EXTRACTOS DE UNA CARTA DE JORGE PEÑA HEN A SU ESPOSA E HIJOS

Siempre tuve el sentimiento premonitorio que mi vida terminaría a los 45 años. Siempre pasó por mi mente esa idea, fugazmente, sin definir qué, cómo, y sin intuir las circunstancias en que ello podría ocurrir.

Presiento que mi fin está próximo, que mi fin material no tardará en llegar, así como el fin de mi atormentada vida interior ya ha sucedido. He querido por tanto, escribirles este póstumo mensaje, lo cual creo que me aliviará y me permitirá afrontar con entereza la dura prueba. Me aliviará, pues me queda la esperanza de vuestra comprensión y perdón.

Hoy he tenido información del fusilamiento de algunos compañeros, que no han hecho en su vida otro daño que luchar por sus ideales. Sabemos y sé que muchos de nosotros estamos marcados y sentenciados por el delito de amar a la humanidad, al hombre histórico, a través de la construcción de un nuevo orden, de real libertad, igualdad y justicia social. Pienso que, si me cogen, mi escapatoria de la muerte física, sería sólo un milagro.

Cuando uno llega a una situación así, ve distinta la vida. La ve distinta, pues sólo se vive un presente incierto y se revive críticamente el pasado. De cuanto he hecho en mi vida laboral, artística y doméstica, nada más deseo o habría deseado realizar. Si debo morir, afronto ese paso sin la frustración de haber necesitado más tiempo de vida para realizar cosas.

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La Serena, 13 al 14 de Septiembre de 1973.

ORÍGENES, FAMILIA Y PRIMEROS ESTUDIOS

El pequeño Jorge pasó su primera infancia jugando en su hogar, rodeado de amor y tranquilidad. Su padre, médico de profesión, escuchaba música clásica en discos de vinilo, y su madre era una culta dueña de casa que tocaba piano. La vida sosegada del niño transcurría en la ciudad puerto de Coquimbo en los años 30 del siglo XX.

Jorge Washington Peña Hen nació el 16 de enero de 1928 en una familia de clase media formada por Tomás Peña Fernández y Vitalia Hen Muñoz. El padre era un gran amante de la música y ella provenía de una familia de músicos. La madre de Vitalia -Irene Muñoz- tocaba piano y su tía Anita era instructora de ese instrumento. Mientras que su abuelo, Daniel Hen, era un músico ciego que tocaba violín y afinaba pianos y órganos en la ciudad de Ovalle, donde era conocido por su actividad. Jorge Washington nació en un hogar en que la música estaba siempre presente y desde sus primeros días de vida oyó música docta, melodías diversas, distintos instrumentos que fueron modelando su futuro.

La pareja Peña Hen había contraído matrimonio en 1927 y vivía en esa época en Coquimbo, pero Vitalia decidió viajar a Santiago, a la casa de su madre, para recibir a su primer hijo. El segundo, Rubén, llegó en 1929 y Silvia nacería varios años después. Jorge siempre se sintió coquimbano, no le gustaba que se le dijera santiaguino porque había nacido en la capital solo “por accidente”, pero vivió la mayor parte de su niñez en el puerto de Coquimbo y en la ciudad de La Serena, donde estudiaba.

Se dice que en su infancia fue un niño muy dominante. Alguna vez contó su madre que cuando jugaba al circo, él era el domador y sus hermanos eran las fieras. También su hermana Silvia ha dicho que Jorge fue el que siempre armó los juegos entre los tres hermanos. “Él era el capitán de todas las cosas, inventaba juegos”. Pero al mismo tiempo, desde niño tuvo un carácter más bien introvertido, serio, algo nostálgico, como si viviese en un conflicto interior, una cierta contradicción, un pesar inexplicable.

En la segunda mitad de la década de 1920, Chile vivió un periodo de cierta estabilidad económica, basada en una expansión del gasto público realizado por el primer gobierno de Carlos Ibañez del Campo, cuyo objetivo era modernizar la infraestructura productiva del país. Este auge no duraría mucho tiempo porque se generaba a partir de un alto endeudamiento externo y llegaría a su fin con la crisis mundial del año 1929. La economía chilena, centrada principalmente en las exportaciones de salitre y cobre, se desplomó y la Gran Depresión afectó muy fuerte al país en los años siguientes.

Un ejemplo de la situación económica deprimida y de la situación política inestable, fue la sublevación de la Escuadra de Chile protagonizada por la marinería de la Armada, entre el 31 de agosto y el 7 de septiembre de 1931, provocada por una fuerte rebaja de salarios. Tras apoderarse de los buques y bases, la marinería presentó a las autoridades un petitorio, que el gobierno tramitó y negoció durante algunos días, pero en el proceso, los sublevados aumentaron sus demandas, relacionándolas con la crisis del país. En apenas una semana, el movimiento tuvo sus fases de auge, desarrollo y caída.

El día 4 de septiembre, tras el ultimátum del gobierno y en la víspera de ser atacados, los sublevados manifestaban abiertamente su deseo de que el movimiento adquiriera características de revolución social. Al día siguiente, los marinos fueron atacados por fuerzas del Gobierno, intentaron una breve resistencia y, luego de combates en Coquimbo y Talcahuano, los rebeldes se rindieron, fueron enjuiciados y condenados a prisión.

Pocos meses después, en junio de 1932, estalló otro movimiento revolucionario, esta vez en la jefatura superior de la Fuerza Aérea. Se instauró, por la vía de un golpe cívico-militar de izquierda, la “República Socialista” -de breve existencia- y se concedió inmediato indulto y amnistía a los marineros presos por causa de la sublevación de septiembre. De reos pasaron a ser héroes populares, y su insurrección quedó registrada como un hito de la lucha obrera en Chile.

La profesión del padre de Jorge le permitió salvar este duro periodo sin mayores dificultades y la familia no sufrió penurias en lo económico y su vida transcurrió de forma tranquila en Coquimbo. En esos años, la ciudad de La Serena tenía cerca de 20 mil habitantes.

Sus primeros estudios los hizo en Coquimbo, pero en su infancia tuvo experiencias extraordinarias -para el Chile de esa época-, ya que junto a su familia, cuando tenía 10 años, viajó a Europa y permaneció allá durante un año. Viajar desde la pequeña ciudad de Coquimbo a una capital del mundo, el París de los años 30, le abrió sin duda una nueva visión de la vida. Al volver al país, su familia se radicó por unos años en Santiago y Jorge ingresó al Instituto Nacional en 1939, con 11 años, y permaneció allí hasta 1944, cuando la familia se trasladaría nuevamente a Coquimbo.

Antes de ese viaje a Francia, Jorge tuvo lecciones de piano, motivado por sus padres. Sin embargo, esas primeras escaramuzas frente al piano no resultaron bien. Quizás fue la metodología de su profesor o tal vez el niño aún no tenía las condiciones para ese aprendizaje.

En uno de sus viajes a Europa, su padre le trajo de regalo un tren eléctrico, juguete con el cual el pequeño Jorge se entretendría largas horas de su infancia. En esa época, viajar desde Santiago a La Serena implicaba usar principalmente el ferrocarril, que era el medio de transporte más importante del país y para todo niño tener un tren eléctrico era una aspiración que no todos conseguían. Jorge pasó muchas horas de su niñez haciendo viajes y visitando estaciones imaginarias, transportando la carga y pasajeros de sus fantasías.

Muchos años más tarde, cuando era ya el maestro, casado y padre de familia, compraría un juguete similar a su hijo, Juan Cristian, pero quien más se divertiría con él sería el padre, quien volvía a su infancia echando a andar esa máquina que arrastraba vagones. Compró carros y otros implementos para completarlo, con más estaciones, más recorridos. El hombre seguía siendo niño, no solo con el tren, por cierto.

Al regreso de Francia, Jorge estaba en su pre adolescencia y entonces su hermana Silvia recibe clases de piano, pero el más interesado en las lecciones fue, ahora sí, el futuro maestro. Se manifestaron sus deseos de aprender a tocar este instrumento que sería, a partir de entonces, parte esencial de su vida. La profesora de Silvia dio también clases a su hermano y enseguida se dio cuenta de las capacidades del muchacho, razón por la cual lo presentó al Conservatorio Nacional como alumno particular. En su primer año de estudios consiguió aprobar los cuatro primeros niveles de teoría y solfeo y al año siguiente, en 1943, aprobó los exámenes de piano de primer y segundo niveles del ciclo básico.

Ya en esos años el joven compuso sus primeras piezas musicales, las cuales fueron revisadas por el maestro Pedro Humberto Allende, quien sería su maestro durante un breve tiempo, dado que la familia Peña Hen se trasladó nuevamente a Coquimbo. Algunos de esos ensayos se conservaron y están fechados en los años 1945 y 1946 cuando los dio por concluidos, pero los inició mientras vivía en la capital y asistía a clases en paralelo al Instituto Nacional y al Conservatorio Nacional.

Cuando la familia del doctor Peña se traslada a Coquimbo, Jorge tiene 16 años y completa sus estudios de 5° y 6° de Humanidades (hoy equivalentes a 3° y 4° medio) en el entonces Liceo de Hombres de La Serena, hoy Liceo Bicentenario Gregorio Cordovez, de carácter mixto.

Este establecimiento educacional tiene una larga historia y una importancia relevante para la ciudad y también para el país. Es el segundo liceo más antiguo de Chile, fundado por el propio Bernardo O’Higgins en su calidad de Director Supremo en 1821, en los albores de la Independencia. En un comienzo se denominó Instituto Nacional Departamental de Coquimbo, similar aunque no igual al Instituto Nacional de Santiago. Un par de años más tarde cambió su nombre a Instituto Departamental San Bartolomé de La Serena. Desde 1869, el liceo ocupó el edificio de estilo Neo Clásico del sector Norte de la planta actual del establecimiento situado entre las calles Cantournet y Gandarillas y entre Infante y Rodríguez, abarcando una manzana completa del sector nororiente del casco histórico de La Serena. Hasta ahí llegó el adolescente Peña Hen a estudiar y a socializar con sus profesores y compañeros de curso. Solo estuvo dos años en este lugar, pero dejó una huella imborrable entre sus pares que cariñosamente lo apodaban “el Chopin”, porque ya manifestaba su inclinación y pasión por la música clásica.

El liceo es considerado un alma mater de la educación del norte de Chile, toda vez que esta institución fue la cuna de otras destacadas casas de estudio a nivel regional, como la Escuela de Minas de la Universidad Técnica del Estado, y la Universidad de Chile, Sede La Serena.

Entre sus docentes siempre se menciona con orgullo a figuras que forman parte de la historia nacional tales como Ignacio Domeyko, Juan De Dios Pení, Alfonso Calderón, Pedro Cauntornet, Bernardo Osandon, José Ravest, Elier Tabilo Buzeta, Felipe Herrera y Jorge Miranda. Pero la lista es más larga. Y entre sus ex alumnos se destaca a Pedro Pablo Muñoz, Isauro Torres Cereceda, Pedro Regalado Videla, Bartolomé Blanch, Carlos Roberto Mondaca, José Joaquín Vallejo, Hugo Miranda Ramírez, Julio Mercado Illanez, Eduardo Urizar Ireland, Enrique Molina Garmendia, Gustavo Rivera Flores, René Larraguibel Smith, entre muchos otros que se han destacado a nivel nacional o regional en la política, la literatura, la educación y otros planos de la sociedad.

El Liceo durante muchos años fue una de las instituciones más importantes de la ciudad y de la entonces Provincia de Coquimbo en términos de difusión cultural. Desde allí se producía cultura a través, por ejemplo, de los “Ateneos Literarios” y se publicaban revistas como Eco Liceano, entre otras. Peña Hen en esos años (1944 y 1945) encontró en el establecimiento el espacio, el soporte y las personas necesarias para realizar su propio aporte cultural.

Expresión de esto fueron diversas revistas que circulaban en esos años como por ejemplo “Impulso”, órgano del Sexto año del Liceo, cuyo primer número data de junio de 1944, cuando Peña Hen aún no llegaba a ese colegio. “El Liceano” fue lanzada en 1946 por los alumnos de cuarto año de humanidades con el apoyo de sus profesores y ex estudiantes, con el objetivo de “superarnos y despertar del letargo a nuestra juventud serenense”, además de financiar su tradicional viaje de estudio al sur de Chile. De ese mismo año es también “La Aurora Liceana”, pero publicada por los alumnos del Tercer Año A de Humanidades del Liceo.

El año 46 marca también la creación de su Centro cultural, cuyo principal objetivo era “un mayor acercamiento cultural entre los alumnos del Colegio y los demás Establecimientos Educacionales de la ciudad”. Entre las actividades que se propusieron entonces los jóvenes figuraban los Ateneos Estudiantiles, primero de forma interna y luego de forma abierta al público. La buena acogida a la iniciativa se manifestó en la concurrida asistencia a las primeras reuniones de este Ateneo.

El Liceo en todo caso tenía una ya larga tradición en cuanto a publicaciones; baste citar que en 1907 surgió la revista “Penumbras”, quincenario ilustrado de ciencias, artes y literatura, órgano del Ateneo, fundado por sus alumnos. Esta publicación se mantuvo vigente en forma mensual hasta fines de 1914. En 1934, cuando Peña Hen tenía seis años, surgía la revista “Vertebra” como órgano de la Academia científica del Liceo.

Este contexto le permitió al joven estudiante Peña Hen realizar sus proyectos, aprovechando esas condiciones y circunstancias. Fue así que aportó una cuota importante en esa relación entre el liceo y la sociedad mediante la música, con sus coros y orquestas.

En esa época, Jorge vivía en Coquimbo y se trasladaba en tren desde el puerto hasta La Serena. El traqueteo del tren de trocha angosta que se movía a carbón y echaba humo gris por su chimenea, le imprimía un ritmo lento al viaje, mecía a sus pasajeros y entre ellos al joven músico, al casi siempre ensimismado Jorge. El tren paraba en algunas estaciones entre ambas ciudades y el estudiante se bajaba pasada la Avenida Francisco de Aguirre, donde hoy se encuentra la carretera Panamericana.

Al bajarse, lo primero que veía era la torre campanario de la Iglesia Santo Domingo, situada de espalda al mar sobre la entonces calle de la Barranca (hoy Pedro Pablo Muñoz). Un poco más arriba, Peña Hen podía divisar el campanario de la Catedral, situada en la Plaza de Armas. A lo lejos, al fondo a la derecha, salvo que estuviese muy baja la niebla, se veía el Cerro grande, entonces sin las antenas que hoy lo afean bastante. Desde allí, con su uniforme azul (de invierno) o color caqui (de verano), el estudiante del Liceo de Hombres de La Serena, junto a decenas de niños y adolescentes, subía caminando hasta la desaparecida casona de la calle Cantournet.

En esos traslados, a pie o en tren, desde el puerto a La Serena, desde la estación al Liceo o viceversa, el joven pensaba en música, organizaba en su cabeza no solo notas musicales, sino que ponía en acción a miembros de un equipo de trabajo, miembros de una orquesta, instrumentos para formar un conjunto y todos los factores que le permitieran realizar un concierto.

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