades europeas.

Tras haber revisado en México los papeles de inmigración de personas de origen húngaro, se puede observar que, a pesar de que la mayoría de las personas habían nacido entre 1894 y 1907,14 solamente unas cuantas anotaron la Monarquía Dual como su lugar de nacimiento. Debido a que dicho registro fue levantado cuando la Monarquía ya no existía, la gente prefería evitar largas explicaciones y no mencionar un país de origen que ya no figuraba en el mapa, sino nombrar los países donde su pueblo o ciudad natal se encontraba en el momento de los trámites. Por eso surgieron datos extraños, por ejemplo, de nacimientos del siglo XIX en Checoslovaquia o en Yugoslavia, entidades que en aquel entonces no existían aún. Puesto que en la documentación latinoamericana parecía lógico que el país, la nacionalidad y el idioma correspondiesen, no es extraño encontrar registros de personas nacidas en Checoslovaquia, de nacionalidad checoslovaca y cuyo idioma materno era —por supuesto— el checoslovaco (sic).

Aparte de la identidad propia y la oficial, vale la pena establecer otra categoría, porque podría ser bien diferente de las primeras dos: la social. Es decir, la identidad que una persona proyectaba y, por tanto, lo que el entorno pensaba de él o ella. Esta se formaba en relación directa con las expectativas de la sociedad del país receptor, y estuvo influenciada de una manera importante por la imagen y clichés existentes en América Latina, asociados con diferentes nacionalidades.

En México, en América del Sur e incluso en varias partes de los Estados Unidos se considera a los húngaros como un pueblo que se dedica a la cartomancia y roba, que es nómada e inculto; en una palabra: gitanos. Esta no es solamente idea de la gente común sino —desgraciadamente— de las clases educadas también, consecuentemente los húngaros inmigrados se ven aquí como personas que no quieren trabajar y que roban, así que se ríen de ellos y les echan fuera si solicitan empleo. Esta circunstancia ha resultado en la ruina de muchos húngaros. Para evitar este menosprecio, los húngaros tienden a presentarse como alemanes.15

La imagen de los húngaros en México, y, en general, en América Latina, ha sido inseparable de la imagen local de los gitanos.16 “Vive como húngaro” es una frase común en México, usada para referirse a personas de vida nómada y a aquellas que no tienen en orden sus cosas. Por su parte, la palabra “húngara” se asocia con la trata de blancas, que Elisabeth Janik-Freis describirá en su contribución. Estas percepciones incomodaron a los inmigrantes húngaros, quienes, en muchos casos, se presentaban como austríacos o alemanes.

En cambio, hubo un período corto, los años inmediatamente posteriores a la guerra de independencia húngara de 1848-49 contra los Habsburgo, en los que era atractivo ser húngaro en América. La imagen de los exrevolucionarios era tan positiva que no faltaron aventureros e impostores que se presentaron como excombatientes húngaros para poder contar con la simpatía y el apoyo de la población local. “[Gabor Naphegyi]17 llegó aquí [los Estados Unidos] antes que Kossuth [...], presentándose como el secretario privado del refugiado húngaro”18 (véase el artículo de Mónika Szente-Varga).

CONCLUSIÓN

Como muestran los autores de nuestro volumen, no se puede diferenciar claramente entre viajeros, aventureros, emigrantes, soldados y refugiados. Una huida podía convertirse en viaje, o un viaje, en emigración. Había actores que se movían por su propio interés y con su propio dinero, mientras otros eran víctimas de una poderosa red de trata de blancas, donde mujeres jóvenes eran forzadas a la prostitución. Los textos ilustran cómo los motivos de migración se conectan. La necesidad o el deseo de mejorar la vida de forma económica a veces se unió al deseo de alcanzar más derechos políticos como nacionalidad.

Las salidas de Europa Central y Oriental, que se convirtieron en un fenómeno de emigración masiva a finales del siglo XIX y principios del XX