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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2011 Carole Mortimer

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Una noche en palacio, n.º 2351 - diciembre 2014

Título original: A Night in the Palace

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4861-0

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

 

GISELLE Barton, por favor, acuda urgentemente al mostrador número seis de la terminal. Giselle Barton, pasajera del vuelo con destino a Roma con salida a las trece treinta, por favor, acuda urgentemente al mostrador número seis.

Lily Barton acababa de llegar al mostrador número cincuenta y dos y se había puesto a la cola de facturación de su vuelo a Roma, después de tener que arrastrar la maleta por toda la terminal. Al oír aquel aviso y darse cuenta de que tenía que desandar todo el camino, soltó un gruñido de incredulidad.

Aquella helada mañana de diciembre, dos días antes de Navidad, todo le había salido mal. El taxi había llegado tarde a recogerla, y el trayecto hasta el aeropuerto había sido difícil y lento debido a la nieve y al mal tiempo. Así pues, ella era la última pasajera de la cola, con lo que, seguramente, iban a asignarle el peor asiento de todo el avión.

Por si eso no fuera poco, la maleta había perdido una de las ruedas cuando el taxista la sacaba del maletero del coche. Ni el taxista ni ella habían conseguido colocarla de nuevo en su sitio, así que la maleta tenía tendencia a desviarse hacia la izquierda mientras ella la arrastraba con dificultad.

Lily esperaba que no la sacaran del vuelo a Roma por overbooking, cosa muy común en aquella época del año, porque aquello sería el colofón de un día desastroso y, seguramente, se echaría a llorar.

−Señorita Giselle Barton, por favor, acuda urgentemente al mostrador número seis de la terminal de salida.

−¡Ya voy, ya voy! –murmuró Lily, al oír la repetición del aviso por megafonía, y agarró el tirador de la maleta para regresar al principio del camino. El aviso había sonado más imperioso en aquella ocasión, lo que debía de significar que iban a sacarla de aquel vuelo y, sin duda, ofrecerle otro billete para después del día de Navidad.

Demonios...

Ir a Roma para pasar la Navidad con su hermano había sido una decisión muy rápida. Lily se había quedado sin planes para las fiestas en el último momento. Tendría que haberse dado cuenta mucho antes de que Danny, el hombre con el que llevaba saliendo dos meses, no iba a dejar sola a su madre divorciada, con la que aún vivía, para pasar las Navidades con ella, y Miriam había dejado bien claro que no iba a invitarla a su casa. Así pues, Lily había decidido que era el momento más adecuado para dar por terminada aquella relación que, por otra parte, no tenía demasiado futuro.

Afortunadamente, sus emociones no se habían visto comprometidas. Danny era otro de los profesores de la escuela donde trabajaba, y había sido divertido ir al cine y salir a cenar con él, pero su madre era demasiado dominante y posesiva.

Cuando había tomado la decisión, había empezado a sentirse muy alegre. Nunca había estado en Roma, y echaba de menos a Felix, que se había ido a vivir allí hacía tres meses, porque había encontrado trabajo como asistente personal del conde Dmitri Scarletti. Sus padres habían muerto ocho años antes y, al quedarse solos, los dos hermanos se habían unido más que antes, incluso. Las llamadas de teléfono y los correos electrónicos no eran suficientes para Lily. Iba a ser estupendo poder estar con él.

En realidad... hubiera sido estupendo poder pasar las Navidades con él, pero a ella estaban a punto de sacarla del vuelo a Roma y, seguramente, tendría que volver a casa y celebrar la Nochebuena sola, delante de la televisión.

Después de caminar durante varios minutos arrastrando la maleta, llegó al mostrador número seis y se dirigió a la azafata.

−Buenos días, soy Lily Barton, y...

La azafata la miró con desconcierto.

−¿Lily? Pero... Creía que se trataba de Giselle Barton...

−No se preocupe, es una cosa de familia. Tenga –dijo Lily; sacó el pasaporte de su bolso y se lo mostró.

La de su pasaporte no era la mejor fotografía que le habían hecho en su vida. Su pelo era de color rubio platino y tenía la melena muy lisa, y sus ojos eran bonitos, grandes, de color azul. Sin embargo, se le habían abierto mucho a causa del flash, y tenía cara de asombro. Además, parecía que tenía un cuello casi demasiado esbelto como para sujetar aquella cabellera tan espesa.

−Mire –dijo, mientras tomaba el pasaporte y lo guardaba de nuevo en el bolso–, si va a decirme que no puedo ir a Roma hoy, creo que debería advertirle que, si me sale mal algo más, voy a ponerme a gritar como una histérica.

−¿Ha tenido una mañana difícil?

−Ni se lo imagina.

La azafata sonrió.

−Pues, entonces, me alegro de poder decirle que no le voy a poner las cosas más difíciles.

−¿No?

−No, en absoluto. Permítame que le lleve esto –dijo la mujer, y tomó posesión del tirador de la maleta de Lily; después, se dio la vuelta y comenzó a caminar arrastrándola suavemente.

−¡Eh! –exclamó Lily. Rápidamente, la alcanzó y la tomó del brazo–. ¿Adónde va con mi maleta?

La azafata sonrió con paciencia.

−Voy a facturarle el equipaje y, después, la llevaré a la sala VIP.

Lily se quedó asombrada. Después, sacudió la cabeza.

−Debe de haber un error. Tengo un billete de clase turista –dijo.

La azafata siguió sonriendo.

−Creo que han cambiado su reserva esta mañana.

−¿Que me han cambiado el billete? –preguntó Lily con desesperación–. Por favor, no me diga que me van a mandar a Noruega, o a algún sitio donde haga más frío que en Inglaterra.

La azafata se echó a reír.

−No, no va a volar a Noruega.

−¿A Islandia? ¿A Siberia? –preguntó Lily, con un gesto de dolor. Diciembre había sido muy frío aquel año en Inglaterra y, aunque ella sabía que en Roma no habría veinte grados, seguramente sería un poco menos glacial que Londres.

−No, no va a ir a ninguno de esos dos lugares. Tiene un asiento en el vuelo que sale para Roma dentro de dos horas.

−¡Gracias a Dios! –exclamó Lily, y frunció el ceño–. Mire, no se preocupe por mí. Aunque tenga rota la maleta y esté un poco nerviosa, no necesito ayuda especial. Lo único que sucede es que es la primera vez que voy en avión, y es evidente que no me he organizado bien.

La azafata tuvo que morderse el labio para contener otra carcajada.

−Por eso voy a facturarle el equipaje yo misma.

−¿Antes de acompañarme a la sala VIP?

−Si no le importa, por favor, es por aquí...

Lily negó con la cabeza sin moverse del sitio.

−De veras, estoy segura de que ha habido una confusión. Yo soy Giselle Barton, sí. Y tengo un billete para Roma. Pero tengo un billete de clase turista y...

−No, ya no –le aseguró la otra mujer con firmeza–. El conde Scarletti llamó personalmente a la compañía aérea para cambiar su billete de clase turista por uno en primera clase, y solicitó que le dispensáramos a usted una atención especial antes y durante el vuelo.

¿El conde Scarletti?

¿El mismo conde adinerado e influyente, de origen italiano y ruso, para el que trabajaba Felix en Roma? Bien, no podía haber dos condes Scarletti, así que debía de ser él mismo.

−Creo que también tendrá un coche esperándola en el aeropuerto Leonardo da Vinci cuando aterrice –añadió la azafata.

Se suponía que era Felix quien debía ir a recogerla al aeropuerto...

A menos que el conde necesitara a su asistente personal para algo indispensable aquel día y su hermano no pudiera ir a recogerla, tal y como habían planeado. Tal vez aquella fuera la manera de compensarla del conde Scarletti.

Sin duda, Felix se lo explicaría todo cuando llegaran al apartamento alquilado en el que vivía...

 

 

Lily estaba ligeramente mareada a causa de la atención especial que le había dispensado el personal de la compañía aérea antes y durante el vuelo. Sonia, la primera azafata, le había facturado la maleta y la había llevado a la sala VIP. Allí, otras azafatas le habían servido bebida y comida constantemente. Minutos antes de que comenzara el vuelo, la habían acompañado al avión y le habían asignado un asiento en primera clase, donde habían vuelto a servirle champán y canapés. Al final, se había quedado dormida hasta el aterrizaje.

Y, en cuanto había salido de la terminal, había visto a un hombre alto y uniformado con un cartel en el que estaba escrito su nombre. Aquel chófer parecía más un guardaespaldas que un conductor, y se había presentado a sí mismo dándole solo su nombre: Marco. Después, había tomado su maleta rota como si no pesara nada y se la había llevado hacia una limusina que estaba aparcada en una zona prohibida. Lily no había tenido más remedio que seguirlo.

Ella había intentado hacerle algunas preguntas en una mezcla de italiano muy precario e inglés, pero él no había respondido nada salvo cuando había mencionado al conde Scarletti. Marco había respondido un «sí» lacónico mientras se aseguraba de que ella se sentaba en el asiento trasero de la limusina y cerraba con firmeza la puerta. Y, todo aquello, delante de mucha gente que observaba la escena con curiosidad, preguntándose seguramente si aquella mujer de pelo color platino con unos vaqueros desgastados y una gruesa chaqueta negra era alguien famoso. ¡Obviamente, una famosa que compraba la ropa en tiendas de segunda mano!

Cuando Marco se sentó al volante, ella estaba sonrojada de vergüenza, y la pantalla de cristal que separaba la parte delantera del resto de la limusina no invitaba a seguir haciéndole preguntas al chófer.

Lily no tuvo más remedio que apoyarse en el respaldo del asiento de cuero y disfrutar de las vistas de las afueras de Roma mientras el coche avanzaba hacia el centro de la ciudad. Hacía mejor tiempo que en Inglaterra, y brillaba el sol. Lily se quedó completamente embelesada con Roma. En cada esquina había una estatua, una fuente o un belén, además de imponentes museos que rivalizaban con los de Londres. Muchas cafeterías tenían las terrazas abiertas para los clientes, aunque estos tuvieran que llevar abrigos y bufandas para poder estar en la calle.

No era de extrañar que Felix se hubiera enamorado de la ciudad. Y no solo de la ciudad; unas semanas antes le había contado que estaba saliendo con una joven italiana llamada Dee, y que quería presentársela cuanto antes.

Parecía que Roma era una ciudad donde resultaba muy fácil enamorarse...

 

 

Media hora después de salir del aeropuerto, Lily frunció el ceño al ver que Marco no detenía el coche ante un edificio de apartamentos, sino delante de un imponente portón de madera de unos cuatro metros de altura. Las puertas se abrieron lentamente, y Marco metió el coche en el patio de un magnífico palacio.

Las puertas ya se habían cerrado firmemente cuando Marco bajó del coche y le abrió la puerta para que saliera.

Pese al ajetreo de la ciudad y el ruido del tráfico, en el interior de aquel patio no se oía nada, y tanto silencio resultaba inquietante.

Lily se ajustó las solapas de la chaqueta alrededor del cuello y se giró hacia el chófer.

Mi scusi, signor, parla inglese?

No –respondió él con brusquedad, y se dirigió hacia la parte trasera del coche para sacar su equipaje del maletero.

Obviamente, no iba a servirle de ayuda.

Entonces, Lily comenzó a inquietarse de veras. Se dio cuenta de que, con todas aquellas atenciones en el aeropuerto de Inglaterra y durante el vuelo, se había dejado invadir por una sensación de falsa seguridad, y se había marchado del aeropuerto Leonardo da Vinci con un hombre a quien no conocía y que casi no le había dirigido la palabra después de decirle su nombre. ¡Y era ella quien había mencionado al conde y a Felix, no Marco! Aparte de todo aquello, el chófer acababa de dejarla en el patio de un edificio que, tal vez, hubiera sido un palacio antiguamente, pero que en la actualidad bien podría ser un burdel. Un burdel caro y exclusivo, pero un burdel de todos modos.

Lily comenzó a acordarse de algunos artículos de prensa sobre el lucrativo tráfico de mujeres, sobre todo jóvenes de pelo rubio y ojos azules.

Con desasosiego, se volvió hacia el chófer mientras él dejaba su maleta sobre el suelo empedrado del patio.

Signor, tengo que...

−Eso es todo. Gracias, Marco.

Lily se quedó paralizada al oír aquella voz llena de autoridad, y alzó la vista hacia la galería superior. Al ver a un hombre allí arriba, entre las sombras, se quedó sin aliento. No podía verle la cara, pero sí distinguía su gran estatura y su aura de poder.

¿Tal vez era el dueño del burdel?

«Oh, por el amor de Dios, Lily», se dijo. Por supuesto que no era el dueño de ningún burdel, puesto que aquello no era un burdel. Tenía que haber una explicación razonable para que ella estuviera allí, y era evidente que aquel hombre de la galería iba a dársela, teniendo en cuenta que se había dirigido a su chófer en un perfecto inglés.

Lily se giró de nuevo hacia Marco para pedirle ayuda, pero se dio cuenta de que el chófer acababa de desaparecer en el interior del palacete mientras ella observaba, como hipnotizada, al hombre de la galería.

¿Y si aquella había sido su intención? ¿Y si lo que quería era distraerla para que Marco pudiera desaparecer y tenerla a su merced?

−Oh, Dios mío –dijo, y soltó un suave jadeo al ver al hombre, que salió de entre las sombras como si hubiera notado lo tumultuoso de sus pensamientos, y se apoyó en la balaustrada de la galería para mirarla.

Ciertamente, era muy alto; debía de medir por lo menos un metro noventa centímetros, lo cual quería decir que le sacaba, al menos, unos treinta centímetros a ella. Y, en cuanto al aura de poder... Aunque llevaba un traje caro y una camisa blanca impecable con una corbata gris, el hombre irradiaba fuerza. Tenía unos hombros muy anchos, la cintura estrecha y las piernas muy largas.

Sin embargo, fue su rostro lo que dejó anonadada a Lily. Tenía el pelo negro y la piel bronceada, y unos ojos muy claros. La nariz era recta y los labios carnosos. Su mandíbula era cuadrada y muy masculina y, en general, los rasgos de su cara eran angulosos.

Parecía como si hubiera salido de una de sus fantasías; era el hombre que toda mujer querría para sí.

Él arqueó una de sus cejas perfectas y sonrió con ironía al responder a su comentario anterior.

−Me temo que ni me acerco a eso, señorita Barton.

¡Sabía su apellido!

−Creo que me lleva ventaja, señor.

Él inclinó la cabeza.

−Si me hace el favor de esperar ahí, bajaré ahora mismo a presentarme...

−¡No!

−¿No?

−No –repitió Lily–. Puede decirme quién y qué es usted desde donde está ahora mismo.

−¿Quién y qué soy? –repitió él, en un tono vagamente amenazador.

−Sí, exactamente –insistió Lily.

Él la recorrió con la mirada, desde la coronilla hasta los pies, con una sonrisa de diversión.

−¿Y quién cree usted que soy, exactamente? –preguntó.

−¡Si lo supiera, no tendría necesidad de preguntar!

−Veamos... –dijo el hombre, que continuaba en la galería–. En el aeropuerto, se subió al coche de un hombre a quien no conocía y le permitió que la trajera hasta aquí, ¿y todo eso lo hizo sin saber quién o qué iba a estar esperándola al final del viaje? –preguntó, con una mirada desdeñosa.

Ella frunció el ceño.

−Pensé que el chófer me estaba llevando al apartamento de mi hermano. Es evidente que debería haber tenido un poco más de cautela...

−¿Solo un poco más? Espero que no le importe que se lo diga, pero ha sido muy ingenua.

−Pues sí me importa –replicó ella–. Y, si me ha traído aquí con idea de pedirle un rescate a mi familia para liberarme, creo que debería decirle que mi hermano, que es mi único familiar vivo, es tan pobre como yo.

−¿De veras?

−Sí. Y, ahora, dígame quién y qué es usted, y qué es lo que quiere.

Él movió la cabeza con incredulidad.

−¿Es que no lo sabe?

−Lo único que sé es que, en cuanto salga de aquí, voy a ir a contárselo todo a la policía.

−Entonces, no parece que me convenga dejarla salir, ¿no cree?

Lily se había dado cuenta de eso en cuanto había proclamado su amenaza.

−Creo que es muy razonable que quiera saber quién es usted.

−Cierto –respondió el hombre–. Soy el conde Dmitri Scarletti, señorita Barton –dijo él–. Y, en este momento, se encuentra usted en el patio del Palazzo Scarletti.

Oh.

El jefe de su hermano.

El mismo hombre que lo había organizado todo para que ella recibiera las mejores atenciones durante su viaje.

¡Y ella acababa de amenazarle con ir a acusarlo de secuestro ante la policía!