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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid

© 2010 Tessa Radley. Todos los derechos reservados.
CON LA AYUDA DEL JEQUE, N.º 1757 - diciembre 2010
Título original: Saved by the Sheikh!
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2010

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
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I.S.B.N.: 978-84-671-9315-2
Editor responsable: Luis Pugni

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Con la ayuda del jeque

Tessa Radley

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Capítulo 1

Tiffany Smith aguzó la vista para buscar a Renate en el oscuro local, lleno de humo. Y cuando la encontró apoyada en la barra, flanqueada por dos hombres, suspiró, aliviada.

Le Club, la discoteca más elegante de Hong Kong, estaba abarrotada de gente, mucho más de lo que había esperado. La música a todo volumen y las luces parpadeantes la tenían un poco desorientada y, de nuevo, volvió a experimentar la sensación de angustia que había experimentado el día anterior, cuando le robaron el bolso con el pasaporte, el dinero y las tarjetas de crédito.

Tomando dos cartas de cócteles, Tiffany se dirigió al trío. El hombre mayor le resultaba vagamente familiar, pero era el más joven de los dos quien la miraba con ojos fríos, especuladores, incluso críticos.

Llevaba un elegante traje oscuro y los pómulos altos y la nariz recta le daban a su rostro un gesto arrogante.

–Hola, Renate. ¿Qué queréis tomar?

–No sé lo que quiere Rafiq, pero sir Julian quiere un gin-tonic –Renate sonrió al hombre, que debía medir al menos quince centímetros menos que ella–. Y yo quiero un cóctel de champán… Sexo en la playa.

Sir Julian. ¡Por supuesto! Sir Julian Carling, propietario del los hoteles Carling, pensó Tiffany. Si ésa era la clientela de Le Club, las propinas serían buenísimas.

–¿No quiere algo más… original, sir Julian? –le preguntó con su mejor sonrisa mientras le ofrecía una de las cartas. Original era, por supuesto, sinónimo de «caro».

Había sido una suerte conocer a Renate en el hostal cuando volvió de la comisaría y la embajada porque después de pagar por la habitación se había quedado sin un céntimo.

Aquella mañana, Renate había compartido generosamente con ella el desayuno y le había ofrecido ir a Le Club por la noche para que ganase algo de dinero como camarera.

Y había sido ella quien le habló de los «cócteles de champán». Limonada. Limonada barata para las camareras, que bebían para animar a los clientes a pedir los caros cócteles de nombre seductor por los que Le Club era famoso. Y, por supuesto, cobrando esas limonadas como si fueran champán de verdad.

Tiffany había tenido que olvidarse de sus escrúpulos porque Renate le había hecho un gran favor. Además, a sir Julian no le importaría porque era millonario. Y, al fin y al cabo, ella sólo estaba allí por las propinas y para eso tenía que sonreír hasta que le doliese la cara.

Entonces miró al hombre más joven. Estaba a punto de sonreírle, pero su expresión heló la sonrisa en sus labios. Incluso en aquel sitio lleno de gente parecía crear un círculo de espacio vacío a su alrededor. Un sitio en el que no se podía entrar.

Aun así, Tiffany consiguió sonreír.

–¿Qué quiere tomar?

–Una cocacola, por favor. Con mucho hielo… si no se ha derretido todo –el hombre al que Renate había llamado Rafiq sonrió y ese gesto iluminó sus duras facciones dándole un encanto tan arrebatador que Tiffany tuvo que contener el aliento durante un segundo.

Era guapísimo.

–Yo sigo queriendo un gintonic –dijo sir Julian mientras le devolvía la carta.

–Sí, claro. Vuelvo enseguida.

–Estaremos en una de las mesas del fondo –le indicó Renate.

Más tarde, después de darles a Renate y a sir Julian sus copas, Tiffany se volvió hacia el otro lado de la mesa, donde estaba el segundo hombre.

Rafiq, lo había llamado Renate. Y el nombre le iba bien. Un nombre extranjero, exótico, esencialmente masculino. Sin decir nada, Tiffany le pasó el refresco y el hielo que había pedido chocó contra el vaso.

–Gracias –murmuró él, inclinando la cabeza.

Y, por un momento, Tiffany tuvo la impresión de que esperaba que le hiciera una genuflexión.

Renate tocó su brazo entonces, interrumpiendo sus pensamientos.

–Toma –le dijo, ofreciéndole un móvil y pidiéndole con gestos que hiciese una fotografía.

Tiffany estudió un momento el aparato para comprobar cómo funcionaba y cuando levantó la mirada Renate estaba prácticamente tumbada encima de sir Julian.

Cortada, les hizo un par de fotografías, pero al notar el flash sir Julian empezó a mover las manos delante de su cara…

–¡Fotos no, por favor!

–Lo siento –Tiffany, nerviosa, empezó a tocar botones, pero no conocía bien el móvil de Renate.

–¿Las has borrado? –le preguntó Rafiq.

–Sí, sí, ya están borradas –Tiffany guardó el teléfono en el cinturón, pensando que tendría tiempo de borrarlas más tarde.

–Buena chica –dijo sir Julian.

–Siéntate al lado de Rafiq, Tiff.

El hombre estaba sentado al otro lado de la mesa, ese círculo invisible que parecía rodearlo claramente definido en ese momento. Una pena que fuera tan serio porque, en realidad, era muy guapo.

–No… tengo que ir a ver si alguien más quiere una copa.

–Siéntate, Tiffany –esta vez, el tono de Renate no admitía discusión alguna.

Ella miró alrededor. Las demás camareras estaban charlando con clientes mientras tomaban una copa del falso cóctel de champán y nadie parecía necesitar ayuda.

De modo que se sentó en el sofá, al lado de Rafiq, e intentó convencerse a sí misma de que era sólo la oscuridad lo que lo hacía parecer tan… imponente. No tenía razón alguna para mirarla por encima del hombro.

–Deberían poner más luces en la zona de las mesas –comentó.

Rafiq enarcó una ceja.

–¿Más luces? Ése no es el objetivo que se persigue.

–¿Qué objetivo?

–Que la gente pueda hablar, por supuesto –contestó Renate, riendo–. Nadie habla cuando todas las luces están encendidas, sería como un interrogatorio.

–Sí, es verdad. Además, la música está demasiado alta –asintió Tiffany.

Rafiq estaba estudiándola y ella carraspeó, incómoda, bajo el escrutinio.

–Creo que voy a tomar algo.

–Toma un cóctel de champán, son buenísimos –sugirió Renate–. Y sir Julian quiere otro gintonic.

Rafiq esbozó una sonrisa ligeramente torcida y claramente cínica.

Lo sabía. Tiffany estaba convencida de que sabía algo. Tal vez lo de los cócteles falsos… o que los clientes pagaban por la limonada como si fuera el mejor champán. Pero algo en su expresión le advertía que debía tener cuidado con él.

Diez minutos después, Tiffany volvía con otra bandeja de copas.

–¿Por qué has tardado tanto? –le preguntó Renate–. Jules está seco.

¿Jules?

¿En diez minutos había pasado de sir Julian a Jules? Además, estaba prácticamente tirada encima de él. Tiffany se sentó de nuevo al lado de Rafiq, agradeciendo el círculo de hielo que lo rodeaba. Nadie se echaría encima de aquel hombre.

–¿Eso no será un cóctel de champán? –le preguntó.

–No, es agua.

Él enarcó de nuevo una ceja.

–¿Y dónde está la botella de Perrier?

–Es agua del grifo –dijo Tiffany. Aunque tal vez hubiera sido más sensato beber agua mineral–. Tengo sed.

–¿Y vas a beber agua del grifo?

Ella tragó saliva, incómoda. Tenía la impresión de que aquel hombre intuía de alguna forma todo lo que ocurría a su alrededor.

–Pues sí.

–¿Y por qué no bebes champán?

Tiffany no podía confesarle que no le hacía gracia el engaño del establecimiento, de modo que de nuevo contestó de manera evasiva:

–Yo no bebo champán.

–¿Ah, no?

–No, no me gusta.

En realidad, había perdido el gusto por esa bebida debido a que sus padres solían servir champán a toneladas en sus fiestas. Aunque el dolor de cabeza que llegaba después era más bien provocado por las discusiones entre ellos después de las fiestas.

Una inexplicable ola de soledad la envolvió entonces.

Esas fiestas eran cosa del pasado…

El día anterior había tenido que controlar la furia después de hablar con su madre. Esta vez, Taylor Smith le había roto el corazón. Llevaba años arrancando tiras de ese órgano mutilado, pero marcharse con Imogen era la gota que colmaba el vaso. Imogen no era una actriz principiante en busca de un papel en una película de Taylor Smith; Imogen había sido la representante de su padre durante años.

Pero no había manera de encontrar a Taylor Smith. Nadie sabía dónde estaba. Seguramente en algún lujoso hotel, disfrutando de una falsa luna de miel. Tiffany había dejado de intentar ponerse en contacto con él.

–¿Qué más cosas no te gustan? –le preguntó Rafiq. Por primera vez parecía amable, incluso divertido.

¿Qué diría si respondiera que no le gustaban los hombres arrogantes ni los donjuanes de pacotilla?

Su mirada le advirtió que no agradecería el comentario, de modo que sonrió y respondió con su tono más dulce:

–No hay muchas cosas que no me gusten.

–Debería haberlo imaginado –murmuró él.

Sin apartarse, Rafiq consiguió dar la impresión de que se hubiera ido a otro sitio.

¿Había una segunda intención en esa frase que a ella le había pasado desapercibida? Tiffany tomó un sorbo de agua y lo pensó un momento. «No hay muchas cosas que no me gusten». Había dicho lo primero que se le pasó por la cabeza, de modo que tal vez había imaginado su reacción.

Al otro lado de la mesa, Renate le dijo al oído algo a sir Julian quien, riendo, la sentó sobre sus rodillas.

Colorada hasta la raíz del pelo, Tiffany miró a Rafiq de soslayo. También él estaba mirando a la pareja con cara de pocos amigos.

¿Qué demonios estaba haciendo Renate?

Verla encima de sir Julian hacía que Tiffany se sintiera incómoda… sucia.

Nerviosa, tomó otro sorbo de agua.

–Tengo que ir al lavabo –murmuró.

En la relativa seguridad del lavabo, Tiffany abrió el grifo del agua fría y se echó un poco en la cara y el cuello.

–No hagas eso –la regañó Renate, que acababa de entrar tras ella–. Te vas a estropear el maquillaje.

–Tengo mucho calor –murmuró Tiffany. Y empezaba a pensar que aquél no era su elemento.

–Ahora tendrás que volver a maquillarte –Renate suspiró, enfadada.

Pero Tiffany levantó las manos. No quería otra capa de pintura en la cara.

–Hace demasiado calor. Además, da igual. No estoy aquí para ligar con nadie.

–Pero necesitas dinero, ¿no? Jules dice que Rafiq es un conocido suyo, de modo que también debe tener la cartera llena.

–¿La cartera llena? ¿Es que piensas robarle?

¿Estaba loca aquella chica? ¿Cómo se le ocurría algo así?

Renate puso los ojos en blanco.

–No seas tonta, yo no les robo la cartera. No quiero que me detengan por robo, especialmente en Hong Kong.

–¡Ni aquí ni en ningún sitio! –exclamó Tiffany, asustada. La idea de ir a la cárcel le daba pánico–. La visita de ayer a la comisaría fue más que suficiente.

Estaba harta de burocracia después de pasar el día entero informando sobre el robo de su bolso a la policía, seguido de horas de cola en la embajada para conseguir un pasaporte temporal… y algo de dinero para el fin de semana. Pero cualquier esperanza de recibir dinero de la embajada se había esfumado cuando el empleado descubrió quién era su padre. Un padre que había desaparecido sin dejar rastro.

Afortunadamente, el lunes le llegaría una nueva tarjeta de crédito y su pasaporte también estaría listo.

Por primera vez desde que se marchó de casa Tiffany casi desearía tener acceso a la asignación mensual que le pasaba su padre y que había cortado cuando decidió hacer aquel viaje con una amiga en contra de sus deseos. Porque lo que había empezado como una aventura emocionante estaba convirtiéndose en una pesadilla.

Pero comprar un billete de vuelta a casa era algo de lo que se preocuparía el lunes. Por el momento, sólo le quedaba aguantar aquellos dos días.

Menos mal que había encontrado a Renate.

A pesar de sus «acrobacias» con sir Julian, le había salvado el pellejo ofreciéndole la oportunidad de ganar algo de dinero y estaba en deuda con ella.

–Renate, ¿tú crees que tontear con ese hombre es buena idea? Podría ser tu padre.

–Pero es rico.

–¿Eso es lo que buscas, un hombre rico? ¿Crees que se casará contigo? Por favor, seguramente estará casado.

Renate, que estaba pintándose los labios frente al espejo, se echó hacia atrás para admirar el efecto en contraste con su pálida piel y su pelo teñido de rubio platino.

–Pues claro que está casado.

–¿Ah, sí? –Tiffany se quedó sorprendida por la despreocupación de su amiga–. ¿Y por qué pierdes el tiempo con él?

–Es millonario… incluso tal vez multimillonario. Lo reconocí en cuanto llegó. Ha estado aquí antes, pero nunca había… –Renate no terminó la frase, mirándola de soslayo–. No lo había conocido hasta hoy. Y ha prometido llevarme con él a las carreras la semana que viene.

Tiffany pensó en la pena de su madre el día anterior, cuando le contó que su padre se había marchado con Imogen.

–¿Y su mujer? ¿No se te ha ocurrido pensar en ella?

Renate se encogió de hombros.

–Seguramente estará ocupada en el club de campo con sus amigas y no se dará cuenta. Tenis, desayunos con champán, elegantes cenas benéficas. ¿Por qué iba a importarle?

Tiffany estaba segura de que a su mujer le importaba.

–Pero Renate…

–Una vez le regaló a una chica un viaje a Phuket y un vestuario lleno de ropa de diseño. Y a mí me encantaría conseguir lo mismo. Oye, a lo mejor Rafiq también es millonario. Puede que merezca la pena.

Tiffany no estaba de acuerdo. Rafiq no era su tipo; demasiado arrogante y engreído. Ella no necesitaba un millonario y mucho menos uno que tuviera a su mujer en el desierto en algún sitio.

Lo único que ella quería era una vida normal, un hombre con el que pudiera ser ella misma. Alguien que la quisiera sin dramas, sin histrionismos. Alguien con una familia normal, no disfuncional como la suya.

–Tiff, necesitas dinero –le recordó Renate mientras se lavaba las manos–. ¿Qué hay de malo en conocer a Rafiq un poco mejor?

¿Conocer a Rafiq un poco mejor? ¿Quería decir acostarse con él? No, no podía ser.

–Toma –dijo la joven entonces, poniendo algo en su mano.

Y cuando Tiffany vio que era un preservativo se quedó helada.

–¿Para qué quiero yo un preservativo?

Pero lo sabía. Lo sabía perfectamente.

–Tiffany, Tiffany… no puedes ser tan inocente. Mírate: enormes ojos aterciopelados, piel de porcelana, largas piernas. Eres guapísima y seguro que Rafiq también se ha dado cuenta.

–Pero yo no…

Renate tomó su mano.

–Cariño, escúchame: la manera más rápida de ganar dinero es siendo amable con Rafiq. Seguro que te recompensará. A juzgar por el traje que lleva es un hombre rico. Ha venido aquí esta noche, a Le Club, de modo que sabe a lo que viene.

–¿Qué estás diciendo? –exclamó Tiffany, horrorizada.

–Los hombres que vienen a Le Club buscan compañía para una noche.

–Oh, no, no… –Tiffany tiró el preservativo y se cubrió la cara con las manos.

Pero debería haberse dado cuenta de lo que había bajo la supuesta simpatía de Renate: «puedes ponerte esa minifalda, Tiff, te queda genial. Tienes una boca tan sexy, un carmín rojo la destacaría. Sé amable, Tiff, así conseguirás más propinas».

¿Cómo podía no haberse dado cuenta?

Qué tonta había sido. Estaba tan agradecida por lo que había creído la amistad de Renate…

Tiffany apartó las manos de la cara.

–Yo no voy a hacer nada de eso.

–Tiff, la primera vez es la peor. Pero la próxima no será para tanto.

–¿La próxima? –Tiffany estaba absoluta, totalmente perpleja. Renate no era la buena amiga que había creído; la había engañado. A propósito, además. Y se sentía traicionada–. No habrá una próxima vez.

Renate se inclinó para tomar el preservativo del suelo y lo guardó en el bolsito de pedrería que Tiffany había dejado sobre el lavabo.

–No estés tan segura.

Furiosa, Tiffany le quitó el bolso y se lo colgó de la muñeca.

–Me marcho.

–Tu turno termina a las once –le recordó Renate–. Si te marchas antes no te pagarán las horas que hayas trabajado.

Tiffany miró su reloj: las diez y media. Tenía que aguantar media hora más y necesitaba el dinero para pagar la habitación del hostal.

–Me quedaré hasta las once, pero no quiero saber nada de… todo eso que me has dicho.

–Piénsalo. Después de la primera vez ya no importa tanto, te lo prometo –por un momento, algo muy parecido a un brillo de vulnerabilidad apareció en los ojos de Renate–. Aquí todo el mundo lo hace. Hay mucha demanda de turistas extranjeras –dijo luego, encogiéndose de hombros–. Rafiq es guapo, no será tan horrible estar con él. ¿Prefieres quedarte en la calle?

–¡Sí! –exclamó Tiffany. Pero, de repente, entendía el desdén de Rafiq.

No podía haber pensado… no, no había mostrado el menor interés por ella. Sólo le había servido una copa y no había habido la menor señal de que esperase algo más.

–Al menos él no espera acostarse conmigo.

–Pues claro que sí –dijo Renate–. Y, sin duda, te pagaría bien.

–¡Prefiero morirme de hambre!

–No te morirás de hambre si haces lo que quiere.

–¡Cállate! –Tiffany apretó los puños, decidida–. Sólo he venido para trabajar de camarera esta noche y aún me debe una propina. Eso es lo único que quiero.

En aquel momento esa propina significaba la comida del día siguiente y cuando se marchase de allí, a las once en punto, se iría con una generosa propina en el bolsillo.

Rafiq intentaba prestar atención a la aburrida charla de Julian Carling mientras miraba hacia el arco de la izquierda, por el que acababan de aparecer Tiffany y Renate.

Tiffany no era la clase de mujer que hubiera esperado encontrar en un sitio como Le Club. Su rostro tenía una engañosa frescura, una inocencia que contrastaba con el carmín rojo de los labios y el vestido negro muy por encima de la rodilla. Claro que eso sólo servía para demostrar que la fachada de ingenua era sólo eso, una fachada.

Sin embargo, cuando se acercó a la mesa casi podría jurar que parecía asustada y él no estaba acostumbrado a despertar ese tipo de emoción en una mujer. Normalmente veía admiración, anhelo por las cosas que podía regalarle. Y una generosa dosis de deseo también.

Pero en el rostro de Tiffany no veía esa expresión.

Las pupilas ligeramente dilatadas transformaban sus ojos en dos pozos oscuros y estaba pálida.

Aprensión. Era eso y un toque de miedo. Como si alguien le hubiera dicho que se dedicaba a la trata de blancas. O algo peor.

Entonces miró a Renate. ¿Le habría contado algo para dar lugar a esa expresión?

Mientras la rubia había identificado inmediatamente a sir Julian, que era una celebridad en Hong Kong, afortunadamente a él no lo había reconocido. Seguramente porque los jeques árabes no tenían el mismo caché que los empresarios hoteleros, pensó, irónico. De hecho, había estado a punto de marcharse cuando se dio cuenta de qué clase de sitio era Le Club. Una copa con Julian para celebrar la próxima construcción de un hotel en su país, Dhahara y pensaba marcharse.

Pero Tiffany lo intrigaba y quería descubrir a qué estaba jugando.

Parecía tensa en aquel momento y sólo en la postura erguida de sus hombros veía a la mujer que había visto antes, la que había pedido más luz en aquel sitio reservado para la seducción.

Rafiq pensaba averiguar qué la había molestado y, apartándose un poco para dejarle sitio, tocó el asiento a su lado. Pero ella lo miró como lo habría mirado un conejillo cegado por los faros de un coche.