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ÍNDICE

AGRADECIMIENTOS

PREFACIO

Rebeca Grynspan

PREFACIO

Caroline Moser

PRESENTACIÓN

Irvin Waller

INTRODUCCIÓN. LAS MÚLTIPLES CARAS DE VULNERABILIDAD Y VIOLENCIA EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE

Markus Gottsbacher y John de Boer

EN EL PUNTO DE MIRA: DESAFÍOS ÉTICOS Y METODOLÓGICOS DE LA INVESTIGACIÓN DE CAMPO EN CONTEXTOS DE VIOLENCIA

Emiliano Rojido e Ignacio Cano

LAS INICIATIVAS COMUNITARIAS COMO MARCOS DE REFERENCIA PARA LA COPRODUCCIÓN DE CONOCIMIENTO SOBRE LA VIOLENCIA Y LA INSEGURIDAD

Heidy Cristina Gómez Ramírez y Lina María Zuluaga García

VICTIMARIOS Y VÍCTIMAS DE LA VIOLENCIA: DE NEXOS INVISIBILIZADOS Y FALSAS DICOTOMÍAS EN EL TRIÁNGULO NORTE DE CENTROAMÉRICA

Isabel Aguilar Umaña

LA VULNERABILIDAD ANTE LA VIOLENCIA, EXCEPCIÓN Y VÍCTIMAS EN VERACRUZ

José Alfredo Zavaleta Betancourt

VIOLENCIA Y VICTIMIZACIÓN EN MÉXICO: INVESTIGAR EN TERRITORIO DE LA DELINCUENCIA ORGANIZADA

Verónica Martínez Solares y Óscar Aguilar Sánchez

LOS MÚLTIPLES ROSTROS DE LA VIOLENCIA Y LA VICTIMIZACIÓN EN CIUDAD JUÁREZ: NUEVOS PERFILES, VIEJAS TENDENCIAS

César Alarcón Gil

SISTEMA FRONTERIZO, ECONOMÍA POLÍTICA DE LA VIOLENCIA

Fernando Carrión Mena y Víctor Llugsha Guijarro

VULNERABILIDADES EN CONTEXTOS DE VIOLENCIA Y CONFLICTO ARMADO: LA EXPERIENCIA DE MEDELLÍN (1990-2014)

Ana María Jaramillo y Max Yuri Gil

QUIEBRE DEL PACTO SOCIAL Y VULNERABILIDAD EN VENEZUELA

Roberto Briceño-León

VIOLENCIAS URBANAS MARCADAS POR GÉNERO Y TRAYECTORIAS NO VIOLENTAS EN RÍO DE JANEIRO

Alice Taylor y Tatiana Moura

MUJERES INDÍGENAS Y SU BÚSQUEDA DE JUSTICIA. SAN CRISTÓBAL Y SANTA CRUZ VERAPAZ (ALTA VERAPAZ, GUATEMALA)

Walter Alejandro González Gramajo

VIOLENCIA SEXUAL, VULNERABILIDADES Y LUCHAS POR LA JUSTICIA

Luz Méndez Gutiérrez

VULNERABILIDAD Y JUSTICIA: CONSTRUCCIÓN DE CIUDADANÍA DE MUJERES CAMPESINAS E INDÍGENAS EN EL CONFLICTO COLOMBIANO

July Samira Fajardo, Donny Meertens y Eliana Pinto Velásquez

LA INSEGURIDAD Y EL MIEDO AL CRIMEN ENTRE LOS NO CAPACITADOS PARA TRABAJAR

Carlos J. Vilalta Perdomo

VIOLENCIA JUVENIL, FACTORES DE RIESGO Y VULNERABILIDAD

Arturo Alvarado Mendoza

PREVENCIÓN DE LA VIOLENCIA JUVENIL EN JAMAICA: LA RELACIÓN ENTRE POLÍTICA, DERECHOS Y JUSTICIA

Tarik Weekes, Elizabeth Ward y Parris Lyew-Ayee Jr.

PARTE DEL PROBLEMA, PARTE DE LA SOLUCIÓN: ACTORES ILEGALES Y REDUCCIÓN DE LA VIOLENCIA EN EL SALVADOR

Ana Glenda Tager Rosado

CONCLUSIONES

Markus Gottsbacher y John de Boer

SOBRE LOS AUTORES

sociología
y
política

PROYECTOS ESTRATÉGICOS CONSULTORÍA, SOCIEDAD CIVIL

DIRECTORIO

IRVIN WALLER

MAYOLO MEDINA

Consejeros técnicos consultivos

CARLOS MENDOZA MORA

Director general

ÓSCAR AGUILAR SÁNCHEZ

Socio director

HÉCTOR ZAYAS GUTIÉRREZ

Coordinador de proyectos del nuevo Sistema de Justicia Penal Adversarial

JUAN CARLOS TÉLLEZ GUERRERO

Coordinador de proyectos de Seguridad Pública

LAURA VILLARREAL GRANADOS

JAZMÍN MEJÍA MEZA

ANA LAURA REYES MILLÁN

LUIS GALINDO GRANADOS

EVELYN MEJÍA LÓPEZ

Coordinación de proyectos de Seguridad Ciudadana y de Prevención Social

http://www.pec-mexico.com/

VULNERABILIDAD Y VIOLENCIA
EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE

coordinadores
MARKUS GOTTSBACHER
JOHN DE BOER

textos de

EMILIANO ROJIDO * IGNACIO CANO
HEIDY CRISTINA GÓMEZ RAMÍREZ * LINA MARÍA ZULUAGA GARCÍA
ISABEL AGUILAR UMAÑA * JOSÉ ALFREDO ZAVALETA BETANCOURT
VERÓNICA MARTÍNEZ SOLARES * ÓSCAR AGUILAR SÁNCHEZ
CÉSAR ALARCÓN GIL * FERNANDO CARRIÓN MENA
VÍCTOR LLUGSHA GUIJARRO * ANA MARÍA JARAMILLO
MAX YURI GIL * ROBERTO BRICEÑO-LEÓN
ALICE TAYLOR * TATIANA MOURA
WALTER ALEJANDRO GONZÁLEZ GRAMAJO
LUZ MÉNDEZ GUTIÉRREZ * JULY SAMIRA FAJARDO
DONNY MEERTENS * ELIANA PINTO VELÁSQUEZ
CARLOS J. VILALTA PERDOMO * ARTURO ALVARADO MENDOZA
TARIK WEEKES * ELIZABETH WARD * PARRIS LYEW-AYEE JR.
ANA GLENDA TAGER ROSADO

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siglo xxi editores, méxico
CERRO DEL AGUA 248, ROMERO DE TERREROS, 04310 MÉXICO, DF
www.sigloxxieditores.com.mx

siglo xxi editores, argentina
GUATEMALA 4824, C1425BUP, BUENOS AIRES, ARGENTINA
www.sigloxxieditores.com.ar

anthropos editorial
LEPANT 241 -243, 08013 BARCELONA, ESPAÑA
www.anthropos-editorial.com

HN110.5

V85

2016 Vulnerabilidad y violencia en América Latina y el Caribe / coordinadores, Markus Gottsbacher, John de Boer ; texto de Emiliano Rojido [y otros veintiséis]. México Cd. Mx. : Siglo XXI Editores : Proyectos Estratégicos, Consultoría, 2016.

1 recurso digital. – (Sociología y política)

e-ISBN-13: 978-607-03-0845-1

1. Violencia – América Latina – Aspectos sociales. 2. Violencia – Caribe – Aspectos sociales. 3. América Latina – Condiciones rurales – Siglo XX. 4. Caribe – Condiciones sociales – Siglo XX. 5. Política urbana – América Latina. 6. Política urbana – Caribe. 7. Violencia familiar – América Latina. 8. Violencia familiar – Caribe. I. Gottsbacher, Markus, editor. II. Boer, John de, editor. III. Rojido, Emiliano, colaborador. IV. ser

Este trabajo se llevó a cabo con la ayuda de fondos asignados por el Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo, Ottawa, Canadá.

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Las opiniones expresadas en este libro son responsabilidad de los autores y no corresponden necesariamente a las de las instituciones financiadoras del libro.

primera edición, 2016

© proyectos estratégicos, consultoría, s.c.
© siglo xxi editores, s.a. de c.v.
primera edición digital, 2017

e-isbn 978-607-03-0845-1

derechos reservados conforme a la ley

AGRADECIMIENTOS

Este libro no hubiera sido posible sin el enorme compromiso de las y los investigadores que han contribuido con sus conocimientos, reflexiones y recomendaciones en los temas de estudio que han abordado. Cada una y uno de ellos son grandes profesionales en términos académicos, pero también se trata de mujeres y de hombres comprometidos en ayudar a las personas y a las comunidades con las cuales han trabajado.

Así, la presente obra reúne textos escritos no sólo sobre la gente, sino también para la gente y, en algunos casos, con la gente. Por ende, nuestro agradecimiento es también para las personas y las comunidades que participaron como sujetos de estudio en las investigaciones aplicadas, que sirvieron de base para los proyectos que sustentan este documento.

En especial, expresamos nuestro reconocimiento al Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo (IDRC, por sus siglas en inglés) de Canadá, por su apoyo técnico y financiero tanto para la realización de los múltiples proyectos de investigación social promovidos en la región, como para la edición del volumen que tenemos en nuestras manos.

Igualmente, nuestra gratitud a Proyectos Estratégicos Consultoría, Sociedad Civil, por su liderazgo y compromiso en el esfuerzo que hoy se materializa: a Mayolo Medina Linares por sus diligentes gestiones para que el libro aparezca en tan prestigiosa casa editorial; a Carlos Mendoza Mora por la organización del taller previo efectuado con los autores de los artículos en Cocoyoc, Morelos, en octubre de 2014 y el trabajo de ordenación para consumar esta obra, lo mismo que para Óscar Aguilar Sánchez, Ana Laura Reyes Millán y Luis Alberto Galindo Granados, quienes en todo momento asistieron en estas actividades. Asimismo, el apoyo de Verónica Martínez Solares ha sido clave para hacer realidad el libro. A la Fundación Cristosal y a Nola Haddadian cuyo apoyo resultó fundamental para traducir la obra al inglés. Muchas gracias por su responsabilidad y entrega.

A Siglo XXI, y su director general, don Jaime Labastida, nuestro reconocimiento por la significativa labor editorial que han desplegado durante varios lustros para difundir conocimientos y saberes que contribuyen a clarificar y proponer soluciones a los problemas sociales del mundo hispanoparlante, así como por su confianza y respaldo para publicar los escritos contenidos en este volumen.

Finalmente, nuestro profundo agradecimiento va para nuestros amigos y familiares, quienes nos han apoyado y asesorado en la construcción de este proyecto personal y editorial: a Jahel Itamar Garfias Jaramillo, a Ginette Degrott y a Beatriz González Manchon.

MARKUS GOTTSBACHER
JOHN DE BOER
Septiembre de 2015

PREFACIO

REBECA GRYNSPAN*

Numerosos estudios e indicadores señalan a América Latina como la región más violenta del mundo. Varios países latinoamericanos registran tasas de homicidio que exceden los niveles de una epidemia como la del ébola, al tiempo que una inmensa proporción de sus habitantes lidian sistemáticamente con la inseguridad ciudadana, la violencia de género y otros delitos que involucran fuerza física o emocional.

Como tantos otros aspectos de la realidad latinoamericana, el fenómeno ha sido tradicionalmente estudiado desde cierta distancia, desde el universo de las estadísticas: atendiendo a las cifras generales y con poca comprensión de lo que sucede en el terreno y en la propia vida de las personas y su comunidad. Aunque debe valorarse el acervo de estudios e investigaciones realizados hasta el momento, también debe señalarse el riesgo de perder, en los promedios, los efectos diferenciados de este fenómeno social. La violencia no afecta de la misma manera a todas las colectividades ni a los individuos de una misma colectividad, así como no los afecta de forma idéntica la discriminación, la pobreza, la falta de oportunidades o la degradación ambiental. Lo que es más, ciertos grupos tradicionalmente marginados experimentan, simultáneamente, vulnerabilidad en distintos frentes: no es lo mismo ser pobre, a secas, que ser pobre, mujer, migrante, indígena o afrodescendiente (y no es lo mismo ser todas esas cosas en un país que en otro, o incluso en un barrio que en otro). No es lo mismo ser víctima de la violencia una vez que de manera continuada, y no es lo mismo experimentarla junto con la falta de acceso a la justicia, a agua potable, a servicios de salud, a educación de calidad, a transporte público, a empleo digno, a participación política plena, a esparcimiento y recreación.

Este libro recoge esa preocupación, la noción de que la violencia debe ser entendida no sólo desde sus peores expresiones —desde las tasas de homicidio o el crimen organizado— sino desde la complejidad de sus causas y efectos, desde las situaciones de vulnerabilidad que experimentan grandes grupos de la sociedad. Esto es, la violencia debe ser vista como una parte entrelazada de las difíciles condiciones de vida en que subsisten millones de latinoamericanos.

Pero el libro va incluso más allá: no trata a las personas como actores pasivos, como simples receptores de los entornos de inseguridad en los que se encuentran. Por el contrario, consciente de que los seres humanos son proactivos aun en las circunstancias más adversas, el libro presta atención al aspecto vivencial de quienes día a día lidian con la violencia. ¿Qué medidas implementan? ¿Qué adaptaciones realizan? ¿Qué capacidades exhiben para modificar su entorno?

Esto es esencial para entender la realidad a la que nos enfrentamos, pero también para proponer soluciones aterrizadas, que sean asimilables por los individuos de carne y hueso. Se requieren intervenciones que respondan integralmente a los fenómenos sociales, que se inserten coherentemente en el marco general de una política de desarrollo humano. Como bien se indica en la introducción de esta publicación: “Las políticas de prevención de violencia deben ser focalizadas, temporales y con objetivos específicos, adicionales pero articuladas a una política social”.

Ese mismo espíritu transpira en los Objetivos Mundiales de Desarrollo Sostenible que en septiembre de 2015 aprobarán los países miembros del Sistema de Naciones Unidas, para continuar la labor iniciada con los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Esta nueva agenda de desarrollo, que comparte una perspectiva compleja de lo que es la vida en sociedad, incluye objetivos como la erradicación de la pobreza, al lado de la reducción de las desigualdades; la eliminación del hambre, al lado de la promoción de la paz y la justicia; la búsqueda de la equidad de género, al lado del impulso a las ciudades y comunidades sustentables. Es decir, que el mundo avanza en la misma dirección en la que apunta este libro: hacia una visión menos fragmentada de la vivencia cotidiana; una visión más dinámica, que además reconozca, en el papel, algo que siempre se ha hecho evidente en la práctica: que los seres humanos tienen agencia, que no son simples tomadores de circunstancias, sino que buscan —y logran— modificar esas circunstancias.

Existe una necesidad creciente de involucrar a más actores en el diseño e implementación de las políticas públicas. Urge un nuevo tipo de interacción, más fluida, de múltiples vías, en donde la participación de todos —líderes políticos, ciudadanos, académicos, estudiantes, empresarios, funcionarios públicos— arroje recomendaciones que puedan ser compartidas e interiorizadas por todos.

Espero que este volumen ayude a avanzar en esa tarea y que contribuya a crear, como indican los autores, “una conciencia y cultura cívica del cuidado del otro”.

* Secretaria general de la Secretaría General Iberoamericana.

PREFACIO

CAROLINE MOSER*

Hoy en día tanto en las zonas urbanas como en las rurales de los países de América Latina se reconoce cada vez más que la violencia no está desapareciendo, al contrario, la violencia es una parte integral de su actual modelo de desarrollo.

Si bien puede profundizar, transformar y mutar en formas imprevisibles, la violencia está aquí para quedarse. Éste es el punto de partida de este importante libro, Vulnerabilidad y violencia en América Latina y el Caribe, en el que los colaboradores aprecian y comprenden la importancia de un enfoque más multidimensional a la representación de la violencia, y uno que, particularmente en América Latina y el Caribe, se mueva más allá de la preocupación aparentemente dominante en la región referida a las tasas de homicidios relacionados con el tráfico de drogas. Con este propósito, se reúnen en un solo volumen percepciones agudas de las muchas caras de la vulnerabilidad y la violencia que van desde problemas ampliamente conocidos como los relativos a los jóvenes y la violencia relacionada con pandillas, la violencia perpetrada por el Estado, hasta problemas menos reconocidos como la violencia que sufren las mujeres campesinas indígenas y la violencia oculta que experimentan las personas con discapacidad en las comunidades marginadas.

Además, el libro ofrece una contribución única a la literatura sobre la violencia y el desarrollo y los debates políticos de muchas maneras significativas. Un primer elemento clave se refiere al conocimiento y a los enfoques teóricos alternativos que se originan en América Latina y el Caribe. Todos los capítulos están escritos por autores de la región, basados en la investigación primaria realizada en sus propias ciudades y zonas rurales, en la enseñanza a estudiantes locales y en un estrecho vínculo e involucramiento en los continuos debates diarios sobre el tema. Esto trae una perspectiva latinoamericana distintiva, esencial y multidimensional a un problema global.

Un segundo factor importante es que los autores no se enfocan únicamente en las vulnerabilidades relacionadas con la violencia de los individuos, las familias, las comunidades y las instituciones sino que además su análisis se basa en la comprensión profunda personal y profesional de las realidades del país. El resultado no es sólo un compromiso a largo plazo para documentar la realidad, sino también el reconocimiento de que, debido a que la violencia es un fenómeno sistémico y endémico, no hay soluciones “modelo”. Como consecuencia, el enfoque está orientado a identificar medidas realistas a problemas locales desde la base, adoptadas por aquellos afectados por la violencia. Éstas se refieren más que a “resolver” el problema de la violencia, a identificar formas en que las familias y las comunidades gestionan y controlan las manifestaciones diarias de la violencia que experimentan, así como también las estrategias que adoptan con el fin de empoderarlos a efecto de oponerse y enfrentar las causas estructurales que conducen a la violencia.

En tercer lugar, el libro contiene una reflexión y un análisis sistemático del papel que juegan los propios investigadores, tanto en la mejora como en la reducción de la vulnerabilidad en el proceso de investigación; dicho componente, con autores que cuestionan lo que significa participar en este tipo de investigación, rara vez forma parte de los estudios sobre la vulnerabilidad y la violencia. Los asuntos planteados abarcan desde los dilemas éticos que enfrentan los investigadores hasta las implicaciones de seguridad por realizar el trabajo de campo en áreas altamente peligrosas de las ciudades y zonas rurales.

Por la combinación de estos tres elementos juntos en un solo volumen, los editores, Markus Gottsbacher y John de Boer, son dignos de aplauso por ser pioneros en tener una perspectiva alterna sobre la violencia y la vulnerabilidad en la región de Latinoamérica y el Caribe. En esencia, esto enfatiza la voluntad por salir adelante no sólo de los individuos y las comunidades en contextos de vulnerabilidad, sino también la voluntad de investigadores que se han comprometido y que son parte de este esfuerzo. Indudablemente, esto asegura que esta obra es una lectura esencial para académicos y profesionales por igual.

* Profesora emérita de la Universidad de Manchester.

PRESENTACIÓN

IRVIN WALLER*

Vulnerabilidad y violencia en América Latina y el Caribe trae esperanza para revertir los niveles epidémicos de violencia en América Latina y el Caribe. Este trabajo documenta los esfuerzos pioneros en la región para entender y frenar la violencia, así como para apoyar a las víctimas. También comparte acciones que los gobiernos y los organismos intergubernamentales podrían apoyar en mayor medida para comprender y revertir la violencia en las calles y de pandillas como también la violencia que padecen las mujeres y los niños.

Los coordinadores comenzaron el libro sabiendo de antemano que la violencia interpersonal está desacelerando el crecimiento del producto interno bruto (PIB). El Banco Mundial es sólo un organismo de prestigio que proporciona información que confirma este vínculo. Las estimaciones exactas varían, pero algunas evidencian pérdidas superiores al 5% del PIB e incluso mucho más.

Los costos humanos de la violencia interpersonal para sus víctimas son trágicos y con frecuencia de por vida. Incluyen trastorno de estrés postraumático, pérdida de calidad de vida, destrucción de la comunidad y más violencia posterior. Estos niveles de violencia y las tajantes medidas de mano dura empleadas usualmente son una constante amenaza para la democracia y los derechos humanos.

En 1985, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) instó a realizar formas efectivas de prevenir la violencia y acciones concretas para apoyar y respetar los derechos de las víctimas. El libro se suma al nuevo impulso de lo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) denomina “prevención de la violencia” y la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD) llama “principios de justicia para las víctimas de delitos y de abuso del poder”. Pero no sólo es la ONU, líderes políticos nacionales cada vez más se dan cuenta de que no se puede detener o castigar con violencia y que el enfoque de mano dura ha dado lugar a abusos por la severa aplicación de la ley, a cárceles superpobladas —con demasiados acusados en prisión y pésimas condiciones— y a la pérdida de una generación de jóvenes pobres que si no mueren en la calle, se reciclan en prisión.

En 2012, México adoptó las primeras disposiciones jurídicas “inteligentes” para establecer un centro nacional de prevención del delito y servicios a las víctimas. En el mismo año, la frustración pública por el fracaso de políticas enfocadas sólo a la aplicación severa de la ley, condujo a un cambio en las prioridades nacionales orientado a adoptar la prevención de la violencia con el financiamiento de apoyo a la acción. En 2015, México incluso publicó la primera encuesta nacional en el mundo de los factores de riesgo de la violencia, concebida para ayudar a los gobiernos a abordar las raíces de la violencia de una manera científica.

El cambio hacia un equilibrio más inteligente entre la aplicación de la ley y la prevención viene de muchas direcciones. Una de las más importantes es la acumulación de evidencia de las ciencias sociales y la salud pública sobre los factores de riesgo o causas de la violencia, así como la evidencia científica de que la lucha contra estos factores de riesgo en efecto contribuye a prevenir la violencia. En 2011, el Departamento de Justicia de Estados Unidos lanzó una página web —acertadamente llamada crimesolutions.gov— que comparte información de los casos de éxito en los que se ha frenado la violencia. Por sí solo destaca más de 70 programas exitosos, abordando problemas como la crianza de los hijos, la tutoría de jóvenes y los programas escolares.

En 2014, mi libro, Control inteligente del delito, utiliza ésta y otras ciencias para proporcionar una guía a los legisladores sobre cómo invertir en lo que frena la violencia en la calle, de pareja y de tráfico. En el mismo año, México publicó este libro en español. La conclusión apunta claramente a que la inversión en programas que han demostrado funcionar podría reducir a la mitad las muertes por violencia y disminuir considerablemente la violencia de pareja y sexual contra mujeres y niños.

En 2014, la Asamblea Mundial de la Salud adoptó la resolución histórica sobre “Fortalecimiento del papel del sistema de salud para enfrentar la violencia, en particular contra mujeres y niñas, y contra los niños”. También por primera vez, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la ONUDD y la Organización Mundial de la Salud (OMS) colaboraron en la primera encuesta mundial sobre la situación de la prevención de la violencia. Su análisis se centró en una lista corta de siete estrategias eficaces enfocadas en la primera infancia, la juventud, las armas, el alcohol, la violencia contra las mujeres, la cultura y los derechos de las víctimas. También evaluó los esfuerzos del buen gobierno para la prevención de la violencia, incluyendo los intentos para poner en práctica las estrategias eficaces y medir los resultados como la reducción de las muertes (aunque no las detenciones o presos).

Los directores de estos tres organismos de la ONU fueron más lejos en el prólogo de su publicación, y encomiaron los esfuerzos para comprometer al sistema de Naciones Unidas a “reducir a la mitad las muertes relacionadas con violencia en todas partes, poner fin a la violencia contra los niños y eliminar todo tipo de violencia contra las mujeres y los niños para 2030”. Ciudades tan distintas como Recife, en Brasil; Bogotá en Colombia, Glasgow en Escocia y Minneapolis en Estados Unidos, han reducido el número de muertes por violencia de este tipo en las calles.

Los capítulos de Vulnerabilidad y violencia en América Latina y el Caribe, mostrando lo que el IDRC ha sido capaz de lograr, se unen a los éxitos notables de varias ciudades, las medidas nacionales en México y el fuerte consenso intergubernamental, para confirmar que la epidemia de violencia se puede detener. Llevar a cabo innovaciones alentadoras es mejor que padecer las pérdidas económicas, humanas y democráticas de continuar con más de lo mismo. Sí, aún queda mucho trabajo por hacer para desarrollar y consolidar un mayor conocimiento de la prevención efectiva de la violencia y de cómo aplicarlo en el contexto de América Latina y el Caribe.

Pero la búsqueda de lo mejor no debe detener la aplicación de mejor, la investigación y el desarrollo deben ir en paralelo con los gobiernos y los donantes para que inviertan de manera significativa y urgente en las prácticas alentadoras. Aprovechemos este libro para inspirar a los gobiernos y a los donantes a invertir considerablemente en lo que ahora se conoce para detener la epidemia de violencia. Reduzcamos a la mitad la violencia interpersonal en América Latina y el Caribe para 2030.

* Profesor titular de la Universidad de Ottawa.

INTRODUCCIÓN
LAS MÚLTIPLES CARAS DE VULNERABILIDAD Y VIOLENCIA EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE

MARKUS GOTTSBACHER y JOHN DE BOER1

LA RAZÓN DE SER DE ESTE LIBRO

Este libro pretende vincular dos fenómenos que actualmente laceran la vida de millones de personas en esta parte del hemisferio: la vulnerabilidad y la violencia. No se trata de una empresa simple, aunque el planteamiento parece sencillo. Pensemos: si consideramos la violencia como una consecuencia, resultaría entonces que la vulnerabilidad y sus componentes de riesgo asociados son los determinantes causales y, tratándose de intervenciones, son las áreas idóneas de investigación, prevención y atención. Sin embargo, si, por el contrario, la vulnerabilidad fuera resultado de las diversas formas de violencia, desde la estructural hasta la interpersonal, entonces tenemos una tarea invertida. Quizá, incluso, dichos planeamientos podrían no ser relevantes y entonces debe asumirse que se trata de dos fenómenos que coexisten y se comunican constantemente. Entonces, ¿por qué preocuparnos por los vínculos entre vulnerabilidad y violencia, y escribir un libro?

Nuestro objetivo es mucho más modesto que el tamaño que tienen ambos fenómenos y que deberían merecer mayor importancia en las agendas políticas de los países. Este libro propone documentar y analizar, a partir del concepto de vulnerabilidad, las experiencias vividas por los individuos y las comunidades que enfrentan altos niveles de violencia en América Latina y el Caribe. Se examinan las estrategias que las personas y las comunidades utilizan para tratar y prevenir las múltiples formas de violencia que enfrentan en su vida cotidiana en la región. También aborda el papel del investigador para contribuir a un mejor entendimiento sobre la naturaleza y las causas de ambas problemáticas sociales, a fin de mejorar nuestra capacidad para reducirla.

En América Latina y el Caribe, los individuos y las poblaciones están expuestos, cada vez con mayor frecuencia, a diferentes formas de inseguridad y violencia. Las tendencias son preocupantes. En varios países el tema de la seguridad toma un lugar preponderante —si no el más importante— dentro de las preocupaciones de las personas.2 Es una región particularmente afectada por violencia derivada no sólo a causa de conflictos armados y sus legados —como en Colombia y algunos países centroamericanos—, sino también por violencia criminal, sea por “delito común” o por “crimen organizado”. Por otro lado, son igualmente emblemáticos los casos de violencia contra niñas y mujeres —como es el de Ciudad Juárez o Ecatepec, en el Estado de México— sin dejar de lado los alarmantes niveles de violencia de género en todo el continente (Laurent, Platzer e Idomir, 2013). Esto es, como veremos más adelante en este libro, las diferentes formas de vulnerabilidad y de violencia —históricas y “nuevas”— que aquejan a esta parte del continente, con frecuencia se conectan, comunican y refuerzan mutuamente.

Hoy en día la mayoría de los países de América Latina y el Caribe están experimentando una era de violencia alarmante nunca antes registrada en su historia reciente. De los 32 países de la región, 22 tienen tasas de homicidios más alta de diez por cada 100 000 habitantes, número considerado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como epidémico. Si bien las tasas de homicidio en la mayoría de las regiones del mundo se han reducido hasta en un 50% en la última década, durante el mismo periodo se han incrementado en más del 10% en América Latina y el Caribe (United Nations Development Programme, 2013).

Durante la última década, de la misma forma, son cada vez más las ciudades que concentran problemáticas asociadas a la violencia. Varias ciudades importantes de El Salvador, Guatemala, Honduras, México y Brasil se han convertido en los lugares más peligrosos del mundo. Diversas estadísticas señalan que, en 2012, casi medio millón de personas (437 000) perdieron la vida a causa de homicidios dolosos en todo el mundo. Más de una tercera parte de éstos (36%) tuvieron lugar en el continente americano (incluidos Estados Unidos y Canadá). De hecho, aproximadamente una de cada cinco personas víctimas de muertes violentas en todo el mundo, en el año 2012, fue de nacionalidad brasileña, colombiana o venezolana. Catorce de los veinte países más mortíferos en el mundo se encuentran en América Latina y el Caribe. Según la Oficina de Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito (onudd) y el Monitor de Homicidios, aproximadamente el 33% de los homicidios del mundo se producen en América Latina y el Caribe, que sólo concentra el 8% de la población mundial (UNODC, 2014; Igarape, 2015).

El impacto de la violencia en la sociedad y en la región es de gran alcance. Los estudios realizados hasta la fecha han documentado cómo la violencia erosiona el capital social y humano, al limitar el acceso a puestos de trabajo, la salud, la educación y la reducción de la confianza y la cooperación entre los miembros y organizaciones de la comunidad (Heinemann y Verner, 2006; Dammert y Malone, 2013). De hecho, algunos expertos han estimado que la acumulación neta de capital humano en América Latina y el Caribe se ha reducido a la mitad debido al aumento de la delincuencia y la violencia desde los años ochenta (Di Tella, Edwards y Schargrodsky, 2012).

Esta onda espiral de violencia en aumento está teniendo un impacto en la nueva prosperidad económica encontrada de la región. Según el Banco Mundial, el dolor y el trauma infligidos a las víctimas, como resultado de la violencia, cuesta a América Central hasta el 8% de su producto interno bruto (PIB) (The World Bank, 2011). El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) indica que la mayor inseguridad ha llevado a una disminución en el valor de las propiedades en México y Brasil (Agüero, 2013).

Si bien las cifras precisas pueden ser debatidas, es indiscutible el hecho de que la gente de la región considera la falta de seguridad como su preocupación número uno. De la misma forma, con mayor frecuencia los gobernantes, políticos y empresarios de la región están reconociendo la necesidad de luchar a brazo partido contra esta realidad y desarrollar medidas, acciones y respuestas eficaces.

En este sentido, ¿cómo detener este derramamiento de sangre en la región y poner fin al brote desmedido de violencia? Para ello, es esencial conocer lo que está causando el fenómeno y luego considerar las mejores opciones para su reducción, control y formas de mitigación de impactos.

Las explicaciones de por qué la violencia ha proliferado en la región varían. Algunos sostienen que se trata de una falla en el monopolio del Estado sobre el uso legítimo de la fuerza (Koonings y Kruijt, 2014). Otros hacen hincapié en los factores relacionados con el fracaso del estado de derecho, la exclusión social y la desigualdad (Leeds, 2007; Mendez, Pinheiro y O’Donnell, 1999). Unos más culpan al tráfico de narcóticos, los flujos ilícitos, la tentación del dinero fácil y la influencia negativa del crimen organizado y de las pandillas. El legado de una historia violenta también ocupa un lugar preponderante en la literatura, donde los patrones de represión y control de la población utilizados por diferentes actores en tiempos de conflicto armado continúan y se transforman en otras formas de violencia, incluyendo la de género y la criminalidad en tiempos de paz (Bourgois, 2001; Rodgers, 2009; Wilding, 2010).

Ya sea como resultado del colonialismo, las dictaduras militares, la guerra de guerrillas, la contrainsurgencia, purgas sociales, las drogas, el terrorismo, escuadrones de la muerte, el crimen organizado, la violencia doméstica, la violencia política o la violencia urbana, la historia de América Latina y el Caribe ha sido una de la violencia. De hecho, algunos expertos han ido tan lejos como para indicar que la violencia en América Latina y el Caribe se ha vuelto tan arraigada que se ha podido desarrollar, en cierto sentido, una “cultura de la violencia” (Boderner, Kurtenbach y Meschkat, 2001; Buvinic, Morrison y Orlando, 2005); Moser y McIlwaine, 2006). La diversidad en la naturaleza y la ubicación de la misma ha dado lugar a una vibrante comunidad académica e intelectual sobre estos temas en la región.

REDIMENSIONAR EL DEBATE SOBRE VIOLENCIA Y VULNERABILIDAD

En la actualidad, como concepto, la vulnerabilidad tiene connotaciones muy marcadas, aunque diferenciadas por los sujetos que la sufren y los riesgos específicos involucrados. A pesar de que no es un concepto tan común, su uso ha ganado importancia, sobre todo en el mundo académico de las ciencias y estudios sociales y de humanidades.3 Una definición estándar de la vulnerabilidad suele referirse a la disminución de la capacidad de un individuo o grupo para anticipar, sobrellevar, resistir y recuperarse del impacto de un peligro o condición natural o humana, así como para lograr el acceso a la justicia y el ejercicio de derechos sociales, económicos y culturales. El concepto es relativo, dinámico y se asocia con múltiples factores de riesgo tales como la pobreza, la inseguridad, el género, el origen étnico y la edad, entre otros factores.4 Abordar la vulnerabilidad significa, igualmente, pensar en un proceso dialéctico de comunicación de riesgos entre grupos de personas y situaciones (Malik, 2012).

El imaginario social vincula el concepto de vulnerabilidad con ausencias o insuficiencia de protección y hasta cierto punto también debilidad e inferioridad. Sin embargo, según la comprensión de los autores de este texto es un concepto que describe ciertas circunstancias de ciertas poblaciones en ciertos contextos (Hale, 1996; Malik, 2012), con una serie de condicionantes compartidos entre los cuales se encuentra la escasa disponibilidad de redes, recursos y capitales sociales —tanto propios como institucionales— en el acceso a derechos, independientemente de la fuente de riesgo o “vulnerabilidad” (Hale, 1996).

Las respuestas de las personas dependen también de la percepción que tengan de su situación de vulnerabilidad y la capacidad para lidiar con los riesgos que la acompañan. La conjugación de ambas dimensiones permitiría entender y anticipar tanto las situaciones como los comportamientos y, dar pistas para políticas públicas específicas mejor fundamentadas. Se permitiría, en resumen, conocer las variables objetivas y subjetivas de las formas de vulnerabilidad, los grupos particulares y los contextos. Ello no queda exento de controversias: pues en esta aproximación se parte de un supuesto negativo definido a través del riesgo y la exclusión y no a partir de la potencialidad de las capacidades o de la resiliencia de las comunidades y sociedades. Por lo anterior valdría la pena volver a preguntarse en cada situación concreta, ¿cómo se define aquí la vulnerabilidad y para qué fin se usa?

Un proceso de reflexión similar sucede con la violencia, concepto de uso común y recurrente en diversas esferas de la vida cotidiana y en los análisis sociales, incluidos los políticos y económicos. La proliferación de la literatura sobre la misma es relativamente reciente y más abundante que la de vulnerabilidad. A raíz de la Resolución WHA49.25 de 1996, de la Asamblea Mundial de Salud (1996), la violencia adquirió el carácter de categoría general circunscrita en mucho a la interpersonal, sin excluir otras manifestaciones, para hablar de una serie de consecuencias principalmente en las personas y comunidades. No obstante, estudios previos sobre los impactos de la guerra o la violencia en el hogar5 sirvieron de base para determinar una serie de similitudes entre dichos fenómenos sociales y diversas manifestaciones de violencia que después serían agrupadas en el concepto de la Organización Mundial de la Salud (OMS) (Krueg, Dahlberg y Mercy, 2003). Ya con un referente internacionalmente aceptado, las nuevas situaciones de emergencia (y urgencia) mundiales empujan a desafiar las concepciones generales para replantear sus alcances y limitaciones sobre su naturaleza, sus componentes, dimensiones o manifestaciones, y los impactos a través de los cuales puede ser entendida y atendida, pero también mitigada y prevenida.

El Informe Mundial sobre la Violencia y la Salud (Krueg et al., 2003) ha sido el documento hito para establecer las relaciones entre vulnerabilidad y violencia, al sentar las bases de los análisis epidemiológicos y desagregar sus orígenes a través de factores de riesgo. Con posterioridad y mucho más elaborado, el informe del Banco Mundial de 2011, el “World Development Report on Conflict, Security, and Development”, se enfocó en establecer las relaciones causales específicamente desde un punto de vista de desarrollo social.

Uno de los mensajes centrales de este informe señala que hay factores múltiples (tensiones) que aumentan el riesgo de la violencia, retomando así el marco desarrollado por la oms. Estos factores incluyen las dimensiones económicas, políticas, de la salud y de seguridad. Algunos son nacionales, tales como los bajos ingresos, el alto desempleo y las desigualdades. Otros externos, como las crisis económicas, el comercio internacional de drogas o los conflictos transfronterizos. Por último, el informe dejó en claro que también importan la fuerza y la integridad de las instituciones, tanto formales como informales, estatales y no estatales (World Bank, 2011b, pp. 73-95).

No obstante, la forma en que la violencia y la vulnerabilidad se comunican, entrelazan y refuerzan pareciera estar relacionada directamente con los adjetivos a través de las cuales se definan. Es decir, en términos generales sería difícil atribuir una relación causal, lineal y directamente proporcional entre ambos fenómenos, en primera instancia por el amplio espectro de circunstancias que pueden llegar a considerarse parte de las definiciones, pero también por la escasa evidencia al respecto. No obstante, existen las suficientes pistas para afirmar que determinadas formas de vulnerabilidad dinamizan —sean por las características de riesgo atribuidas a determinados grupos,6 territorios7 o modalidades8— manifestaciones específicas de violencia, a la vez que agravan, en cierto sentido, formas estructurales de vulnerabilidad.

Lo que se pretende tematizar en este libro no es solamente la vinculación entre vulnerabilidad y violencia, sino más específicamente la vulnerabilidad ante la violencia, es decir, en contextos violentos. Esto tampoco es suficiente para acercarse a la complejidad de las interacciones entre ambas.

El espectro de la vulnerabilidad puede abarcar diversas situaciones que van de la discriminación —sea por diferentes razones de entre las que se encuentran las generacionales, de género, clase social, etnicidad, racial, orientación sexual, capacidades diferentes, entre otras— a la exclusión. Se relaciona con inequidad y desigualdad social, económica, cultural, jurídica y política.9 Está vinculada con acceso limitado o no equitativo a recursos de diferente índole, incluidos los institucionales —más allá del sentido estricto de la institucionalidad pública, como la justicia— sean formales e informales, que incluyen la participación política, la educación, la salud y otras tantas dimensiones. Todo ello íntimamente ligado a derechos fundamentales y el acceso a los mismos, más allá de su mera existencia en las leyes y normas, lo que centra la atención en su materialización en la vida cotidiana de las personas.

Las poblaciones consideradas como vulnerables, por lo general, están expuestas no solamente a una de sus formas, sino a una multiplicidad de sus manifestaciones. En este sentido, la vulnerabilidad es una condición cuyos efectos pueden ser transgeneracionales y persistentes en sus múltiples dimensiones, como sugieren los análisis sobre pobreza, desigualdad y exclusión (OECD, 2008). Las diversas formas de discriminación, exclusión y violación a derechos se refuerzan mutuamente. Las diferentes y múltiples condiciones de vulnerabilidad y violencia están interconectadas (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, 2013). Si tomamos como referencia la inseguridad, violencia letal y la vinculada a delitos, se podría decir que la vulnerabilidad ante la violencia ha aumentado en varios de los países de América Latina y el Caribe, si bien en algunas regiones más que en otras, aunque no se trata de fenómenos homogéneos. Hay múltiples formas de vulnerabilidad, así como de violencia, que afectan a poblaciones diversas con impactos diferentes.

Sin embargo, a pesar de la vulnerabilidad por la que atraviesan diversas poblaciones ante las diferentes formas de violencia, no es posible afirmar que son actores pasivos sin visión e iniciativa política. Todo lo contrario, las personas y las comunidades son actores que buscan cambiar las condiciones de vulnerabilidad que viven. En esta línea, en vez de hablar de “población vulnerable” es preciso cambiar hacia “poblaciones en situación de vulnerabilidades”. No se trata de un cambio meramente gramatical sino de visibilización de la compleja realidad por la que poblaciones enteras atraviesan. Es en este sentido eje central del libro: las “poblaciones en situación de vulnerabilidad”.

La “situación de vulnerabilidad” es un fenómeno complejo para desentrañar la violencia y sus consecuencias. La relativamente sencilla clasificación dicotómica que nace del campo jurídico para indicar quiénes son víctimas y quiénes victimarios, es en la realidad una compleja gama de matices que en sí invita a descubrir factores que faciliten la generación de víctimas, pero también de victimarios, y donde ambas condiciones no necesariamente se excluyen mutuamente y, al contrario, llegan a conjugarse.

Es decir, en algunos casos aplican ambas categorías, cuando las personas son víctimas y victimarios a la vez; o cuando evolucionan de una categoría a otra, de víctima a victimario, o en sentido inverso.10 Sin embargo, no se trata de una relación causal, ni lineal, sino de una compleja interacción de factores. Un ejemplo para ilustrar lo anterior sería el caso de Centroamérica donde los jóvenes están sujetos a fuertes dinámicas de socialización, seducción e inducción a la violencia, sobre todo en el marco de las “maras”. En esos casos las dimensiones identitarias y psicosociales así como las construcciones de feminidad y masculinidad son elementos fundamentales, para comprender no sólo la violencia basada en género sino también las otras acciones de violencia en que se involucren.

Por otro lado, no sólo es fascinante observar que individuos que han sido expuestos a ciclos de violencia no los replican —como suele suceder en la mayoría de los casos—, sino también entender que son capaces de romper dichos ciclos de forma consciente (o inconsciente) e, incluso, convertirse en agentes pacificadores. Poco sabemos sobre estos “casos contra-fácticos”, sean masculinos o femeninos, aunque son mucho más comunes los de mujeres pacificadoras y sus estrategias de intervenir en conflictividad y violencia cuando afecta sobre todo a sus hijos, sus familias y su comunidad. Tampoco sabemos suficiente sobre el papel de mujeres como victimarios, o aliadas de victimarios.

No todos los individuos o comunidades son vulnerables, en la misma medida, a determinados tipos de violencia, ni siquiera si las circunstancias son parecidas, como en el caso de los niveles de pobreza. Esto quiere decir que las situaciones de vulnerabilidad social, no necesariamente se traducen en violencia o delito.

Lamentablemente, predomina una simplificación de las conexiones y complejidades en la opinión pública y en la política, que es particularmente grave si tales simplificaciones influyen en el diseño de políticas públicas. Tomemos un ejemplo. La economía política de la violencia en zonas transfronterizas es muy diferente de aquélla en ciudades capital, aunque las vulnerabilidades socioeconómicas de las poblaciones en ambos espacios geográficos presentan características muy semejantes. De la misma forma existe una tendencia hacia respuestas tecnócratas, en aras de poder demostrar resultados rápidos a problemáticas profundas, muchas de ellas copiando modelos de intervención que (supuestamente) han funcionado en otros contextos. Estas estrategias no solamente no producen ningún cambio, sino que en ocasiones son contraproducentes y causan más daños a la gente que beneficios.11 Un componente aún ausente en estas estrategias es el conocimiento profundo de los contextos específicos y, sobre todo, de la dimensión humana. El ser humano con su agencia es reducido a categorías como “víctimas”, “victimario”, “pobre”, “joven”, “mujer”, “habitante de X barrio marginado”, y así sucesivamente. No se reconocen aún, salvo honrosas excepciones, las limitaciones de intervenciones superficiales que no captan las complejidades y que operan en función de imaginarios sociales ajenos a las especificidades locales.

Las políticas públicas, de manera muy recurrente, utilizan estrategias que van por diferentes caminos, unas para reducir las vulnerabilidades, por ejemplo en forma de reducción de la pobreza o promoción del desarrollo en algunos de sus matices, y otras para enfrentar “la violencia”. La necesidad de reducir también la vulnerabilidad a la violencia no ha sido suficientemente reconocida y en general ha existido poca capacidad o voluntad política para lograr un cambio real. Las políticas de prevención de violencia deben ser focalizadas, temporales y con objetivos específicos, adicionales pero articuladas a una política social. Es más, sin duda las políticas públicas respectivas deben inscribirse en una lógica de acceso igualitario a los derechos humanos.

Las políticas públicas, tradicionalmente sectoriales, son típicamente fragmentadas, tratando los problemas de forma aislada y no integral, lo que con frecuencia crea duplicidad de esfuerzos y desperdicio de recursos (CAF, s/a). Pero las personas no tienen una visión “compartimentada” de la seguridad como parece tenerla el Estado, sobre todo en contextos donde el debilitamiento y la erosión de la institucionalidad se profundizan a costa de los más excluidos. En muchos de esos contextos, las estrategias de intervención gubernamental ante problemas de violencia llegan a ser profundamente antidemocráticas (Buchanan, DeAngelo, Ma y Taylor, 2012). Los procesos democráticos profundos y sustentables no pueden dejar de lado a las poblaciones en situación de vulnerabilidad ante, y por, la violencia.

Para la gente, la concepción de seguridad forma parte de su cotidianidad y se vuelve mucho más amplia e integral, vinculada al ejercicio de sus derechos y las expectativas sobre sus necesidades básicas como son salud, educación, vivienda, empleo, justicia, medio ambiente, y demás, acercándose más al concepto de seguridad humana. La vulnerabilidad ante la violencia, inseguridad y criminalidad no es un tema aislado, ni atomizado. Típicamente forma parte de un conjunto de vulnerabilidades con intersecciones entre sí que contribuyen a su mutua profundización. Estas conexiones a veces son obvias y otras tantas son más opacas. Por ejemplo, ¿es una comunidad más vulnerable a la inseguridad pública si hay niveles de educación más baja en ella? ¿Qué relación existe con la calidad de infraestructura, el nivel de la humanización del urbanismo (urbanismo social), la conflictividad general de un país o de cierta región? ¿Cuál es el impacto de estas variables? ¿Por qué en algunos contextos donde tenemos condiciones de exclusión social semejantes hay diferentes niveles de violencia? ¿Cuál es el factor de capital social —“positivo” o “negativo”— con todos sus matices entre estos dos polos? Este libro tiene como objetivo indagar por varias de estas preguntas.