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Las mujeres colombianas

Su lucha por romper el silencio

Las mujeres colombianas. Su lucha por romper el silencio

 

Resumen

Utilizando diversas fuentes —como su diario personal cuando era una niña de once años en un colegio católico— y una amplia variedad de entrevistas a mujeres colombianas, Elena Garcés crea un análisis intelectual y erudito de las estructuras patriarcales sobre las cuales se basa la mayoría de las comunidades en el mundo. En Las mujeres colombianas, Garcés examina la cultura, la historia, la economía, las leyes y la religión en el país, al tiempo que promueve ideas que dilapidan la restricción forzada a la que se han visto sometidas las mujeres de esa sociedad. Con las historias de vida de dieciocho mujeres colombianas como punto de partida, la autora explora sus experiencias y sufrimientos en el contexto de la vida familiar y las instituciones sociales. Las mujeres colombianas es un importante estudio, ideal para estudiantes universitarios en los campos de estudios de la mujer, estudios latinoamericanos, religión, antropología y sociología.

 

Palabras clave: Mujeres colombianas (entrevistas); mujeres colombianas (aptitudes); condiciones sociales de las mujeres; derechos de la mujer; identidad sexual; feminismo en Colombia.

 

 

Colombian Women. The Struggle out of Silence

 

Abstract

Drawing from sources such as the author’s personal diary as an eleven-year-old in a Catholic girls’ school and a plethora of interviews, Elena Garcés is able to create an erudite analysis of the patriarchal structures on which most world communities stand. Colombian Women examines culture, history, economics, law, and religión in the context of Colombia. Garcés promotes ideas that demolish the “forced enclosure” of women in that society. Using the life stories of eighteen Colombian women as starting points. Garcés explores their experiences and suffering in the contex of family life and social institutions. Colombian Women is an important case study that will be ideal for undergraduate students of women’s studies, Latin American studies, religion, and sociology.

 

Keywords: Colombian women (interviews); Colombian women (aptitudes); social conditions of women; women’s rights; sexual identity; feminism in Colombia.

 

 

Citación sugerida / Suggested citation

Garcés Echavarría, Elena. Las mujeres colombianas. Su lucha por romper el silencio. Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2019.

DOI: doi.org/10.12804/th9789587842418

Las mujeres colombianas

Su lucha por romper el silencio

 

 

 

 

 

Elena Garcés Echavarría

Garcés Echavarría, Elena

Las mujeres colombianas. Su lucha por romper el silencio / Elena Garcés Echavarría. – Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2019.

 

xv, 303 páginas.

Incluye referencias bibliográficas.

 

1. Mujeres – Colombia – Entrevistas 2. Mujeres – Aptitudes – Colombia 3. Mujeres – Condiciones sociales – Entrevistas 4. Derechos de la mujer 5. Identidad sexual 6. Feminismo – Colombia I. Universidad del Rosario. II. Título III.

 

305.4 SCDD 20

 

Catalogación en la fuente – Universidad del Rosario. CRAI

 

SANN Abril 8 de 2019

Hecho el depósito legal que marca el Decreto 460 de 1995

 

 

 

© Editorial Universidad del Rosario

© Universidad del Rosario

© Elena Garcés Echavarría

 

Primera edición en inglés: Elena Garcés. Colombian Women: The Struggle Out of Silence, Lexington Books, 2008

 

Editorial Universidad del Rosario

Carrera 7 No. 12B-41, of. 501 • Tel: 2970200 Ext. 3112

editorial.urosario.edu.co

Primera edición en español: Bogotá D. C., abril de 2019

 

ISBN: 978-958-784-240-1 (impreso)

ISBN: 978-958-784-241-8 (ePub)

ISBN: 978-958-784-242-5 (pdf)

DOI: doi.org/10.12804/th9789587842418

 

Traducción: Elena Garcés Echavarría y Milagros Terán

Diseño de cubierta y diagramación: Precolombi EU-David Reyes

Conversión ePub: Lápiz Blanco S.A.S.

 

Hecho en Colombia

Made in Colombia

 

 

Los conceptos y opiniones de esta obra son responsabilidad de sus autores y no comprometen a la Universidad, su sello editorial ni sus políticas institucionales.

 

N. del E.: para esta edición se conservaron las referencias y bibliografía en inglés, por ser las que originalmente consultó la autora.

 

Todos los derechos reservados. Esta obra no puede ser reproducida sin el permiso previo escrito de la Universidad  del Rosario.

Autora

 

 

 

 

ELENA GARCÉS ECHAVARRÍA

 

Cali, Colombia. Feminista, investigadora y escritora en Colombia y Estados Unidos. En 2002 obtuvo un doctorado en Ciencias Humanas de la Universidad de George Washington, en Washington D. C., con la tesis (en inglés) La construcción del conocimiento feminista radical: las mujeres colombianas como ejemplo. En 1991 obtuvo su maestría en Políticas Públicas y Estudios de la Mujer, en la misma universidad, y en 1988, su licenciatura en Antropología y Estudios de la Mujer, en la American University, en ashington D. C., con el más alto honor, cum laude, y la distinción Scholastic All American.

Fue cofundadora del Colectivo Mujeres Pazíficas, grupo feminista en Colombia que trabaja por la paz y de la revista feminista La Cábala, de Cali, Colombia, de la cual también fue editora en la década de 1980. Es casada. Tiene cuatro hijos y cuatro nietos de su primer matrimonio.

A las mujeres colombianas

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Elaboración: John F. Cárdenas (tomado de la edición en inglés).

Contenido

 

 

Agradecimientos

Diario

Capítulo 1. Mi ser: mi vida

Capítulo 2. Métodos de investigación feminista

Capítulo 3. El empoderamiento a través de nuestras propias voces: reflexiones sobre la investigación geocéntrica

Capítulo 4. La construcción simbólica y social de la sexualidad femenina: las báses teóricas del deseo, y el discurso del cuerpo

Capítulo 5. Modelos de familia y participación de las mujeres colombianas en la historia y la política

Capítulo 6. Enfoque en las realidades socioeconómicas y políticas

Capítulo 7. Socialización y etapas de la vida femenina en Colombia

Capítulo 8. Opresión, violencia y discrminación contra las mujeres en Colombia

Capítulo 9. La Iglesia: una nueva Virgen María para los prelados y el pueblo colombiano

Capítulo 10. Conclusión: la vida como una obra de arte

Apéndice Indicadores estadísticos

Bibliografía

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Agradecimientos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Me gustaría agradecer a aquellos que apoyaron mi trabajo, especialmente a mi madre, mujer de grandes cualidades humanas, y a mi padre, quien al final de su vida dijo que se consideraba “feminista” —afirmación muy certera, ya que siempre, de una forma u otra, respetó la palabra de la mujer y colaboró para empoderarla, al expandir oportunidades que promovieran sus capacidades como motor fundamental de la sociedad—. A mis dos abuelas y mis innumerables tías, mujeres de visión abierta al mundo, de personalidad definida, forjadoras de líderes y amas de casa consumadas, mi profundo reconocimiento. Gracias a Henry J. Eder, el padre de mis hijos, por haber compartido este proyecto por tantos años. A mis hijos —Santiago, Harold, Enrique y Alejandro—, quienes siempre estaban supervisando si mi libro estaba en progreso. Un gracias muy afectuoso para Santiago por revivir mi deseo de realizar la traducción al español de este libro e impulsar todos los aspectos de esta publicación; a Enrique, felicitaciones calurosas por desarrollar la plataforma digital colombianas.org, inspirada en esta obra, dándole así transcendencia a su contenido. A Rosa María Martínez, quien me asistió con cariño, esmero y dedicación por tantos años en mi vida diaria.

Gracias a Enrique, Emma y María Eugenia —mi hermano y hermanas— y a María del Socorro Pérez, mi querida cuñada, por su apoyo e interés en mis estudios; a Emma, especialmente, por sus comentarios sobresalientes sobre las vidas de las mujeres y su afecto, cuidados y dedicado interés en conservar fielmente la esencia de la versión original de este texto. También quisiera agradecerle a mis primas María Antonia y Laura Garcés y a mi amiga Helga Kansy, cuyos ejemplos y logros académicos he seguido. A mis primas, primos, sobrinos y sobrinas, siempre aprecié su estímulo e interés. A mis amigas de infancia y del colegio, a cada una de ellas, gracias por su amistad incondicional. Gracias a Carmencita Mallarino, quien leyó los borradores de mis escritos y compartió su valiosa visión durante mis estudios universitarios y con quien analicé profundamente los pormenores de nuestra educación latinoamericana. A Óscar Marulanda, gracias por haberme animado a seguir adelante con mis estudios de posgrado. Gracias a Juan Santiago Uribe, también por darme sus comentarios después de haberse leído el texto original en sus últimas etapas.

Quisiera agradecer a aquellos que me abrieron las puertas de las ciencias humanas en diferentes épocas de mi vida: Libardo Bravo, Estanislao Zuleta, Peter Caws, Inés Azar, Jean Menetrez, Alfred Hiltebeitel, Gail Weiss y John Kafka. Le agradezco a Diane Bell por su continua inspiración mientras yo estudiaba en George Washington University; a Isabel Vergara por su amistad y buenos consejos durante el proceso de mi doctorado; a Janet Mancini Billson, por su generosidad, sus consejos, su apoyo incondicional y por haber incluido un capítulo escrito por mí en su libro Female Wellbeing. Gracias también a otros profesores que me inspiraron durante mis años académicos: Roberta Rubinstein, Eli Hiller, Phyllis Palmer, Ruth Wallace, Janet Billson.

A lo largo de cada etapa de este proyecto siempre estuve admirada y agradecida con las mujeres a quienes entrevisté; estas conversaciones forman la esencia de este libro. Quiero también expresar mi gratitud a Eli Hiller, quien me dio su excelente orientación editorial en las últimas etapas del proyecto, el cual siento que se enriqueció profundamente con sus aportes. Igualmente, le agradezco por haber compartido conmigo tantas horas en compañía de nuestros perros, repasando una y otra vez los textos, generando nuevas ideas y por el placer que sentí al trabajar con una lectora entusiasta. A Jana Svehlova y su esposo, Tony Svehla, gracias por leer los documentos preliminares de mi libro y por sus comentarios oportunos. A mi amiga Cecilia Mejía, gracias por su generoso gesto de prestarme su óleo para usarlo en la carátula del libro.

Un especial reconocimiento a Milagros Terán, quien con tanta paciencia y entusiasmo me acompañó en la traducción del libro al español. Mi gratitud hacia Juan Felipe Córdoba, director de la Editorial Universidad del Rosario, y a su equipo, quienes acogieron llevar a cabo la edición y la publicación de este libro, con interés y con espíritu proactivo. Mis gracias sinceras a Ilén González y a Carolina Ordóñez por su colaboración y valiosos aportes en la revisión de la traducción del libro. A Carmen Tulia Jiménez, gracias por su interés en ser parte de este proyecto al colaborar en la actualización de datos sociales y estadísticos de la obra. Mi aprecio invaluable al grupo de mujeres profesionales con quienes he compartido inolvidables momentos que llevaron a la creación del colectivo Mujeres Pazíficas de Cali, Colombia, actualmente vigente, hasta los muchos encuentros de inspiración feminista que han justificado mis años de estudio y de investigación. Finalmente, mi admiración a Marcela Ascencio escritora y directora del proyecto “Colombianas una biografía colectiva” (colombianas.org), plataforma digital inspirada en mi libro; lanzada en noviembre 2018 y galardonada en el Bogotá web fest 2019, con el premio a mejor proyecto web interactivo (Colombia).

Gracias a la vida por haberme dado esta oportunidad. Y a Plácido Domingo, por su magnífica interpretación de esa canción: “[…]gracias a la vida, que me ha dado tanto”.

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Diario

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Inspirada por el libro de James Joyce Retrato del artista adolescente, recuerdo lo que escribí cuando solo era una niña de once años de edad en las páginas de un pequeño diario, durante un retiro espiritual en mi colegio católico:

 

Mater!

[…] Nuestros pecados nos incriminan. Páginas negras, pecados propios. Páginas blancas lo que pude hacer bien y lo hice. Pecados ocultos: decir las cosas maliciosamente para que el confesor no entienda. Pecados callados por vergüenza o miedo. Pecados ajenos son los que comete otra persona por mi culpa. Descuidada en trajes, modales, puedo hacer que otra persona peque por pensamiento y deseo. Comulgo por la mañana y por la tarde me presento al baile casi desnuda. Escándalo. Almas que se condenaron porque en las piscinas, en los baños mixtos mostraron sus cuerpos. Ustedes son almas redimidas por la sangre de Jesús y pueden perderse. La mayor parte de los pecados que se están cometiendo en el mundo, son por culpa de las mujeres, dijo un obispo colombiano. Tú vienes de un hogar cristiano. Recibes una formación cristiana […] aquí hay en Cali demasiada libertad […] me pueden considerar pasada de moda si no voy a las fiestas o si no me baño en la piscina. Si pensáramos en la cuenta que tenemos que presentar al final de nuestras vidas, cambiaríamos de vida.

Capítulo 1

 

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Mi ser: mi vida

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Al escribir sobre sí misma la mujer regresará al cuerpo que le ha sido más que confiscado […]. Censura el cuerpo y censurarás el aliento y la palabra al mismo tiempo.

Helene Cixous, La risa de la medusa (1976)

 

El mayor interés en la vida es convertirse en ese otro que no eras al principio de tu vida […]. El proyecto vale la pena en la medida en que no conocemos el final […]. Cada una de mis obras es fruto de mi propia biografía.

Michel Foucault en Verdad, poder y ser: Una entrevista con Michel Foucault
(Martin et al. 1988: 9, 11)

 

Este libro nació de mi propia experiencia como mujer colombiana. Nací en la ciudad de Cali, en el occidente de Colombia. Colombia es famosa por sus grandes ríos, montañas de picos nevados y volcanes majestuosos. La selva amazónica y un río caudaloso atraviesan la parte sur del país. Hacia el este se extienden largos páramos y las zonas costeras se hunden al oeste, en el océano Pacífico, y al norte, en el Caribe.

Cali está situada en el fértil Valle del Cauca, rodeada por el brazo occidental de la cordillera de los Andes —que nosotros llamamos Los Farallones—. Al Valle del Cauca lo atraviesan ríos y arroyos que refrescan incluso durante los meses más calientes. El clima es tropical, pero el aire es seco y agradable en las noches porque esta zona está situada a mil metros sobre el nivel del mar. En las tardes, una leve brisa sopla entre las montañas y el mar.

El extracto de la dulce caña de azúcar le añade un encantador aroma al viento que se perfuma por las camias y otras flores aromáticas. Las orquídeas crecen en gran profusión, y las flores silvestres decoran las laderas, valles y bosques. Como es costumbre en las zonas tropicales, la naturaleza es especialmente generosa en su belleza. A la gente del Valle del Cauca le encanta el aire libre, y sus vidas fluyen al ritmo del clima. En el valle el sol siempre brilla, el cielo es claro, y en esta tierra fértil se alojan enormes árboles centenarios. Desde el avión se aprecia un inmenso tapiz verde de infinitas tonalidades, desde el verde limón hasta el esmeralda profundo. La gente de Cali denomina a su valle “el Paraíso”, donde la primavera es eterna.

Siendo la hija mayor en una familia de tres hermanas y un hermano, nací cuando mis padres eran muy jóvenes. A pesar de que mis padres esperaban un niño, y el abuelo paterno deseaba tener muchos nietos varones, mi llegada fue acogida con mucha alegría. Al menos es lo que me decía mi padre. Mi madre —con 19 años y recién salida del convento— lloró cuando supo que había sido una niña. Le daba vergüenza no haber tenido el tan deseado varón que esperaba su suegro.

“Ha nacido otra pantufla” solía decía mi abuelo, arrogante, machista y enfadado, cada vez que nacía una niña en la familia. Quería decir que había llegado otra mujer, un ser inofensivo, cariñoso, bueno para estar en casa, para cocinar y limpiar, pero a quien había que buscarle un marido para que tuviera nietos y así satisfacer el orgullo de los cuatro abuelos. En cuanto al problema de sexo, mi adorable pero misógino padre me repetía dulcemente y a menudo: “Hija mía, ¡qué alegría no haber nacido mujer!”1. Mi respuesta nunca cambió; yo solía contestar siempre: “Papá, es maravilloso ser mujer, no hombre”. Me nombraron en honor de mi abuela materna, hija de inmigrantes vascos y de una cultura y una finesse d’esprit admirables. Gracias a este nombre tan apreciado de mi abuela, se me perdonó haber nacido mujer.

Mi infancia fue muy feliz. Crecí entre mis hermanas, un hermano, muchos primos, primas, y los hijos de los contados amigos de mis padres, en una existencia protegida, pero despreocupada. A los nueve años me enviaron al colegio (previamente una tutora nos enseñó a mi hermano, a mi hermana y a mí a leer y escribir). Después de mi primera comunión nos enviaron al colegio en Cali: una de mis hermanas y yo, al Colegio del Sagrado Corazón; mi hermano, con los jesuitas, y mi hermana menor aún no había nacido. A los doce años me enviaron a Estados Unidos, a un colegio de las mismas religiosas del Sagrado Corazón, en Albany (Nueva York). Mis padres tenían una buena relación entre sí, de tal modo que nosotros, sus hijos, fuimos afortunados al haber crecido en un hogar tranquilo, en un país en paz. Los veranos transcurrían en los Andes, donde mi padre y su hermano mayor poseían una finca a dos horas de la ciudad. Durante tres meses, pasábamos un tiempo maravilloso sin ir nunca a la ciudad. A los dieciséis años comencé a viajar. Fui a un colegio en Inglaterra durante dos años y un año más en Italia, pero nunca dejamos de pasar las vacaciones en ningún lugar distinto a “nuestras” montañas.

Mi educación no fue muy interesante. En Colombia la instrucción se centraba en el buen comportamiento, para convertirnos, algún día, en esposas obedientes. Rezábamos muchísimo, nos enseñaban que la religión era muy importante para nuestro desarrollo espiritual. Más que una enseñanza académica, su objetivo era evitar cualquier tema que pudiera distraer nuestras mentes de la contemplación de Dios. El silencio era la regla de oro, y la obediencia, el valor supremo. En vez de exteriorizar nuestros deseos o desengaños, se nos enseñó a mantener un diálogo interno con el Señor. Durante esta temprana instrucción cultural, las niñas aprendimos a no expresar nuestros pensamientos. Tal entrenamiento se arraiga profundamente y luego es difícil erradicarlo. En vez de expresar mis pensamientos o escribirlos, me aislé en mi propio silencio. El lenguaje se volvió cada vez más remoto, como también la noción de identidad.

Las alumnas tenían prohibido andar de dos en dos; teníamos que andar por lo menos tres compañeras todo el tiempo. Durante los ejercicios espirituales y la misa diaria llevábamos guantes y velo. El velo era de color negro durante la semana, blanco los domingos y días festivos. Nos sentábamos con las piernas bien cerradas y aprendimos un comportamiento “femenino”. Las conductas “masculinas”, como empujar, gritar o dar patadas a una pelota, no eran permitidas. Tal comportamiento era considerado “vulgar”. Las niñas, nos decían, deben permanecer tranquilas, controladas y muy femeninas en todo momento. Nuestras conversaciones debían ser discretas y con un vocabulario diferente al que utilizaban los hombres. Éramos supervisadas constantemente por las religiosas, quienes nos aconsejaban ser obedientes para no tener problemas con las profesoras. Mis amigas y yo obedecíamos estas reglas al pie de la letra, y por consiguiente las religiosas nos trataban con cariño y consideración.

Sin embargo, no me gustaba el colegio. El pensamiento independiente era reprimido por las profesoras. No me gustaba estudiar, me aburría. Lo que sí me gustaba era el recreo, las visitas a los primos y amigas los fines de semana y, desde luego, las vacaciones. Leer era siempre divertido y me absorbía. Desde pequeña los libros me ayudaron a escapar del aburrimiento y a sobrellevar un ambiente hostil. Comencé a leer a los cinco años y me perdía en la lectura, los libros me daban placer, satisfacción intelectual y consuelo en momentos de enfermedad o tristeza. Mi tutora —a quien adoraba—, al igual que a mi madre y mi abuela materna, me inculcaron la importancia de la lectura.

La virginidad era otra cualidad que nos enseñaron a valorar. Las religiosas nos repetían que éramos “templos del Espíritu Santo”. Conscientes de este honor, nos comportábamos de acuerdo con esta noción. Habiendo sido escogidas por la Iglesia católica para una posición tan privilegiada, se esperaba que nosotras fuéramos puras de palabra, pensamiento y obra. Nada que contaminara nuestras mentes ni almas era permitido. Además, nos enseñaron que la libertad, la impureza y la insubordinación podrían llevarnos a la prostitución. Tal como se decía en tiempos de Cervantes: “Mujer romera, mujer ramera”.

No obstante, en nuestra familia se pensaba que las niñas eran seres especiales. Nos cuidaban al extremo porque cualquier cosa podría hacernos daño. Delicadas como porcelanas, fuimos tratadas de una manera completamente diferente a la de mi hermano y mis primos hermanos. Los muchachos podían hacer toda clase de actividades que las niñas teníamos prohibido intentar, como subirnos a los árboles, juegos violentos, ir al cine o a fiestas sin chaperona. A las niñas había que vigilarlas; nunca nos dejaban solas. Protegidas de las malas intenciones de los muchachos y de ciertos hombres —como conductores, jardineros e, incluso, amigos de la familia—, tuvimos que cumplir con ciertas restricciones cuando nos hicimos mayores y comenzamos a asistir a reuniones sociales. A las niñas no se les permitía nunca salir solas con un muchacho. Nos vigilaban día y noche, prácticamente hasta que nos casamos.

Ya en la adolescencia, los sacerdotes y las religiosas nos decían que las niñas podíamos ser una tentación para los muchachos. Aprendimos que las mujeres son las culpables de que los hombres pequen. De hecho, toda la iniquidad empezó cuando Eva tentó a Adán en el jardín del Edén. Nos recordaban continuamente que, debido al mal comportamiento de Eva, la humanidad perdió el Paraíso para siempre. Dios condenó a estos seres ingratos a vagar por el mundo, a cultivar la tierra con sudor y dar a luz con dolor. Nuestra culpa era grande. Las mujeres estaban obligadas a reparar el daño causado por Eva, y convertirse en mujeres buenas era la mejor forma de alcanzar esta meta. Además de ser virginales y puras, se esperaba que fuéramos calladas, sumisas y resignadas. La Virgen María era nuestra guía. Mientras crecía, mis modelos fueron mi madre, mis dos abuelas y mis ocho tías. Cada una a su manera rebelde, estas mujeres eran fuertes, valientes y comprometidas con la vida.

En Estados Unidos y después en Europa, las clases que tomé eran más interesantes que las de Colombia. Poco a poco se despertó en mí un afán de aprender. En Inglaterra estudié literatura inglesa, en particular las obras de Shakespeare, la historia y el arte, lo que abrió un mundo nuevo para mí. También aprendí francés, italiano, costura, cocina, mecanografía y tenis.

Cuando regresé a Colombia seguí el camino que ya habían seguido mis otras compañeras, el del matrimonio2. Pero antes quería seguir con mis estudios. Mis padres argumentaron que, siendo mujer, no necesitaba estudiar. “Y si lees demasiado, se te estropeará la vista”, añadía mi abuela materna. Me casé virgen. Era una muchacha buena que hacía lo que se le decía. Nadie me había explicado nunca lo de la menstruación ni cómo tener hijos. El primer día que menstrué, mi madre me dijo que no me preocupara, que era algo normal para las mujeres. Mis amigas de colegio me contaron todo lo que necesitaba saber acerca del cuerpo femenino y cómo se hacían los niños, pero nunca tuve una educación sexual formal. Al casarme, recibí permiso del juez y del sacerdote para tener relaciones íntimas con mi esposo.

Toda mi vida fue supervisada3. Siempre tenía a alguien observando lo que hacía. Si estaba callada y me portaba bien, me dejaban en paz. Entonces podía relajarme. No sentía rencor ni echaba de menos la falta de privacidad porque podía refugiarme en mí misma y leer, coser, escuchar música o simplemente estar tranquila. Más tarde en la vida, tuve que administrar una casa llena de niños (cuatro hijos propios y muchos sobrinos y sobrinas), atender a mi marido y a la familia. Mi educación me preparó para realizar estas tareas y disfrutar siendo madre y tía.

Después de casada, algunas amigas y yo nos matriculamos en terapia psicoanalítica y decidimos formar un grupo de concientización para discutir sobre nuestras vidas, intereses y preocupaciones. También nos matriculamos en cursos de filosofía, psicología y literatura. Nuestro profesor era psicoanalista y filósofo marxista. Una vez a la semana, de ocho a diez mujeres nos reuníamos para analizar los textos que queríamos entender y aplicar a nuestra vida diaria. Por ejemplo, comenzamos a investigar las cuestiones de la mujer, leyendo El segundo sexo (1952), de Simone de Beauvoir. Generalmente, una de nosotras escribía algunos pensamientos sobre el libro o capítulo para discutirlo. Este grupo duró ocho años.

Con el tiempo, decidimos aplicar lo que habíamos aprendido fundando una revista que trataba cuestiones existenciales, temas políticos, asuntos de mujeres, literatura, poesía y arte. La revista circuló durante siete años y obtuvo una acogida entusiasta, especialmente en los círculos universitarios. La publicación se llamaba La Cábala.

Desde muy niña participé en grupos de mujeres con la intención de ayudar a mejorar nuestras comunidades. Tales grupos han variado en tamaño y han cambiado con el tiempo, igual que el propósito de nuestros encuentros. Con solo diez años de edad me junté con unas pocas compañeras de clase con el fin de coser ropa de bebé para madres pobres embarazadas. Nos solíamos reunir dos o tres horas los sábados por la tarde. También asistimos a los retiros espirituales que el colegio organizaba una vez al año. Con el paso del tiempo nos hicimos mayores y ayudábamos en instituciones como la Cruz Roja, el Hospital Infantil, el Hospital Psiquiátrico y el Hospital Universitario. En la Cruz Roja, por ejemplo, tomamos seminarios educacionales para realizar mejor nuestro trabajo. La oportunidad para establecer vínculos femeninos y demostrar nuestro cariño y atención hacia otras mujeres hacía parte de nuestra motivación4.

Mi búsqueda para comprender el destino de la mujer en un mundo de hombres comenzó cuando era apenas una niña. Actualmente, esta pasión se extiende a las mujeres colombianas y su contexto político. Según Barbara Du Bois, la comprensión puede conducir a estrategias teóricas que podrían ayudarnos a actuar en el futuro (1983: 108). Mi pensamiento sobre los asuntos feministas siempre ha estado relacionado con la acción5. Los científicos sostienen que el saber y el poder están unidos en la medida en que “el pensamiento debe ser comprendido en el marco concreto de una situación histórica” (Mannheim, citado por Reinharz 1983: 163). Mi investigación se ajusta a esta noción porque la comprensión que estoy buscando afecta la vida de las mujeres colombianas en la medida en que nos beneficiamos de una observación colectiva.

A la luz de mi educación y de mi curiosidad sobre si mi experiencia era única, decidí entrevistar a otras mujeres para saber si sus vivencias eran similares a las mías. También esperaba descubrir por qué las mujeres de mi país todavía se ven enfrentadas a la discriminación y la opresión. Hoy en día, muchas personas en Colombia creen que la desigualdad de género ha sido abolida por el consenso y la ley, pero yo no creo que el problema haya sido corregido.

Científicas sociales, como Barbara Du Bois (1983), Shulamit Reinharz (1983, 1992), María Mies (1983) y Janet Mancini Billson (1995), concuerdan enfáticamente en que la teoría feminista debe adoptar una posición firme en cuanto a la realidad de las mujeres, su comprensión y lenguaje, si se quiere cambiar el statu quo6.

En otras palabras, cuando se hace ese tipo de investigación, las mujeres deben permanecer siendo el foco de atención. Por medio de nuestras propias palabras podemos construir un cuerpo de información, responder preguntas y desarrollar una metodología. Este método documentario revelará nuestra historia social, dice María Mies (1983: 23) porque “todo conocimiento se construye a través de la interacción entre uno mismo y el mundo” (1983: 23). Sin esa intimidad, yo nunca habría aprendido tanto de las mujeres colombianas como lo hice.

Yo era parte del grupo que entrevisté. Compartíamos una cultura común y una experiencia parecida, como mujeres y como compatriotas. Indirectamente, siempre realicé análisis culturales a lo largo de mi vida. He estudiado nuestra cultura, sus normas y reglas, he hablado con la gente, he hecho preguntas, he escrito y publicado artículos y he investigado sobre valores y artefactos culturales7 en la creación de una visión disidente de la sociedad (Reinharz 1992: 242). Como una especie de “hereje social”, he escuchado las voces de otras mujeres y he defendido públicamente nuestros intereses. Aunque lo que yo hago no es etnografía en el sentido estricto, esta investigación que presento de las historias orales, en combinación con lo que llamo “un trabajo de campo de toda una vida”8 me ayuda a escribir sobre “procesos culturales a través de los cuales el género es construido socialmente” (Reinharz 1992: 162) entre múltiples connotaciones. En la construcción de este proyecto, mi comprensión sobre la mujer colombiana ha mejorado, aunque todavía queda mucha investigación por realizar.

Notas

1 Simone de Beauvoir escribe cómo “en todas partes, en todo momento, los machos han desplegado su satisfacción al sentir que son los señores de la creación. ‘Bendito sea Dios […] que no me hizo mujer’, dicen los judíos en sus oraciones matutinas, mientras sus mujeres rezan en un tono de resignación: ‘Bendito sea el Señor, quien me creo según su voluntad’”. New French Feminisms: Anthology, ed. Elaine Marks e Isabelle de Courtivron (Boston, Massachusetts University Press, 1981), 49.

2 Virginia Woolf da una breve descripción de la educación y de las vidas de las “hijas de hombres educados”: “Fue con la idea del matrimonio que fue educada. Probó el piano, pero no se le permitió unirse a una orquesta. Dibujó escenas domésticas inocentes, pero no se le permitió pintar desnudos […] fue con la idea del matrimonio que se educó su cuerpo, se le dio una niñera, se le cerraron las calles, el campo se cerró para ella, se le negó la soledad —todo esto se le reforzó para que pudiera preservar su cuerpo intacto para su marido. En suma, el pensamiento del matrimonio influyó lo que dijo, lo que pensó y lo que hizo”. Tres Guineas (Andrés Bosch, trad. Barcelona: Editorial Lumen, 1977).

3 Para el estudio de cómo un individuo es “subjetivado” en la persona en que debería convertirse, consultar a Michel Foucault en Disciplina y castigo (Nueva York, Vintage Books, 1975) y en Historia de la sexualidad Vol. 1 (Nueva York: Pantheon, 1978), los cuales deberían preferiblemente leerse juntos, ya que dan una visión clara de lo que significa convertirse en un cuerpo dócil a través de la “tecnología disciplinaria”.

4 Durante cuatro años escribí una columna en nuestro periódico local, respondiendo cartas de lectores que pedían ayuda. Esta actividad me enseñó mucho acerca de los acertijos que los humanos enfrentan en el transcurso de la vida. La mayoría de mis lectores eran mujeres.

5 Steiner Kvale explica en InterViews: An Introduction to Qualitative research Interviewing, Londres, Sage, 1996. 46, que para Paul Ricoeur la interpretación del significado incluye no solo textos escritos, sino también los “objetos de las ciencias sociales —la acción significativa—”, entre los cuales están el discurso y la acción.

6 María Mies escribe: “[…] el cambio del statu quo se convierte en el punto de partida para una búsqueda científica”. “Toward a Methodology for Feminist Research”. En Theories of Women’s Studies, Gloria Bowles y Renate Duelli Klein, ed. (Nueva York: Routledge y Kegan Paul, 1983), 125.

7 Acerca de los “artefactos culturales”, Shulamit Reinharz dice: “La gente que hace análisis de contenido estudia un conjunto de objetos (por ejemplo, artefactos culturales) o eventos sistemáticamente, al interpretar los temas contenidos en ellos. Estos productos surgen de todos los aspectos de la vida humana, incluyendo mundos relativamente privados, ‘alta’ cultura, cultura popular y vida organizacional”. Feminist Methods in Social Research (Nueva York: Oxford University Press, 1992), 146.

8 Acerca de la etnografía, Reinharz escribe: “[…] la etnografía contemporánea o trabajo de campo es investigación de métodos múltiples. Usualmente incluye la observación, la participación, el análisis de archivos y las entrevistas —combinando así las ventajas y debilidades de cada método—. Los métodos no positivistas —particularmente las entrevistas abiertas y la etnografía— deben tomar un lugar prominente en la ciencia feminista” (Ibid., 46).

Capítulo 2

 

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Métodos de la investigación feminista

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Considero una osadía que cualquiera pretenda decidir lo que son o no son las mujeres, lo que pueden o no pueden ser por su constitución natural. Ellas han estado siempre mantenidas en un estado tan antinatural en cuanto a su desarrollo espontáneo, que su naturaleza no puede menos que haber sido deformada y ocultada; y nadie puede declarar con seguridad que, si a la naturaleza de las mujeres se la dejara escoger su dirección tan libremente como a los hombres, no habría ninguna diferencia en el carácter y las capacidades que desarrollarían ellas mismas.

John Stuart Mill, Sobre el sometimiento de las mujeres (1971: 41)

 

Aleja: “Con el mismo látigo que usaban para el ganado”

 

Introducción

En el momento de la entrevista, Aleja, de 90 años, trabajaba para mi hermana menor. Fue mi niñera. Siendo la mayor de todas las entrevistadas, sus experiencias opacaban en muchos aspectos las de las otras, e incluían temas como la violencia doméstica; el respeto y admiración de una madre hacia un padre infiel; una crianza religiosa católica fuerte, la educación en el sistema católico tradicional, el rechazo de su madre a discutir con ella cualquier tema ligado a la sexualidad femenina, o la simple biología; la supervisión constante hacia las niñas; la desconfianza fundamental entre hombres y mujeres.

Estas revelaciones son el producto de la investigación feminista descrita en este capítulo, la cual rechaza las limitaciones establecidas por los científicos sociales masculinos acerca de que la evidencia cuantificable es la única verdaderamente científica. El enfoque de la mujer emplea el contacto personal inteligente y el involucramiento entre el interlocutor y el sujeto de la investigación. El investigador escucha e informa. Ella compara testimonios, percibe modelos (aquí iniciados con Aleja) que, con una gran evidencia, invitan al análisis causa-efecto. Finalmente, este enfoque más abarcador, participativo y creativo produce métodos y teorías para remediar los problemas sociales.

 

Entrevista

Aleja, ¿cómo la criaron? Dígame lo que recuerda de su infancia, el hogar de sus padres, sus años escolares, sus hermanas y hermanos, primos y otros familiares, sus amigos.

“Yo me crie en el campo. Mis padres vienen de un pueblo pequeño en Cundinamarca llamado La Mesa, pero vivíamos más al norte, a media hora a caballo. Era una finca muy bella que pertenecía a una familia de Bogotá. Mis padres eran los administradores de la finca. Mi mamá estaba a cargo de la comida de los trabajadores, y mi padre, de la pesa y la recolecta de las diferentes cosechas —maíz, algodón, etc.— y del aguardiente. Mi madre dirigía a las mujeres en la cocina y en el comedor. Era una mujer muy organizada, admirada y respetada por todos. Mi padre pasaba mucho tiempo fuera de la hacienda. Tenía que ir a otros pueblos a hablar con la gente, a comprar víveres para la finca y a vender la cosecha, la miel y el aguardiente.

”Mis padres tuvieron seis hijos. Dos varones murieron cuando eran pequeños. Yo era la mayor de los otros cuatro; éramos dos hermanas y un hermano. Rafael era ocho años menor que yo, y Etelvina era dieciocho años más joven. Mi madre comenzó a tener hijos desde muy joven, y terminó su ciclo reproductivo ya mayor. Siendo yo la mayor, mi madre fue muy estricta conmigo. A palizas crecí. Mi madre tenía un carácter fuerte y estaba siempre lista a golpearnos, especialmente a mí, que era rebelde. Debo admitir que yo era muy desobediente. Sin embargo, todas las palizas de mi madre no me lograron hacer más dócil. Al final, entendió que no podía forzarme a hacer cosas que yo no quería hacer.

”Fui a un colegio solo de niñas. Las niñas y los niños no iban al mismo colegio en esos días. Nuestra maestra, Abigaíl, era muy estricta. Cuando deso­bedecíamos, nos pegaba con una regla o nos hacía ponernos de pie con un ladrillo en cada mano frente a la puerta. Cuando cumplí siete años, mis padres me enviaron al pueblo más grande, La Mesa, para estudiar con las religiosas: las Hermanas de la Caridad. También allí yo molestaba a las religiosas todo el tiempo. Mi padre me llevaba al colegio todos los días, en su caballo. Mi padre era cariñoso y amoroso con nosotros; por el contrario, mi madre era muy dura: nos pegaba, especialmente a mí, con el mismo látigo para el ganado. No obstante, mi madre era muy religiosa. Me enseñó todas las oraciones y la manera correcta de comportarme frente a las personas. Me enseñó a ser discreta, no meterme en los asuntos de otras personas, no involucrarme en discusiones, tener respeto por mis mayores y no juzgar a la gente. Nos enseñó a las niñas a no dejarnos tocar de nadie. Era la costumbre —todavía no sé por qué— que los muchachos nos tocaran los pechos. Entonces mamá nos dijo que, sin ser groseras, teníamos que ser firmes y hacernos oír, diciendo a los muchachos que debían de respetarnos.

”Mi madre respetaba muchísimo a mi padre. Se encargaba de su ropa y su comida. Le encantaba verlo limpio y siempre vestido con camisas blancas, inmaculadas. Mi padre era, como ya dije, un hombre muy afectuoso. Todo su amor era para nosotros, y nunca fue abusivo.

”Mi padre solía tocar una flauta pequeña y cantaba mucho. ¡También era un gran coqueto! Tenía una novia, en otro pueblo. Ella era joven, y con ella tuvo tres hijas. Cuando iba con él los domingos al mercado, allí la conocí. Su nombre era Rosario. Era muy amable y me compraba peinetas para mi pelo y aretes. Yo me preguntaba por qué era tan amable conmigo, hasta que un día entendí que era la querida de mi padre.

”Un día, una amiga le contó a mamá sobre las aventuras de mi padre. Pero mi madre le dijo a su amiga: ‘Escucha, querida, mi esposo es mi esposo aquí en la casa. Cuando sale, lo que él haga es asunto de él. Así que por favor te pido que nunca más regreses a contarme cosas de él. Él puede hacer lo que le dé la gana. No es asunto mío. Su vida es privada’. Pero era yo la celosa. Fui yo la que no aprobaba que las tres niñas (sus tres hijas) vinieran a visitarnos. Le dije a mi madre que no quería que comieran en nuestra casa, pero mi madre siempre decía: ‘¡Hija, no es culpa de ellas!’. Generosa y discreta, mi madre era también sensible y no tenía rencor ni resentimiento”.

 

Dígame, Aleja, ¿su madre y su maestra le dijeron cómo debían comportarse las niñas?, ¿te dijeron algo sobre la virginidad de la mujer, la pureza, la menstruación?

“¡No, nada! Nunca hablaron de esos temas, ¡mucho menos lo que tenía que ver con nuestros cuerpos o su funcionamiento! Como yo le temía a mi mamá, nunca tuve conversaciones íntimas con ella. A los quince años casi me caso con un joven de La Mesa. Un día, un amigo mayor que yo me llevó a un lugar donde lo vi a este joven con otra mujer. Así que desaparecí de su vida y no le conté a nadie sobre esta relación. Después de este incidente no volví a tener nada con los hombres. El día que tuve mi primera menstruación me fui al río y allí me lavé. Estaba muy asustada y pensé que me iba a desangrar. ¡Estaba aterrorizada! Pensaba que mi madre me iba a golpear. Tenía doce años. Una amiga me dijo todo sobre la menstruación, y más tarde mi madre me explicó cómo debía cuidarme. También me dijo que había cosas que no podía comer mientras menstruaba, como claras de huevo batidas. Esas son las cosas que mi madre me dijo sobre mi cuerpo. Nada más. Había poco tiempo para conversar. Todos teníamos que trabajar. Más aún, nadie me dijo cómo se hacían los niños. Nunca vi a los animales copular. Nunca me dejaban sola, mi madre estaba siempre supervisándonos. El único hombre que veía era mi padre. Los trabajadores de la finca eran respetuosos y nunca tuvimos con ellos una relación cercana. Tenía primos y tíos, pero vivían lejos. Algunas veces venían a visitarnos, pero solamente por uno o dos días. Mi padre, bueno, mi pobre padre no nos decía nada. Lo dejábamos tranquilo y él no nos molestaba, estaba siempre muy ocupado”.

 

Aleja, ahora cuénteme sobre su primera comunión. ¿Quién la preparó, dónde la hizo, con quién?

“Celebramos nuestra primera comunión en el pueblo grande, La Mesa. Fue una ceremonia religiosa importante. Las religiosas nos prepararon a las niñas, y lo hicimos en el mes de mayo. Los niños tuvieron su primera comunión otro día. Como le dije antes, las niñas no nos juntábamos con los niños. Nunca jugué con niños. Ni siquiera sabía la diferencia entre niñas y niños —quiero decir, la diferencia en su comportamiento—. Ni los miraba. Y ¿jugar? No teníamos tiempo para jugar. Los pocos momentos libres fuera del colegio tenía que trabajar en el jardín. Regaba las flores, cavaba la tierra preparándola para nuevas plantas o semillas y les daba agua a los pollos y otros animales. Yo ayudaba siempre en la finca. Era un trabajo difícil —más para los niños que para las niñas—. Tampoco me gustaba cocinar. Solo más tarde, cuando me fui a vivir a casa de su abuela, aprendí a cocinar. Mi madre decía que la gente que no tiene nada que hacer desarrolla ideas malas. Nada bueno viene del tiempo libre desaprovechado. Nosotros, los niños, teníamos que trabajar duro, nos gustara o no. Esas eran las reglas. Siempre me gustó trabajar, y cuando era una niña, ¡prefería trabajar que salir a jugar!

”Más tarde, cuando crecí y me fui a trabajar donde su abuela conocí un chofer que me ofreció una relación amorosa. Una de las mujeres que trabajaban allí me dijo: ‘Tienes que ser cuidadosa con los hombres. Ellos mienten. Necesitan mujeres solteras y si se casan con una, después cambian y se comportan de repente como si les pertenecieras’. Mi amiga Gabriela decía que los hombres eran malos de naturaleza y yo le creí. Les temía a los hombres y no les creía.

”Así que no quise tener nada que ver con los hombres. También puede ser que me haya influenciado la infidelidad de mi padre con mi madre y cómo algunas veces él se portaba grosero con ella, y ella se tenía que defender. A una joven mujer le diría que estudie, aprenda y trabaje, y si está ocupada, sus pensamientos siempre la llevarán a cosas útiles. Debe hacerse respetar por sus novios, hasta el día que decida casarse”.

 

***

 

Este estudio se concentra en las mujeres de Colombia —donde nací y crecí— y en la difícil situación, como resultado de la ideología patriarcal. La investigación enfoca temas relacionados con las fuentes de esta opresión.

Para comprender cómo se construye y desarrolla el conocimiento feminista radical en Colombia, exploro en dieciocho entrevistas con mujeres colombianas los temas de socialización, violencia, deseo y empoderamiento. Sitúo estas entrevistas dentro del marco de la historia de las mujeres en Colombia y los asuntos políticos, religiosos, legales y socioeconómicos que impactan sus vidas.

Mi investigación presentará la hipótesis de que la opresión de las mujeres colombianas, perpetuada por un modelo patriarcal, continúa hoy en día. La opresión sexual o sexismo comienza con la ideología patriarcal, con sus leyes e instituciones religiosas y gubernamentales y, aún más importante, con ayuda de mujeres mayores. Las mujeres colombianas continúan siendo discriminadas, lo que afecta su bienestar y su derecho a una “vida personal y social satisfactoria” (Lavrin 1987, p. 113). Son varias las causas de esta opresión, pero, entre todas, enfatizo dos: el temor masculino a la sexualidad femenina, que muchos hombres ven como impedimento a su hombría o masculinidad1, y la creencia en que los hombres han sido y son los creadores de la cultura y la sociedad, y, por lo tanto, los controladores del poder social (De Beauvoir, 1952; Peristiani, 1966; Pescatello, 1973; Schneider, 1971; Lerner 1986).

Uno de los propósitos de este libro es develar actitudes sexistas dentro de la cultura machista colombiana, para reunir información, demostrar y describir la forma en que este prejuicio afecta a las mujeres y la forma en que hablan de sus vidas bajo esta circunstancia. Mi investigación expone las causas de fondo de este comportamiento machista.

Los temas específicos son: 1) la institución de la familia, que estructura el género y determina cómo se transmiten las leyes del Estado y la Iglesia bajo la supervisión de los padres, en conjunto con la autoridad legal y las enseñanzas religiosas; 2) la condición socioeconómica que impregna la existencia de los pueblos con efectos positivos o negativos en su destino humano, según la clase social; 3) la violencia abierta o callada hacia las mujeres colombianas debido a normas sociales, culturales y religiosas; y 4) los temas sobre virginidad, pureza, deseo, discurso, machismo y marianismo entrecruzados dentro de una red sólida que obstruye la vida de las mujeres y su manera de ser, creando modelos sociales adversos basados en creencias y comportamientos. Este estudio intenta comprender las raíces profundas de la opresión de las mujeres colombianas; busca modificar, cambiar y/o erradicarlas. Finalmente, este estudio definirá visiones hacia un mundo mejor para las mujeres en Colombia.

 

Fundamentos para estudiar a las mujeres bajo represión

 

Los sistemas patriarcales deben ser estudiados y modificados, porque cometen violencia contra las mujeres en las esferas públicas y privadas, violan los derechos humanos y la libertad política, tanto en la esfera pública como en la privada, y estas deben ser estudiadas y modificadas. El patriarcado repite modelos de dominación específica de los hombres sobre las mujeres y de los hombres sobre los hombres. Para Mitchell (1973: 64-74), el patriarcado no es solo “la ley del padre”, la ley de los hombres a quienes se les enseña, por medio de la socialización y la ideología, a ser dominantes y se les permite usar la fuerza cuando lo consideren necesario. “El patriarcado todo lo invade: penetra todas las clases sociales, sociedades diversas, épocas históricas. Su institución principal es la familia, y se basa en la cultura heredada y en las enseñanzas transmitidas a los jóvenes”. Más aún, Engels observa que la organización de las comunidades agrarias pregonó la desaparición del poder femenino.

 

El derrocamiento del derecho materno representó la derrota histórica mundial del sexo femenino. El hombre tomó el control del hogar, la mujer fue degradada y reducida a la esclavitud, se convirtió en esclava de su lujuria y en un mero instrumento para la producción de niños. (Mi énfasis) (Engels 1985: 120-21)

 

Este acuerdo marcó el principio de una sociedad donde el valor excedente del trabajo masculino adquirió importancia, mientras que la reproducción de seres humanos perdió significado (Mitchell 1973; Mies 1983; Beneria 1985). La familia fue organizada alrededor de una base de contradicciones. Un tema que afloró entre los hogares fue la relación asimétrica entre los sexos que dividió a hombres y mujeres en términos de trabajo productivo versus no productivo (trabajo remunerado versus trabajo del hogar). Gayle Rubin describe esta relación desigual entre hombres y mujeres como el comienzo del poder patriarcal, el cual implica

 

[Una] forma específica de dominio masculino, y el uso del término debería atribuirse a los nómadas y pastores del Antiguo Testamento, de a donde el término proviene de Abraham fue un patriarca —un hombre viejo cuyo poder absoluto sobre esposas, hijos, rebaños y dependientes fue un aspecto de la institución paternal, definida en el grupo social en el que él vivía. (1975: 168)

 

El ascenso de Abraham en la cultura occidental también marcó el descenso de Sara y el resto de sus esposas, tal como Engels lo señalo hace más de cien años2.

Desafortunadamente, la sociedad patriarcal ha establecido una realidad opuesta en la cual ser mujer automáticamente pone en riesgo el bienestar personal. Los roles basados en el género impregnan todos los niveles de actividad dentro de la familia y de las comunidades.

, que es la raíz del patriarcado.