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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Harlequin Books S.A.

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

La suerte del millonario, n.º 2041 - mayo 2015

Título original: Million-Dollar Maverick

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6349-1

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

En el décimo aniversario del día en que lo perdió todo, Nate Crawford se levantó a las tres y cuarto de la madrugada, se dio una rápida ducha y llenó un gran termo de café recién preparado.

Fuera, sus botas hicieron crujir el suelo helado, y el aire estaba tan frío que los pulmones le dolieron al respirar. Tuvo que rascar el parabrisas para quitarle la nieve, pero el hecho de que las estrellas brillaran en el cielo abierto de Montana le levantó un poco el ánimo. Luego entró en el todoterreno y subió al máximo el mando de la temperatura.

Salió del rancho a las cuatro menos cuarto. Con un poco de suerte llegaría a su destino antes de que anocheciera.

Pero cuando circulaba a unos ocho kilómetros al norte de Kalispell divisó a una mujer en la carretera. Vestía un abrigo acolchado color verde y unos estrechos vaqueros metidos por dentro de unas botas de cordones. Se hallaba junto a un coche gris cubierto de barro y enganchado a un remolque. En una mano sostenía una lata de gasolina mientras con la otra hacía señas para que Nate parara.

Nate masculló una sarta de maldiciones. Le quedaba mucho camino por delante, y lo último que necesitaba era perder el tiempo haciendo de buen samaritano para una mujer incapaz de ser previsora con el combustible de su vehículo.

Pero ni siquiera sintió la tentación de pasar de largo y dejarla allí. Un hombre como Nate no tenía opción ante el dilema de tener que ayudar a alguien en aquellas circunstancias. La norma de hacer lo debido estaba grabada a fuego en su código genético.

Redujo la marcha de su todoterreno y, dado que no había ningún otro vehículo a la vista, cruzó la línea central de la calzada y detuvo el coche tras el remolque.

La mujer corrió hacia él. El colorido gorro que llevaba tenía tres pompones que botaron alegremente mientras corría. Nate se inclinó hacia la puerta de pasajeros y la abrió para ella. El gélido aire de la noche invadió el interior.

Sosteniendo en una mano la lata, sin aliento, la mujer preguntó:

—¿Podría llevarme hasta la gasolinera más cercana? —su voz surgió un tanto apagada a través de la gruesa bufanda con que llevaba cubierto la mitad del rostro.

Nate era conocido por su suavidad al hablar, pero el frío y las prisas le hicieron responder en un tono especialmente seco.

—Entre antes de que se congele el interior.

Como habría hecho cualquier mujer, aquella decidió dudar en aquel momento.

—No será un exasesino en serie o algo parecido ¿no?

Nate rio sin pizca de humor.

—¿Cree que si lo fuera se lo diría?

La mujer abrió de par en par sus grandes ojos oscuros.

—Ahora sí que me ha preocupado —dijo en tono de broma.

Pero Nate no tenía tiempo para bromas.

—Fíese de sus instintos y hágalo rápido. Mis dientes están empezando a castañetear.

La mujer ladeó la cabeza, lo observó un momento y, finalmente, se encogió de hombros.

—De acuerdo, vaquero. Voy a correr el riesgo contigo —tras entrar y sentarse en el coche, dejó la lata en el suelo, cerró la puerta y a continuación ofreció su mano a Nate—. Soy Callie Kennedy. Voy camino de un nuevo comienzo en el precioso pueblo llamado Rust Creek Falls.

—Nate Crawford —dijo él a la vez que le ofrecía su mano enguantada—. Rancho Shooting Star. Está a un par de millas de Rust Creek. ¿No has pasado hace un rato por Kalispell?

—Sí.

—En Kalispell hay varias gasolineras.

Callie Kennedy se rio.

—Debería haber parado a echar gasolina, lo sé —dijo mientras empezaba a desenrollar la bufanda que le cubría medio rostro. Nate la observó con más interés del que habría querido, con la esperanza de que no le gustara lo que fuera a ver. Pero no fue así. Aquella mujer era tan bonita como desenfadada. Unos largos mechones de lustroso pelo moreno escaparon de su gorro y cayeron sobre sus mejillas—. Pensé que podría llegar sin parar —dijo mientras se ponía el cinturón de seguridad.

—Pues te equivocaste.

Callie se volvió a mirar a Nate y algo destelló en su mirada.

—Intuyo que vas a sermonearme.

—No se me ocurriría hacer algo así —replicó Nate, arrastrando la voz más de lo que era habitual en él.

Callie siguió mirándolo un momento.

—Yo creo que sí. Tienes el aspecto de un hombre al que le gusta sermonear.

—No sé por qué, pero intuyo que acabas de insultarme.

Callie rio abiertamente. Fue una risa tan fresca que Nate estuvo a punto de sonreír.

—No se me ocurriría ser tan grosera como para insultarte después de que me has rescatado.

—Bien —dijo Nate, sintiéndose repentinamente descentrado.

Tras poner de nuevo el vehículo en marcha, se incorporó a la carretera. Al cabo de un par de minutos, cuando el silencio se volvió demasiado intenso en el interior del coche, preguntó:

—¿Te enteraste de la inundación que se llevó medio Rust Creek Falls el verano pasado?

—Oh, sí. Menudo susto. Tengo entendido que prácticamente se inundó medio Montana. Hubo noticias varios días al respecto.

La tormenta se desató el Cuatro de Julio y destruyó numerosas casas y negocios de la zona sur de la ciudad. Desde entonces no habían dejado de llegar hombres y mujeres a Rust Creek Falls para echar una mano en la reconstrucción. Algunos decían que, además de para ayudar, algunas mujeres habían acudido allí con la esperanza de atrapar a algún vaquero. Nate no pudo evitar pensar que si Callie Kennedy quería un hombre, no tendría dificultad en encontrarlo… aunque fuera una mujer más irritante que la mayoría.

¿Tendría hambre? A él no le habría importado parar a tomarse unos huevos con salchichas. Tal vez debería preguntarle si quería parar a desayunar antes de ir a la gasolinera…

Pero no. No podía hacer aquello. Su deber consistía en ir a Dakota del Norte… y en recordar todo lo que había perdido. No podía permitir que una morena atractiva de ojos brillantes lo distrajera de su propósito.

—Déjame adivinar. Has venido para ayudar a la reconstrucción. Pero debo decirte que, hasta que el tiempo mejore un poco, va a ser muy difícil encontrar trabajo.

—Ya tengo trabajo. Soy enfermera titulada y voy a trabajar con Emmet DePaulo. ¿Lo conoces?

Alto, delgado, de sesenta y cinco años y con un gran corazón, Emmet dirigía la clínica de Rust Creek Falls.

—Lo conozco. Es un buen hombre.

Callie asintió antes de preguntar:

—¿Y qué me dices de ti, Nate? ¿Adónde te diriges antes del amanecer en una gélida mañana de invierno como esta?

Nate no quería hablar de aquello.

—Voy camino de Bismarck —dijo escuetamente, con la esperanza de que Callie se olvidara del tema.

Pero no hubo suerte.

—Ayer pasé por ahí. Está muy lejos. ¿Qué hay en Bismarck?

Nate respondió con otra pregunta.

—¿De dónde vienes?

—De Chicago.

—Eso sí que está lejos.

—Y que lo digas. Llevo en la carretera desde el lunes. He hecho unos mil kilómetros y solo he parado para comer y dormir un poco…

—Estás deseando empezar tu nueva vida, ¿no?

Callie volvió a esbozar una deslumbrante sonrisa.

—Cuando tenía ocho años pasé con mis padres por Rust Creek Falls, camino del parque nacional Glacier. Me enamoré del lugar a primera vista y siempre he querido vivir aquí. Estoy deseándolo.

Nate sabía que no era asunto suyo, pero no pudo evitar preguntar.

—¿No tienes ninguna duda respecto a tu decisión?

—Ninguna —replicó Callie con ciego entusiasmo.

—Te advierto que los inviernos de Montana son realmente largos y fríos.

—¿Has estado alguna vez en Chicago, Nate? —preguntó ella sin dejar de sonreír—. Allí también hace bastante frío.

—No es lo mismo —insistió Nate.

—Bueno, supongo que tendré que averiguarlo por mí misma.

—No durarás un invierno —dijo Nate, molesto con ella—. Volverás a la Ciudad del Viento con el rabo entre las piernas antes de que se derrita la nieve.

—¿Es eso un reto, Nate? —preguntó Callie sin mostrarse arredrada en lo más mínimo—. Nunca he podido resistirme a un buen reto.

Nate se sentía cada vez más irritado, aunque no entendía exactamente por qué. Tal vez se debía a que aquella mujer estaba haciendo que se retrasara su viaje. O tal vez era porque la encontraba demasiado atractiva… y también estaba su perfume. Era dulce sin exceso, y un poco descarado. Le gustaba incluso mezclado con el ligero olor a gasolina que emanaba de la lata.

Pero no resultaba nada adecuado que se sintiera atraído por una desconocida, y menos aún aquel día en concreto.

Callie lo estaba observando, esperando una respuesta, pero Nate decidió mantener la boca cerrada.

Al parecer a ella le pareció buena idea, porque no dijo nada más. Continuaron el trayecto hasta la gasolinera en silencio. Allí, Callie llenó la lata, pagó y volvió rápidamente al vehículo de Nate, que la llevó directamente de vuelta al suyo.

Una vez de regreso, y tras detenerse, sugirió de mala gana:

—Tal vez convendría que te siguiera para asegurarme de que llegas a salvo.

—No, gracias. Estaré bien.

Nate se sintió como un completo cretino, probablemente porque se había comportado como tal.

—Vamos —dijo a la vez que alargaba la mano hacia la lata de gasolina—. Deja que te…

Callie se hizo con la lata antes de que Nate pudiera tocarla.

—Puedo hacerlo yo —dijo, sonriente—. Muchas gracias por tu ayuda —añadió mientras abría la puerta y salía—. Cuídate.

Nate contempló un momento el oscuro y desolado exterior y frunció el ceño. No le gustaba la idea de dejarla allí sola.

—Lo digo en serio, Callie. Voy a esperar hasta que te pongas en marcha.

Ella lo miró sin sonreír y alzó levemente la barbilla.

—Aguantaré todo el invierno. Pienso iniciar una nueva vida aquí. Ya lo verás.

Nate sabía que debería haber dicho algo positivo y agradable. Lo sabía. Pero, de alguna manera, aquella mujer se había metido bajo su piel. De manera que lo que hizo fue empeorarlo.

—Me apuesto doscientos dólares a que te habrás ido antes de junio.

Callie ladeó la cabeza mientras lo observaba.

—El dinero no me estimula, Nate.

—Entonces, ¿qué te estimula?

Callie alzó una ceja que desapareció bajo su gorro.

—Deja que lo piense.

—Piensa rápido —murmuró Nate, aparentemente empeñado en seguir comportándose como un cretino—. No tengo todo el día.

La risa que dejó escapar Callie recorrió todas las terminaciones nerviosas del cuerpo de Nate.

—Nate Crawford, tienes toda una pose, y Rust Creek Falls es una ciudad pequeña. Tengo la sensación de que no me costará localizarte. Estaré en contacto. Conduce con cuidado —añadió antes de cerrar la puerta para encaminarse hacia su coche.

Como había dicho que haría, Nate esperó mientras ella vertía la gasolina en el depósito. Tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no dejarse llevar por su educación y salir a echarle una mano, porque estaba convencido de que Callie lo rechazaría.

Poco más de un minuto después Callie entraba en su coche, lo ponía en marcha y encendía las luces. Cuando salió a la carretera tocó dos veces la bocina a modo de saludo. Nate esperó a que las luces rojas de su remolque desaparecieran en la siguiente curva antes de girar su vehículo para encaminarse de nuevo hacia Bismarck.

Diez horas después aparcaba su vehículo en una parada de la autopista al oeste de Dickinson, en Dakota del Norte. Tras comer una hamburguesa acompañada por una cerveza dio un paseo por la tienda para estirar las piernas antes de volver a la carretera para recorrer los ciento cincuenta kilómetros que lo llevarían a su primera parada en Bismarck, una floristería en Eight Street.

Incluso a pesar del retraso que había supuesto echar una mano a la irritante enfermera Callie, aquel año iba a lograr llegar a tiempo a la floristería, de manera que no tendría que conformarse con un ramo de supermercado.

Antes de salir se detuvo ante la caja registradora para pagar una barrita de chocolate que había decidido tomar a modo de postre.

—¿Quiere un boleto de lotería? —ofreció el dependiente—. Hay un bote de cuatrocientos ochenta millones.

Nate nunca jugaba a la lotería. No era un hombre temerario, ni siquiera para algo tan barato como un billete de lotería. Aquella no era su suerte. Pero entonces pensó en la bonita Callie Kennedy con los pompones de su gorro, su lata de gasolina y sus brillantes ojos.

«El dinero no me estimula, Nate», había dicho.

¿Pero le estimularían cuatrocientos ochenta millones?

Sonrió y asintió.

—Sí. Deme diez dólares de boletos.

El dependiente le entregó un billete con cinco hileras de números. Nate apenas lo miró antes de guardarlo en su cartera.

No sabía lo que acababa de hacer. La intuición no le reveló que uno de esos números iba a cambiar su vida para siempre.

 

 

Capítulo 1

 

A las siete de la mañana del primer día de junio de aquel año, Callie Kennedy llamó a la puerta de la mansión de Nate Crawford en South Pine Street.

Nate no había intercambiado ni media palabra con ella desde aquel frío día del enero pasado. Pero la había visto deambulando por el pueblo y había escuchado muchos comentarios sobre lo bonita que era y lo bien que hacía su trabajo de enfermera. La gente solo tenía cosas buenas que decir de ella.

Nate abrió la puerta de par en par.

—Vaya, vaya, enfermera Callie Kennedy. Veo que te gusta madrugar.

Ella le dedicó una de sus sonrisas de mil vatios.

—Hola, Nate. Hace un día precioso, ¿verdad?

Nate sabía muy bien por qué había ido a verlo. No era precisamente para hablar del tiempo. A pesar de todo, se apoyó contra el marco y decidió seguirle el juego.

—Sí, señor. No hay ni una nube en el cielo.

—Feliz primero de junio —dijo Callie, radiante. Nate pensó que parecía un rayo de sol con su vestido amarillo y sus zapatillas del mismo color.

—Déjame adivinar… —dijo, simulando concentrarse intensamente—. Ah, ya lo sé. Has venido a cobrarte la apuesta que hice.

—¡Lo has recordado, Nate! —Callie bajó un momento la mirada y luego volvió a alzarla—. Me encanta tu casa nueva.

—Gracias.

—Menuda puerta principal.

—Sí. Labrada a mano en caoba indonesia.

Callie asintió.

—¿El porche rodea toda la casa?

—Sí. Por detrás da a una terraza de madera de secuoya —Nate se apartó del marco de la puerta—. ¿Por qué no pasas dentro?

—Creí que nunca me lo ibas a ofrecer.

Nate hizo un gesto con la cabeza para indicar a Callie que entrara.

—¿Te apetece un café?

—Sí, por favor —Callie esperó a que Nate la guiara a través del vestíbulo, junto a la enorme escalera curva que subía a la planta de arriba, hasta la cocina, que se hallaba en la parte trasera. Una vez en esta, señaló la mesa del desayuno. Callie se sentó y lo observó mientras él se ocupaba de preparar el café en su reluciente cafetera nueva.

—Tengo café de montones de sabores.

—¿Lo tienes de avellana?

—Por supuesto —Nate eligió una de las cápsulas, la puso en la cafetera y la encendió. Treinta segundos más tarde ofreció la taza a Callie—. ¿Lo quieres con crema y azúcar?

—Sí a las dos cosas. ¿Cuántos dormitorios tiene la casa?

—Entre tres y cinco, dependiendo.

—¿Dependiendo de qué?

—Tengo un estudio abajo que también puede servir de dormitorio. El dormitorio principal incluye una sala de estar con puertas correderas y que también se puede utilizar de dormitorio —explicó Nate mientras se servía una taza de café antes de sentarse frente a Callie—. No son muchos dormitorios, pero todos son espaciosos y bonitos.

—Yo diría que es más que suficiente para un hombre que vive solo.

Nate no estaba seguro de si le gustó el tono en que Callie dijo aquello.

—¿Por qué? ¿Es que un hombre soltero no puede tener las habitaciones que quiera en su casa?

Callie rio.

—Oh, vamos, Nate. No he venido a discutir.

Nate la miró con cautela.

—¿Lo prometes?

—Mmmm —murmuró Callie mientras removía el azúcar que había servido en su café—. He oído rumores de que piensas irte.

—¿Quién te ha dicho eso?

—No lo recuerdo con exactitud —Callie tomó un sorbo de su café y asintió—. Está muy bueno.

Nate frunció el ceño. ¿Cuánto sabría? No más que los demás, se dijo. Para explicar la mejora que había experimentado su calidad de vida había empezado a decir a sus paisanos que había tenido suerte con algunas inversiones. Pero ni siquiera su familia estaba al tanto de la verdadera fuente de su repentina riqueza. Tan solo sabía la verdad el abogado que había contratado en Kalispell para que se ocupara del asunto.

—Ya sabes como son las cosas aquí —continuó Callie como si llevara toda la vida en Rust Creek Falls—. Todo el mundo se interesa por lo que hacen los demás.

—Desde luego —murmuró Nate con ironía.

—Algunas personas me han comentado que te ibas.

¿Por qué no admitirlo?, se dijo Nate.

—Estoy pensando en un cambio. Eso es todo. Mis hermanos pueden ocuparse del rancho por su cuenta y al principio pensé que trasladarme aquí sería suficiente cambio.

—¿Pero no lo ha sido?

Nate volvió un momento la mirada hacia la soleada ventana.

—Puede que necesite un cambio más drástico. ¿Quién sabe? Puede que vuelva por donde tu viniste y acabe iniciando una nueva vida en Chicago. Pero aún no estoy seguro. No sé cuál debería ser mi primer paso.

Callie lo miró con una expresión que pareció de sincero interés.

—¿Tú viviendo en Chicago? No sé, Nate. No lo veo claro.

Nate pensó que Callie no lo conocía lo suficiente como para pensar aquello, pero no dijo nada. Le había parecido muy sincera y tenía derecho a expresar su opinión.

Pero, por lo visto, Callie aún no había acabado.

—He oído que el año pasado te presentaste a alcalde y perdiste frente a la candidatura de Collin Traub. Dicen que estás amargado por eso debido a la enemistad de generaciones que existe entre los Traub y tu familia, que tu orgullo se resintió cuando el pueblo eligió a Collin en lugar de a ti. Dicen que siempre ha habido mala sangre entre vosotros, que una vez os peleasteis por una mujer llamada Cindy Sellers.

Nate rio.

—Guau, Callie. Vaya retahíla.

Ella también rio.

—Es solo lo que he oído.

—Que a la gente le guste cotillear no significa que sepan de qué están hablando.

—Entonces, ¿no hay nada de verdad en ello?

—Casi todo es verdad —admitió Nate.

—¿Y qué parte no lo es?

Nate pensó que debería decirle a Callie que se ocupara de sus propios asuntos. Pero era tan bonita… y además parecía realmente interesada.

—Ya hace tiempo que superé todo eso. Y la historia sobre Collin, Cindy y yo es demasiado larga como para contártela ahora. Además, ya te has acabado el café.

—Estaba realmente bueno —Callie rio con expresión zalamera.

Nate captó la indirecta.

—¿Quieres más?

—Sí, por favor.

Nate se levantó a servirle más café.

—Has reunido mucha información sobre mí. ¿Debería sentirme halagado por tu interés?

—De vez en cuando pienso en aquel día de invierno…

—Seguro que sí —dijo Nate mientras volvía a sentarse. «Especialmente hoy que es día de cobro», pensó.

—A veces pienso en ti —continuó Callie, y su mirada adquirió un matiz curiosamente soñador—. Me pregunto por qué tenías que ir a Bismarck, y no dejo de pensar que hay muchas cosas palpitando bajo tu superficie. Esta pequeña ciudad me gusta más cada día que pasa, pero, a veces, en sitios como este, las personas se quedan encerradas en sus ideas sobre los demás. Lo que yo pienso de ti es que quieres más de la vida, pero que no sabes cómo conseguirlo.

Nate gruñó.

—Así que me tienes totalmente definido, ¿no?

—Solo es una opinión.

—Sí, claro —replicó Nate irónicamente.

Callie se limitó a encogerse de hombros antes de contestar.

—¿Y? ¿Qué me dices de Bismarck?

Nate no pensaba contarle nada de Bismarck. Y, por mucho que le gustara su brillante pelo y su preciosa sonrisa, había llegado el momento de ir al grano.

—Disculpa —dijo, se levantó y se encaminó hacia la puerta sin dar más explicaciones.

Fue a su estudio, abrió la caja fuerte y sacó lo que sin duda había ido a recoger Callie. Luego regresó a la cocina.

—Aquí tienes —dijo a la vez que dejaba dos billetes nuevos de cien dólares en la mesa ante Callie—. Ya lo he captado. Te gusta vivir aquí. Has hecho algunos amigos. Todo el mundo dice que eres una enfermera excelente, amable y cuidadosa con tus pacientes. Vas a quedarte. Me equivoqué contigo.

—Sí, te equivocaste —replicó Callie—. Me gustan las personas capaces de admitir que se han equivocado —bajó la mirada hacia los billetes y volvió a alzarla—. Pero creo recordar que ya te dije en enero que el dinero no me interesa.

Nate suspiró con evidente impaciencia.

—Entonces, ¿qué quieres?

—Estoy alojada en uno de los tráiler que instalaron en Sawmill Street para los recién llegados.

—Lo sé —admitió Nate y, al ver la expresión sorprendida de Callie, añadió—: Yo también pienso en ti de vez en cuando.

Callie lo miró fijamente un momento y luego volvió a esbozar su encantadora sonrisa.

—Estoy cansada de ese tráiler.

—Es comprensible.

—Supongo que sabrás que tampoco es fácil encontrar casas por la zona —muchas casas habían resultado dañadas por las inundaciones de un año atrás y aún no habían sido reparadas—. Me encanta la casa vacía que hay junto a la tuya, y he oído rumores de que también te pertenece.

Nate frunció el ceño.

—¿Y quieres que te dé la casa en lugar de los doscientos dólares de la apuesta?

La sonrisa de Callie se ensanchó.

—No quiero que me la «des», Nate. Quiero que me la vendas.

Vendérsela…