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Primera edición digital: enero 2018
Imagen de la cubierta: Winter Lake with a trapped ship | Nathan Bai
Ilustraciones de los interiores: Juanma Samusenko
Diseño de la colección: Jorge Chamorro
Corrección: Laura Vera
Revisión: Bárbara Fernández

Versión digital realizada por Libros.com

© 2018 Álvaro Herrero
© 2018 Libros.com

editorial@libros.com

ISBN digital: 978-84-17236-25-0

Álvaro Herrero

Perdido en el Ártico

El arte de sobrevivir a uno mismo

A ti, mujer de hielo, que has sido la luna llena
que todo lobo necesita para aullar.

«La tristeza es la cuna de inspiración de todo escritor».

Agatha Christie

 

«Deseo las cosas que me destruirán al final».

Sylvia Plath

 

«La vida es sueño; el despertar es lo que nos mata».

Virginia Woolf

Índice

 

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Título y autor
  4. Dedicatoria
  5. Citas
  6. Parte I: Expedición Polaris
  7. Parte II: Buscando la Tierra de Crocker
  8. Parte III: Cruzando Groenlandia
  9. Parte IV: Arde Siberia
  10. Parte V: Norge
  11. Parte VI: Llegada a puerto
  12. Mecenas
  13. Contraportada

 

 

¿Quién no se ha perdido alguna vez con tanto frío?

Parte I

Expedición Polaris

«Eso era todo lo que un hombre necesitaba: esperanza. Era la falta de esperanza lo que hundía a un hombre».

Charles Bukowski

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Enterrado

 

Enterrado, literalmente, en un hilo de pensamientos sin fin, en un bucle que no lleva a ninguna parte. O al menos a ninguna parte que valga la pena. Sobre el escritorio me veo obligado a vaciar los pensamientos para no acabar sucumbiendo a la locura. Ser un lunático que aúlla a la luna siempre es algo que me ha llamado la atención. Dejarme llevar por los hilos de plata de una luna llena hasta acabar con las ideas revueltas y tener náuseas, esa sensación de que el mundo gira a tu alrededor y tú te has quedado parado. Anclado, varado, con los pies clavados en un suelo de arenas movedizas que me tragan a la más mínima oportunidad.

Voy a coger aire, antes de morir enterrado.

Melancolía

 

Había dejado las ventanas abiertas. No le tengo miedo a la lluvia, ni a los días de tormenta. Siempre me gustaron, desde bien pequeño, desde que subía al ático y me cubría con una manta para ver cómo caía la lluvia contra la ventana y los relámpagos se dibujaban en el cielo oscuro. Sentado con un cigarro en la mano y el paquete casi a punto de acabarse tirado sobre la mesa del café, con una camiseta blanca de manga corta y los vaqueros desgastados. Llevaba horas lloviendo sin parar, y lo único que había hecho había sido poner el tocadiscos y escuchar a Duke Ellington embriagarme a su manera, junto a una botella de whisky recién abierta. Cerré los ojos un momento, sintiendo las notas del piano acariciarme hasta la nuca. Siempre digo que hay melodías y acordes que llegan mucho más que las palabras, y es por eso que la música es el lenguaje más universal.

No hacía falta más acompañamiento para acordarme de ella, girar la vista y ver la cama deshecha que asomaba por la puerta abierta para saber que otra noche más dormiría solo. Se fue, me dejó de lado, se olvidó de mí, y entonces te das cuenta de que ya no eres nadie. De que los recuerdos son lo importante y de que si eso deja de existir ya no habrá más. Sin memoria no hemos vivido. Hacía meses que había perdido sus besos, los abrazos reconfortantes al final del día, las sonrisas al abrir la puerta y dejar la chaqueta en el perchero de la entrada. Todo había desaparecido, hasta yo mismo. Hubiera deseado ser otra gota de lluvia para perderme con todas ellas y estrellarme contra el suelo con toda la fuerza de la gravedad a mi favor.

La melancolía es una mala enfermedad, una de esas que cuando estás agonizando hace que tengas ganas de coger el revólver que tienes guardado en el primer cajón de la mesita de noche y meterte un tiro tras sentir el frío metal en contacto con la sien. Volarte los sesos, literalmente. Cualquier cosa con tal de no recordar lo que ella ya ha olvidado. Cualquier cosa con tal de no seguir bebiendo y fumando mientras un piano al son de la lluvia te hace ver todos tus errores.

Islas

 

Decidí ser isla en lugar de continente, rodearme de agua salada hecha con mis propias lágrimas, inventarme barreras naturales de rocas escarpadas y árboles de viejas raíces. Decidí ser isla a pesar de la soledad, del aislamiento, de que nadie pudiera escuchar y entender mi verdad. Decidí ser isla para disfrutar de los aromas que arrastra el viento aunque no haya café recién hecho cada día. Decidí ser isla para no tener que buscarme una cueva en la que esconderme.

Gato negro

 

Fumas, fumas por hacer algo antes de querer abrir la ventana y saltar. Bebes, bebes por perder minutos con la malnacida de la Parca, se los regalas, ¿para qué los quieres? Ríes, lloras, follas cuando puedes y como puedes, y aun así te sientes vacío. ¿Habrá algo algún día que consiga llenar todo ese espacio entre tus costillas sueltas? La respuesta es no, probablemente no. Inconformistas, de no tener nunca suficiente, de no estar de acuerdo con nada, de querer siempre más aunque no se pueda.

Ni llueve, ni hace frío, ni es uno de esos días en los que quieres pegarte un tiro después del segundo café, pero da igual. Te sientes como un gato negro al que la gente esquiva tan sólo por superstición, por pura precaución. Te sientes como un puto edificio a medio construir que dejaron abandonado años atrás. Y se supone que tienes que ser tú quien ponga los ladrillos que faltan y completar la obra. Paso, lo dejo, me bajo de este tren al que no le puedo seguir el ritmo.

Seguiré aquí perdido, tratando de buscar una explicación a cada por qué, preguntándome si cada te quiero escuchado ha sido real, siendo el absurdo llevado al extremo.

Sólo pido mantas y café caliente para cuando llegue el hielo y todo se acabe para siempre.

Pánico escénico

 

Un libro abierto sobre la mesita de noche, la luz encendida y mis pies descalzos paseando sobre el suelo helado. He abierto la ventana sólo para sentir que el viento frío es capaz de hacerme sentir vivo, casi de la misma forma que lo siento cuando estoy contigo. He abierto la ventana para sentir que se me congelan las ideas y se callan todas esas voces ruidosas que hay en mi cabeza. Otra noche que soy incapaz de cerrar los ojos y descansar, otra noche que te has encargado de quitarme el sueño desde la distancia que nos separa la mayor parte del tiempo. Las ojeras no se van, han decidido quedarse conmigo, formar parte de mí de manera permanente.

Supongo que no estoy hecho para la vida moderna. Supongo que debería haber nacido un par de siglos atrás, donde encerrarse en bibliotecas entre grandes volúmenes que acumulan polvo y saber quién es Palestrina fuera algo normal.

Y esta tristeza me hace arrastrar los pies por el mundo como si nada fuera suficiente, porque nada me lo parece. Esta tristeza hace que sea incapaz de cambiar la dirección de las comisuras de mis labios.

Me parece tan egoísta eso de querer a alguien a ratos, de hacer que sucumba a tus necesidades sin pensar en las repercusiones de tus actos. Me parece tan egoísta eso de hacer sentir a alguien para después alejarte, de abrazar, besar y desnudar para después hacer que la distancia parezca insalvable.

Me parece tan jodido eso de tener a alguien constantemente en tus pensamientos, ser incapaz de controlarlo, que te dé un vuelco el corazón a la primera de cambio, tener que sonreír como un idiota.

Nos castigamos a nosotros mismos con tanto amor no correspondido.

Nos complicamos la vida con besos furtivos.

Nos jodemos el mañana por no poder mirarnos a la cara sin que nos entre el pánico escénico y las ganas de huir.

Muchas voces me dicen que olvide, que busque, que encuentre algo mejor. La verdad es que no quiero. La realidad es que no puedo porque estoy convencido desde hace mucho tiempo que lo mejor debes ser tú.

Sólo puedo pensar en un futuro contigo.

Que no haya final.

Rabia

 

Rabia, sí, y mucha espuma por la boca. Rabia por todo eso que quieres y nunca pasa. Rabia por todo eso que quieres controlar y no puedes. Rabia por ser y no estar, y parecer a medias. Rabia porque ya no hay miradas en la madrugada, ni gemidos, ni sábanas por el suelo.

Supongo que esto tan sólo es otro duelo con el tiempo, los relojes y el puto calendario. Otro duelo más, de esos a los que ya me he acostumbrado. De los que siempre acabo perdiendo porque son contra mí mismo. «Resiste, aguanta», la de veces que he de decírmelo y recordármelo en voz alta. Toda la vida esperando a que pase algo y a que no pase nada al mismo tiempo. Contradicciones, un sí dentro de un no, un gris dentro de un blanco limpio, un norte a medio camino del sur.

Rabia, al final todo se reduce a la rabia y al odio a uno mismo, a morderse los miedos y degollar las propias penas.

Somos basura

 

Nos comemos las sobras de lo que dejan otros, de lo que otros han probado y han desechado. Nosotros mismos también somos los restos de algo o de alguien, de una relación fugaz, de un beso que te roba el aliento, de una noche de sexo sin freno que no se vuelve a repetir.

Somos piezas de un puzle que nunca se completa porque siempre falta algo, somos pequeños trozos de algún meteorito que se perdió por aquí hace millones de años, somos motas de polvo quedándose estáticas en algún mueble bar de un hotel abandonado, somos las notas desafinadas de un viejo clarinete.

Convertidos en escombros, en una piel de plátano pisoteada, en una espina de pescado que todo el mundo evita y tira a la primera oportunidad. Somos ese desgarro en el vaquero después de saltar una valla metálica, esa resaca después de una fiesta que quieres olvidar, ese llanto nocturno entre las sábanas que no puedes evitar cuando piensas de más y no hay un buen destino para este viaje.

Rotos, como ese jarrón que tiraste por la ventana cuando te dijo que se iba para siempre y que no volvería a llamarte.

Destrozados, como todos aquellos corazones que conociste hace años y no volviste a visitar por miedo a querer quedarte.

Fracturados, como todos los huesos de tu cuerpo cada vez que ella te abrazaba con fuerza en medio de la noche y se dejaba hacer entre tus manos.

Somos basura, somos sobras, somos un simple harapo en el que ya nadie repara. Somos invisibles y pasamos desapercibidos en un mundo que sólo se fija en todo aquello que brilla. Vagabundos de una vida sentimental que nos arrastra hasta la tumba. Pseudoescritores malditos que escupen versos sin futuro y que nadie quiere leer. Cenizas que alzan vuelo al primer golpe de aire del invierno y desaparecen para siempre. Humo de cigarros que estuvieron en tus labios, esos que ya nunca puedo ver.

¿Y qué hago yo tan roto, tan torpe, tan pequeño contigo?

No lo sé. Que alguien me lo diga.

Mea culpa

 

Yo no sé si es culpa mía, pero cada vez que cojo el timón la vida me manda una tormenta. Como una señal de aviso inequívoca para que vuelva a mi sitio, para que me olvide de esas ansias de navegar un mar bravío y me quede en la orilla, mirando, como he hecho siempre. Mirando a los demás, observando con las manos a la espalda las vidas de los otros, que van, que vienen, que dan vueltas y acaban por naufragar. Porque arriesgarse también puede ser un error.

Yo no sé si es culpa mía, pero cada vez que cojo el mapa empieza a llover, y se encharcan los caminos y tengo que quedarme a refugio. Protegido entre paredes, esperando a que vuelva la calma, a que el sol brille con dudas para poder sacar los pies de nuevo entre las piedras y tratar de avanzar un poco hacia el futuro tambaleante que parece que nunca llega.

Yo no sé si es culpa mía, pero cada vez que lanzo una flecha nunca llego a acertar en el centro de la diana. El fallo, algo tan propio, que casi no imagino lo que es respirar sin hacerlo mal, sin pisar las hojas cuando quiero avanzar sin que nadie se dé cuenta, sin dar un portazo cuando quiero escapar sin que me escuchen, sin toser cuando estoy escondido entre las sábanas guardadas.

Pero lo cierto es que cada vez me importa menos, lo único que empieza a importarme a día de hoy es desprenderme de las piedras que llevo a la espalda, expandir la caja torácica y coger aire, tirarlo, y volver a empezar. Que la mayoría de días sólo quiero dejar de pensar, apagar el cerebro y sonreír sin saber por qué, despertar por las mañanas y volver a apretar tu mano sabiendo que no te vas, sabiendo que yo también me quedo, sabiendo que va a haber café de sobra para los dos y que tenemos que comprar ese helado que tanto te gusta porque nos lo hemos vuelto a acabar. Los libros compartidos, la discusión tonta porque los dos queremos poner nuestra música mientras limpiamos la casa, el calentón en el ascensor, el meternos mano en la orilla de la playa, el partirnos de risa borrachos sobre la cama antes de caer rendidos.

Pequeños detalles, como tu cepillo de dientes junto al mío, tu champú y ese otro bote marrón que no sé para qué sirve, un abrazo inesperado en la madrugada, una película que dejamos a medias después del primer beso y que nunca podemos acabar. Las risas en el metro, perder los autobuses, las lágrimas de despedida, los nervios de subir al avión, la Torre Eiffel sobre nuestras cabezas, Hielo T, De las dudas infinitas, palmeras, el sudor en tu habitación, el cruzar todos los semáforos en rojo, el que te emborraches a la primera copa, la pizza familiar, tu Nesquik en el armario de mi cocina.

Yo no sé si toda esta vida de mierda, de ahora sí y ahora no, es culpa mía. Pero me da igual.

Lo único que pido es no quedarme nunca sin café, tus ojos y los besos.

Molinos de viento

 

A pesar del sol, de que el día va alargando y de que se acerca el verano yo sigo luchando contra los paisajes fríos y azules del invierno, las nubes grises, y las noches de temblar bajo las mantas.

Vamos ahogando nuestras penas a ratos, con pequeñas dosis de ficción que apenas nos sirven para nada, para dejarnos en el prólogo de una historia que se puede desvanecer en cualquier momento.

Ya he dejado de esperar besos y abrazos, y he vuelto a esconderme en la tormenta y me fallan de nuevo las fuerzas. Flaqueo como antes y vuelven a darse mis rodillas contra las piedras de la senda.

Estamos viviendo en la frontera y te has encargado siempre de marcar el límite, aunque te tiemble el corazón y no quieras admitirlo. Supongo que sí, que el error fue mío, por creer a sabiendas que no debo hacerlo, por dejarme llevar sin mirar en qué dirección soplaba el viento. El error fue mío, porque temblé por tu culpa desde el primer momento.

Y, al final, me doy cuenta de que sólo soy otro Quijote lleno de delirios, que ve gigantes donde sólo hay molinos de viento, que cree que un elefante podría caminar sobre un alambre y que piensa que el hombre no llego jamás a la luna.

Se me da bien inventar historias, permíteme empezar la nuestra, déjame salir de esta jaula que me asfixia sin piedad.

Puta realidad.

Todo son mentiras

 

Se repiten las noches de insomnio, la taquicardia al despertar y el sudor frío empapando las sábanas limpias.

Se repiten las pesadillas, el quemarme tocando el hielo, el ahogarme en el primer vaso de agua.

Se repiten las palabras entrecortadas, las manos temblorosas, las despedidas en voz baja.

Primavera, buen tiempo, buena cara.

Y todo son mentiras.

Siguen los puñales clavados en la espalda, y las heridas, y me pregunto si esto va a ser así toda la vida.

Siguen la incomprensión, el dolor, tanta mierda arrinconada dispuesta a salir en cualquier momento.

Siguen el cansancio, la falta de fuerzas, y escribir con rabia cada palabra.

De nada sirve nadar contra las olas.

Y todo son mentiras.

Aprendí a ser actor para no tener que dar explicaciones, preparar el papel cada mañana al salir por la puerta de casa y sonreír por pura inercia, mimetizarme con el resto, acostumbrarme a una normalidad que nunca siento.

Ando a todas horas en una obra de teatro de la que desconozco el guion y el resto de la compañía va y viene. Y el escenario está vacío y la luz me enfoca a mí otra vez. Y la mayoría de veces sólo escucho las risas enlatadas de todo este circo contra mí.

Sólo soy otro maldito bufón para entretener al rey.

Un lienzo salpicado de grises y negros. Soy como un jodido cuadro de Pollock que nadie entiende, manchas de pintura, expresionismo abstracto.

«Esto no es arte, es una broma de mal gusto».

Supongo que todo acabará algún día. Que el timón del barco cambiará, que la rosa de los vientos me volverá a guiar fielmente, que la constelación de Andrómeda no dejará que me pierda de nuevo, y el efecto Coriolis hará que vuelva otra vez al centro de la esfera.

Y todo son mentiras.

Pero podrían ser verdad.

El club de la no lucha

 

A esta vida he venido a perder.

Lo sé desde hace más años de los que tengo.

Nací ya con desgana, sin querer salir del útero materno, con pereza, porque me habían dejado grabado en los genes que iba a salir a luchar en un mundo que iba a ir abriéndome grietas a cada paso que diera. Me habían escrito en el ADN que importaban bien poco los puñetazos que lanzara al aire, los mordiscos que tocaran carne, porque lo de ganar no estaba previsto en mi destino.

Por eso dejé de luchar, por eso decidí que lo mejor era coger un bol de palomitas y mirar, observar el contenido y el continente. La vida a un lado y yo al otro, intentando no molestar, intentando quedarme al margen de cualquier historia que parezca real.

Es como si el mundo fuera un tablero, un cuadrilátero, en el que hay que golpearse fuerte para llegar a alguna parte, y yo recibo todas las hostias mientras sigo sonriendo desde el suelo, mientras miro al cielo y suspiro sin ser capaz de hacer nada.

Tarde o temprano todo se reduce a lo mismo, a ser incapaz de responder, a ser incapaz de dar un paso, a ser incapaz de luchar cuando algo vale la pena. Caigo, como la mayoría, en el conformismo, en la dinámica habitual de callar y mirar. Y no valgo mucho más de lo que dicen mis actos.

La cobardía me hace caminar sobre seguro, la música de siempre, los libros que ya sé que me gustan, las películas que tienen buenas críticas.

Voy a seguir siendo el saco de arena en el que muchos otros se descargan, voy a seguir siendo la pared llena de grietas, el reloj con la esfera rota, el coche sin gasolina, comida rápida, una canción de Iggy Pop, Mohamed Ali perdiendo contra Berbick, Roy Batty llorando bajo la lluvia, Snape y Lily Potter.

Arrinconado, en el suelo, con la nariz sangrando y un ojo morado.

Ya estoy acostumbrado.

¿Arriesgar?

¿Estamos locos?

Prefiero acurrucarme hasta que llegue alguien que sepa darme un abrazo y un beso sincero.

Vuelta al negro

 

Soy el que siempre apaga la luz, el que se queda cuando ya no queda nadie, el que ve los títulos de crédito finales hasta que acaba la música, el que sale a la calle cuando la tormenta termina y asoma el sol.

Sé apreciar el petricor.

Y no me sirve de nada.

El calor me funde hoy el cerebro y la falta de sueño que arrastro desde hace días también, y soy realmente incapaz de despegar mi piel del sofá. Soy incapaz de hilar dos pensamientos, de llegar a alguna conclusión que me haga rebajar la ansiedad.

Back to black nunca ayuda, siempre trae recuerdos que me arrastran hasta la orilla del mar, hasta las rocas escarpadas de cuando nos perdíamos en cualquier parte porque la vida nos miraba con una sonrisa y todo estaba bien. Hasta ese punto inexacto de mi memoria en el que la letra no me hacía daño y la podía cantar por puro placer.

Se han llevado nuestra inocencia, nuestras intenciones más lícitas, nuestras manos arriba, y esa forma de ver el futuro sin preocupación, sin la sensación de que no hay aire suficiente para hincharnos el pecho y dejarnos tranquilos.

He perdido la cuenta de las canciones que he escuchado hoy, de las páginas de libros que han ido llenándome los dedos de tinta, de los besos que te he dado sin que quede rastro de ellos.

Y ahora no queda nada, sólo música y silencio interior.

Y frases sueltas, inconexas, que pueden cobrar el sentido que queramos.

No hay lágrimas ya porque, por suerte, conseguí agotarlas todas hace tiempo. No me tiembla la voz para echar luz en todo este asunto diciendo un poco de verdad, aunque sea la mía. Y es que ya no entiendo dónde está el límite, ni si el mundo sigue dividiéndose entre el bien y el mal a pesar de todo.

No entiendo cómo seguimos teniendo fuerzas para levantarnos cada mañana, ni cómo nos enredamos de tal forma que el sincericidio no es posible.

Seguiré fingiendo y hablando en voz baja para que no me escuches.