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El camino sencillo

© 2019, Margarita Ortega

© 2019, Intermedio Editores S.A.S.

Edición, diseño y diagramación

Equipo editorial Intermedio Editores

Diseño de portada

Alexander Cuéllar Burgos

Foto portada y preliminares

www.studiobastian.com

Fotos recetas

Margarita Ortega

Intermedio Editores S.A.S.

Av Jiménez No. 6A-29, piso sexto

www.eltiempo.com/intermedio

Bogotá, Colombia

Este libro no podrá ser reproducido,
ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor.

ISBN:
978-958-757-823-2

Impresión y encuadernación

A B C D E F G H I J

Diseño epub:

Hipertexto – Netizen Digital Solutions

Lo blando es más fuerte que lo duro, el agua es más fuerte que la roca, el amor es más fuerte que la violencia.

Hermann Hesse

Adoro los placeres simples. Son el último refugio de los complejos.

Oscar Wilde

Para mis hijos, Emiliano y Melibea, a quienes agradezco por haberme escogido como su madre; por la luz que me permiten ver en este camino que cruzamos cogidos de la mano; con quienes he sanado y llenado de dicha mi alma; y por quienes todo vale la pena. Los amo con lo más profundo y real de mi ser.

A Sasha

Contenido

Introducción

De qué vamos…

¡Lo que es!

Lo que se dice…

Mi cuatro más uno, que ahora es tuyo

Recetario de alquimia y conciencia

Recetario para el cuerpo

ImageChangua o sopita sabanera ligera

ImageMilanesa de quínoa y ensalada rusa

ImageEnsalada rusa

ImageTrufas de coco: con o sin cocoa

ImageMacarrones con queso vegano tipo cheddar

ImageHamburguesas de lentejas

ImageSencilla pasta alfredo

ImageBrochetas de tofu

ImageSándwich de atún no atún

ImageGalletas de linaza

ImagePalitos de aguacate

ImageArroz de coliflor

ImageCeviche de mango

ImageCurry de ahuyama o calabaza

ImagePan de plátano macho

ImageAvena trasnochada

ImageTortilla de papa

ImageTorta de zanahoria

ImagePudín de mango y chía

ImageStroganoff de champiñones

ImageBowl o cuenco de acai

ImageNachos

ImageLeche chocolatosa en leche de almendras y margarina casera

ImageMargarina casera

ImageGranola

Nota al pie

INTRODUCCIÓN

Hace un tiempo, durante un momento de entendimiento que significó con mucha dureza emprender, definitivamente, el camino hacia mí, en medio de la noche oscura del alma, acepté que tenía demasiados llamados de atención del destino y que era momento de asumir esta tarea de una vez por todas. Entonces, sucedió algo que me dejó ver cómo opera la vida cuando estás conectado a ella.

El día en que sentía que mi vida se derrumbaba —una sensación clara y tormentosa—, en el peor de los momentos y en el más tenebroso de los mundos, un domingo por la tarde, me llamó una persona que había estado buscando desde hacía varios meses y que había venido a mi casa para mirar juntos cómo hacerle unas reformas complicadas pero necesarias. Esta persona no había vuelto a aparecer, argumentando que le había resultado imposible por razones de trabajo. Sin embargo, ese día en particular, cuando yo me sentaba frente al computador a pasar mi tarde escribiendo e intentando digerir todo lo que me estaba ocurriendo y a asimilar la decisión de cambio que debía tomar sobre hacer el viaje de regreso a mi verdadero yo, sonó el teléfono. Inesperadamente, al otro lado de la línea, la voz de este hombre me dijo: “Doña Margarita, ¿cómo me le va? ¿Comenzamos mañana?” Yo, que no sabía ni qué hacer conmigo misma, respondí sin pensarlo: ¡Sí!

No tenía idea sobre cómo iba a organizar todo para que siguiéramos funcionando en casa de manera normal; un arreglo tan grande como el que había proyectado, que implicaba tumbar muros y levantar pisos, podía ser más complicado de lo imaginado. Es más, ni siquiera tenía el dinero para hacer la reforma y solo sabía que debía recibir unos pagos que estaban demorados y que ese dinero aparecería en el momento justo; tuve fe. Llegó el lunes y con él un movimiento increíble de todo lo que me rodeaba. Mi mundo seguía dando vueltas dentro de mí y físicamente, en lo exterior, sucedía lo mismo. Para poder hacer las reformas tuvimos que quitar todos los muebles de la zona social, desocupar el espacio, y llevarlos a los cuartos, con lo cual quedamos casi atrapados entre una cosa y otra; todo, sobre todo, en una gran incomodidad: tratar de salir del cuarto iba a ser una tarea de héroes cada mañana. Los escombros y el polvo no demoraron en habitar los espacios restantes de mi hogar. Durante un tiempo todo sería muy diferente a lo habitual. Esa primera semana de trabajos en la casa fue complicada porque se derrumbaron varios muros y apliques del techo, se rompió el piso, y aparecieron todas las complicaciones que suelen suceder cuando finalmente uno decide solucionar lo que tenía que haber hecho desde hacía mucho tiempo y que por miedo a hacer el tránsito solo aplazamos y aplazamos, mientras insensatamente aprendemos a convivir con el problema.

Así también me sentía yo. Mi alma y el espacio que habito —mi cuerpo— estaban pasando por la misma situación que veía en mi entorno. Me levantaba para toparme con el sofá de la sala casi encima de mi almohada, sin corazón, sin fuerzas y sin saber de dónde asirme. Ladrillo, pintura, resanes, más polvo, escombros, todo yacía en el piso. Mi casa era la metáfora perfecta de cómo me sentía por dentro. Así como la persona a cargo de la obra debía saber qué muros eran estructurales, dónde estaban y qué se podía y se debía remover, en mí sucedía lo mismo; solo que yo no recordaba cuál era o dónde quedaba mi estructura...

Hacía mucho tiempo que no hacía uso de mi ser, de mi verdad. Había dejado que la vida se llevara a cabo desde mis ideas, asumiendo que surgían de un compromiso interior por ser quien soy, mas no de saberme mía, de reconocerme con amor y compasión, porque había, sin saberlo, aprendido a vivir sin perdonarme, permitiendo que mis miedos fueran más fuertes que mi amor propio. ¿Dónde estaba yo? Quizás debajo del sofá. Tal vez bajo una de las patas de la mesa del comedor. Podía sentirme grande, pero me asumía pequeñita… Quedaba mucho por hacer.

Esa primera semana, tan difícil, por suerte, pasó rápido, y muy pronto entramos en la segunda semana de trabajo. Los escombros se fueron y aunque había mucho polvo y era complicado respirar —aun con todas las ventanas abiertas—, por fin todo comenzó a tener forma. Poco a poco, un día a la vez. Se fue pasando el tiempo y esta vez todo fue más lento. Tanto así que para cuando llegó el segundo fin de semana parecía que se había avanzado tan poco que lo que seguía podía tardar más de los veinte días que habíamos presupuestado. Ese sábado, cuando se fueron los maestros de obra y todo quedó en silencio, a medias, menos sucio pero todavía polvoriento; entre el arrume de muebles y sin poder percibir cuándo sería el fin de todo esto, estallé en llanto.

Supe que encontrar las herramientas para salir de mi zona de confort de toda la vida iba a requerir un esfuerzo tan grande como el mismo hecho de comenzar a aplicarlas para poder sentir algo de paz interior. Me sentí de nuevo en crisis y lo que veía afuera no ayudaba mucho. Pasaron las horas y de nuevo llegó el lunes, con su recuerdo de un nuevo inicio, de que era imposible esconderse al paso del tiempo. Gracias a esos dos días de profundo dolor, en los que no veía luz al final del camino y en medio de mi desesperación, ocurrió que casi sin darme cuenta, por estar tan ocupada llorando, logré sintonizarme con mis necesidades, pero sobre todo con mis fortalezas. ¿Qué era lo que debía hacer? No había nada claro. Pero sí estaba segura de una cosa y es que tenía que encontrar las respuestas: escuchar, observar, sentir y entender las claves para continuar, porque comprendía que este llamado de la vida se podía perpetuar, haciéndome repetir las mismas situaciones y haciéndome pasar por los mismos dolores una y otra vez. Entendí que todo iba a parar, que todo iba a cambiar si finalmente me hacía cargo de mí.

La tercera semana de trabajo en la casa estuvo dedicada a los detalles. A rehacer el piso, a resanar muros y techo, a decidir en dónde irían los conectores de energía, en fin, a temas puntuales. Poco a poco, yo también fui viendo los detalles que en mi interior había descuidado.

Finalmente, tras un mes de obra, la casa se pudo reparar, transformar y habitar. Confieso que conmigo el asunto ha sido más demorado; pero tengo presente la esencia de mi demolición y de mi autoconstrucción. Confío y sé que siempre he estado ahí, en ese lugar en el que guardo mi verdad, que es la realidad divina, mi conexión con todo lo que me rodea; que solo soy yo en otros trajes, y que todo está bien en mi mundo, conmigo con y desde la luz, desde la fuente: Dios, o como cada quien quiera llamarle. Tengo fe y amor por la vida. Aquí voy, poco a poco, un pensamiento y una emoción a la vez, feliz de ver cómo todo, absolutamente todo, es una obra en perfecta armonía.

Este libro habla del alimento consciente, y es el último de una trilogía que nació sin pretenderlo hace unos años atrás. Le preceden: Regresa al origen y El perfecto balance. El camino sencillo es un libro que espera poder derribar en ti muros de prejuicios, limpiar polvo acumulado y mitos sobrevalorados frente a lo que consumimos, para poder llegar a la posibilidad de hacer de nuestras elecciones diarias, elecciones fáciles, responsables y reales que nos permitan actuar desde la perspectiva de un criterio amoroso y lúcido, que involucren el entorno que habitamos, nuestro hogar: la Tierra.

En El camino sencillo te cuento cómo vivo desde que tomé una decisión, mi opción, que me ha ayudado mucho más de lo que esperaba a la hora de integrar cuerpo y espíritu. No es un libro con recetas mágicas: no te prometo diez kilos menos en una semana, ni desintoxicarte con el batido ni la dieta de moda; esos son temas que no manejo y responsabilidades que no me corresponden. No soy profesional de la salud y lo que escribo hace parte de mis años de experiencias, búsqueda y aprendizaje a través de la comida, de los alimentos frescos. Nunca dejes de consultar con tu médico sobre cualquier duda que tengas sobre estas páginas o sobre cualquier indicación nutricional que encuentres en medios, en redes o que provengan de amigos y familiares.

Escribo estas líneas con todo mi corazón para que puedas, como yo, reorganizar tu casa… Tu cuerpo y tu alma. Recuerda que no soy yo quien te va a curar, a salvar, ni a hacer milagros. Eres tú quien va a encontrar las herramientas para sanar, crear, creer y hacer tus propios milagros. De todo corazón espero que descubras lo que estás buscando. Gracias. Te amo.

Margarita

De qué vamos…

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¡Hola! Sí. ¡Hola! Hola a ti que te has tomado el tiempo para visitar estas páginas que han dejado de estar en blanco y que escribo para contarte cómo vivo y por qué vivo de la manera que elegí. Mi nombre es Margarita María Ortega, pero pocos me llaman por mi segundo nombre. Desde hace 25 años trabajo en los medios de comunicación de mi país, Colombia. He sido actriz, presentadora y además llevo una vida familiar que me hace sentir plena y que decidí desde muy joven. Soy mamá de Emiliano y Melibea, mis maestros, mi fortaleza y una de las maravillosas razones por las que sin duda alguna sigo creciendo y aprendiendo. De estos 25 años de carrera profesional, 17 los llevo habitando un universo de alimentación consciente, en el que redescubrí mi cuerpo, mi espiritualidad, mi camino, mi yo y en especial la belleza y la verdad.

Desde 2001 decidí, por razones de salud, dar un cambio en mi vida y volverme responsable de mi cuerpo, de mis emociones, de mi vida. Claro, he dado tumbos, he ido y he vuelto, me he dado largas, he encontrado muchas respuestas pero también más preguntas, y he ido modificando mis opiniones, intentando ser lo más coherente posible. Eso sí, nunca me he arrepentido de algo. A veces me siento y me pongo a pensar: ¿por qué tanta testarudez de mi parte con este tema? Y luego me doy cuenta de que creo completamente en lo que te voy a contar, con una convicción que me mueve y me apasiona, a tal punto que luego de dos libros y de haber contado ya mi historia, aquí te la voy a resumir.

Pues bien, para acortarte el proceso y entrar en materia, quisiera que supieras que hace muchos años, cuando la juventud no era materia de reflexión en mi vida, comencé a tener serios problemas de salud que afectaban mis ganas de trabajar, mis actividades diarias y que me dejaban sin energía para acompañar, como era debido y como quería, a un pequeño como lo era, en ese momento, mi hijo mayor: Emiliano. Convencida de que debía haber algo más (bueno, eso siempre lo he pensado: que hay algo más, más grande que nosotros; pero de eso hablaremos después), decidí re-encontrarme con mi salud; lo que me llevó a ponerle una cita.

De dicho encuentro surgió la aventura de recorrer el reencuentro con mi salud por el camino de diferentes medicinas: la alopática o tradicional occidental, la ayurveda, la china, la homeopática, la bioenergética… De cada una descubrí y pude aplicar, con ayuda de grandes profesionales, lo mejor. Hasta que comprendí que necesitamos una medicina integrativa, una que entienda el valor de la unicidad y la diferencia; una medicina personalizada, que resulta vital para la recuperación de cada quien. Me dirás que eso es imposible, con un sistema de salud como el que tenemos en casi todos nuestros países; y sí, no resulta nada fácil, pero tampoco es imposible. Debemos encontrar al profesional de la salud que nos devuelva la fe en la curación desde la raíz, y no en medicinas que narcotizan los síntomas y que no nos permiten ahondar, ni encontrar las verdaderas causas por las que nuestros cuerpos les dan voz a los llamados de atención más profundos de nuestra consciencia.

Debemos ser im/pacientes, y trabajar en nuestra salud con ahínco, para que las medicinas y cuidados hagan su efecto; y, sobre todo, debemos escucharnos desde lo más profundo de nuestro ser, porque a través de la enfermedad es el alma la que habla. Pienso, por tanto, que la presunción del encuentro con una medicina integrativa que te permita hacerte responsable de tu salud es urgente, como parte de la creación de una salud colectiva que nos lleve a mejorar como sociedad (que por cierto está bastante enferma), y que nos permita redefinir y refinanciar un sistema de salud casi quebrado en todo el mundo por cuenta de aquello —en buena parte— que ingerimos, tanto para el cuerpo como para el alma.

En verdad, en esta realidad de lo cotidiano y de la materia, los temas de toma de conciencia cuestan mucho dinero. Me puse en manos de algunos médicos y probé tratamientos en diferentes disciplinas; aprendí de todos, pero sobre todo de mí. Finalmente llegué a alguien en particular que hoy es un amigo entrañable, medico bioenergético, que me brindó las claves del camino; que jamás me obligó a nada, pero que sí me permitió cuestionarme sobre la forma en la que estaba cuidando de mí; ese es el primer gran paso: cuestionarnos. Todo lo que hacemos está tan dentro del ritual de lo habitual que ni siquiera nos preguntamos: ¿de qué van las cosas fuera del redil? Con este médico descubrí que todo aquello que yo le daba a mi cuerpo, él lo traducía en beneficio o en enfermedad. Parece obvio, pero en general no hacemos esta conversión, y simplemente “tanqueamos el carro” y lo ponemos a andar así, de lo más natural. Convencida de que esto tenía mucha más tela por cortar, comencé a hilar fino, a comprender, a observar y a mirar y hasta a escribir en una libretica qué me hacía bien y qué me estaba haciendo daño.

Actualmente hay muchas cosas que no consumo por un tema ético y moral; no podría pegar los ojos en la noche si así lo hiciera, y otras por un asunto de salud y energía. Sí, de energía. Lo que te hace daño debilita tu energía; lo que roba tu energía reduce la capacidad de respuesta de tu organismo. Si somos un todo, se puede deducir fácilmente que no hay nada, nada en absoluto, que no sea afectado por nuestras decisiones y, para nuestro caso, por nuestras decisiones de consumo; y que la vida espiritual y mental resulta impactada por lo que le sucede a nuestro cuerpo y viceversa. Lo que te llena de vida refuerza aún y más allá tu salud, y esto en todos los caminos en los que quieras imaginar, comprender o reforzar esta idea. La premisa es: si comes alimentos frescos, vivos, tendrás vida.