{Portada}

Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Christine Rimmer. Todos los derechos reservados.

NOVIOS A LA FUERZA, N.º 1898 - junio 2011

Título original: Marriage, Bravo Style!

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ es marca registrada por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-395-4

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Inhalt

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Promoción

Capítulo 1

ELENA, no sé cómo decírtelo…

—¿Decir qué? —Elena Cabrera intentó morder el taco sin que se le saliera el relleno.

—He conocido a otra persona.

Elena volvió a dejar el taco en el plato y contempló al guapísimo Antonio Aguilar.

«Y yo tomándome la píldora…», pensó.

Hacía dos meses que salían juntos y dos semanas que había empezado a tomar la píldora, convencida, de verdad, de verdad, de que Tonio sería el definitivo.

—Eres una mujer hermosa, Elena —los ojos color chocolate reflejaban pesar—. No entiendo por qué no llegamos a encajar…

Encajar. No habían encajado. ¿Era ése el problema?

Porque, desde luego, un problema había. A los veinticinco años seguía siendo virgen.

No es que tuviera nada en contra. Hasta hacía no mucho, ser virgen, había sido su opción.

A fin de cuentas era una mujer de principios. Se había estado reservando para el amor verdadero. Sincero, definitivo. Como el que tenía su hermana, Mercy, con Luke.

Como el que habían tenido sus padres.

O al menos como el que siempre había creído que tenían.

Pero tres años atrás había descubierto que Javier Cabrera no era su padre biológico y sí, en cambio, Davis Bravo, el peor enemigo de Javier. Su madre le había mentido durante años, haciéndole creer que Elena era suya. Haciéndoselo creer a Elena también.

No hacía falta decir que sus padres ya no estaban juntos.

—Elena —Tonio se inclinó hacia delante. Parecía más que molesto—. ¿Me has escuchado?

—Eh… sí. Lo nuestro no funciona. Has encontrado a otra persona.

—Éste es el problema. Eres consciente de ello, ¿verdad?

—¿Éste?

—Éste —soltó una palabrota en voz baja y sacudió una bronceada mano en el aire mientras sus perfectos pómulos se sonrojaban. Desde luego no parecía contento—. Tú.

—Yo.

—Tú, Elena. Cuando estamos juntos te comportas como si estuvieras a miles de kilómetros —apartó el plato sin tocar—. Y desde que he conocido a Tappy, bueno, no hay punto de comparación. Tappy me adora. Y un hombre necesita saber que hay una mujer disponible para él, que goza de su absoluta atención cada vez que abre la boca.

—Espera un momento. ¿Tappy? ¿Se llama Tappy?

—Y encima te burlas de su nombre —él siseó entre sus perfectos dientes blancos—. Esa mujer se interesa por mí. Se interesa de verdad. Y tú te burlas de su nombre —más palabrotas.

—Venga, Tonio —Elena se sentía culpable. Él la dejaba, ¿y ella se sentía culpable?

—No —él alzó las manos—. Basta. No sé por qué me preocupaba decírtelo. No parece que te importe lo más mínimo.

—Tonio, por favor…

—Hemos acabado.

—Sí, eso ya lo sé. Ya me lo has dicho. Pero ¿no podríamos al menos…?

—Alto —Antonio arrojó unos billetes sobre la mesa para pagar la comida—. Nunca me has respetado. Nunca me has deseado —se puso en pie—. Ahora tengo una mujer de verdad. Adiós, Elena.

Elena no lo siguió con la mirada. Terminó de comer sin quitar la vista del plato. No quería saber si la miraban. La situación ya era bastante embarazosa de por sí.

No sólo había perdido a Antonio, lo peor era que no se sentía mal por ello.

¿Qué le sucedía? A veces no podía evitar preguntárselo.

Mientras pagaba la cuenta a la cajera, sonó el móvil.

—Hola —saludó Mercy.

—Hola —Elena sonrió al oír la voz de su hermana mientras se dirigía al coche.

—¿Te has enterado? —le preguntó Mercy—. Papá cree haber encontrado un comprador para la empresa. Creo que es un amigo de Caleb —añadió.

Su padre era constructor, y también el director y dueño de la empresa Cabrera Construction, y hacía ya tiempo que hablaba de retirarse. Caleb era uno de los siete hijos de Davis Bravo, y por tanto hermanastro de Elena además de cuñado de Mercy, casada con Luke, otro de los hijos de Davis.

A pesar de las complicadas conexiones familiares entre ambas familias, la situación no lo era tanto, entre otras cosas porque Mercy, a diferencia de Elena, no tenía lazos de sangre con los Bravo ni con los Cabrera, pues había sido adoptada a los doce años.

—Ya me acuerdo —Elena abrió la puerta del coche—. Caleb mencionó a un tipo que conoce en Dallas, Logan no sé qué, que podría estar interesado.

Caleb y ella no sólo eran hermanastros, sino también amigos íntimos.

—Rogan, no Logan —le corrigió Mercy—. Rogan Murdoch.

—Rogan. Eso es —Elena se sentó al volante y arrancó el motor para que empezara a funcionar el aire acondicionado. En San Antonio, en abril podía hacer tanto calor como en agosto en otros lugares—. Caleb dijo que ese chico dirige la empresa familiar.

—Murdoch Homes —le confirmó su hermana—. Ahora mismo está con papá…

—¿Está con papá en la oficina?

—Eso me dijo cuando lo llamé.

—¿Crees que debería pasarme? —Elena ajustó el aire para que le diera en el rostro—. ¿Echarle un vistazo a ese tipo?

—Lo haría yo misma —Mercy era veterinaria especializada en ganado—, pero tengo que ocuparme de un ternero enfermo. Y después de Lucas.

Lucas era su hijo de dos años y, además, la joven estaba embarazada de dos meses.

Un amor verdadero, un bebé y otro en camino, Mercy lo tenía todo. Elena adoraba a su hermana mayor, gracias a lo cual no se moría de envidia.

—Yo me ocuparé —se acercó un poco más a la salida de aire—. Hoy es Viernes Santo. No tengo nada que hacer —era profesora en un colegio y el Viernes Santo no era día lectivo.

—¿Estás segura? Creía haberte oído mencionar algo sobre comer con Antonio…

—Oh —Elena se reclinó en el asiento del coche—. Eso.

—¿Qué ha pasado?

—Me acaba de abandonar frente a un plato de tacos de pescado.

—¡No!

—Sí.

—¿Estás bien?

—Por triste que parezca, sí. Estoy perfectamente.

—Nena…

—Tonio ha conocido a otra.

—Menudo bastardo.

—Se llama Tappy.

—¿Tappy?

—Eso mismo dije yo. Y no creas que no te oigo reír.

—¿Tappy?

—Para ya, Mercedes.

Sin embargo, Mercy no paró, y en pocos segundos su hermana se le unió en la carcajada.

—Bueno —al fin Mercy recuperó la compostura—. Al menos no se te ha roto el corazón.

—Sí. Y eso es lo verdaderamente deprimente.

—Elena —su hermana mayor le habló con dulzura—. Ahí fuera hay alguien para ti. Lo sé.

—Si tú lo dices… Tengo veinticinco años y nunca he estado enamorada.

—¿Cómo que «nunca»? ¿Y qué pasó con Roberto Pena?

—Eso fue en el instituto. Ha pasado una década, por si no te habías dado cuenta.

—Todo llegará. Ya lo verás.

—Tengo que irme —Elena se irguió en el asiento—. Voy a echarle un vistazo a ese Rogan.

—Llámame. Quiero conocer tu opinión sobre él.

Cabrera Construction ocupaba medio bloque en una calle llena de talleres y almacenes de materiales de construcción. Años atrás aquel lugar había sido la sede de un negocio de coches de segunda mano y el edificio central de techo plano, antiguo salón de exposiciones, estaba rodeado de numerosas plazas de aparcamiento. Unos enormes ventanales daban a la gigantesca recepción de la que partían pasillos que conducían a los despachos. Detrás del edificio había más plazas para aparcar y cuatro grandes naves donde su padre guardaba maquinaria y material de construcción.

Elena aparcó junto al coche de su padre. En la misma fila había otros tres coches. Uno era el de la secretaria de su padre y otro de uno de los empleados.

Pero también había un Mercedes que no había visto antes. De estilo deportivo, era una hermosa bala plateada.

Al entrar en el edificio, propiedad de su padre desde hacía casi veinte años, sintió cierta tristeza. Tenía muchos recuerdos familiares de ese lugar. Recuerdos de cuando sus padres aún estaban juntos y tan enamorados que resultaba hasta embarazoso.

Si cerraba los ojos, casi podía oír las risas de su hermana y ella mientras jugaban al pilla pilla o al escondite.

«—¡Te pillé!», gritaba triunfante su hermana mayor.

«—¡No es justo!», lloriqueaba Elena.

«—¡Lo es!».

«—Papi, Mercy ha hecho trampas…».

«—No seas bebé», decía su hermana mientras le sacaba la lengua. «—No he hecho trampas».

«—¡Sí lo has hecho!».

Elena abrió los ojos y el recuerdo de las voces infantiles desapareció. Pronto, otros niños iban a correr y a jugar por ese lugar.

Ninguna de las hijas de Javier Cabrera había mostrado la menor inclinación por seguir sus pasos. Elena era profesora y Mercy veterinaria. Y no había ningún hijo. Su padre tenía casi sesenta años y a menudo se quejaba de lo cansado que estaba y de lo mucho que le apetecía viajar y ver mundo.

Si llegaba a un acuerdo con el amigo de Caleb, quizás lograría la tan ansiada libertad. Una pena que no tuviera una esposa a su lado con quien disfrutar de la jubilación.

Le vendría bien salir más. Conocer a alguien. Sin embargo, a pesar de no haber posibilidad de reconciliación con su madre, ambos eran unos verdaderos católicos y nunca habría otra persona para ninguno de los dos.

Aunque a lo mejor le daban una sorpresa y rehacían sus vidas felizmente.

—Elena —Marcella, secretaria de su padre desde que Elena tenía uso de razón, sonrió.

—Hola. ¿Está mi padre?

—Está con el comprador —la otra mujer asintió e inclinó la pelirroja cabeza hacia el pasillo que conducía al despacho privado de Javier y a la sala de reuniones.

«El comprador». ¿Habrían alcanzado un acuerdo?

—¿Puedo pasar?

—No sé por qué no —Marcella se encogió de hombros.

—No quisiera interrumpir nada importante —Elena titubeó.

—No hay problema —la secretaria sonrió de nuevo mientras se oían unas voces masculinas cada vez más cerca—. Ya vienen.

—¡Elena! —su padre la saludó con una cálida sonrisa que reflejaba cansancio.

Habían avanzado mucho desde aquellos primeros y horribles días tras descubrir que Elena no era su hija biológica. Durante un tiempo, apenas pudo mirarla a la cara y se había odiado por ello. Pero ella nunca le había guardado rencor. Comprendía su dolor porque era el suyo propio.

Poco a poco, habían vuelto al lugar que les correspondía, al de un padre y su hija.

—Papá —Elena se dejó envolver por los fuertes brazos de su padre. Olía a seguridad y a todo lo bueno del mundo, a loción de afeitar y a las flores bajo el sol—. Pasaba por aquí.

—Me alegro.

Él la soltó y, al levantar la vista, a Elena le pareció de repente muy viejo. Su querido papá. Viejo. ¿Cuándo había sucedido?

—Elena, te presento a Rogan Murdoch.

Ella miró con atención al joven que acompañaba a Javier sin perder detalle de los anchos hombros y el rostro típicamente irlandés en el que destacaban los ojos verdes, las cejas rectas y unos carnosos labios. La mandíbula era cuadrada y la nariz parecía haber sufrido al menos una rotura. No era exactamente guapo, pero sí atractivo… y muy masculino.

—Elena —el joven sonrió y se dirigió a ella como si ya la conociera, como si la hubiera estado esperando—. Caleb me ha hablado mucho de ti.

La enorme y fuerte mano engulló, más que estrechó, la suya. Elena apenas podía respirar.

—Nos íbamos a comer —continuó él—. ¿Por qué no te vienes con nosotros?

Elena se soltó. Mejor no tocarlo. Pero no pudo evitar echar un vistazo a la otra mano.

Tenía unos dedos fuertes y largos. Y ninguno de ellos llevaba alianza.

—Ya he comido, gracias —consiguió decir con un hilo de voz.

—Ven con nosotros —la animó su padre—. Tómate algo de beber, o incluso un trozo de tarta.

—Es que yo…

—Anda, por favor —susurró Rogan con voz profunda y ligeramente ronca—. Acompáñanos.

Elena sintió un escalofrío. No podría haberse negado aunque le hubiera ido la vida en ello.

Capítulo 2

EL restaurante estaba junto al río y la mesa estaba en el patio con vistas al agua y a los barcos de paseo turísticos.

Sin embargo, la mejor vista era la que tenía enfrente. La hija de Cabrera era hermosa. Demasiado hermosa. Enloquecedoramente hermosa.

Sus cabellos caían en suaves ondas sobre los hombros. Eran de color café con algunas mechas doradas y rojizas. La clase de cabellos que apetecía tocar. Pero además tenía unos ojos color miel y una boca hecha para ser besada.

Y esa piel. Suave. Sedosa. Dorada como el resto de ella. Rogan era incapaz de apartar la vista del hoyuelo que se le formaba en la comisura de los labios cuando sonreía.

Era un caso grave de lujuria a primera vista.

La lujuria estaba bien. Era genial. Siempre y cuando no se tratara de la hija de Javier Cabrera. De la adorada hermanastra de Caleb Bravo.

Sólo con mirarla ya sabía que no se conformaría con un simple y satisfactorio revolcón. Buscaría una relación seria. El matrimonio entraría dentro de sus posibilidades.

Pero para él no. En su futuro inmediato veía libertad, y tenía la intención de disfrutarla.

—Tengo entendido que Caleb y tú fuisteis juntos la facultad —observó Javier.

—Sí, en efecto —Rogan sonrió—. En Austin. Él me presentó a Victor Lukovic que había llegado a los Estados Unidos con una beca de rugby. Ahora juega en los Dallas Cowboys.

—Victor y la esposa de Caleb, Irina —explicó Elena a su padre—, se criaron juntos en Argovia, un pequeño país balcánico junto al mar Adriático.

—Sí —asintió Javier—, ya lo recuerdo —volvió a mirar a Rogan—. Caleb contrató a Irina como asistenta para conseguirle el permiso de residencia. Luego se enamoraron y se casaron.

—Eso es.

—Y Victor es apoyador. Le llaman el Oso de los Balcanes.

—El único e incomparable —contestó Rogan—. Vive cerca de Dallas y nos vemos a menudo.

—¿Os graduasteis los tres el mismo año?

—No. Caleb iba un curso por delante de Victor y de mí. Y yo nunca llegué a graduarme.

—¿Por qué? —Javier frunció el ceño—. ¿Por qué no te graduaste?

—Mis padres murieron en un horrible accidente de barco. Yo volví a casa para hacerme cargo del negocio familiar.

—¡Oh, Rogan! —exclamó Elena—. Qué horrible debió de ser para ti.

—¿Qué edad tenías? —preguntó Javier.

—Veintiuno.

—Demasiado joven para tener que hacerte cargo de tu propia empresa…

—Lo único malo de aquello fue la muerte de mis padres —Rogan sacudió la cabeza—. ¿Hacerme cargo del negocio? No fue ningún problema. Llevaba años trabajando durante los veranos con mi padre. Conocía el negocio. Y mi idea siempre había sido hacerme cargo de él cuando papá decidiera jubilarse.

—Yo perdí a mi padre cuando tenía veinte años —las sombras negras bajo los ojos de Javier le daban un aspecto tétrico—. No es bueno perder la estabilidad de un padre tan pronto. Te puede convertir en una persona amargada. Impaciente. Furibunda.

—Yo lo conseguí —Rogan miró a Javier a los ojos—. No me considero amargado.

—Hablaba de mí, no de ti —murmuró Javier con tristeza.

—Comprendo —Rogan no añadió nada más.

—Papá… —Elena miraba a su padre mientras apoyaba una mano en su hombro.

—¿No me dijiste que tenías hermanos? —Javier sonrió a su hija con ternura antes de volverse hacia Rogan de nuevo.

—Cormac y Niall. Tienen, respectivamente, veinticuatro y veintitrés años. Cormac trabaja conmigo, lleva las finanzas y es el segundo al mando. Niall estudia Derecho. Brenda, mi hermana pequeña, tiene dieciocho años e irá a la universidad en otoño.

—¿Quién se ocupó de ellos cuando perdisteis a vuestros padres?

—Yo.

—Eres un hombre admirable —Javier asintió.

—Hice lo que había que hacer —Rogan no se sentía admirable.

—No —objetó Javier—. Hiciste lo correcto en un momento difícil. Pensaste en tu familia cuando muchos otros sólo hubieran pensado en ellos mismos. Me inspira respeto. Ojalá…

Elena se inclinó hacia su padre y apoyó una mano en su brazo.

El camarero les sirvió la comida. Después hablaron de los proyectos en marcha en la empresa de Javier y de cómo contemplaban la transición si llegaban a un acuerdo.

Elena apenas habló. Bebió a sorbos su té helado y rió un par de veces, una ante un chiste de Javier y otra ante un comentario de Rogan. Tenía una risa gutural que provocó un escalofrío en Rogan, inundándolo de una sensación prometedora.

De anticipación.

Como norma, era un hombre muy disciplinado. No le había quedado más remedio tras la muerte de sus padres. Tomaba una decisión y se mantenía firme.

Y había tomado una decisión sobre Elena en cuanto la había visto: las manos fuera. Sin embargo, cuando se reía de ese modo, y cuando ese hoyuelo se marcaba junto a los carnosos labios… ya no se sentía tan disciplinado.

Sólo necesitaría un pequeño empujoncito. Lo suficiente para dar el salto.

—¿Y bien? —Mercy ni siquiera se molestó en saludar—. No me llamaste.

—Dijiste que estarías ocupada —Elena corregía exámenes en el despacho de su apartamento.

—Hace dos horas que volvimos a casa. Pero no importa. ¿Qué te pareció Rogan Murdoch?

—Me gustó. Tiene algo… sólido. Y creo que a papá le gusta mucho.

—¿Crees que papá va a venderle la empresa?

—No concretaron nada mientras yo estuve con ellos, pero sí, tengo la sensación de que sí.

—¡Vaya! —exclamó Mercy—. ¿En serio?

—Sí.

—Papá jubilado. Cuesta imaginárselo —la voz de Mercy denotaba cierta tristeza—. Y tampoco consigo hacerme a la idea de que Cabrera Construction vaya a pertenecer a otra persona. Es como si nuestro pasado como familia estuviera desapareciendo.

—Te entiendo —Elena sabía exactamente de qué hablaba su hermana.

—¿Qué aspecto tiene?

—Grande. Irlandés —Elena dejó la mirada perdida mientras recordaba los detalles—. Tiene unos preciosos ojos verdes. Ojos irlandeses, ¿sabes a qué me refiero?

—Parece que te gusta en serio —Mercy rió.

—Pues sí, es verdad —a su hermana jamás conseguiría engañarla.

—¿Te invitó a salir?

—Venga ya —«ojalá», pensó—. Acabo de conocerlo.

—¿Y crees que tú también le has gustado?

Si no le puedes contar la verdad a tu hermana, ¿a quién entonces? Además, Mercy jamás se lo diría a nadie. Ambas tenían un amplio historial de guardar los secretos de la otra.

—Sí, creo que le gusté.

—Ven a cenar el domingo al rancho —exclamó Mercy de repente sin venir a cuento.

El rancho al que se refería era el rancho familiar de los Bravo, Bravo Ridge, a las afueras de la ciudad, al sur de Hill Country. Años atrás, Bravo Ridge había sido propiedad de los Cabrera. Pero en los años cincuenta, James Bravo se lo había ganado a Emilio Cabrera en una carrera de caballos, iniciando así décadas de querellas entre ambas familias.

Mercy, Luke y el pequeño Lucas vivían en Bravo Ridge. Luke regentaba el rancho y casi todos los domingos celebraba unas grandes cenas familiares. Davis Bravo, el hijo mayor de James, y su esposa, Aleta, habían tenido nueve hijos.

—Ésa sí que es mi idea de una buena diversión —contestó Elena con amargura—. Una cena de Domingo de Pascua con el donante de esperma y su familia.

—Deja de llamarle así —le reprendió Mercy.

—Siempre le he llamado así —Elena rió—. Y tú siempre me dices que deje de hacerlo.

—Tienes que hacer las paces con él.

—Mercy, me da igual que seas mi hermana mayor. No me sermonees, ¿de acuerdo?

—Pero es tu padre.

—Papá es mi padre. Y por favor, no volvamos a discutir sobre esto.

—Perdonaste a mamá —le reprochó su hermana—. Piénsalo…

—Preferiría no hacerlo.

—Mamá se comportó peor que Davis —Mercy insistía—. Davis le confesó su infidelidad a Aleta. Y no supo durante años que tú eras su hija. ¿Por qué no puedes perdonarlo?

—Mamá es… mi madre.

—Y Davis es…

—No lo digas otra vez. Déjalo estar. Lo digo en serio, por favor.

—De acuerdo —Mercy emitió un sonoro suspiro—. De momento he tenido bastante, pero dime que vendrás a cenar el domingo.

—Acabas de decir que de momento has tenido bastante —le recordó Elena impacientemente.

—Y es verdad. No te pido que vengas por Davis, te lo pido porque Caleb e Irina vendrán. Y el señor Ojos Irlandeses se aloja con ellos…

El corazón de Elena se aceleró y notó que le faltaba el aliento. Simplemente con pensar en cierto hombre conseguía tener esa maravillosa sensación.

¡Por fin!

—¿Irá a cenar el domingo? —preguntó con un hilillo de voz—. ¿Por qué no me lo dijiste?

—No me has dejado —Mercy rió—. ¿Y bien? ¿Vendrás?

Elena consideró los pros y los contras. Volver a ver a Rogan frente a tener que sentarse junto al donante de esperma. Le costó medio segundo decidirse.

—De acuerdo. Allí estaré.

Apenas acababa de colgar el teléfono cuando Caleb llamó.

—¿Qué te parece cenar mañana en mi casa? —preguntó su hermano favorito.

El corazón de Elena empezaba a hacer horas extras. Rogan también estaría en esa cena.

—Me encantaría —sonrió como una idiota. Podía permitírselo. Nadie la estaba mirando.

—Eres una chica fácil —bromeó Caleb.

—Es que me encanta tu mujer. Y estoy dispuesta a aguantarte a ti.

—Temía que tuvieras una cita con Antonio.

—No. Antonio y yo hemos decidido… pasar página.

Caleb era un vendedor nato y normalmente siempre sabía qué decir. Aquella situación no era ninguna excepción y dio por hecho que había sido Elena la que había dado el paso.

—Pobre tipo. Espero que fueras amable con él.

—Creo que sobrevivirá —contestó ella con amargura.

—¿Y tú? —preguntó su hermano con delicadeza.

—¿Antonio? No conozco a ningún Antonio.

—Así me gusta.

—Cuéntame más sobre la cena. ¿Estaremos solos los tres? —no iba a darle ninguna pista.

Le confiaría su vida a Caleb, pero la atracción que sentía por Rogan era demasiado nueva para anunciarlo a toda la familia.

—También estará Rogan. Se aloja con nosotros. Ya sabes quién es: el potencial comprador de tu padre. Dijo que te había conocido hoy.

—Ah, sí, Rogan —contestó ella en tono deliberadamente neutro—. Me cayó bien.

—Y tú a él también. Dice que eres encantadora. Y muy guapa.

—Estos irlandeses… —el pulso se le volvió a acelerar—. Siempre tan halagadores.

—Bueno, es que eres encantadora y muy guapa.

—Me encanta tu lealtad de hermano.

—Le dije que le daba mi permiso para que te invitara a salir. Pero más vale que se porte bien contigo o tendrá que vérselas conmigo.

—¡Por Dios, Caleb! —gimió ella—. Dime que no lo hiciste.

—De acuerdo. No lo hice —Caleb rió—. Pero lo pensé.

—Menos mal —suspiró aliviada—. Te dejaré vivir. ¿A qué hora es la cena?

—¿Te parece a las siete?

—Hasta mañana entonces —Elena colgó conservando en todo momento la compostura.

Y entonces soltó un grito de júbilo y se puso a saltar como loca por todo el apartamento.

—¡Sí! —exclamó sin importarle el hecho de que se estuviera comportando como una preadolescente y no como la mujer trabajadora y con casa propia que era.

Rogan Murdoch opinaba que era encantadora y muy guapa.

Y al día siguiente iba a verlo. Y el domingo también.

Pero antes tenía la comida del sábado con su madre.

Un año antes, Luz Cabrera había vendido la hermosa casa de estilo español que Javier había construido para su familia y se había trasladado a otra más pequeña.

—¿Para qué necesito tanto sitio? —había dicho al poner la casa en venta—. Está llena de recuerdos familiares. Recuerdos de una vida que ya no existe. He pasado página.

Comieron en el patio, a la sombra de un roble, con vistas a un campo de golf de suaves y verdes colinas.

Terminada la comida, se tomaron un té helado mientras disfrutaban de la suave brisa.