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Índice

Este libro (y esta colección)

Agradecimientos

Dedicatoria

Aclaración previa a la lectura: sobre la estructura de este libro

Epígrafe del libro

Sobre magia y neurociencia, por Mariano Sigman

Introducción

1. Aprendiendo del ilusionismo

Sobre el control de la atención

¿Dónde está la esfera que desaparece en el aire?

Estudio con autistas

2. Hackeando la mente

Las cegueras de la mente

Ceguera a la elección

Ceguera a la elección en dilemas morales

Diferencias de género en la ceguera a la elección

El intérprete

3. ¿Son nuestras acciones realmente producto de nuestra voluntad consciente?

La causa mental aparente de una acción

Yo sé lo que vos no sabés que vas a querer

Forzaje psicológico

Metaintrospección

Experimentáculos

Los circuitos cerebrales de la libertad

4. El instinto mágico

La religión como fenómeno natural

¿Es el amor el origen de la religión?

5. La neuromagia y el futuro de la conciencia

Bucles de autoconocimiento

El miedo a la muerte

La ciencia como consuelo

Sabía que ibas a venir

6. Lecciones morales de la ciencia del engaño

Epílogo

Bibliografía comentada

Acerca del autor

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El aporte mágico de Marcelo Insúa

Misdirection mecánica y mental

Reflexiones sobre Carta y Número

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Aprendiendo magia

Desapariciones inesperadas

Adivinación de una carta

Engaño de manos

El garabato de Nardi

Péndulos y espíritus

Atracción automática de los dedos extendidos

La intuición perfecta

Tango’s ACAAN

colección

ciencia que ladra

Dirigida por Diego Golombek

Andrés Rieznik

NEUROMAGIA

Qué pueden enseñarnos los magos (y la ciencia) sobre el funcionamiento del cerebro

Prólogo de Mariano Sigman

Comentarios mágicos de Marcelo Insúa

Rieznik, Andrés

© 2015, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

Este libro (y esta colección)

Aquellos que no creen en la magia nunca la encontrarán.

Roald Dahl

No necesitamos magia para transformar el mundo. Llevamos dentro de nosotros todo el poder que necesitamos.

J. K. Rowling

Nada por aquí, nada por allá… y llegó la ciencia. A primera vista, la magia no podría estar más alejada de la actividad científica, pero miremos de nuevo. A todos nos fascinan los trucos. Y no sólo porque nos desafían a intentar develarlos, sino también, más sanamente, porque nos invitan a dejarnos llevar por la ilusión de las palomas, las cartas y las bolsas de doble fondo. Sin embargo, no la imaginamos en un laboratorio, ni a nosotros como sujetos de un experimento científico relacionado con trucos mágicos, sino, en general, en el cumpleaños de nuestro sobrino o la fiesta de fin de año de la empresa.

Algo ha cambiado en la relación entre magia y ciencia. Mientras que durante siglos la obsesión de los científicos fue desenmascarar a magos e ilusionistas (por no hablar de brujos, hechiceros o, más concretamente, charlatanes), recientemente surgió la idea de que los trucos –y su efecto sobre nuestra percepción– son una ventana para entender cómo funciona la mente humana. La magia, claro, es incapaz de violar las leyes de la naturaleza, pero el buen mago puede engañarnos para hacernos creer que sí lo hace. Como las ilusiones ópticas o auditivas, los trucos nos revelan aspectos de la mecánica cerebral que suelen pasar inadvertidos a nuestros instrumentos más tecnológicos y avanzados.

Los magos lo saben desde siempre, aun de manera intuitiva: manipular la atención o la dirección de la mirada es la mejor forma de que el público no vea lo que se encuentra justo delante de sus ojos. Quizás esto se relacione con que, al focalizarnos en un punto específico, perdemos de vista todo lo que ocurre alrededor (incluso a un gorila bailando entre basquetbolistas).[1] Como nos cuenta Andrés Rieznik en este libro tan mágico como esclarecedor, a veces miramos sin ver, gracias a la ingeniosa manipulación que los ilusionistas hacen de nuestros sentidos. Mover las manos, utilizar objetos extraños y vistosos o hasta contar chistes puede hacer que nuestra mente desvaríe por el escenario sin poder detenerse en los detalles más obvios. Por ejemplo, como devela Andrés –y esperamos que este texto no merezca una sentencia terrible por violar códigos mágicos–, al arrojar una pelota hacia arriba nuestros ojos siguen el movimiento, pero si la segunda vez sólo se simula este vuelo (moviendo la mano de la manera adecuada) a nuestro cerebro no le quedará otra que imaginar que la pelota se encuentra nuevamente en el aire. Los ojos del cerebro son más fuertes que los que están junto a la nariz.

Otra de las técnicas favoritas de los ilusionistas –y a partir de ahora, también de los neurocientíficos– es el “forzaje”, que, como aprenderemos aquí, ocurre de manera sutil y consiste en que, por ejemplo, al mostrar el mazo de cartas el mago se detenga apenas unas milésimas de segundo más en una que en el resto, haciendo que nuestro sistema de decisiones “elija” casualmente esa carta y ninguna otra.

En todo caso, el cerebro parece saber que está pasando algo extraño, y tal vez eso sea parte del placer que estos juegos mentales nos provocan. Se han realizado experimentos en los que se analiza la actividad cerebral frente a trucos que violan las leyes de la física y se descubrió que, al participar en ellos, se activan áreas de la corteza que parecen indicar que algo no anda bien, que hay un conflicto entre lo esperado y lo percibido: eso, justamente, es la magia.

En fin, que los científicos pueden aprender mucho de los magos, y viceversa: es claramente lo que se conoce como un campo interdisciplinario. Y hay una palabra que lo resume bastante bien. Aunque existen varias versiones sobre su significado, la más interesante sugiere que proviene del arameo y que significa “crear mientras se dice”, esa creación que comparten los investigadores y los ilusionistas. Abracadabra.

Esta colección de divulgación científica está escrita por científicos que creen que ya es hora de asomar la cabeza por fuera del laboratorio y contar las maravillas, grandezas y miserias de la profesión. Porque de eso se trata: de contar, de compartir un saber que, si sigue encerrado, puede volverse inútil.

Ciencia que ladra... no muerde, sólo da señales de que cabalga.

Diego Golombek

1 Véase El gorila invisible, de Dan Simons y Chris Chabris, en esta misma colección.

Agradecimientos

Quisiera agradecer a Diego Golombek el haberme invitado a ser parte de tan hermosa jornada. Toda mi admiración por su trabajo en general y por esta colección en particular.

Y agradezco muy especialmente a Marcelo Insúa y Julia Vallejo Puszkin, mago y dibujante, pero, sobre todo, dos personas de paciencia infinita y una predisposición positiva incondicional. También ellos hicieron posible que este sueño se hiciera realidad.

Dedico este libro a mi viejo, Pablo, por la magia y por el amor. Lo mejor de la vida son esas cosas que pasan mientras estamos ocupados haciendo otras. Tenerte de papá, por ejemplo, mientras escribía este libro.

Aclaración previa a la lectura: sobre la estructura de este libro

La estructura básica de este libro –sus cimientos, su diseño arquitectónico, por decirlo de algún modo– fue obra de Andrés Rieznik. El texto contiene, además, varias secciones con comentarios de Marcelo Insúa, ilusionista profesional y primer colocado[2] en el último campeonato mundial de magia en la categoría “Invenciones”. Y un prólogo escrito por el neurocientífico Mariano Sigman. Los dibujos pertenecen (aunque no estén firmados) a la artista plástica Julia Vallejo Puszikn y fueron hechos especialmente para la ocasión.

Las secciones escritas por Marcelo pueden clasificarse en dos tipos: por un lado los comentarios mágicos, y por otro la enseñanza de juegos de magia, que el lector interesado seguramente querrá aprender para luego sorprender a sus conocidos.

Dos de los juegos explicados por Marcelo ya fueron publicados en Genii y Magic Magazine, las dos revistas especializadas para ilusionistas más prestigiosas del mundo, y por lo tanto serán también de interés para magos profesionales. La presentación filmada de la mayor parte de los juegos aquí explicados puede verse en una lista publicada en YouTube y creada específicamente para este fin: para encontrarla, basta buscar la playlist “Neuromagia”, del usuario “Andrés Rieznik”.

2 En esta categoría, se premia la originalidad e importancia de nuevos efectos, métodos o técnicas.

¿Por qué en una charla de bar, además de fútbol, minas y política, no se habla de ingeniería genética? ¿Por qué en la fila del baño las chicas no conversan sobre la dualidad onda-partícula? Necesitamos que la ciencia abandone los estadios y vuelva a tocar en bares, que “ciencia entretenida” deje de ser una contradicción. Muchos conceptos ya son suficientemente densos como para empantanarlos todavía más con un idioma exclusivo. Tenemos la urgencia de contar cosas y compartir ciencia usando un lenguaje de picada y vinito, o por lo menos hacer pensar y hacer reír mientras nos estrellamos intentándolo.

De los chicos de El gato y la caja

Lo cierto es que necesitamos saber. Necesitamos conocer. Tenemos dudas sobre todo lo que nos rodea y sobre nosotros mismos. Desnudar la naturaleza, ver el backstage, tiene esa cosa de embarrar la magia. Pero la magia también nos angustia, no nos termina de cerrar. Histeriqueamos con lo místico, pero no podemos dejar de buscar “la verdad”, o al menos alguna explicación probable para lo que pasa afuera y adentro.

Quizá no deberíamos entender “entender” como un mecanismo destructor de lo maravilloso. Quizás entender sea, justamente, un elemento más en nuestra lista de cosas fascinantes.

Facundo Álvarez Heduan, Embarrar la magia

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Sobre magia y neurociencia

“Mirar no es ver”, dice Andrés Rieznik para explicar la aparente paradoja de que seamos ajenos, ciegos, a algo que ocurre en el centro mismo de nuestra mirada. Esta suerte de principio elemental o herramienta ubicua de la magia tardó en ser reconocida por la neurociencia.

A mediados del siglo XX, Torsten Wiesel (mi vecino de oficina en la época que estaba escribiendo mi tesis doctoral en Nueva York, y un maravilloso y generoso consejero intelectual) y David Hubel descifraron la organización del sistema visual humano, trabajo que les valió el Premio Nobel de Fisiología en 1981. Observando el comportamiento de las neuronas –viendo cómo se desarrollan, cómo se conectan y cómo responden a fragmentos de imágenes–, Hubel y Wiesel pudieron explorar por primera vez in situ la usina de la percepción. Su modelo, el HW, resultó extraordinario para la época, pero, como todos los grandes modelos científicos, no fue sino un andamio temporario para otro modelo que habría de reemplazarlo. El “gran error” de HW fue conceptualizar ese sistema visual humano (y el de casi todos los mamíferos) en una serie de capas, o estadios de procesamiento, que funcionan como una cadena lineal de flujo de información.

La usina visual está organizada, según el modelo de HW, en una precisa línea de producción que comienza en la retina, luego viaja al tálamo (en el centro del cerebro), donde se proyectan las neuronas retinales, de ahí a la corteza visual primaria (cercana a la nuca, y cabe señalar que nadie ha entendido aún por qué las primeras neuronas visuales de la corteza están situadas tan lejos de los ojos) y de ahí a una serie de decenas de estadios de procesamiento con nombres cada vez más obtusos. La idea simple del modelo HW, la que lo hizo tan contundente, tan comprensible y de alguna manera tan bello, es que, en cada estadio, se recombinan elementos para generar códigos de elementos cada vez más complejos.

De esta manera, la retina reconoce puntos lumínicos (decide si en un lugar del campo visual hay o no contraste de luz) y muchas de esas neuronas retinales se reorganizan hasta formar una única neurona de la corteza visual primaria que codifica la presencia de un segmento o trazo (la base del sistema visual). A su vez, en el siguiente estadio esas neuronas se recombinan para identificar ángulos y cruces, y luego vuelven a hacerlo para codificar formas simples, y así sucesivamente, hasta conformar las neuronas de los estadios “más profundos” de la cascada, que son las que identifican las imágenes más ricas, los detalles finos, las texturas… Así, en el modelo de HW el sistema visual funciona como una cámara sofisticada, compuesta por muchos filtros sucesivos. Y ese es precisamente su error más grosero.

Treinta años después sabemos que la visión funciona de manera muy distinta. No es un flujo de información “pasivo”, río abajo, sino que cada filtro se constituye de acuerdo con expectativas que responden a hipótesis, que reflejan cómo –a través de la experiencia y del aprendizaje– cada uno de nosotros ha configurado su sistema visual. Un lector asiduo y un iletrado no ven una misma cara de igual manera, porque el sistema visual se modifica tan radicalmente durante el desarrollo de la capacidad de lectura que afecta no sólo la percepción del texto, sino también del mundo. Más aún: la corteza visual primaria de un ciego (que en el modelo de HW debería estar silenciosa e inactiva porque no recibe información de la retina) responde indistintamente a los sonidos y a la información táctil. El flujo de información neuronal progresa río arriba (lo que en inglés se llama top-down y ha devenido en explicación ubicua para este fenómeno) y es tan intenso que no sólo modula las neuronas de la corteza visual primaria, sino que las activa con tanto vigor como el de un vidente durante la experiencia visual.

La corteza visual primaria también se activa durante el sueño REM (sueño paradójico, en la terminología francesa), cuando se produce la experiencia subjetiva del sueño narrativo. Y también, como demostraron mis amigos y colegas Guillermo Cecchi, Sidarta Ribeiro y Draulio Araujo, durante las visiones o alucinaciones producidas por ingesta de ayahuasca, una fuerte droga alucinógena de tradición amazónica.

Es decir que la visión no funciona de manera pasiva como una cámara que retrata la realidad, sino más bien como un órgano que la interpreta y que construye teorías (imágenes) a partir de información limitada y, muchas veces, ruidosa e imprecisa (cuando nos movemos, cuando no hay demasiada luz, cuando una imagen dura poco tiempo…).

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El balance entre la información externa y los sesgos “internos” en el curso de la percepción queda regulado, así, por muchas variables. El del sueño es un caso extremo, ya que toda la percepción es generada por mecanismos internos. Pero aun en plena vigilia, cuando confiamos en la fidelidad de nuestros sentidos, la percepción está fuertemente sesgada por un proceso interpretativo. Este es, de hecho, el principio de todas las ilusiones visuales, y se encuentra, por supuesto, en el corazón de la magia y el ilusionismo.

Hay cientos, quizá miles, de experimentos que muestran cómo la percepción está teñida de recuerdos, de interpretaciones, de narrativas, y que demuestran en detalle fino que acaso la ilusión más ubicua de todas sea la de percibir el mundo en gran detalle. Pero cabe recordar que todo ese detalle es ficticio: si se lo modifica experimentalmente (por ejemplo, cambiando a todos los actores de una escena) y la modificación se realiza con sumo cuidado para no suscitar sospechas en los mecanismos de alerta neuronales (evitando grandes transiciones o movimientos bruscos), ni siquiera nos daremos por enterados. Este es un punto natural de encuentro entre los experimentos de laboratorio y la magia.

A continuación relataré dos experimentos que, a mi entender, abordan la cuestión y que tienen para mí cierta relevancia histórica. Uno es el primer estudio de psicología experimental del que tuve noticia, que por su sencillez y pertinencia me impactó tanto que, en cierto modo, me llevó a interesarme por este campo de estudio y práctica. El otro es un experimento que utilizamos asiduamente en nuestro laboratorio y que ha sido una suerte de caballo de batalla para ahondar en los misterios de la percepción humana.

experimento del reporte parcial[3]

El experimento de Sperling mostró que la ilusión de que estamos contemplando todos los detalles del mundo quizá no sea tal: el sistema visual tiene esa capacidad. La información de cada detalle de la imagen ha estado en algún momento en nuestra corteza cerebral. Pero también muestra que esa información desaparece casi inmediatamente de la memoria (y de la conciencia) aun cuando siga ahí, delante de los ojos.

Estos son sólo algunos de los puntos que relacionan la magia y la neurociencia, dos disciplinas que, como veremos en este libro, se cruzan… en algún lugar del cerebro.

Mariano Sigman

3 Milisegundo, milésima fracción de segundo.