Créditos

Título original: The polyglots

Primera edición en Abril de 2015

© William Gerhardie, 1925

Copyright de la traducción © Martín Schifino, 2014

Copyright de la presente edición © Editorial Impedimenta, 2014

http://www.impedimenta.es

ISBN: 978-84-15979-86-9

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Los políglotas

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William Gerhardie

Traducción del inglés e introducción a cargo de

Martín Schifino

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Introducción

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El predecesor semisecreto

por Martin Schifino

William Gerhardie, como notó hace años Frank Kermode, es un autor rescatado periódicamente del casi-olvido, un semisecreto que, desde que dejó de publicar novelas en los años treinta, reaparece con cada generación. En el mundo de habla inglesa, el rescate más reciente ocurrió en la última década de manera bastante azarosa. El puntapié inicial lo dio la pequeña editorial Prion a principios de los años 2000, al reeditar en su colección «lost treasures» las novelas Doom y The Polyglots, ambas prologadas por autores de renombre: William Boyd y Michael Holroyd, quien ya había roto una lanza por Gerhardie en los años setenta, presentando uno de los libros de memorias del autor. En los 2000, la prensa amplificó sus opiniones y las de Boyd, hubo buenas reseñas y se creó un tímido boca a oreja. Eso le valió a Gerhardie unos cuantos lectores entusiastas, pero además la voz siguió corriéndose entre editores, como demuestra el hecho de que, pocos años más tarde, Melville House y Faber & Faber, una de cada lado del Atlántico, se sumaran a la republicación de las novelas.

En Estados Unidos, la primera ha publicado solo las dos más célebres (Futility y The Polyglots), mientras que, en Gran Bretaña, Faber ha recuperado todos los libros de Gerhardie, e incluso la biografía del autor escrita por Dido Davis, en la colección Faber Finds, o «hallazgos de Faber», lo que dice bastante sobre dónde se sigue situando al autor. Sería arriesgado afirmar que, esta vez, el rescate llegará a canonización, pero sin duda Gerhardie está en uno de sus mejores momentos. Si algo falta, es que la BBC adapte una de sus novelas, como lo hizo en la última década con obras algo olvidadas de Anthony Powell y Patrick Hamilton, cuya visibilidad aumentó de inmediato, dando lugar a reediciones y traducciones.

Pero la visibilidad no necesariamente tiene que ver con la calidad. Lo que más sorprende de Gerhardie no es la manera en que se lo rescata sino el hecho de que se lo olvide, en vista de la importancia que tuvo en su momento. Evelyn Waugh, un novelista con quien a menudo se lo compara, dijo: «Yo tengo talento, pero lo de él es genialidad». Según Graham Green, Gerhardie fue el novelista más importante para los autores jóvenes de su generación. Katherine Mansfield y Edith Wharton, que escribió un prefacio a Futility, eran admiradoras de su obra; y Olivia Manning directamente lo comparó con Gogol, asignándole un papel central en la literatura inglesa de principios del siglo xx. La comparación es aun más elocuente de lo que parece. Gerhardie fue un escritor inglés, por así decirlo, tirando a ruso, que no solo hablaba perfectamente el idioma de Gogol, sino que se había criado en la Rusia zarista, en el seno de una familia inglesa que había prosperado en la industria del algodón. Con la revolución la familia quedó en la ruina y, como la de Nabokov, se vio obligada a emigrar para dispersarse por Inglaterra y Austria. Gracias a su pasaporte británico, el joven Gerhardie participó además en la Primera Guerra como agregado militar en Petrogrado y Siberia.

Estas particularidades biográficas son la contracara de una obra muy particular, inusual por donde se la mire, aunque plenamente de su tiempo como es Los políglotas. De entrada, Gerhardie captura una época con la originalidad de quien vislumbra, o inventa, la intersección de dos tradiciones literarias muy distintas. La época es el periodo inmediatamente posterior a la Primera Guerra Mundial; las tradiciones, la literatura rusa de fines del siglo xix y la comedia inglesa. (No por casualidad, Gerhardie escribió el primer libro en inglés sobre Chéjov y moldeó su estilo sobre el de Oscar Wilde.) Pero la cultura representada en el libro no se limita a esas dos vertientes. Como adelanta el título, los personajes son una mezcla de expresiones culturales: hay rusos descendientes de ingleses, belgas de ascendencia rusa y unos cuantos personajes secundarios de diversos países: Estados Unidos, Japón, Canadá, etc. El narrador, inolvidablemente bautizado George Hamlet Alexander Diabologh, es un joven anglo-ruso aspirante a escritor. Y buena parte de la novela transcurre en el este de Rusia.

A Rusia entramos desde Japón, cuando Diabologh, terminada la guerra, llega a Vladivostok para pasar una temporada con unos parientes belgo-rusos, que han escapado de la Primera Guerra emigrando al Lejano Oriente. Diabologh es parte de una delegación de oficiales británicos que cumplen misiones ridículas y de escasa importancia estratégica, como enviar 50 000 gorras a una división del ejército que se encuentra en la otra punta de Rusia. (Las gorras, que nunca aparecen, son uno de los chistes recurrentes del libro.) Hay un tenue argumento amoroso: Diabologh se compromete con su bellísima prima Sylvia, que en un momento rompe el compromiso por orden de su madre para aceptar un matrimonio más ventajoso. Y entretanto se suceden episodios menos centrales, pero de un valor simbólico equivalente, como son celebraciones, viajes por Rusia y por el extranjero, un suicidio y varias intrigas militares. Estas y otras peripecias se desdibujan en el transcurso de la novela, cuyo centro no es la trama o el suspense sino las descripciones caracterológicas de un elenco muy peculiar, que incluye depresivos, obsesivos, erotómanos, hipocondríacos, generales con delirios de grandeza y un sumo exponente del hombre fatuo, aunque no solo eso, en la persona de Diabologh.

Los personajes no son «redondos», no tienen una psicología que evoluciona; más bien están atrapados en sus repeticiones u obsesiones, que Gerhardie cristaliza dándole a cada uno un tic verbal característico. El tío Emmanuel dice ante cualquier problema o situación incómoda: Que voulez-vous? C’est la vie!; Sylvia habla en contra del sentimiento al ponerse sentimental; la tía Teresa se la pasa quejándose de dolencias imaginarias; Diabologh dice siempre que es muy guapo y se pregunta cómo es que los demás no lo notan, etc. El resultado es que los personajes son a la vez cómicos y trágicos, porque aunque resulta cómico que se repitan, hay una tragedia oculta en su inmovilismo, que refleja la incapacidad para hallar sentido en un mundo arruinado por guerras y revoluciones. No hay grandes esperanzas para nadie. Nabokov caracterizaba a Chéjov como literatura triste para gente con sentido del humor. Lo mismo se diría de Gerhardie, con el agregado de que retrata la tristeza de manera muy divertida.

En ese sentido uno también reconoce la doble tradición en que se apoya. Los temas rusos del hombre superfluo, la resignación o el acto gratuito —tan presentes en Chéjov o Gonchárov— son esenciales en Los políglotas, pero se les da una vuelta muy inglesa. Y con esto no me refiero al carácter nacional o abstracciones similares, sino a la escritura misma: Gerhardie es adepto al diálogo veloz, casi vodevilesco, intercalado en una prosa acendrada, de oraciones breves y compactas, en la que conviven los aforismos y los efectos cómicos de repeticiones y retruécanos. Por ejemplo, en un momento alguien pregunta a Diabologh si sabe tocar el piano. Este contesta:


No me gusta decir que no, porque de niño tomé muchas lecciones. Pero nunca me molesté en aprender a leer música con suficiente habilidad. Por eso, me resulta incómodo que me inviten a tocar el piano en público. Y de nada sirve apelar a mi timidez, porque suelen tomarla por falsa modestia y se creen que, en realidad, me gusta que me lo pidan. En la universidad, estudié música como asignatura suplementaria. Pronto la abandoné; la verdad, nunca puse empeño en aprender los rudimentos técnicos de la materia y, al final, cuando decidí abandonarla, el profesor me dijo que podía hacerlo sin gran perjuicio para la música en su conjunto. Aun así, poseo un notable talento musical.


¿En qué quedamos? Es una especie de absurdo de la expresión, que afirma una cosa y su contrario y tiñe de absurdo el mundo retratado. Gerhardie ha sido muy influyente con esta prosa, que oculta, tras una idea del estilo, una idea de la política o incluso una metafísica: no solo se la encuentra en Evelyn Waugh o Anthony Powell, sus estrictos conteporáneos, sino que también ha influido, a veces por carácter transitivo más que de manera directa, a escritores cómicos de generaciones posteriores como Muriel Spark, Martin Amis o Joseph Heller. Con independencia de la historia literaria, esto quiere decir que Gerhardie suena muy familiar para el lector de hoy en día. Pero la familiaridad es solo parte de su atractivo. Los grandes autores son los que siguen siendo novedosos incluso después de volverse familiares. Y entre esos pocos se encuentra Gerhardie.

Martín Schifino

Los políglotas

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