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Copyright

Dedicatoria

Introducción. El populismo: siempre a punto de morir, más vivo que nunca

Qué es el populismo y cómo aprender a quererlo (un poco)

Análisis de los casos

Plan del libro

De los márgenes al centro

Agradecimientos

1. El fin del fin de la historia

El populismo como problema latinoamericano

El estado del debate contemporáneo sobre el populismo

El populismo como discurso mítico

2. Una genealogía del populismo

Aristóteles: la inevitabilidad del demos

Nicolás Maquiavelo: la alianza del príncipe y el pueblo

El liberalismo moderno: el “pueblo en reserva”

El mito populista

El mito político y el mito populista

Los protagonistas del mito populista: líder, héroe y villano

El líder populista como perpetuo outsider

El militar patriota

El dirigente social

El empresario exitoso

La relación entre héroe y villano en el mito populista

El villano dual

La temporalidad en los mitos

3. El populismo sudamericano

La ola de populismo de izquierda sudamericano de principios de siglo

El populismo del siglo XXI de Hugo Chávez

“El diablo presidente” y los adversarios del chavismo

Evo Morales: el pueblo en plural

El populismo nacional y popular de los Kirchner

El “nosotros” kirchnerista

Fernando Lugo: el populismo que no fue

Los presidentes sudamericanos: ¿radicales o racionales?

4. El ascenso global del populismo xenófobo

Qué es el populismo de derecha

Donald Trump: el populismo neoliberal estadounidense

La figura del millonario como líder

El proyecto reaccionario: “Make America Great Again”

Marine Le Pen: populismo de derecha con liderazgo femenino

El movimiento

¿Virar hacia la derecha o hacia la izquierda? Golpear hacia arriba versus golpear hacia abajo

5. Mauricio Macri: de popular a populista, ¿de populista a conservador?

Una nueva era: la derecha votada

Cuando el pueblo vota a la élite

Mauricio Macri, del liberalismo al populismo, y del populismo al conservadurismo

La evolución del discurso de Macri: del futuro al pasado

De 2007 a 2012: la construcción de “Mauricio”

De 2013 a 2015: de “Mauricio” a presidente Macri

Mauricio Macri presidente: de 2016 en adelante

El discurso de Cambiemos de cara a la campaña presidencial de 2019

Conclusión. Populismo, crisis y representación

Populismo y sociedad

Las emociones

Hay vida después del populismo

El mito, el pueblo, la razón y el silencio

Referencias

María Esperanza Casullo

¿POR QUÉ FUNCIONA EL POPULISMO?

El discurso que sabe construir explicaciones convincentes de un mundo en crisis

Casullo, María Esperanza

© 2019, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

Para Pablo, con quien no me canso de compartir las palabras y el silencio.

Introducción

El populismo: siempre a punto de morir, más vivo que nunca

Como la lengua, la cultura ofrece al individuo un horizonte de posibilidades latentes, una jaula flexible e invisible para ejercer dentro de ella la propia libertad condicionada.

Carlo Ginzburg, El queso y los gusanos

El populismo es un fenómeno íntimamente asociado a la historia latinoamericana. Nadie puede negar que en nuestra región este linaje, que incluye a Lázaro Cárdenas, Getúlio Vargas, Juan Domingo Perón y Eva Duarte, Carlos Menem y Hugo Chávez, entre otros, es fuerte, aunque existen diversas interpretaciones para explicar esta prevalencia.

De esta secuencia emana cierto aire de familia: líderes personalistas, que crearon partidos o movimientos que cambiaron el sistema político de sus países (y que en muchos casos llevan simplemente su nombre, como “peronismo” o “chavismo”), que fueron muy resistidos por las élites económicas, sociales y culturales de sus países, y que tuvieron discursos de gran antagonismo y espíritu de lucha.

En América Latina su momento de hegemonía más reciente comenzó con la elección de Hugo Chávez en Venezuela, en 1998, y su declinación, con el juicio político a Fernando Lugo en Paraguay, en 2012. En su punto más alto, la marea de izquierda gobernaba a dos tercios de los habitantes del continente. Brasil, Chile y Uruguay tenían en ese entonces gobiernos que habían llegado al poder mediante partidos institucionalizados; Venezuela, la Argentina, Bolivia, Ecuador y Paraguay, en cambio, estaban conducidos por presidentes que lo habían hecho sostenidos en un liderazgo de tipo populista y en contextos de crisis severas del sistema de partidos.[1]

Los presidentes populistas de la ola rosa compartieron algunas características: buscaron ampliar la intervención del Estado en la economía, implementaron políticas redistributivas del ingreso, antagonizaron con los Estados Unidos y los organismos internacionales de crédito en sus discursos, y muchos, aunque no todos, reformaron las constituciones de sus países o reescribieron legislación. Además, estos gobiernos expandieron derechos políticos y sociales de manera significativa y aumentaron la participación política de grupos antes excluidos; sin embargo, sus críticos señalan el incremento del dirigismo estatal, la polarización política y el debilitamiento de los mecanismos liberales, por ejemplo, la libertad de prensa, como características negativas (Ruth y Hawkins, 2017). También tuvieron en común otra característica: fueron confrontativos; en su discurso y en su práctica no vacilaron en iniciar y sostener conflictos con sectores más o menos amplios de la sociedad; sobre todo, con núcleos de las élites financieras, empresariales o agrícolas, a los que denostaban con fuertes términos.

El momento hegemónico de la izquierda latinoamericana parece haber pasado. En 2012 el Congreso paraguayo sometió a Fernando Lugo a un juicio político de muy baja legalidad y lo destituyó. En 2013 murió Hugo Chávez y desde entonces su sucesor designado, Nicolás Maduro, gobierna de manera cuasi autoritaria un país sumido en una crisis económica permanente. (Sin embargo, el chavismo parece ser, paradójicamente, la experiencia populista más fallida y la más resiliente a la vez. Una década y media de deterioro económico y protestas de la sociedad civil no han logrado hasta ahora correrlo del poder). En 2015 el candidato del peronismo en la Argentina, Daniel Scioli, perdió la elección presidencial en segunda ronda frente al candidato de derecha Mauricio Macri. En 2016 Evo Morales fue derrotado en un plebiscito que buscaba autorizar su reelección. Finalmente, Rafael Correa logró imponer a Lenín Moreno para que lo sucediera en el cargo, solo para ver como este renunciaba a todo vínculo con el correísmo a pocas semanas de asumir y anunciaba su intención de revertir la línea política de su antecesor. Y, claro está, en 2016 Dilma Rousseff, aun sin ser populista, fue depuesta de su cargo por el Congreso de Brasil, en un impeachment a todas luces ilegítimo.

Sin embargo, el agotamiento de la ola de populismo de izquierda en Sudamérica no devino en el fin del populismo, como algunos esperaban. Antes bien, inauguró un período de auge no solo regional sino mundial, pero de signo ideológico opuesto. En otras palabras, el (aparente) fin del populismo de izquierda no dio paso a la universalización de la democracia liberal de partidos universalistas y tecnocráticos, sino a un momento de esplendor del populismo xenófobo y excluyente de derecha. Esto puede verse en la reciente sucesión de victorias de partidos populistas de ultraderecha en Europa, en el sorprendente triunfo de la opción antieuropea del llamado “Brexit” en Gran Bretaña, y en la victoria de Donald Trump en los Estados Unidos. En la región quedó de manifiesto con la elección en Brasil del ultraderechista Jair Bolsonaro a fines de 2018.

Es decir, vemos hoy que el populismo funciona para ganar elecciones (solo hay que preguntarle a Nigel Farage en Inglaterra o a Donald Trump en los Estados Unidos) y, aunque esto sea más polémico, también funciona para gobernar. No para hacer un “buen gobierno” (deberíamos para esto debatir qué significa un “buen gobierno”), pero sí para subsistir en el poder. Hugo Chávez, Rafael Correa, Evo Morales, Néstor Kirchner y Cristina Fernández lograron permanecer en el poder sorteando amenazas reales y concretas, que incluyeron un golpe de Estado con apoyo internacional en Venezuela en 2002, una sublevación regional en Bolivia, el voto adverso en el Congreso de su propio vicepresidente y la muerte de su esposo en el caso de Cristina Fernández. Estos gobiernos, además, expandieron el poder del Estado y crearon, muchos de ellos, nuevas legislaciones e instituciones públicas. ¿Cómo puede explicarse que políticos como Donald Trump o Evo Morales hayan ganado elecciones cuando los analistas más serios estaban seguros de que iban a perder? ¿Cuál es la raíz de la efectividad populista de izquierda y de derecha?

Si el populismo no ha muerto, entonces solo puede deberse a una razón: en política, el populismo funciona. Esta afirmación puede resultar polémica, pero eso no la hace menos cierta. Incluso sus críticos lo reconocen, aunque sostienen que funciona a pesar de: a pesar de que sus argumentos no se presentan de manera silogística, a pesar de que se sostiene en la lealtad hacia liderazgos carismáticos y no hacia partidos políticos, a pesar de que prefiere discursos antagonistas y emocionales a propuestas programáticas enunciadas con claridad. Nuestra propuesta es que el populismo funciona porque esas mismas características le permiten generar sus propias explicaciones del mundo, que pueden traducirse en acciones concretas. Simplemente lo hacen de otro modo, valiéndose de una herramienta discursiva que llamaremos mito populista. Y, bajo ciertas condiciones −crisis económicas y sociales, desestructuración del sistema de partidos, esclerotización y pérdida de representatividad de las fuerzas partidarias mayoritarias, aumento de la fragmentación y pluralidad identitaria, aparición de nuevos medios de comunicación, diseminación de “casos exitosos” entre países por el efecto contagio−, este modo populista se vuelve más eficaz que la manera liberal-tecnocrática para generar representación e identidad política. Para decirlo de forma sencilla: en ciertos momentos, bajo determinadas circunstancias, un discurso populista es más creíble y genera mayor identificación que un discurso de otro tipo en grupos importantes o aun mayoritarios de la sociedad. El mito populista funciona porque logra dar respuesta a las dificultades, los miedos y las ansiedades de los ciudadanos, porque encuadra y da sentido a una realidad social que por momentos parece haberlo perdido, porque recorta cursos de acción rápidos, posibles y decisivos para lograr transformaciones y porque ofrece a la población la posibilidad de participar en un proyecto con carácter épico.

No es nuestro objetivo defender o justificar el populismo; sí lo es comprenderlo y, sobre todo, encontrar algunas claves que expliquen su potencia y eficacia en el contexto actual. Este propósito –comprender cómo funciona la lógica populista en la vida política contemporánea– no es original en sí mismo, sino que forma parte de un impulso por suerte cada vez más frecuente; en la última década se publicaron libros excelentes que comparten esta perspectiva fenomenológica.[2] Sin embargo, intentaremos ofrecer aquí algunos aportes novedosos. En primer lugar, el concepto de mito populista. Mencionado por Margaret Canovan en The People, no ha sido hasta ahora desarrollado como una perspectiva teórica. Con este concepto intentamos, por un lado, ofrecer una metodología de análisis sistemática que se pueda usar para analizar una variedad de discursos populistas en diferentes contextos y, por el otro, identificar el núcleo discursivo sobre el cual se ancla la identificación entre seguidores y líder, es decir, la explicación de la realidad social conflictiva en términos narrativos: un relato articulado por un héroe, un villano y un daño, cuya efectividad social es al mismo tiempo consecuencia y causa de la autoridad performativa del líder.[3]

El segundo aporte original es pasar de una concepción esencial (“qué es”) a una concepción funcional del populismo; es decir, comprenderlo como algo que se hace de manera discursiva, en público, con otros. En este libro, llamamos “populismo” al uso repetido y sistemático de un tipo de discurso: el mito populista. El análisis de los discursos presidenciales que aquí recogemos nos ha permitido comprobar que todos estos presidentes recurrieron a este género y dedicaron tiempo y esfuerzo a componer sus mitos legitimantes. Esta comprobación resulta suficiente: no aspiramos a realizar juicios ontológicos más allá de ella.

Por último, nos importa reivindicar el rol fundamental de los géneros narrativos en el discurso político y ofrecer un concepto de rango medio para el análisis del discurso político que vaya más allá de la exégesis psicológica de las palabras de los políticos, pero que resulte relativamente simple y adaptable a otros contextos.

Qué es el populismo y cómo aprender a quererlo (un poco)

Una persona que desee dedicarse al estudio del populismo enfrenta, desde el comienzo, al menos tres problemas. El primero es que todo el mundo sabe o piensa que sabe qué es el populismo. A diferencia de otros temas de las ciencias sociales rodeados de un aura de dificultad por su aparente complejidad técnica, el término “populismo” se utiliza habitualmente en todos los medios del mundo, por parte de especialistas y no especialistas. El populismo es algo obvio, por eso volverlo no obvio y recolocarlo en un lugar de indagación se convierte en un desafío. No para hacer de él algo opaco para el común de las personas –la política es propiedad de los ciudadanos, no de los técnicos–, sino para intentar recortar sus límites conceptuales con alguna precisión y abordarlo desde una mirada libre de prejuicios.

El segundo problema es el carácter marginal que los estudios sobre el populismo tenían hasta hace poco tiempo en la ciencia política. En el siglo XX, esta se imaginó a sí misma como la disciplina orientada a comprender, diseñar y promover la estabilidad institucional. La movilización populista es justamente aquello que aparece siempre contra la arquitectura institucional vigente, dado que se levanta al grito de “están oprimiendo al pueblo”. Y esto conduce al tercer problema. A diferencia de otros términos que designan ideologías o posiciones políticas, como “socialismo” o “liberalismo”, el populismo se usa casi de modo universal solo con connotaciones negativas, como una taquigrafía que puede significar indistintamente manipulación, demagogia, autoritarismo, clientelismo o, en los casos más extremos, fascismo. Es más, los propios políticos populistas no suelen reconocerse como tales, a diferencia de los liberales o los socialistas.

Parece, entonces, que hemos llegado a una situación paradójica: pasamos de una instancia en que los estudios sobre populismo eran marginales, a una en que estos se multiplican, pero de manera superficial, sin un consenso sobre la definición del término ni sus alcances, y con un enfoque normativo y apriorístico. Si todo es populismo, entonces nada es populismo; si todo el populismo es fascista, entonces ¿por qué no llamarlo directamente “fascismo”? De forma inversa, si todo el populismo fuera automáticamente bueno, ¿cómo explicamos que varios regímenes autoritarios hayan comenzado como movimientos con características populistas? ¿Existe, por fin, un campo de fenómenos empíricos que puedan llamarse “populismo” con cierto grado de certeza, pero cuya extensión no sea definida solo por un criterio normativo y subjetivo, es decir, “aquello que no me gusta”?

Esperamos que este libro ofrezca una respuesta al menos tentativa a estos dilemas. La clave al estudiar el populismo está en lograr un balance adecuado entre la pretensión de claridad y determinación conceptual de la teoría y el carácter multiforme de la realidad política. Esto es, el concepto de populismo debe ser lo suficientemente restrictivo como para incluir en esta categoría algunos casos y excluir otros, y, al mismo tiempo, lo suficientemente amplio y flexible como para poder decir algo de la multiplicidad de casos que presentan gradaciones o hibridaciones. Es necesario, entonces, que la conceptualización elegida permita distinguir de manera sencilla entre qué sería populismo y qué no lo sería, pero también resulte en alguna medida “imprecisa” (si se nos permite el uso paradojal) para dar cuenta de que el populismo existe como gradación o puesta en acto, no como esencia. Es por eso que adoptamos aquí el enfoque de que el populismo es un tipo de género discursivo, es decir, una práctica o un uso del discurso que convive con otros. De forma simultánea, este uso del discurso ocupa un polo en el extremo de un continuo definido por su oposición respecto del discurso tecnocrático, entendiendo que ambos extremos son casi constructos teóricos y que la inmensa mayoría de los casos habita en el amplio y caótico medio. Es prácticamente imposible pensar en un movimiento político o liderazgo que solo sea populista o lo sea todo el tiempo, así como resulta imposible pensar en uno que sea por completo tecnocrático. Esto es más pronunciado aún en el caso de los gobiernos, que son objeto de nuestro análisis. Aun el populismo más extremo debe mantenerse en el poder, lo cual implica gobernar, y esto requiere al menos cierto grado de capacidad tecnocrática; de igual modo, hasta el tecnócrata más convencido debe ganar elecciones, y esto es casi imposible sin manejo del género mítico-populista. La diferencia entre los casos que pueden definirse como populistas y los que no es más bien una distinción de énfasis y de frecuencia en el uso de uno y otro género discursivo que de esencia.

A la vez, reivindicamos un insight fundamental: a pesar de su vaguedad o polisemia, el término “populismo” se refiere a algo del mundo y como tal merece seguir siendo usado. Esto puede sostenerse porque ningún concepto vacío o erróneo sobrevive a dos mil quinientos años de debate teórico político, y esto es lo que ha sucedido con el concepto en cuestión. Su longevidad y la actualidad de las discusiones clásicas sobre él, como las de Aristóteles y Maquiavelo, que se abordarán en los siguientes capítulos, obligan a cambiar la perspectiva: a preguntarnos no tanto cómo reducir la ambigüedad conceptual del término, sino en qué medida esta ambigüedad conceptual es la que lo vuelve tan útil y vital. Si no sabemos bien qué es el populismo, pero sí sabemos que existe, tal vez se deba a que tampoco sabemos bien qué es la democracia, aunque aspiremos a ella.

Análisis de los casos

En este libro, nos ocuparemos de algunos casos que formaron parte de la llamada “ola rosa” de populismo de izquierda que gobernó América Latina desde 1998 a 2015, y otros casos de la zona noratlántica. Para Sudamérica tomamos las presidencias de Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Néstor Kirchner y Cristina Fernández en la Argentina, y Fernando Lugo en Paraguay. Luego, dedicaremos un capítulo al ascenso de Donald Trump en los Estados Unidos y a Marine Le Pen –quien no fue elegida presidenta en Francia pero compitió en segunda vuelta con el actual primer mandatario Emmanuel Macron–. En el último capítulo, con un tono más adecuado a un análisis de coyuntura, abordaremos el gobierno de Mauricio Macri.

En cuanto a los discursos, otorgamos especial atención a dos tipos: los de asunción del mando y aquellos pronunciados ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Se trata de intervenciones públicas iluminadoras, en las que, en momentos de relevancia institucional y frente a un público amplio, los presidentes establecen objetivos para sus gobiernos, definen sus prioridades, sitúan sus proyectos políticos en relación con la historia del país y explican cómo intentarán posicionarse en el contexto internacional. Además, analizamos discursos dados en respuesta a situaciones de crisis o momentos excepcionales, por ejemplo, las intervenciones públicas de dirigentes chavistas frente al golpe de Estado de 2002, los discursos de Néstor Kirchner cuando decidió pedir el juicio político de la Corte Suprema heredada del menemismo, los de Cristina Fernández en respuesta a la llamada crisis del campo, los de Evo Morales motivados por el intento separatista de la región del este boliviano y en el contexto del plebiscito que perdió el Movimiento al Socialismo en 2016. En el caso de Mauricio Macri, se prestó especial atención a una alocución pública que resultó un verdadero parteaguas en su discurso: la pronunciada frente a todo el gabinete en el Centro Cultural Kirchner pocos días después de que Cambiemos ganara la elección legislativa de medio término en 2017. En este discurso el presidente argentino delineó una agenda que preanunciaba el ajuste estructural que luego aplicaría. Respecto de Marine Le Pen, la única que no ocupa el sillón presidencial de su país, trabajamos con sus discursos de campaña. Además, consideramos varios cientos de tuits de las cuentas de todos estos mandatarios y líderes.

En sus discursos e intervenciones se relevaron las siguientes cuestiones:

Plan del libro

Los contenidos del libro se organizan de la siguiente manera. El capítulo 1 presenta una sumaria discusión acerca de la historia del concepto de populismo durante el siglo XX, centrada sobre todo en América Latina y en las esperanzas, siempre frustradas, de que la modernización política elimine de una vez y para siempre esta “patología política”. Aquí puede encontrarse también un mapeo del estado del arte de los estudios actuales sobre populismo y, finalmente, la definición de un elemento clave para comprender el éxito de los movimientos populistas: el tipo de género discursivo usado por los líderes, que ya adelantamos aquí como mito populista.

El capítulo 2 despliega una discusión teórica que comienza con Aristóteles y Maquiavelo, con la intención de establecer algunos argumentos: primero, que el populismo es un fenómeno muy antiguo y que su propia capacidad de supervivencia habla de que es muy poco probable que desaparezca; luego, que la relación entre populismo y democracia no es dicotómica sino generativa. Es decir que el populismo debe comprenderse como un subproducto de la democracia antes que como su opuesto.

El capítulo 3 explora el uso que los presidentes sudamericanos antes mencionados hicieron del mito populista. La inclusión de Lugo puede parecer sorprendente: a diferencia de Chávez, los Kirchner o Evo Morales, analizaremos su presidencia para mostrar una de las tesis centrales del libro: que la radicalización populista y no la moderación es la mejor manera de garantizar la supervivencia de un gobierno con esas características.

El capítulo 4 analiza un caso estadounidense (Donald Trump) y un caso europeo (Marine Le Pen), en el contexto del crecimiento de los partidos de derecha radical en Europa. Esta comparación permite darle carnadura a la distinción entre populismos de izquierda y derecha: desde mi punto de vista, esta distinción no se sustenta en un mayor o menor grado de antagonismo (ambos son antagonistas), ni en una mayor o menor inclusividad (ninguno de ellos es totalmente inclusivo o universalista: en ambos casos algún sector debe ser excluido en tanto élite), sino en la dirección del antagonismo y en la orientación temporal del mito. En la primera dimensión, el antagonismo puede dirigirse hacia arriba (es decir, a una élite económico-social) o hacia abajo (hacia inmigrantes, minorías étnicas, mujeres); en la segunda dimensión, los populismos de izquierda tienden a orientarse hacia el futuro, y los de derecha, a ser nostálgicos o románticos.

El capítulo 5, finalmente, aborda los primeros tres años del gobierno de Mauricio Macri con las categorías presentadas, con el objetivo de demostrar que, si bien nadie podría calificar su discurso de populista, en los años que precedieron a su elección sí había logrado articular un mito político que identificaba un villano, un héroe y que estaba orientado hacia el futuro. Esta orientación, sin embargo, fue desapareciendo de la presentación pública de Cambiemos al compás de las dificultades y los tropiezos en la gestión y, sobre todo, de la crisis económica que comenzó en 2018. Este recorrido −decimos− muestra que la transformación de Macri “de popular a populista” lo ayudó a ganar las elecciones de 2015, mientras que desde entonces hasta 2018 esa orientación discursiva se revirtió y viró hacia un modelo mucho más clásicamente liberal-tecnocrático.

De los márgenes al centro

Una anécdota personal puede ilustrar el derrotero del populismo y su estudio académico en los últimos años. En 2006 había terminado todos los cursos de mi doctorado en ciencia política y tenía que decidir el tema de tesis. Por varios años me había dedicado al estudio de la teoría de la democracia deliberativa y de la sociedad civil. Sin embargo, el ascenso de la nueva ola populista en América Latina era fascinante para cualquier persona interesada en la política de la región. Al mismo tiempo, me resultaba crucial notar que, una y otra vez, Jürgen Habermas señalaba al populismo “moderno pero antidemocrático”, no al autoritarismo abierto, como la mayor amenaza contemporánea para la democracia liberal.[4] Tomé entonces la decisión de realizar mi trabajo doctoral sobre populismo y democracia deliberativa, y se lo comuniqué a mi director de tesis. Su comentario luego de leer mi proyecto fue: “Esto está muy bien, y si querés hacerlo te apoyo, pero mi obligación como tu tutor es aconsejarte que elijas otro tema. El populismo es una cuestión marginal para la disciplina y eso puede impactar de manera negativa en tus posibilidades de ser publicada”.

Él tenía razón, pero la realidad cambió. Doce años después, el populismo explotó en el mundo, y con esa explosión, también creció el interés académico. En 2017 se publicaron dos manuales internacionales sobre populismo y decenas de libros sobre el tema,[5] que fue la estrella de las dos mayores conferencias internacionales de ciencia política del mundo. Prácticamente cada diario de Occidente ha publicado al menos un par de notas preguntándose (y en general, sin dar respuesta): “¿Qué es el populismo?”.

Esta súbita expansión del interés sobre un fenómeno que estaba supuestamente moribundo, es una buena noticia para quienes siempre estuvimos convencidos de su centralidad. Sin embargo, el mismo interés genera riesgos y problemas. Si todo es populismo, nada es populismo; si todo lo malo que sucede en política en el mundo se denomina “populismo” irreflexivamente, corremos el riesgo de que se pierdan las distinciones conceptuales, se confundan fenómenos que son diferentes y, lo que es peor, se utilicen métodos para “luchar contra el populismo” que sean inútiles o contraproducentes. Denunciar a todo gobierno populista como antidemocrático muchas veces solo redunda en una solidificación de su base de apoyo. Ignorar que a veces estos gobiernos expanden derechos mientras antagonizan con aspectos del régimen liberal puede tener igual resultado.

Pero esto no significa que introducir en la discusión la perspectiva histórica y un grado mayor de matices teóricos le permita al analista lograr más impacto en la esfera pública. Por el contrario, se multiplican los análisis simplistas, anecdóticos e impresionistas. Y, sin embargo, en todos estos problemas y en la naturaleza familiar y elusiva a la vez del populismo reside su fantasmagórico atractivo. Es un objeto de estudio que vive en los márgenes del conocimiento claro y distinto, pero en esos mismos márgenes ambiguos y multiformes puede encontrarse, tal vez, una verdad.

Agradecimientos

Este libro no habría sido posible sin la ayuda y la guía de muchos. Agradezco a mi director de tesis, R. Bruce Douglass, quien me enseñó que la teoría política tiene metodología propia y me alentó en mi proyecto sui generis; a Gerald Mara, de quien aprendí todo lo que sé de Aristóteles; y a Mark Warren, de British Columbia, con quien leí y discutí sobre democracia deliberativa. Con Patricio Korzeniewicz y Nancy Forsythe, José Itzigsohn, Richard Snyder, Pierre Ostiguy y Ernesto Semán pasé muchas tardes discutiendo los argumentos de este trabajo, y aprendiendo de ellos. Mi amiga y coautora Flavia Freidenberg me ayudó a refinar varias ideas, y está pendiente un proyecto futuro sobre “ciudadanía populista”. Agradezco a la Universidad Nacional de Río Negro, que me otorgó el apoyo necesario para poder dedicarle tiempo a la investigación; al Center for Latin American and the Caribbean Studies de Brown University y a Jepson School of Leadership Studies de University of Richmond, ya que las dos estancias de investigación realizadas allí fueron fundamentales para completar este proyecto. Quiero agradecer a mis amigos Nicolás Tereschuk, Abelardo Vitale, Tomás Aguerre, Federico Vázquez, Sol Prieto, Mariano Fraschini, Mariano Montes, Martín Astarita, Sergio de Piero, Laura Iturbide, por la discusión y la lectura de borradores y textos varios. También a Martín D’Alessandro, presidente de la SAAP, y a Carlos Díaz, de Siglo XXI. Expreso mis infinitas gracias a Raquel San Martín, mi editora: todo autor debería tener a alguien como ella de su lado. Mi marido, Pablo Carnaghi, el mejor lector que conozco. Un abrazo final a mi familia: mi mamá, mi papá aunque ya no esté, mi hermana y hermanos, y a mis dos hijos, Ulises y Amancay, que son una dosis de felicidad instantánea cada día. Lo mejor de escribir un libro es poder listar en este párrafo a todas las personas de las que he aprendido y aprendo, y darme cuenta de cuán afortunada soy de contar con ellos.

[1] La mayoría de los análisis publicados durante ese período hicieron hincapié en la diferencia entre los gobiernos encabezados por populistas y aquellos manejados por partidos programáticos. En teoría, estos últimos habrían logrado, además de mejores políticas públicas, un grado más alto de estabilidad (Levitsky y Roberts, 2011: 13). Sin embargo, tanto el Partido de los Trabajadores brasileño como la Concertación chilena parecieron llegar al final de la segunda década de este siglo en un estado de fragilidad política igual o mayor que los populismos.

[2] Entre ellos, La razón populista, de Ernesto Laclau; El retorno de lo político, de Chantal Mouffe; The People, de Margaret Canovan; La tentación populista, de Flavia Freidenberg; The Global Rise of Populism, de Benjamin Moffitt; Political Populism. A Handbook y The Oxford Handbook of Populism, de autores varios; Populism: A Very Short Introduction, de Cas Mudde y Cristóbal Rovira Kaltwasser; Gender and Populism in Latin America, editado por Karen Kampwirth; Vox populi. Populismo y democracia en Latinoamérica, coordinado por Julio Aibar Gaete, por dar solo algunos ejemplos.

[3] Vale decir, el líder es la única figura con la autoridad suficiente para relatar el mito y, al mismo tiempo, su autoridad nace del hecho de que lo relata.

[4] “Una sociedad civil robusta […] solo puede florecer en un mundo de la vida ya racionalizado. […] De otra forma, aparecerán movimientos populistas que defienden ciegamente las tradiciones congeladas de un mundo de la vida amenazado por las transformaciones capitalistas. En sus formas de movilización, estos movimientos fundamentalistas son tan modernos como antidemocráticos” (Habermas, 1999: 370; la traducción y el destacado son propios).

[5] Uno publicado por Oxford University Press, y otro, por Nomos en Alemania.