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Educar con amor y firmeza

Silvana Tiani Brunelli

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NARCEA, S.A. DE EDICIONES

MADRID

© NARCEA, S.A. DE EDICIONES, 2017

© Podresca Edizioni. Italia

Traducción: Sara Alcina Zayas

ISBN papel: 978-84-277-2358-0

Todos los derechos reservados

Índice

PRÓLOGO Renata Capria D’Aronco

INTRODUCCIÓN

1. Qué necesita realmente la educación de hoy

El valor de la educación

Entre la rigidez y la permisividad

Educación y socialización

Cómo puede evolucionar y progresar la educación

2. Una relación sincera basada en la colaboración

Amor y firmeza a la vez

El reconocimiento del individuo

La educación se produce en la relación

Las habilidades de relación

3. La habilidad de educar con amor y firmeza

Usar la mínima fuerza necesaria

No dar apelativos negativos

No temer las reacciones

Dar indicaciones claras y directas

4. La experiencia del límite

Qué es el límite

Superar los límites

Enfrentar los límites es descubrir cómo funciona la vida

Qué sucede cuando se experimenta el límite

5. Vivir correctamente la experiencia del límite

Reconocer, comprender, aceptar y respetar el límite

Respetar los límites hace a la persona segura y fuerte

Modo de poner los límites

6. Educar sin estímulos dolorosos

Consecuencias del estímulo doloroso

Educar motivando

Prevenir las dificultades

Cuando falta el amor y cuando falta la firmeza

7. El ciclo del aprendizaje

Un viaje a la conquista del conocimiento

Las etapas del aprendizaje: aciertos y errores

Algunas estrategias importantes

8. La disciplina como habilidad

Por qué no gusta hablar de disciplina

Comportamiento y voluntad

Aprender a desear

Cómo educar la voluntad

9. Para educar mejor antes necesitamos mejorar

Cuando el educador está motivado para mejorar

Cómo se produce el desarrollo de las habilidades

Aprender del error y de las dificultades

10. Un viaje a lo más bello de la persona

Educar con habilidades de relación

Favorecer la madurez y el éxito de la persona

Descubrir la belleza de cada persona

Prólogo

La UNESCO, nacida en 1946 como Organización Internacional especializada de la ONU “con el propósito común de promover la paz a través de la cooperación intelectual”, opera en los campos a los que se refieren sus siglas: educación, ciencia, cultura, ciencias sociales, comunicación...

El Club UNESCO de Udine (Italia), intérprete –junto a otros cincuenta mil clubes y centros activos en los cinco continentes– de las finalidades de la organización mundial, se orienta a alcanzar sus fines estatutarios, siendo testimonio en primera línea del esfuerzo por la paz y por los derechos, en sintonía con las agencias de las Naciones Unidas, con los organismos internacionales y nacionales, estatales y no estatales y con las asociaciones de la sociedad civil.

Esta obra Educar con amor y firmeza de la Dra. Silvana Tiana Brunelli, miembro del Club UNESCO de Udine, presenta unos conocimientos útiles para elevar la calidad de la educación y la belleza de la experiencia humana. Recoge los temas que ofrece la autora –una psicóloga muy experimentada– en los cursos que imparte bajo el título: “El arte de educar”. Dichos cursos han obtenido un óptimo éxito con la actuación “sobre el terreno” de sus participantes, dedicados a poner en práctica la investigaciónacción que atañe a educar con amor y firmeza, algo que tanto docentes como educadores en general, deberían asumir con entusiasmo y convicción.

El proyecto contribuye a la edificación de la paz con el lenguaje universal de la narrativa, una elevada forma de comunicación que tiende “al Bien, a lo Bello, a lo Verdadero”. El proyecto, por lo tanto, está decididamente en sintonía con los ideales y las líneas programáticas del Club UNESCO de Udine.

El mensaje de paz de esta iniciativa y de este libro, en virtud de la encomiable dedicación e indiscutible profesionalidad de Silvana Tiani Brunelli (junto con las asociaciones culturales que dirige) a quien expresamos nuestro más vivo reconocimiento, interpreta bien los elevados valores que el corazón de todo hombre y toda mujer considera como derechos y deberes humanos fundamentales.

RENATA CAPRIA D’ARONCO
PRESIDENTA
CLUB UNESCO DE UDINE

Introducción

Este libro, centrado en el tema de cómo educar con amor y firmeza, propone una innovadora visión conceptual y el desarrollo de las habilidades personales, en pro de un auténtico aumento de la calidad de la educación.

Educar así, con amor y firmeza, significa perseguir un objetivo educativo (es decir, actuar con el fin de que el niño aprenda) usando nuestras habilidades de relación y ofreciendo una experiencia constructiva y positiva desde el punto de vista humano. De este modo, al final del ciclo de aprendizaje, el adulto estará feliz de haber enseñado y el menor se sentirá contento de haber aprendido.

Educar con amor y firmeza no es una técnica, sino más bien una habilidad humana que se desarrolla a través de nuestras decisiones, reafirmándolas paso a paso, mientras interaccionamos con las diversas situaciones de la vida. No habiendo recibido este tipo de formación, es difícil ofrecerla, pero es sin duda posible mejorar; y toda conquista, sea del tipo que sea, aun cuando sea pequeña, adquiere un gran significado.

Los temas expuestos aquí no pretenden decirle al educador “qué hacer”, sino ofrecer instrumentos para hacer que aumenten sus habilidades personales. Logrando una nueva madurez de base y perfeccionando las capacidades comunicativas y relacionales, las respuestas específicas surgirán por sí mismas. Me he dedicado durante mucho tiempo a este libro y he descubierto que escribir sobre educación es una tarea extremadamente delicada. Por un lado, es verdad que cada educador lo hace lo mejor posible, pero junto a ello, existe la necesidad de mejorar. Mantener el equilibrio entre estas dos verdades es central para producir una literatura sobre educación que sea útil y estimulante. Hablar de un aumento en la calidad de la enseñanza resulta eficaz cuando se mantiene la estima y el respeto por todo educador y al mismo tiempo se ofrece la ocasión de cuestionarse, de abandonar maneras de ser superadas, y de encontrar la valentía de cambiar.

Tras numerosos intentos, al final he intuido el camino adecuado: hablar de la educación con optimismo, con respeto y comprensión sincera, consciente de la libertad de elección de cada uno, de lo precioso que es todo intento de mejora, y reconociendo que la calidad de la educación puede crecer solo a través de una auténtica madurez de las personas.

La investigación en torno al tema de educar con amor y firmeza, aun basándose en un preciso itinerario conceptual, debe su vitalidad a cientos de padres y maestros que la han comprendido y que tratan honestamente de aplicarla. Los conceptos expuestos en el libro han ido madurando durante cerca de treinta años de trabajo de campo, mediante una observación atenta de situaciones reales, presentes en las familias y en las escuelas, a través de una reflexión conjunta entre padres y educadores, y mediante numerosos proyectos aplicados para dar respuesta a las exigencias educativas.

Por ello, un sentido agradecimiento a todos los participantes de los cursos “El arte de educar” que, con la fuerza que les otorga el ser pioneros de un nuevo compromiso con la educación, me han inspirado y apoyado en la redacción de este libro. Deseo expresar mi agradecimiento a las personas y entidades que sostienen la investigación en torno a este tema, los cuales permiten que se desarrolle, y que sea accesible a un número cada vez mayor de educadores.

Concluyo con el deseo sincero de que la educación pueda ser mejor en beneficio de los niños y jóvenes. Ambos, ciertamente, se merecen nuevas oportunidades de crecimiento.

Capítulo 1

Qué necesita realmente
la educación de hoy

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¿ Algo bonito de mí?
Que soy alegre
y me gusta experimentar
.

CLARA ELENA

EL VALOR DE LA EDUCACIÓN

La educación tiene un inmenso valor en tanto que determina, en notable medida, la personalidad humana y, en consecuencia, la vida misma del individuo. La mayor parte de las personas viven en base a la educación recibida, o bien luchan contra esos esquemas y nociones aprendidas; pero, también en ese caso, es la formación de la personalidad la que determina el modo en que se interpretan las experiencias.

La educación es importante para el niño, para el adolescente o para el joven, porque modela su manera de ser y de interactuar con la vida. Pero es importante también para quien la ofrece, porque es una de las expresiones prioritarias de uno mismo en la existencia. Es una de las responsabilidades más grandes y más bellas, un desafío continuo en tanto que nos pide que demos, como educadores, más de lo que creemos tener y poder dar.

Estas características presentes en la naturaleza de la educación le confieren una nobleza y una primacía que la ha cen absolutamente especial. La educación merece por ello la atención de todos y los mejores recursos porque, precisamente a través de ella, podemos recoger los logros más gratificantes.

Pero, ¿qué necesita realmente la educación de hoy? Por encima de todo: ser vivida en su inmensa preciosidad.

ENTRE LA RIGIDEZ Y LA PERMISIVIDAD

En el antiguo Egipto, en la antigua Grecia y en la civilización romana la educación era muy importante y se impartía a las jóvenes generaciones usando con frecuencia castigos para hacer que el proceso de aprendizaje fuera más incisivo. Los castigos corporales eran legítimos porque se consideraban útiles para los fines del estudio. El mecanismo se mantuvo, con modestas variantes, durante muchas generaciones.

Desde la antigüedad, y hasta avanzado el siglo xx, el castigo se usó sistemáticamente como método para educar y dicho modelo fue, de hecho, reconocido universalmente. Se consideraba, y algunos son aún de esta opinión, que el estímulo físico era indispensable para que los niños aprendieran. El educador convencido de esto actuaba con coerción física o moral; tanto es así que a los primeros años de enseñanza se les llama en Italia “scuola dell’obbligo” [escuela obligatoria]. En efecto, estamos acostumbrados a esta definición y no le prestamos atención, pero ¿por qué no llamarla “la escuela del conocimiento”? ¡Suena mucho mejor!

En la segunda mitad del siglo XX los jóvenes se rebelaron ante las obligaciones, hecho que empujó a los educadores a buscar una alternativa educativa para las nuevas generaciones. Se empezó así a dar mayor importancia a la expresión de uno mismo, al respeto del niño y de sus exigencias.

Sin embargo, los métodos educativos eran aún inmaduros y entonces se cayó en lo opuesto: una educación excesivamente permisiva que enseguida mostró sus defectos. Hijos que no seguían las indicaciones de sus padres, personalidades débiles e ineptas, sustancialmente incapaces, etc. Para remediar dichos efectos se intentó eliminar el estímulo físico doloroso (el castigo corporal), pero se siguió recurriendo aún a un estímulo psicológico doloroso (el castigo moral, por ejemplo: el juicio negativo, la amenaza, el chantaje, la intimidación, la inducción de la sensación de culpa, la manipulación).

En resumen, en la cultura occidental la educación experimentó primero la rigidez y después la permisividad. La característica de dicha oscilación consiste en que ni una ni otra postura resultan adecuadas. De hecho, cuando nos situamos en un extremo, al principio gozamos de las ventajas de dicha modalidad, pero, aun así, cuando emergen sus consecuencias negativas, deseamos abandonarla lo antes posible. Vamos así al opuesto, y también aquí al principio nos alegramos de sus beneficios, pero, tras un cierto tiempo, asoman inevitablemente sus lamentables efectos. Entonces deseamos volver al extremo precedente...; y la oscilación se perpetúa sindar nunca una gratificación plena.

Cuando el
educador es rígido,
el niño aprende,
pero raramente
siente placer y
amor. Cuando
el educador es
débil, el niño está
contento, pero
aprende poco.

Existe un aspecto positivo y otro contraproducente en ambos extremos: por un lado, es correcto que el niño aprenda, pero no conviene que sea infeliz; por otro lado, es bueno que el niño esté contento, pero es inadecuado que no aprenda. Estos son los dos opuestos a los que se hace referencia y que se alternan cíclicamente. La solución, ya se ha experimentado, no reside en ninguno de los extremos. Es verdad que la oscilación puede causar un leve progreso, ya que toda experiencia enseña y produce una forma de madurez. Se puede producir también un cierto alejamiento de los extremismos y, por consiguiente, un mejor equilibrio, pero este modelo siempre tendrá un defecto congénito.

Esta oscilación entre acciones educativas rígidas –que hieren– y acciones educativas débiles –que son excesivamente permisivas– puede observarse en ciclos microscópicos (por ejemplo, el modo de actuar de una familia a lo largo de un día) y en ciclos macroscópicos (por ejemplo, una tendencia cultural en el arco de un siglo).

De hecho, la solución óptima reside en otro lugar. Se puede abandonar definitivamente la oscilación, y madurar la capacidad de educar con amor y firmeza. Se puede enseñar con una relación óptima, ofreciendo al mismo tiempo una experiencia humana positiva. Se trata de una habilidad de relación en la que el educador mantiene constantemente un contacto amoroso con el niño, un intercambio hecho de comprensión y de aceptación, en cuyo interior los elementos educativos (indicaciones, límites, demandas, sugerencias, explicaciones...) se presentan de manera clara y firme.

El acto de educar
no eclipsa el
amor presente
en la relación. El
amor no limita la
responsabilidad de
enseñar.

Por tanto, ¿de qué tiene necesidad verdaderamente la educación hoy en día? De superar la dicotomía, el conflic-to y la oscilación entre rigidez y permisividad, madurando el equilibrio entre una educación amorosa y firme al mismo tiempo. De este modo, ofreciendo experiencias positivas, se obtendrán resultados educativos dentro de una relación humana afectuosa.

EDUCACIÓN Y SOCIALIZACIÓN

La vida rural al principio del siglo XX estaba caracterizada por la familia extensa; por ello la tarea educativa les competía de un modo bastante genérico a los padres, a los abuelos y a los parientes próximos. Tras la segunda guerra mundial, la difusión y el desarrollo de las industrias cambia radicalmente el tejido social, la familia extensa se reduce rápidamente, nacen las escuelas y la necesidad de impartir una educación basada en la socialización, es decir, en la capacidad de vivir junto a otras muchas personas que, al principio, resultan extrañas.

La exigencia de socialización ha surgido de manera repentina y preponderante como consecuencia del cambio económico y social acontecido en los últimos años. La responsabilidad de educar, antes atribuida a la familia, ha pasado a la institución pública. Las metas y las finalidades de la educación se han transformado profundamente. Las guarderías y las escuelas permiten trabajar a ambos progenitores y requieren que los niños, desde la más tierna infancia, acepten y sigan las reglas sociales.

El objetivo principal es que los niños aprendan lo antes posible a gestionarse de forma autónoma en un contexto social, sin la presencia y la intervención de los padres. Se han invertido muchos esfuerzos para este objetivo; y aunque se ha realizado en cierta medida, ahora empieza a mostrar signos de agotamiento. De hecho, por mucho que padres y educadores intenten socializar a los niños, este modelo educativo, tras un cierto tiempo, resulta limitante.

Los maestros no pueden centrarse exclusivamente en socializar a los alumnos, es decir, hacer que sean autónomos en el contexto social circundante; puede pasar que estén bien “integrados” y sin embargo no sean educados.

Para la educación
se abre un nuevo
desafío y también
un nuevo ámbito
de competencia:
ocuparse de la
emancipación de
cada individuo y
de sus habilidades.

Un joven, aunque esté bien socializado, puede ser rebelde, puede ser autodestructivo o puede asumir comportamientos antisociales. Por ello la socialización no es capaz de satisfacer todas las exigencias y las finalidades de la educación y, llegados a cierto punto se rebela insuficiente, o incluso en algunos contextos, contraproducente.

¿Qué necesita realmente la educación de hoy? Superar la exigencias de la socialización y operar en pro de una auténtica emancipación del individuo y de sus habilidades: capacidad de comunicación, expresión de uno mismo, autorrealización, habilidad de interaccionar correctamente con los demás, participar en la vida social de manera constructiva y tantas otras.

La educación es un punto de encuentro muy especial entre el mundo de lo personal, de lo privado, de lo íntimo y del universo de lo social, del bien común y de las instituciones públicas.

Cuando los padres educan a su hijo, su acción está determinada tanto por factores personales como por factores culturales. Es fundamental distinguir estos dos aspectos y vivirlos de un modo correcto para no menoscabar uno u otro.

Cuando la acción educativa es correcta y equilibrada produce bienestar y enriquece, tanto en el plano personal como en el colectivo. Al individuo respetado en su unicidad le parece justo contribuir a la riqueza de la colectividad.

Un contexto social sostenido por individuos maduros, permite respetar en mayor medida al individuo. La ventaja es por tanto personal y social al mismo tiempo. En cambio, en el contexto en el que se daña al individuo en su integridad física o moral, este dolor revierte en el contexto social.

Para educar de manera armoniosa y completa es importante que el educador distinga entre: las acciones educativas que son útiles para que el individuo aprenda a vivir correctamente (madurez personal); y las acciones educativas necesarias para aprender a vivir en la sociedad de pertenencia (socialización). La madurez personal y la socialización son acciones que conviven y que son indispensables, pero deben considerarse distintas y de la misma importancia; es decir, una no debe abusar de la otra y, es más, una no debe menoscabar a la otra. Es importante que se alineen y se sostengan de manera recíproca.

Las acciones educativas dirigidas al individuo con el fin de que aprenda a vivir correctamente no deben mezclarse ni confundirse con las acciones necesarias para la socialización. Se trata de dos cuestiones diferentes. Cada una de ellas necesita de unas modalidades educativas que se adecúen a perseguir su propio y específico objetivo.

Otro aspecto necesario en la educación actual es que los educadores sean claros con los niños respecto a qué se requiere para aprender a vivir bien y para lograr la madurez personal, y qué es lo necesario para estar integrado de una manera adecuada en la sociedad de pertenencia.

La sociedad en la que vivimos es muy compleja y se ve animada por una vertiginosa transformación científica, tecnológica, económica y social; todo esto requiere una