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Alberto Simons Camino, SJ, estudió Filosofía en la Facultad de Filosofía de la Compañía de Jesús de Alcalá de Henares y Sociología en la PUCP. Es licenciado y magíster en Teología por el Instituto Superior Libre de Teología y Filosofía Religiosa de la Compañía de Jesús en París y ha realizado estudios de doctorado en Teología en la Universidad Pontificia de Comillas de Madrid. Ha sido director del Instituto de Fe y Cultura de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya, donde es profesor principal y dicta los cursos Antropología filosófica y Teología. Asimismo, es profesor principal del Departamento de Teología de la PUCP y dicta los cursos Ser Humano y Cristiano en el Siglo XXI, y Ciencia, Ética y Cristianismo.

Es autor de los libros Ser humano (2013), Discernir. Una necesidad existencial (2015) y Ética y ejercicio de la ciudadanía (2017).

Alberto Simons Camino, SJ

La realidad como misterio

Elogio del asombro, la admiración, la búsqueda y la creatividad

La realidad como misterio
Elogio del asombro, la admiración, la búsqueda y la creatividad
© Alberto Simons Camino, SJ, 2018

© Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 2018
Av. Universitaria 1801, Lima 32, Perú
feditor@pucp.edu.pe
www.fondoeditorial.pucp.edu.pe

Diseño, diagramación, corrección de estilo
y cuidado de la edición: Fondo Editorial PUCP

Imagen de portada: detalle de La noche estrellada sobre el Ródano. Vincent van Gogh, 1888

Primera edición digital: diciembre de 2018

Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores.

ISBN: 978-612-317-451-4

La experiencia más hermosa que podemos tener es el misterio. Es la emoción fundamental que se posa en la cuna de la verdad y de la ciencia verdadera. Quien no la conoce y no se puede maravillar vale tanto como un muerto, y tiene los ojos ensombrecidos.

Albert Einstein, El mundo como yo lo veo, ensayo de 1930

Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre

Mat 7,7-8

Introducción

La capacidad de admiración es el acceso al conocimiento. Cuando no hay asombro, el conocimiento se convierte en un mero juego de especulaciones y pierde su riqueza y creatividad. Tanto la filosofía, como la ciencia, la religión y el arte han nacido de la capacidad de admiración del hombre. Sin la capacidad de maravillarse, el mundo, las personas y nuestro propio ser se vuelven opacos, intrascendentes, pierden el misterio que inicia el verdadero conocimiento y la compresión de su enigma. Sin el asombro seríamos cautivos de los prejuicios propios o de nuestra sociedad. Nos asombramos cuando nos sabemos sabiamente ignorantes. Sócrates, en la Apología, de Platón, señala que incluso el hecho de reconocer nuestra propia ignorancia puede ser difícil y no es frecuente. El asombro más evidente es el que brota de nuestra misma realidad (Simons, 2013, p. 25).

El ser humano no solo soluciona problemas, sino que además los provoca. Es el ser que quiere comprenderse y saber lo que es aceptando retos. Posee, por tanto, un carácter problemático en este doble sentido: es mejor resolviendo cuestiones que el resto de los seres vivientes del planeta y, además, suscita problemas continuamente. Asumir la incertidumbre, el riesgo, la audacia, nos llevan de la superficialidad infecunda a una inmensa creatividad. Así se da la capacidad de resolución: «no es que dejemos de intentar ciertas cosas porque son imposibles, sino que son imposibles porque no las intentamos» (San Agustín, Confesiones, 4,1,1).

Desde que el hombre es hombre todos los avances que ha logrado en los diversos campos se han dado gracias a su capacidad de asombro, de maravillarse frente a la realidad. Sus descubrimientos y creatividad se han debido a su posibilidad de admiración aun frente a lo más rutinario y evidente. Por ejemplo, y es uno de tantos, Newton ideó la teoría de la gravedad, que luego a nosotros nos ha permitido superarla, a partir de algo tan trivial como que una manzana le cayera en la cabeza (según la anécdota). La admiración es considerada, tanto por Platón como por Aristóteles, como el origen de la filosofía. Según ellos la filosofía surgió de la admiración, de la perplejidad, de la sorpresa, de la maravilla o de la extrañeza. Nos admiramos cuando experimentamos la sensación de sorpresa o maravilla ante algo porque sentimos cierta desorientación, nos encontramos en una situación similar a la que experimentamos ante una idea o afirmación inspiradora en apariencia extraña y que se opone a la opinión general y nos obliga a repensar las cosas. Por eso es necesario dejarnos interpelar por la realidad y no ceder a la rutina, la costumbre y la indiferencia (Enciclopedia Herder, s.f.).

Cuando el hombre se encuentra con problemas nuevos, muchas veces se esfuerza en resolverlos con procedimientos antiguos, de comprobado éxito, pero que no sirven para encarar la novedad. Hay épocas en que aparece de modo muy claro lo que no es previsible desde la época anterior [y esto es lo propio de la nuestra]. Los planteamientos anteriores gozan de prestigio y por eso se ensayan, pero ya no sirven, son obsoletos. Esto se puede apreciar en el nivel individual y también en el nivel social (Polo, 1991, p. 21).

El ser humano siente en él mismo desarmonías y tensiones; de la tensión resuelta, nace la sensación de satisfacción (lo cual se da ya en el animal). En el caso del hombre, el bienestar propiamente humano se realiza por lo general en una relación armoniosa con el otro. Piénsese simplemente en la realidad de la comida hecha en común, que va infinitamente más allá de su función primera de satisfacción de la tensión del hambre. A partir de esta experiencia momentánea de contento, es posible concebir lo que podría ser la alegría experimentada por la obtención del bien deseado. Sería el gozo definitivo y de ninguna manera amenazado por el resurgir de una tensión penosa. Sería la realización plena, el amor logrado, el reconocimiento luminoso de sí mismo en su dignidad humana, en su lugar de relación al otro y, en esa situación relacional, la solución absoluta y definitiva de toda tensión; sería la identidad entre el ser y el desear.

En lo que respecta al campo social, Ernst Bloch, en El principio esperanza (2004-2007), recoge los indicios de la inquietud que ha tenido el hombre en la historia, desde los componentes de la civilización, en cuanto desborda lo inmediato, hasta las religiones: «La función utópica, según él, es la que contribuye a hacer del hombre un hombre». En el mismo campo marxista, Garaudy ha dicho que «no es el infinito lo que debe dividir a los pensadores marxistas de los creyentes en Dios, sino el que estos hagan del infinito una presencia y una promesa, cuando para el marxista permanece siempre una ausencia y una exigencia» (1971, p. 94).

Por lo visto hasta ahora, hay dos aspectos por señalar en la tendencia humana. En primer lugar, se constata que en la experiencia del hombre hay momentos de felicidad intensa en los que la tendencia humana parece haberse colmado. Esta experiencia es importante porque, gracias a ella, se intuye el sentido que tiene o puede tener la vida. Pero, en segundo lugar, se llega a la conclusión de que la tendencia humana nunca se aquieta plenamente. Es una tendencia radical.

Todas las propuestas religiosas, desde las más ingenuas del hombre primitivo hasta las más refinadas, desde las más concretas hasta el nirvana budista, acusan la estructura de inquietud como inevitablemente presente en el hombre y, justamente, el ideal es la supresión de la inquietud. Lo mismo pasa con las utopías individuales y sociales.

Respecto a esta inquietud, la exigencia de realismo y sobriedad es válida, pero si se trata de renunciar a esta solicitud humana que nos sitúa más allá de la explicación científico-racionalista, habría que rebelarse contra esa preocupación que sería deshumanizante, pues eso significaría la renuncia a la creatividad humana, causa de todos los progresos. Por otra parte, no se puede olvidar que el mismo avance de la ciencia y de la técnica se debe a esa profunda inquietud humana.

Lo señalado da a entender que esta búsqueda no tiene fin ni límite. Llamamos aquí experiencia a un conocimiento logrado a través de un vasto contacto existencial con cosas y personas en diversas circunstancias. Esta experiencia no concierne solo al entendimiento sino también a la voluntad, la afectividad y la sensibilidad; es decir, a toda la persona.

Nos acostumbramos de tal forma a las cosas que hemos perdido la capacidad de indignarnos y rebelarnos contra el mal. El dolor, el sufrimiento, sobre todo del inocente, la mezquindad y el egoísmo humanos, incluyendo los nuestros, no deberían darse. No olvidemos el mal banal (la «banalidad del mal» de Hannah Arendt), por el cual, personas comunes, bajo las condiciones y asociaciones particulares y la influencia de agrupaciones y dirigentes perversos, pueden convertirse en delincuentes y aun asesinos, como se dio en la Alemania nazi y entre nosotros en la época del terrorismo. El mal se suele hacer más por miedo, búsqueda de seguridad a toda costa, ignorancia o debilidad que por maldad.

Pero, junto a esto, es necesario asombrarnos de lo estupendo, simplemente, de un nuevo día, el misterio de nuestro cuerpo, la amistad, la alegría del encuentro, el deporte, el gozo, la satisfacción del trabajo realizado, la naturaleza en todo su esplendor, el descanso renovador, la confianza que aparece en todos los actos que realizamos. Más aún, la libertad, la posibilidad creadora del hombre, la imaginación, el arte, la poesía, sobre todo la belleza inigualable de la música, la bondad, el amor, la generosidad, la capacidad de esfuerzo, el espíritu de sacrificio y las experiencias religiosas.

Pero quizás lo más extraordinario sean las posibilidades abiertas (grandes horizontes) de la condición humana y el prodigio de la vida misma que se puede observar, por ejemplo, en la energía de un niño que ya no sabe qué hacer con ella y la expresa a través de saltos, juegos, etcétera. Conviene estar atentos para acoger lo bueno, lo hermoso y positivo de la vida sin necesidad de estar ciegos respecto de todo lo negativo que también se nos presenta en nuestra existencia y en nuestro mundo.

Por ello, también es motivo de asombro y pasmo la frustración, el fracaso, la derrota, el dolor y sufrimiento, la mezquindad, el egoísmo y maldad humanos, la impotencia, la culpa, la fugacidad de la vida y la muerte. También podemos preguntarnos por qué hay tanta gente calladamente insatisfecha; hombres y mujeres que encuentran su existencia monótona, incolora, vacía en medio de su «bienestar». Les falta la verdadera alegría de vivir. O, por otro lado, están llenos de ocupaciones, diversiones, actividades, pero su vida carece de significación y sentido.

Más allá de todo esto, y más profundamente, se da una verdad por descubrir, una libertad por conquistar, una afectividad por integrar y realizar, el reto de hacerse a sí mismo en lo posible, el compartir la vida en su totalidad, el buscar la propia autenticidad y coherencia, el siempre ir más allá de uno mismo y, finalmente, la necesidad de encontrar y dar un sentido a la vida.

Lo que intento en este libro es salir de la visión de una realidad y mundo cerrados en sí mismos. Desde diferentes frentes se han configurado perspectivas que van reduciendo de forma inconsciente nuestros diferentes espacios. Nos encontramos, muchas veces, encasillados por esquemas o paradigmas mentales y socioculturales producidos por el individualismo, que nos recluye en una especie de burbuja invisible. Según Lipovetsky, se da actualmente un individualismo egocéntrico, narcisista y hedonista, cuya consecuencia es la «imposibilidad de sentir, vacío emotivo, aquí la insustancialidad ha llegado a su término, explicitando la verdad del proceso narcisista, como estrategia del vacío» (1983, p. 50). Por otra parte, el predominio de las ciencias de la naturaleza y la técnica han configurado nuestro mundo moderno, de tal forma que, en su extremo racionalista y cientificista, ha estrechado nuestra mentalidad reduciéndola, con frecuencia, al mundo material, sobre todo económico. Nos hace falta recuperar la capacidad de asombrarnos y maravillarnos y, por ello, también apelar al sentido del misterio como la capacidad de estar siempre abiertos a lo que ignoramos.

En este texto primero aclararé no solo qué entendemos por misterio y realidad sino también aquello que se oculta detrás de estos conceptos, que son las nociones de verdad y vida, y ellas en su devenir. Luego consideraremos el enigma y perplejidad con que nos encontramos al contemplar la diversidad de culturas que encontramos en nuestra realidad. En seguida nos encontraremos con la cuestión del tiempo y la historia que dejan patente las transformaciones que se han dado y se dan en nuestra forma de vivir y pensar a lo largo del acontecer de la vida. Puesto clave, dada nuestra perspectiva, lo tendrá el papel que tienen la imaginación y creatividad en nuestro quehacer. Tema central, sin duda, lo tendrá nuestro mismo ser como humanos, como incógnita por descifrar. Luego nos abriremos a la perspectiva y experiencia de la trascendencia, que nos llevará a repensar el misterio humano en la persona del Hijo del Hombre y, a través de él, reflexionar sobre el significado del Misterio Primordial que nos es revelado. En la conclusión trataremos de esclarecer el futuro que nos espera.

Quisiera terminar esta introducción con una reflexión de Zygmunt Bauman, que es plenamente coherente con nuestro propósito:

Nuestra vida, tanto si lo sabemos como si no, y tanto si nos gusta esta noticia como si la lamentamos, es una obra de arte. Para vivir nuestra vida como lo requiere el arte de vivir, como los artistas de cualquier arte, debemos plantearnos retos que sean (al menos en el momento de establecerlos) difíciles de conseguir a bocajarro, debemos escoger objetivos que estén (al menos en el momento de su elección) mucho más allá de nuestro alcance y unos niveles de excelencia que parezcan estar tozuda e insultantemente muy por encima de nuestra capacidad (al menos de la que ya poseemos) en todo lo que hacemos o podemos hacer. Tenemos que intentar lo imposible. Y solo podemos esperar, sin el apoyo de un pronóstico fiable y favorable (ya no digamos de certidumbres), que mediante un esfuerzo largo y agotador podremos algún día llegar a alcanzar estos niveles y conseguir aquellas metas para, de este modo, ponernos a la altura del reto planteado (2009, pp. 31-32).