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Este libro (y esta colección)

Dedicatoria

Epígrafe

1. El descubrimiento del naufragio

Espejos que queman, catapultas y otros inventos

El planetario portátil de Arquímedes

2. La Tierra

Las escalas del fragmento C

Minutos y segundos

Inmovilidad, esfericidad y centralidad de la Tierra

3. El Sol y las estrellas

El puntero del Sol

Los calendarios estelares

La duración del año

La anomalía solar

4. La Luna

¿Cómo funciona un engranaje?

Los engranajes del puntero de la Luna

Una dificultad inesperada

El movimiento no uniforme de la Luna

5. Las fases de la Luna y las distancias Tierra-Sol y Tierra-Luna

El descubrimiento de las fases de la Luna y sus consecuencias

Las fases de la Luna en el mecanismo

Un engranaje que mira hacia el lugar equivocado

La distancia de la Tierra al Sol y de la Tierra a la Luna

El tamaño de la Tierra respecto del Sol y la Luna

6. El calendario

Años, meses, semanas y días

Calendarios solares y calendarios lunares

El calendario luni-solar del mecanismo

El calendario romano

El calendario juliano

La reforma gregoriana

Los días de la semana

7. Los eclipses

El predictor de eclipses en el mecanismo

Los eclipses en la Antigua Grecia

Conclusión

Nota del autor: ¿quiénes fueron los detectives?

Bibliografía comentada

Créditos de las imágenes

Agradecimientos

Acerca del autor

Christián C. Carman

La tablet de Arquímedes

Tecnología de punta a.C. (¡sí, antes de Cristo!)

Carman, Christián

© 2018, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

Este libro (y esta colección)

Tomé la estrella de la noche fría y suavemente la eché sobre las aguas.

Y no me sorprendió que se alejara como un pez insoluble moviendo en la noche del río su cuerpo de diamante.

Pablo Neruda, “Oda a una estrella”

La escena es bien conocida: sus protagonistas están en la proa del Titanic, una abrazada al otro. La cámara los muestra como los dueños del mundo, con el tiempo y el amor reflejándose en sus caras. Corte.

Ahora cambien a Kate Winslet y Leo DiCaprio por Christián Carman y un tal Arquímedes, y sumérjanse en una de las más fascinantes historias de detectives de los últimos cien años. Una que comenzó, tal vez, con la caída de Siracusa a mano de las legiones romanas, continuó con una feroz tormenta y un naufragio en el Mediterráneo y con el hallazgo, dos mil años más tarde, de un tesoro submarino. Y allí, tesoro entre los tesoros, unos misteriosos engranajes (¿engranajes?, ¿hace veinte siglos?) que brillaban con sigilo, generando uno de los mayores enigmas científicos aún no develados.

Cerca de allí, la isla griega de Anticitera, apenas un puntito en el mar con unos treinta habitantes, dio su nombre a este mecanismo que se ha dado en considerar “computadora”, “planetario portátil”, “guía filosófica a la galaxia”, “predictor de eclipses”, “instrumento de aprendizaje”, “reloj astronómico”. ¡Hasta servía para determinar la fecha exacta de los juegos olímpicos! Cosa que requería complicados cálculos astronómicos.

Esas ruedas dentadas –más de treinta, y algunas minúsculas– encierran el misterio que fascinó y atrapó a generaciones de historiadores; entre ellos, Christián Carman es nuestro representante y guía.

¿Habrá pasado el mecanismo por las manos del mismísimo Arquímedes? ¿Será un producto de su ingeniosa cabeza? Esa es parte de la historia que nos ha llegado a través de Cicerón, quien dijo haberlo visto en Roma. Algunos siglos después, el escritor Arthur C. Clarke afirmó que la Revolución Industrial podría haber comenzado un milenio antes con el mecanismo de Anticitera.

Como sea, quienes lo vieron quedaron atrapados en sus engranajes, como si fuera algo de otro mundo, un revoltijo de bronce con madera. Los rayos X mostraron su complejidad y empujaron a científicos juguetones a imitar los fragmentos encontrados en el naufragio en modelos cada vez más precisos.

Lo cierto es que el mecanismo de Anticitera es único, una máquina del tiempo que hipnotiza a quienes tratan de comprenderla. Y nuestro autor, uno de los protagonistas hipnotizados, lo cuenta y nos contagia como nadie.

La computadora de Arquímedes: una caja, treinta engranajes, la Luna, el Sol y los planetas conocidos que nos llevan en busca del tiempo perdido.

Esta colección de divulgación científica está escrita por científicos que creen que ya es hora de asomar la cabeza por fuera del laboratorio y contar las maravillas, grandezas y miserias de la profesión. Porque de eso se trata: de contar, de compartir un saber que, si sigue encerrado, puede volverse inútil.

Ciencia que ladra… no muerde, sólo da señales de que cabalga.

Diego Golombek

A Néstor y a María Elena.

Agradecimientos

Quiero agradecer a James Evans, quien me propuso que trabajáramos en el mecanismo y juntos llevamos a cabo investigaciones extremadamente apasionantes. A John Seiradakis, Mike Edmunds, Lina Anastasiou, Michael Wright y Tony Freeth, por su generosidad al permitirnos incluir figuras que les pertenecen. En cierto sentido, este libro es una versión más larga de la charla que di en TEDxRíodelaPlata en 2014. Agradezco a todo el equipo por ayudarme con esa presentación y por su apoyo posterior. También a los dos docentes que, en el evento de educación del año siguiente, le sugirieron a Diego Golombek que publicara un libro con el tema de mi charla en “Ciencia que ladra” A Diego Golombek, por confiar en este proyecto y apoyarlo. A Florencia Polimeni y Emiliano Chamorro, por haber leído una versión previa de este libro. Todas las sugerencias y críticas de Florencia ayudaron a que el libro sea más entretenido y claro; que Emiliano no hiciera ninguna me dio confianza. A mis viejos, que también lo leyeron y, cada uno con su estilo, me hicieron comentarios valiosos. A Sofi, aunque nunca logré que lo leyera. A Emi, por todo.

Acerca del autor

Christián C. Carman

ccarman@gmail.com

Nació en la ciudad de Buenos Aires, en 1973. Estudió filosofía en la Universidad Católica Argentina y se doctoró en la Universidad Nacional de Quilmes. Es investigador independiente del Conicet e investigador-docente asociado ordinario de la Universidad Nacional de Quilmes. Actualmente desempeña el cargo de secretario de la Commission for the History of Ancient and Medieval Astronomy de la International Union of History and Philosophy Science y es miembro fundador de la Asociación de Filosofía e Historia de la Ciencia del Cono Sur (AFHIC). Ha realizado estancias de investigación en Brasil, los Estados Unidos e Italia y ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas sobre temas vinculados a historia de la astronomía griega y filosofía de las ciencias.

Cuando Zeus miró hacia abajo y vio los cielos representados en una esfera de cristal, se rio y dijo a los otros dioses:

“¿Acaso ha ido tan lejos el poder del esfuerzo mortal?

¿Es la obra de mis manos imitada en una frágil esfera?

Un anciano de Siracusa ha imitado en la Tierra las leyes de los Cielos, el orden de la Naturaleza y las reglas de los dioses.

Alguna influencia oculta dentro de la esfera dirige los diferentes cursos de las estrellas y acciona la masa real con movimientos definidos.

Un falso zodíaco se mueve por sí solo a lo largo del año, y una luna de juguete crece y mengua mes tras mes. Ahora la atrevida invención se alegra de hacer que su propio cielo gire y pone a los astros en movimiento por el ingenio humano. ¿Por qué debería ofenderme el inofensivo Salmoneo[1] y su trueno simulado? Aquí la débil mano del hombre ha demostrado ser rival de la Naturaleza”.

Claudio Claudiano, “In sphaeram Archimedis”, Carmina minora (c. 370 - c. 405)

[1] En la mitología griega, Salmoneo era un hombre impío y arrogante que ordenó a su pueblo que lo adorara como a Zeus. Conducía un carro que simulaba truenos mediante calderos de bronce que hacían mucho ruido y arrojaba antorchas para imitar los rayos. Zeus se enojó e hizo que “lo partiera un rayo”.