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Tolerancia

Sobre el fanatismo, la libertad
y la comunicación entre culturas

Miguel Giusti
Coordinador

Miguel Giusti (coordinor) realizó estudios de filosofía en el Perú, Italia, Francia y Alemania, donde se doctoró en la Universidad de Tubinga con una tesis sobre la filosofía política de Hegel. Dicha tesis, publicada en 1987, desarrolla la sistemática significancia del concepto de Sitte. Giusti también se involucró en otros temas de filosofía política, siguiendo el trabajo de John Rawls.

Actualmente, es profesor principal de la Pontificia Universidad Católica del Perú, en donde ejerce las funciones de director del Centro de Estudios Filosóficos, director ejecutivo del Instituto de Democracia y Derechos Humanos y editor responsable de la revista Areté. Desde 2004, es Presidente de la Sociedad Interamericana de Filosofía.

Tolerancia. Sobre el fanatismo, la libertad y la comunicación entre culturas

Centro de Estudios Filosóficos

© Centro de Estudios Filosóficos, 2015

De esta edición:

© Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 2015

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ISBN: 978-612-317-097-4

Introducción

Charlie Hebdo y la tolerancia

El espectacular atentado contra la sede del semanario satírico francés Charlie Hebdo en el mes de enero de 2015 provocó una reacción no menos espectacular de solidaridad con las víctimas y de defensa de la libertad en el mundo entero. No era, en realidad, para menos. Lo que se vio en tiempo real, gran parte a través de las cámaras públicas de televisión, fue la ejecución sumaria y despiadada de la mayoría de miembros de la redacción, todos ellos desarmados. Esta ejecución se llevó a cabo con premeditación, como venganza por la persistencia del semanario en publicar caricaturas supuestamente ofensivas de las creencias religiosas. En nombre de principios fundamentalistas, los autores del crimen se sintieron autorizados a responder con ráfagas de metralleta a las palabras o las viñetas de los redactores del semanario. Creyeron firmemente que era lícito matar a otras personas por las cosas que habían escrito o dibujado.

La reacción inmediata fue espectacular, en su claridad y su amplitud, no solo en Francia sino en la gran mayoría de los países del mundo (con excepción, claro está, de algunos en los que más bien el atentado fue celebrado). Esa reacción se condensó en un lema muy simple, pero cargado de sentido: Yo soy Charlie. Se expresaba así una enfática identificación con las víctimas y con su oficio de escribir libremente y se reforzaba al mismo tiempo la convicción de que en ese enfrentamiento entre la palabra y la violencia, la propia manifestación a favor de las víctimas era al mismo tiempo una defensa de la cultura de la palabra contra la cultura de la violencia.

El lema no dejaba mucho espacio para los matices, pero fue, por lo dicho, acertado, oportuno y lúcido. Llamaron por eso mucho la atención algunos comentarios desafortunados que, en la hora misma del duelo, aun solidarizándose en líneas generales con el repudio del crimen, sembraban la sospecha de que los propios periodistas podrían haber contribuido a generar la reacción enfurecida de los criminales, al persistir en la publicación de caricaturas ofensivas de sus creencias religiosas. Era en realidad una forma irresponsable de legitimar indirectamente el atentado (de ponerse del lado de los victimarios) o, al menos, de sostener que de una u otra manera las víctimas habrían recibido su merecido.

Se sostuvo, en esa primera hora, que la identificación con Charlie tenía por finalidad defender la libertad de expresión. Y se dijo también que el desenfado del que hacía gala el semanario formaba parte de una tradición satírica antigua y arraigada en la historia de la república francesa. Ambas cosas son ciertas, sin duda, pero lo son en la medida en que son muy generales, exentas igualmente de matices. Sin embargo, lo más impactante del atentado es, quizás, que se perpetró contra la libre expresión no simplemente de las opiniones sino del humor. Porque el humor es acaso la forma más aguda, o la más extrema, del sentido de la libertad de expresión. A través de él se toma distancia de la rigidez de las creencias y se reconoce implícitamente la relatividad de las visiones del mundo con el objeto de dejar que prevalezca la libertad y el valor de los individuos que las conciben. Solo es libre quien es capaz de verse a sí mismo con ironía, quien tiene la sabiduría de reconocer su finitud y su ignorancia y, por ende, quien adquiere la convicción de que los seres humanos solemos ser víctimas de diversas formas de fetichismo. Es por eso precisamente que el fundamentalismo, en todas sus variantes, está esencialmente reñido con el humor. Tiene sin duda algo de grotesco además de profundamente revelador que el atentado se haya dirigido contra un grupo de dibujantes humoristas que se dedicaban a caricaturizar las ideas dogmáticas o las ideologías absolutas no solo las religiosas por la facilidad con la que ellas incurren en contradicciones performativas. Porque también eso habría que decir sobre el humor satírico del semanario: que no se orientaba contra cualquiera o por cualquier razón, sino que apuntaba siempre a las posiciones intransigentes o a las incongruencias de quienes, al amparo de verdades políticas, económicas o religiosas, no tienen reparos en reprimir las libertades de los individuos.

Que el humor pueda ser ofensivo, como suele reprochársele a Charlie Hebdo, no es algo tan evidente como podría parecer a primera vista, no solo porque determinar el carácter ofensivo de los dibujos tiene un alto grado de subjetivismo sino además porque las personas pueden atribuir un carácter sagrado (no susceptible de ofensas) a muchas materias diferentes entre sí, lo que ampliaría enormemente el conjunto de las ofensas posibles. Es cierto, sin duda, que el humor, como cualquier otra forma de expresión, no debe denigrar a las personas ni a los colectivos, ni menos hacer mofa de sus rasgos étnicos o sus condiciones de identidad, porque eso equivaldría a minar el valor fundamental que legitima el uso mismo del humor: el respeto de la libertad de todos los individuos. En el Perú tenemos muchos ejemplos de humor indebido, que se burla de las personas por su raza, su lengua, su condición de género, su procedencia social. Pero para eso existen en las sociedades democráticas procedimientos que permiten regular de manera consensuada la propia libertad de expresión, excluyendo por principio el uso de la fuerza o el tomar la justicia por las propias manos, sean cuales fueren las ofensas expresadas.

No obstante, la masiva solidaridad con las víctimas del atentado tuvo una corta duración. Esto también era de esperarse, no solo porque la composición de la alianza a favor de Charlie fue sorprendente y excesivamente amplia e incluyó a varios políticos o ideólogos que intentaban sacar partido de su participación, sino sobre todo porque la reacción emocional inmediata dio paso a la aparición de matices y al análisis de los numerosos factores que estaban en juego en el epidérmico escenario del atentado. Los propios periodistas que sobrevivieron expresaron su desconcierto ya en el primer número que se publicó luego de la tragedia y buscaron un difícil equilibrio, siempre con humor, entre agradecer por las muestras de solidaridad y desmarcarse del aprovechamiento que pretendían hacer algunos políticos, enemigos naturales de la causa del semanario. Y ha seguido luego una avalancha de pronunciamientos y análisis de parte de un gran número de intelectuales y pensadores del mundo entero con la intención, o bien de interrogarse sobre alguna de las dimensiones del problema suscitado por el atentado, o bien de ofrecer una interpretación global que enmarque el episodio sangriento en el escenario político contemporáneo de más largo alcance. Mario Vargas Llosa comentó en un artículo el sorprendente «retorno de las ideas» que este acontecimiento ha traído consigo.

Las motivaciones religiosas de los terroristas, ¿tienen una vinculación esencial con la religión musulmana de la que se reclaman? ¿No desembocará la reacción solidaria a favor de los periodistas en un recrudecimiento de la islamofobia en Europa? ¿No habrá más bien en buena parte del pensamiento occidental ilustrado un excesivo temor a dicha islamofobia, un temor que le impide reconocer o admitir el peligro de la radicalización de los terroristas religiosos? ¿Cuáles son las causas del notorio incremento del fanatismo entre los miembros del Islam? ¿No puede decirse que la violencia desatada por los fundamentalistas es una reacción ante una violencia estructural ejercida por el capitalismo occidental desde hace centurias? ¿Estamos acaso ante un proceso de deterioro creciente de las relaciones de convivencia entre las culturas? ¿Es posible aún aspirar a una coexistencia pacífica entre modelos de civilización con sustratos religiosos diversos? La caldera de las preguntas y de las ideas se halla en continua ebullición. Basta echar un vistazo a las redes sociales para constatar cuán prolífica es la discusión y cuántos autores añaden ingredientes o participan a su manera en la cocción de las ideas.

Tras la gran mayoría de estos análisis se anuncia cautelosamente, una vez más, la cuestión de la tolerancia. La tolerancia, esta palabra de apariencia tan modesta, que ha mantenido ocupada a la cultura occidental durante ya cientos de años, que con frecuencia ha sido desdeñada por ofrecer al parecer muy poco, fue acuñada para darle nombre a una virtud pública cuya ausencia y cuya urgencia resultan hoy, a la luz de los acontecimientos recientes, la prueba más contundente de su necesidad. El contexto histórico en el que surgió, allá por el siglo XVII, tiene más de un parentesco con la situación contemporánea, porque Europa se encontraba entonces en un conflicto sangriento entre confesiones religiosas que correspondían en buena medida a cosmovisiones distintas. No es irrelevante, por cierto, que todas esas confesiones fueran entonces cristianas, porque nos hace ver en perspectiva que todas las tradiciones religiosas viven una historia compleja, así como un proceso de evolución moral. El caso es que el concepto de tolerancia hizo su aparición en el debate teórico de la ciencia política con la pretensión de ofrecer un sistema mínimo de reglas de convivencia que comprometiese a sus adherentes a respetar las creencias religiosas o culturales de cada quien y asegurase la coexistencia pacífica entre todos. Para ello, naturalmente, había que cambiar el registro de lo que se llama «verdad» y obligar al reconocimiento de que todo ser humano merece el derecho de pensar libremente y de buscar la verdad, restando la legitimidad a cualquier pretensión de imponer por la fuerza las creencias de unos sobre las de otros.

Como vemos, pues, los problemas de violencia política, religiosa e intercultural que suscitaron en el siglo XVII la reflexión sobre la necesidad de la tolerancia no han desaparecido, más bien han recrudecido o reaparecen con nuevos ropajes en el contexto de una sociedad globalizada y tecnológica. Si ya en el momento de su surgimiento era claro que los defensores de la tolerancia debían esforzarse por presentarla como una virtud capaz de responder a una serie compleja de cuestiones y de atender a otras tantas reivindicaciones que se daban por legítimas, ahora, en la situación creada después del atentado contra Charlie Hebdo, la complejidad de los problemas aparece con mayor intensidad y se muestra también en toda su crudeza la urgencia de reactualizar el valor de la tolerancia.

Con el ánimo de contribuir a enriquecer el debate sobre la situación creada en el mundo con ocasión del atentado que venimos comentando, con el deseo de participar y hacer partícipes a otros del «retorno de las ideas» generado en el mundo entero, la Pontificia Universidad Católica del Perú pone a disposición de los lectores un conjunto de ensayos sobre la cuestión de la tolerancia. En ellos se actualiza la discusión sobre los aspectos más importantes del enfrentamiento entre religiones o culturas, la relevancia de la libertad, las formas de discriminación que dan lugar a relaciones de intolerancia, la violencia política, la cuestión de la laicidad, la tolerancia y la memoria. Los autores de estos ensayos son filósofos destacados, del Perú y el extranjero, que participaron en un importante congreso internacional dedicado enteramente al tema de la tolerancia en el campus de la PUCP hace ya algunos años. Las actas de aquel congreso fueron publicadas en cinco volúmenes, y lo que aquí ofrecemos es una selección de aquellos trabajos en una versión especialmente preparada para iluminar el análisis de la controversia de mayor actualidad.

El Centro de Estudios Filosóficos de la PUCP desea así prestar una contribución al enriquecimiento del debate de las ideas y acaso, con más optimismo, también a la instauración de relaciones de mayor justicia y tolerancia en nuestras sociedades.

Miguel Giusti,
Director del Centro de Estudios Filosóficos,
Coordinador de la edición