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La literatura testimonial como memoria de las guerras en Colombia

Siguiendo el corte y 7 años secuestrado

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Suárez Gómez, Jorge Eduardo

La literatura testimonial como memoria de las guerras en Colombia : Siguiendo el corte y 7 años secuestrado / Jorge Eduardo Suárez Gómez. -- Medellín : Universidad de Antioquia. Facultad de Ciencias Sociales. Fondo Editorial FCSH, 2016.

204 páginas ; 23 cm. (tamaño 300 kb) (FCSH. Investigación)

ISBN 978-958-8947-70-9

1. Violencia - Colombia - Libros electrónicos 2. Literatura testimonial - Libros electrónicos 3. Memoria colectiva - Libros electrónicos I. Suárez Gómez, Jorge Eduardo II. Serie.

LE303.6 cd 21 ed.

El contenido de la obra corresponde al derecho de expresión del autor y no compromete el pensamiento institucional de la Universidad de Antioquia ni desata su responsabilidad frente a terceros. El autor asume la responsabilidad por los derechos de autor y conexos.

  

Contenido

INTRODUCCIÓN

1. PERSPECTIVAS TEÓRICAS

1.1. Los binomios de la memoria

1.1.1 Memoria e historia

1.1.2. Memoria y testimonio

1.1.3. Memoria individual, memoria colectiva

1.1.4. Recuperación y usos de la memoria

1.2. La configuración de las memorias de la guerra

1.2.1. Impresión de los factores sincrónicos y los efectos diacrónicos
en las memorias de la violencia

1.2.2. Excedente de sentido en las memorias de la guerra

1.2.3. La confección de la narrativa de la memoria

1.2.4. La narración como “tragedia”

1.3. El género discursivo literatura testimonial

1.3.1. Las dimensiones de la “literatura testimonial latinoamericana”

2. ANOTACIONES SOBRE LITERATURA Y VIOLENCIA EN COLOMBIA

2.1. La omnipresencia de la guerra en Colombia

2.2. La literatura testimonial en Colombia: “El género local por
antonomasia”

2.2.1. Clasificaciones y periodizaciones de las narrativas del conflicto
armado

2.2.2. Las narrativas de La Violencia hasta 1960: la bibliografía
partidista

2.2.3. Narrativas académicas y testimoniales del conflicto:
1960-1987

2.2.4. Las narrativas del conflicto entre finales de los ochentas y mediados de los noventas. El desarrollo de la literatura
testimonial

2.2.5. La literatura testimonial en los albores del siglo xxi
(1995-2010)

2.3. Anotaciones contextuales para el análisis de la muestra literaria

2.3.1. El 9 de abril y La Violencia

2.3.2. La memoria de La Violencia

3. ANÁLISIS DE LIBROS

3.1. Siguiendo el corte. Relatos de guerras y de tierras, de Alfredo
Molano

3.1.1. El autor y el libro —tema, momento, técnica, espacio y marcas de recepción

3.1.2. Siguiendo el corte como testimonio y memoria colectiva

3.1.3. Siguiendo el corte como narración

3.2. 7 años secuestrado por las farc, de Luis Eladio Pérez y Darío
Arizmendi

3.2.1. Los autores y el libro: tema, momento, técnica, espacio y marcas
de recepción

3.2.2. Análisis de 7 años secuestrado como testimonio, memoria colectiva
y conciencia de la guerra

3.2.3. 7 años secuestrado como narración

CONCLUSIONES

BIBLIOGRAFÍA

 

En tiempo de guerra

toditos batallan,

unos con las letras,

otros con las armas

Cantar anónimo

 

Introducción

La preocupación por la memoria es muy visible contemporáneamente. Algunos hablan de este hecho como uno de los fenómenos culturales y políticos más sorprendentes de los últimos años, al punto de que configuró un “giro hacia el pasado”. Se habla de “giro” en la medida en que se ha transformado la tendencia moderna de culto al progreso y al futuro que despreciaba los discursos memoriales.

Este auge de la memoria surgió en Europa y Estados Unidos a comienzos de la década de 1980. En América Latina también se ha desarrollado ampliamente esta oleada memorial, pero filtrada por las particulares configuraciones políticas de cada una de las sociedades que la integran.

Además de la memorial, hay otras corrientes pasatistas que han estado circulando en el escenario intelectual. A partir de los años setenta del siglo pasado, adquirió importancia a nivel mundial una tendencia dentro de las Ciencias Sociales que valorizaba los testimonios de colectivos tradicionalmente “excluidos”. Esta perspectiva, emparentada con los desarrollos de la historia oral en Estados Unidos en la primera mitad de siglo XX, adquirió también contornos particulares en América Latina e influyó en la producción de la literatura testimonial.

En un país como Colombia, donde la violencia es crónica, las memorias asociadas a hechos bélicos son abundantes. Hasta el inicio del actual proceso transicional (2005) sin embargo, la mayoría de ellas no salía del espacio privado, y las que lograban hacerlo tomaban en muchos casos la forma de testimonios escritos.1

La cronicidad del conflicto colombiano, el giro hacia el pasado y el auge testimonial, son fenómenos que permiten entender la abundancia de la literatura testimonial en el país durante buena parte del siglo XX y XXI, y las diversas configuraciones de esta en términos de producción (a qué tipo de actores armados, de víctimas y de violencias privilegian los narradores) y de recepción (qué tipos de discursos testimoniales tienen más “audiencia”).

A partir de 1980, hubo varios momentos importantes de producción de literatura testimonial en Colombia. El primero de ellos fue en la segunda mitad de la década de 1980, cuando salen al mercado editorial libros como Las guerras de la paz (1985) y Noches de humo (1988) de Olga Behar, El Karina (1986) de Germán Castro Caycedo y La paz, la violencia: testigos de excepción de Arturo Alape (1985), entre otros. Todos estos textos narran las peripecias de los grupos guerrilleros, sus integrantes e historia.2 Gustavo Álvarez Gardeazábal habla de este tipo de obras como “literatura del triunfo”. Desde nuestra perspectiva, podría ser considerada literatura testimonial épica.3

En 1990 puede situarse otro momento importante de la literatura testimonial nacional. Los libros sobre los fenómenos violentos asociados al narcotráfico, comenzaron a ser de interés tanto para las editoriales como para los lectores. Aquí pueden citarse textos como El pelaito que no duró nada (1991) de Víctor Gaviria; No nacimos pa´ semilla, La cultura de las bandas juveniles de Medellín (1990) y La parábola de Pablo (2001) de Alonso Salazar; El patrón: vida y muerte de Pablo Escobar (1994) de Luis Cañón; Mi hermano Pablo (2000) de Roberto Escobar, entre otros.

Alrededor del 2005 puede situarse otro momento de auge en la producción y recepción de testimonios sobre el conflicto armado en el país.4 En ese año se aprobó la Ley 975, también llamada de “justicia y paz”, que abrió el campo para que surgiera el debate sobre la justicia transicional y permitió que se presentara una lucha política por la memoria.5

Otro auge testimonial se dio en el 2008, relacionado con la centralidad que adquirió en Colombia y en el mundo el drama de los políticos, policías y militares secuestrados por la guerrilla.6 Este interés derivó en la publicación de los testimonios de muchos/as de los que fueron liberados, rescatados o que se fugaron de sus captores. Estos libros tuvieron una copiosa audiencia dentro y fuera del país.

De acuerdo con Gustavo Álvarez Gardeazábal, la literatura testimonial de los exsecuestrados por las FARC puede ser considerada un subgénero, dada su abundancia e identidad. Este subgénero hace parte de un fenómeno editorial importante en Colombia y el mundo, los “instant books”, que adquirieron fuerza en este período y parecen haberse instalado permanentemente en el mercado editorial.

En este texto se estudian en profundidad 2 libros testimoniales que no son producto de procesos transicionales y que están influenciados, en mayor o menor medida, por fenómenos como el auge de la historia oral y el “giro hacia pasado”. Los dos libros pertenecen a dos momentos y subgéneros diferentes de la literatura testimonial en Colombia.

El primero de ellos, Siguiendo el corte. Relatos de guerras y de tierras, se publicó a finales de los años ochenta, y hace parte de un tipo de literatura testimonial que podría ser caracterizada como sociológica y periodística. Tiene parentesco con lo que se denomina “la literatura testimonial latinoamericana” y, por ende, con la historia oral.7 Algunos de los textos más representativos de este género son: Si me permiten hablar. Testimonio de Domitila. Una mujer de las minas de Bolivia (1979) y Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia (1995). Este tipo de obras se caracterizan por la presencia de un “mediador ilustrado” que escribe —con diferentes grados de presencia— el testimonio de una persona representativa de un colectivo “excluido”.

Siguiendo el corte tiene como tema central el proceso de colonización del oriente del país, desde los años cuarenta hasta los ochenta del siglo XX, con sus particulares procesos económicos, sociales y políticos: las bonanzas del caucho, la marihuana y la coca, algunas guerras pasadas y actuales, los orígenes de la guerrilla y su papel en la colonización de la frontera agrícola colombiana.

El segundo libro, 7 años secuestrado por las farc, publicado en el 2008, hace parte de otro momento y subgénero de la literatura testimonial. Es uno de los libros publicados por los políticos, policías y militares que fueron mantenidos en cautiverio por las FARC en la primera década del siglo XXI. El conflicto colombiano, en ese momento, sufrió un proceso de profundización debido al crecimiento cuantitativo y cualitativo de la guerrilla de las FARC y a la injerencia del narcotráfico, entre otros factores.

Entre los dos libros se encontraron diferencias y similitudes en el tema, el momento y la técnica, en los sentidos políticos que condensan, en el tipo de memoria colectiva que articulan y en la recepción que tienen en la sociedad. Las dos obras se publicaron en diferentes contextos internacionales, nacionales y bélicos, aunque se pueden establecer algunas líneas de continuidad en torno a algunos actores. Estas diferencias y similitudes son las que se analizan en los textos con la ayuda de los elementos extratextuales.

En el primer capítulo del presente libro se intenta dar cuenta, en términos generales, de las perspectivas teóricas con las que se discuten los textos y su contexto de producción/recepción. Memoria colectiva, narración y literatura testimonial son los tres universos conceptuales que articulan este capítulo, a partir de los cuales se construyó la matriz de análisis.

En el segundo capítulo se desarrollan algunas discusiones teóricas sobre las guerras y su relación con la memoria y el olvido. No fueron incluidas estas consideraciones en el capítulo anterior, porque querían ser relacionadas con hechos de la historia política y social colombiana. De esta convergencia entre teoría y hechos sociales, surgió como síntesis la explicación del papel de los testimonios en una sociedad en guerra.

Posteriormente se delinea el campo de las narrativas testimoniales en Colombia. Se hace un recorrido desde mediados del siglo XX hasta nuestros días, intentando historizar estos discursos asociados a la guerra. En esta parte se bosquejan los contornos de fenómenos como “La Violencia” (1944-1964) y otros derivados de esta, las migraciones, la colonización del oriente del país, las bonanzas legales e ilegales, la cultura de la sociedad de frontera, la constitución de actores armados ilegales y el papel del Estado.

En el tercer capítulo se analizan los textos. Tanto Siguiendo el corte como 7 años secuestrado se estudiaron desde la perspectiva de la memoria colectiva, la literatura testimonial y la narrativa política. En este capítulo se incluyen referencias periodísticas, testimoniales y académicas que permiten contextualizar los hechos narrados en los libros.

NOTAS
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1. En términos generales, entiendo por testimonio “un discurso que pretende dar prueba de un hecho social previo a través de la voz de lo(s) testigo(s) de los acontecimientos”. Gustavo García, La literatura testimonial latinoamericana. (Re) presentación y (auto) construcción del sujeto subalterno (Madrid: Editorial Pliegos, 2003), 38.

2. Hasta 1990, en Colombia había varios grupos guerrilleros que hacían presencia nacional y que cubrían todo el espectro ideológico de la izquierda: ELN, FARC, M-19, EPL. Además, existían grupos más pequeños como el Quintín Lame, que se concentraba en algunas regiones. En 1990 se desmovilizaron todos, excepto el ELN y las FARC, que aún hoy operan.

3. Gustavo Álvarez Gardeazábal entrevistado por el autor el 14 diciembre de 2009, en Tuluá-Valle.

4. Es importante resaltar que en este trabajo no se va a estudiar la recepción de las memorias, sino su producción o configuración, lo que no implica que no se hagan algunas referencias a esa primera dimensión.

5. En el marco de este proceso, surgen o se hacen visibles múltiples organizaciones de víctimas que, desde diversas perspectivas, claman por verdad, justicia y reparación. En este contexto también surgió la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, CNRR, que fue un ente gubernamental encargado inicialmente de gestionar la desmovilización de los grupos paramilitares. A partir de esta se formó el Grupo de Memoria Histórica y el Centro Nacional de Memoria Histórica, que ha sido la institución encargada de la confección de varias decenas de informes memoriales sobre el conflicto armado en Colombia.

6. Ellos fueron un grupo de políticos, policías y militares secuestrados que la guerrilla de las FARC-EP (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia- Ejército del Pueblo) pretendía “canjear” por guerrilleros presos en cárceles.

7. Esta literatura es definida como aquella que se convierte en el “instrumento por el cual grupos marginados y marginales emergen en movimientos de liberación y recomponen, desde una postura privada (la del testigo), una posición de ‘conjunto’ o de clase estructurada en torno a intereses ideológicos o situaciones coyunturales de reivindicación de sus derechos”. García, La literatura testimonial latinoamericana. (Re) presentación y (auto) construcción del sujeto subalterno, 25.

 

2. Anotaciones sobre literatura y violencia en Colombia

La memoria se deshizo del largo sueño en que había estado atrapada en la atarraya del olvido. El hombre de la canoa me esperaba al frente de la casa, fumando tranquilo su enorme tabaco, las volutas de humo se entrelazan en varazos caminantes

Arturo Alape, El hombre de la canoa

2.1. La omnipresencia de la guerra en Colombia

Iniciaremos con una premisa que es determinante en este trabajo. De acuerdo con María Teresa Uribe, en Colombia la guerra “es una experiencia histórica de la que todo parece derivar [...] un eje de pervivencia histórica y un hilo imaginario que atraviesa a la nación colombiana a lo largo de toda su historia”.1 Este fenómeno se ha nombrado de diversas formas: “cronicidad” de la guerra,2 “endemia colombiana”,3 “omnipresencia de la guerra”,4 “gravitación de la violencia en la cultura política”,5 entre otras denominaciones. Muchos factores inciden en este “rasgo nacional”, cuya discusión sobrepasa los intereses de este trabajo.

Interesa más la forma en que este fenómeno influye en la producción de testimonios sobre hechos violentos y en la posibilidad de que estos se conviertan en “materia prima” de procesos transicionales,6 donde se pueda superar la omnipresencia de la guerra.

Hablar de cronicidad de la guerra en Colombia no quiere decir que los 200 años de vida independiente hayan sido dominados por un solo tipo de violencia y una sola guerra. Tampoco implica que las acciones bélicas no tengan interrupciones. Distinguir etapas, fronteras y transformaciones es indispensable para analizar el caso colombiano. Implica, sí, aceptar que “la guerra y la violencia han sido determinantes en la configuración política, social y cultural del país y, por tanto, que los referentes de identidad colectiva se han tejido en torno al eje de la guerra”.7

De acuerdo a estas autoras, se puede hablar de un “estado de guerra” continuo que desemboca en confrontaciones armadas, cuyas configuraciones se tornan estables durante un periodo. Cada una de estas confrontaciones es diferente a la anterior, en términos del tipo de oposición que las caracteriza y de los contornos de los actores. El contexto internacional también es un factor importante para dar cuenta de las características de las diversas guerras en Colombia.

También es frecuente que entre una y otra confrontación, en medio del latente estado de guerra, haya un periodo de “transición” —sin políticas de la memoria ni justicia transicional—, cuyo instrumento privilegiado son las amnistías y los indultos sobre los rebeldes y, por esa misma vía, sobre los agentes del Estado.

Hay que señalar que el estado de guerra se presenta en un contexto que podría calificarse de democrático, en términos procedimentales.8 De acuerdo con Pécaut, no hay contradicción en la historia colombiana entre el ejercicio de la violencia y el mantenimiento de un modelo democrático; “la violencia es consustancial al ejercicio de una democracia que, lejos de referirse a la homogeneidad de los ciudadanos, reposa en la preservación de sus diferencias naturales, en las adhesiones colectivas y en las redes privadas de dominio social y que, lejos de aspirar a institucionalizar las relaciones de fuerza que irrigan la sociedad, hace de ellas el resorte de su continuidad”.9

La convivencia entre democracia y cronicidad de la guerra en Colombia hace que el asunto de las políticas de la memoria10 tenga que ser planteado de manera diferente a como se hace en contextos postdictatoriales. De acuerdo con el historiador Gonzalo Sánchez,11 en Colombia “se ha planteado como necesidad el olvido recurrente para las memorias subordinadas, para las acciones de los rebeldes derrotados militarmente y políticamente, en contraposición a los países de experiencias dictatoriales y terrorismo de Estado, en donde se ha planteado la reactualización, o si se quiere la imposibilidad de olvido e impunidad para las atrocidades del poder”.12

Esta necesidad de olvido hace que las formas de terminación de las guerras dejen sin resolución el contencioso de la memoria. Puesto que lo dominante aquí ha sido el olvido, “la construcción institucional no es percibida como transformación de un pasado conflictivo; sino al igual que la guerra, como repetición de un horizonte previsible, suprimiendo las contingencias propias del presente y del futuro”.13 Una presencia constante de diversos tipos de guerras y su terminación por medio de la amnistía y el indulto, han producido una rutinización del olvido que deja sin sanar las heridas y, más bien, vuelve a activar las confrontaciones: “Utilizada más allá de los grandes momentos de transición política o social, la rutinización del olvido alimentaba a la rutinización de la guerra. Raramente las amnistías lograron el propósito de desarmar duramente los espíritus”.14

El olvido no solo recaía sobre los actos de los “vencidos”. La amnistía es una reafirmación del poder que lo decreta, de la impunidad sobre los delitos que pudiera haber cometido y de la imposición de su memoria como memoria social. Aunque el olvido y el perdón no son “sobre el poder, sino sobre los rebeldes. Lo que lo malogra es que ese olvido no tiene costos para el poder, pues queda exento de ese otro ejercicio de memoria que es el reconocimiento, entendido como aceptación del sentido de sus demandas, así sean controvertibles, o no realizables con los procedimientos invocados”.15

El ciclo guerra- amnistía-olvido ha excluido los instrumentos de la justicia transicional como la verdad, la justicia y la reparación, y no ha dejado espacio para que las memorias colectivas de las víctimas —cuando logran articularse— salgan del espacio íntimo, se discutan en el espacio público y se incorporen a la memoria nacional, es decir, que puedan ser objeto de “políticas de la memoria”.

En este escenario de rutinización de la guerra y del olvido, en el marco de una democracia procedimental, donde no parece posible hacer que las memorias colectivas sean procesadas por las políticas de la memoria, ¿dónde se pueden rastrear las identidades colectivas de víctimas y actores de las guerras anteriores y actuales?

Pueden existir múltiples “depósitos de memoria”, siendo los testimonios y la literatura testimonial uno de ellos. Puede hablarse de los testimonios como un “depósito de memoria”, en la medida en que son lugares —material, simbólico y funcional— donde un colectivo “consigna voluntariamente sus recuerdos: los lugares donde se cristaliza y refugia la memoria; [...] [Estos se diferencian de los lugares de la memoria que] son aquellos que, con el tiempo, han devenido en espacios privilegiados para analizar y comprender la memoria pública de una nación”16 y que se corresponderían con el tipo de memorias producidas por las políticas de la memoria.

El hecho de que en Colombia no surjan frecuentemente relatos memoriales compartidos producto de procesos transicionales, no implica que la literatura testimonial en forma de “depósito de memoria” sea escasa. Si se parte de “la omnipresencia de la guerra en la historia colombiana”, es lógico que las víctimas se cuenten por millones. Hay quienes fueron victimizados varias veces, como aquellos que sufrieron el desplazamiento forzado en el campo, llegaron a la ciudad y fueron desplazados nuevamente de un sector a otro dentro de la urbe. Hay quienes fueron víctimas de la violencia en los años ochenta y volvieron a ser víctimas a principios del siglo XXI.

Hay víctimas de la guerrilla que después fueron víctimas de los paramilitares y viceversa. Hay quienes fueron víctimas de un actor y después victimarios. Muchos viejos guerreros “legitiman” su accionar armado a partir de agravios sufridos durante La Violencia de los años cincuenta. Referidos a este amplio espectro de víctimas y victimarios, algunos testimonios logran condensarse-depositarse en la literatura testimonial.

2.2. La literatura testimonial en Colombia:“El género local por antonomasia”

La diversidad de este género discursivo en Colombia es resaltada por Vélez, cuando afirma que algunas de estas obras, que él llama memorias autobiográficas, “las escriben personas que han estado relacionadas con los hechos a los que se refieren [...] Unas veces son periodistas o novelistas involucrados en algún proceso de paz que los ponen en relación directa como los protagonistas directos o indirectos de la guerra [...] Otras veces son académicos o periodistas que tienen acceso a testimonios de víctimas o de victimarios, los cuales reproducen adaptados a intereses concretos [...]. Aunque hay ocasiones en las que los mismos protagonistas, víctimas o victimarios, apelan al medio escrito para presentar su versión de los hechos”.17

En un ensayo de 1999, el historiador Malcolm Deas afirma al respecto:

[...] recientemente en Colombia ha sido escrita mucha historia local y oral, muy útil, y casi toda explora los orígenes de la violencia y su desarrollo durante los años cuarenta, cincuenta y sesenta. [...] La historia oral en Colombia es sofisticada en más de una manera. Se ha convertido en algo así como el género local por antonomasia, pero sus practicantes son muy selectivos en las preguntas que formulan y a quienes se las dirigen. Suelen inclinarse por interrogar antes a liberales, comunistas y guerrilleros que a conservadores, miembros de las fuerzas armadas o funcionarios del gobierno.18

Independientemente de los contornos que, de acuerdo con Deas y Vélez Rendón, tiene la literatura testimonial —historia oral y memoria autobiográfica en sus conceptualizaciones—, los dos destacan su abundancia y diversidad en cuanto autores, momentos, técnicas y temáticas. Esta tendencia se inscribe en un fenómeno mucho más amplio de abundancia de discursos sobre las guerras en Colombia.

2.2.1. CLASIFICACIONES Y PERIODIZACIONES DE LAS NARRATIVAS DEL CONFLICTO ARMADO

Sonia Vivas afirma que la violencia en Colombia ha sido abordada desde diversos enfoques, que podrían dividirse en tres grandes grupos: “1. Narrativo experiencial, en donde encontramos relatos escritos por los protagonistas de los hechos. [...] 2. Partidista, en la que liberales y conservadores defienden sus posturas y se responsabilizan mutuamente de la confrontación presentada particularmente en la segunda mitad del siglo XX (período conocido como el de ‘la Violencia’).[...] 3. Científico-social que, valiéndose de la interdisciplinariedad, ofrece un análisis diverso y complejiza el fenómeno al trabajar la violencia más allá del marco político como única fuente de explicación”.19

Otros autores reducen estos criterios de agrupación de las narrativas sobre las guerras en Colombia a dos: “aquella que viene del ámbito de la sociología, la historia, la politología y recientemente de la economía, centradas, casi todas, en las explicaciones macro del conflicto; frente a aquella de aspiración ideográfica, muchas veces de corte testimonial, que suele conversar poco con las premisas teóricas e interpretaciones a veces deductivas de la producción gruesa”.20

Sea que nos quedemos con la clasificación de 2 o 3 criterios, se puede afirmar que el género literatura testimonial hace parte del grupo “narrativo experiencial y partidista” en la clasificación de Vivas, o del grupo de la tendencia “ideográfica, de corto plazo, coyuntural y centrada en los sujetos”, en la clasificación de Torres y Castellanos.

Carlos Miguel Ortiz, en su estudio “Historiografía de la violencia”, establece una tipología con 5 criterios. Aunque el autor parte de la historia como disciplina e intenta vislumbrar cómo esta ha tratado el tema de la violencia en Colombia, termina haciendo un balance mucho más amplio.

Ortiz divide el contexto de producción de las narrativas del conflicto en dos periodos: uno que va desde los cuarenta hasta los sesenta, y otro que va desde los sesenta hasta los noventa del siglo XX.

2.2.2. LAS NARRATIVAS DE LA VIOLENCIA HASTA 1960: LA BIBLIOGRAFÍA PARTIDISTA

Antes de los sesenta y muy vinculado con el periodo de La Violencia, se da lo que Ortiz denomina la “bibliografía partidista”. Dice Daniel Pécaut que “Colombia conoció durante el siglo XX una verdadera guerra civil, conocida con el nombre de La Violencia”.21 Marco Palacios afirma que cuando se habla de La Violencia (en adelante con mayúscula), se “alude a unos 20 años de crimen e impunidad facilitados por el sectarismo (1945-1965), que dislocó la vida de decenas de miles de familias y comunidades”.22 Los bandos que avivaron el sectarismo y la guerra civil son los partidos históricos: el Conservador y el Liberal.

Dentro de la “bibliografía partidista”, hay varias tendencias que son explicadas por Ortiz de la siguiente forma:

a) Las obras específicamente partidistas, escritas por los dirigentes políticos en su condición de tales; varias de ellas son recopilaciones, con o sin comentarios, de pronunciamientos, declaraciones, conferencias, misivas públicas y discursos exhortativos, generados en momentos cruciales de enfrentamiento.”23 “b) Las publicaciones de denuncia, algunas de corte panfletario, desde las torturas acusadas por un refinado ganadero residente en el exterior, [...] hasta las masacres de campesinos y pueblerinos”.24 “c) Los escritos que apuntan al esclarecimiento —en términos de responsabilidades de autorías “materiales” e “intelectuales”— de una fecha o un acontecimiento singularmente convulsionante. La mayoría de ellos se centran en el 9 de abril [...] d) Los libros de periodistas, algunos precisamente sobre fechas determinadas. [...] e) Los libros de crónica testimonial sobre los combates”.25 f) “Los trabajos de confección o intención literaria.26

Toda esta “bibliografía partidista” puede incluirse en lo que aquí se denomina literatura testimonial. Ortiz señala la “selectividad” de los autores de la literatura testimonial para este periodo: “la bibliografía testimonial de la contraparte, la de las fuerzas regulares adscritas a las instituciones del estado, es mucho más desconocida por los medios académicos y por el público lector en general”.27 Este poco protagonismo narrativo de las fuerzas estatales, también fue señalado por Deas, pero para la literatura testimonial producida en los 80´s y 90´s —en su mayoría sobre la época de La Violencia.28

Los 6 tipos de “bibliografía partidista” que se mencionaron tienen una característica común: “intentan descubrir el responsable individual o colectivo, en el sentido de sujeto consciente productor de los actos —que son violentos y partidistas a la vez”.29 Esto quiere decir que están circunscritos al esquema de la culpa.

2.2.3. NARRATIVAS ACADÉMICAS Y TESTIMONIALES DEL CONFLICTO: 1960-1987

Las condiciones políticas en el país cambiaron radicalmente en los años sesenta. El Frente Nacional30 puso freno a las hostilidades partidistas, llevando a que la guerra se instalara en el antagonismo entre izquierda-derecha, en el contexto de la guerra fría. Derivados de los hilos sueltos de La Violencia y con influencias de la Revolución Cubana, surgieron dos grupos guerrilleros de cuño marxista que aún hoy existen.31 Por el lado del Frente Nacional, los dos partidos tradicionales se repartieron constitucionalmente todos los dividendos de la burocracia estatal y monopolizaron los canales de participación política.

En los años sesenta y setenta surgió la producción científico-social, que comenzó a dar cuenta de la guerra con nuevos métodos. Con la publicación, en 1962, del emblemático libro La Violencia en Colombia, estudio de un proceso social,32 se inició la época de la producción académica con pretensiones científicas sobre la omnipresencia de la guerra. El discurso sociológico empezó a influenciar la literatura testimonial “contaminándola” con su lenguaje, con el tipo de temáticas que abordaba y con el tipo de actores al que otorgaba protagonismo.

En estas dos décadas no desaparece la “literatura testimonial partidista”, sino que se desliza el sujeto de inculpación; “en los enfoques conservadores, del liberalismo al comunismo (también denominado con una metáfora espacial, ‘izquierda’). En el polo opuesto, los comunistas y liberales que no aceptan la conciliación del frente nacional se van radicalizando en la inculpación contra el nuevo sistema bipartidista, al que bautizan como ‘la derecha’ y acusan de generar la violencia”.33 La literatura testimonial de las décadas del 60 y 70, aunque es influenciada por las Ciencias Sociales recién fundadas y sus pretensiones explicativas, sigue presa del esquema de la culpa.

2.2.4. LAS NARRATIVAS DEL CONFLICTO ENTRE FINALES DE LOS OCHENTAS Y MEDIADOS DE LOS NOVENTAS. EL DESARROLLO DE LA LITERATURA TESTIMONIAL

En los años ochenta se presentan nuevas configuraciones de la literatura testimonial asociadas a cambios profundos en la sociedad colombiana. El surgimiento/consolidación del narcotráfico y el paramilitarismo, junto con la intensificación de las acciones de las guerrillas (al tiempo que desarrollaban un proceso de paz), fueron algunos de los factores que empujaron esta transformación sociopolítica que influenció las preferencias de los narradores.

Uno de los puntos de inflexión de este proceso de cambio discursivo puede situarse a finales de la década de 1980, con la publicación del Informe de la Comisión de Estudios sobre La Violencia, nombrada por el gobierno en 1987. Esta fue integrada por personajes notables e intelectuales a quienes se les encargó la tarea de desentrañar las particularidades del pasado violento en momentos de aparente transición.

En su informe propusieron una metodología multidimensional para entender la guerra que existía en Colombia en ese momento. Publicaron el libro Colombia, violencia y democracia, que rompió muchos de los acartonamientos que habían sufrido los estudios científicos sobre la violencia debido al influjo funcionalista y marxista. Dejaron de lado el sobredimensionamiento de la violencia política, apelando a la multicausalidad y multidireccionalidad de “las violencias”. Iniciaron el debate del papel de la cultura en las guerras nacionales y dieron cuenta de ese nuevo actor que emergía con fuerza y que se fundió con el antagonismo entre izquierda y derecha: la simbiosis entre narcotraficantes, políticos regionales, ganaderos y mercenarios.

Colombia, violencia y democracia surgió en un momento transicional que no logró superar la guerra, en la medida en que los diálogos de paz se vieron frustrados, reproduciendo más bien el ciclo de rutinización de la guerra y del olvido que anteriormente se describió. Este proceso dejó sin solución “el contencioso de la memoria”, porque no se pudo evitar el deslizamiento del antagonismo a nuevos actores y problemáticas. Tampoco se pudo avanzar en procesos de justicia, verdad y reparación. Sin embargo, el informe condensó el clima intelectual de una época en el que se debatían nuevas explicaciones a un conflicto en transformación.

Ortiz clasifica las narrativas históricas asociadas a las guerras producidas entre finales de los ochenta y mediados de los noventas de la siguiente forma:

a) “Los libros que tratan sobre la violencia liberal-conservadora, en donde la mayor parte son producto de tesis elaboradas en el Magister de Historia de la Universidad Nacional [...] b) El grupo de los libros que aun trabajan la violencia política y sus actores convencionales, ejército y guerrillas, pero de los años 60 a nuestros días, es decir, en la etapa de las guerrillas planteadas como ‘revolucionarias’ o reformistas radicales”.34

En este mismo acápite, inserta algunos textos y autores de literatura testimonial: “y en un género muy diferente, entre el periodismo y la literatura, colindando con la historiografía, los dos libros biográficos de Arturo Alape sobre el jefe de las FARC ‘Tirofijo’, los de Pedro Claver Téllez sobre el célebre ‘bandolero’ conservador Efraín González, el del general (r) Álvaro Valencia Tovar, Testimonio de una época, y el de Alfredo Molano, Aguas arriba”.35

Otros textos testimoniales los clasifica aparte, debido a que narran “otras historias”: “c) Los trabajos que abordan otras historias de violencia, diferentes a la violencia política de viejo o nuevo cuño, [...] podrían citarse aquí el libro de Alonso Salazar y Ana María Jaramillo sobre los procesos socioculturales que llevaron al sicariato (las subculturas del narcotráfico)”.36 En un último lugar, inserta los discursos que se encuentran en “un mayor nivel de generalidad”, es decir, los de orden filosófico, económico y politológico.

Los textos publicados en este período que pueden incluirse en literatura testimonial son los que están, de acuerdo con la clasificación de Ortiz, “entre el periodismo y la literatura, colindando con la historiografía”, y los que “abordan otras historias de violencia, diferentes a la violencia política”.

Utilizando el criterio temático, es interesante cómo unos textos se mantienen en la línea de los testimonios sobre la violencia política que primaba en el periodo anterior y otros abordan las “nuevas violencias”. Molano, Alape y Téllez son representativos del primer grupo y Alonso Salazar del segundo. Sin embargo, hay que tener en cuenta que autores como Molano y Salazar transitan de un tema a otro con fluidez, en alguna medida porque los temas se mezclan en la realidad.

Estos textos testimoniales que referencia Ortiz se caracterizan porque no son los actores y víctimas de las violencias los que escriben directamente sus historias, sino que son mediadores letrados —periodistas, académicos, literatos— los que cumplen esta función con distintos niveles de intervención en la composición del texto.

El auge de estos dos tipos de obras se produce en el momento en que la guerra en Colombia comienza a crecer en complejidad. Colombia, violencia y democracia reconoce que en el país ya no solo domina la violencia política, sino las nuevas violencias que se comienzan a superponer con aquella. En el Informe de la Comisión se habla de la emergencia de la violencia del crimen organizado contra personas privadas, violencia de los grupos alzados en armas contra particulares, violencia de organismos del Estado en ejercicio de la guarda del orden público, cuando sobrepasan los marcos legales, violencia de particulares no organizados, entre otras.

La aparición de nuevos actores como el narcotráfico, los paramilitares, la delincuencia organizada y su mezcla con los actores de la tradicional oposición entre guerrilla y Estado, producen un conflicto multicausal y unas narrativas plurales que dan cuenta de esas violencias. Esta diversidad social y discursiva es captada por Figueroa para este periodo: “En éste contexto de múltiples guerras, asonadas, secuestros, asesinatos, boleteos, asaltos, entre otros, se producen nuevas gramáticas sociales y textuales”.37

Antes se dijo que la literatura testimonial en América Latina, en la tradición fundada por Barnet, tenía ciertas preferencias en cuanto al tipo de colectivos a los que otorgaba protagonismo: sectores marginados emergiendo en procesos de liberación. Esto también lo señalaba Deas cuando hablaba de selectividad de los autores de literatura testimonial: inclinarse por interrogar antes a liberales, comunistas y guerrilleros. Los autores a los que se refiere el historiador británico son los que, de acuerdo con Ortiz, están “entre el periodismo y la literatura”.

Dadas las dimensiones y complejidades del conflicto colombiano en este período, los sectores marginados —como víctimas o como actores— no han sido los únicos protagonistas de la literatura testimonial. Personas de diversas clases han registrado su memoria en el testimonio, como bien lo destaca Lucía Ortiz: “Estos discursos no necesariamente contienen una agenda política explícita como sí ha ocurrido en la mayoría de los textos testimoniales centroamericanos. En Colombia estos testimonios aparecen como ‘modos de representatividad’ que han sido desarrollados por escritores, periodistas y sociólogos en conjunto con personas no necesariamente ‘iletradas’, sino con individuos de todas las esferas sociales”.38

A partir de la irrupción del narcotráfico y el paramilitarismo como actores importantes en la vida política del país, a finales de los ochenta, el secuestro deja de ser un delito cometido exclusivamente por la guerrilla, para pasar a ser una herramienta de presión política y de consecución de recursos por parte de todos los actores armados. Es tristemente célebre el secuestro de 10 personalidades, en Bogotá, el 30 de agosto de 1990, por orden del capo Pablo Emilio Escobar Gaviria. Su intención era presionar al gobierno para que no aprobara la extradición de colombianos a Estados Unidos. Es célebre porque marca el momento en que se generaliza el secuestro como herramienta de lucha de todos los actores ilegales, y porque es inmortalizado por Gabriel García Márquez en el libro testimonial Noticia de un secuestro.

Es visible en este período cómo los hechos traumáticos acaecidos en el marco del conflicto, cuando eran narrados, casi siempre requerían la mediación de un periodista, un escritor o un intelectual. Esto es bien ilustrado por García Márquez en el prólogo de Noticia de un secuestro, cuando cuenta por qué escribe el libro: “Maruja Pachón y su esposo, Alberto Villamizar, me propusieron en octubre de 1993 que escribiera un libro con las experiencias de ella durante su secuestro de seis meses, y las arduas diligencias en que él se empeñó hasta que logró liberarla”.39 En este período es claro cómo en el testimonio hay una tendencia a la disociación entre el sujeto del enunciado y el sujeto de la enunciación.

El texto de García Márquez es representativo del testimonio en este período. De acuerdo al tema, Noticia de un secuestro pertenece a “los que tratan las nuevas violencias”. En cuanto a la técnica, podría decirse que es una novela-testimonio, que es bastante abundante dentro de la literatura testimonial colombiana de ese momento. Figueroa llama a este tipo de obras “ficciones documentales”: “Este tipo de textos ‘novelizan’ experiencias de afectados por la fuerza arrasadora de las múltiples violencias que se viven”.40

Como ejemplo de novelas-testimonio importantes en este contexto de producción, Figueroa incluye 3 textos con un altísimo registro de ventas: Noches de humo (1989) de Olga Behar, de Germán Castro Caycedo, La bruja: coca, política y demonio (1994) y Noticia de un secuestro (1996) de Gabriel García Márquez. También incluye en este subgénero tres novelas relacionadas con el tema del narcotráfico: La virgen de los sicarios (1994) de Fernando Vallejo, Cartas cruzadas (1995) de Darío Jaramillo y Rosario Tijeras (1999) de Jorge Franco Ramos.

De acuerdo con Lucía Ortiz, otra técnica que se desarrolla bastante para este periodo es el testimonio directo: “a raíz de la continua crisis política y social en Colombia, en los años ochenta y noventa se produce un auge del testimonio directo”.41 La autora cita en esta línea la obra del periodista Germán Castro Caycedo La bruja: coca, política y demonio (1994), El pelaíto que no duró nada (1991) de Víctor Gaviria y de Alonso Salazar No nacimos pa’ semilla (1990) y Mujeres de fuego (1993). De Alfredo Molano cita Siguiendo el corte. Relatos de guerras y de tierras (1989) y Trochas y fusiles (1994). Incluye también Rostros del secuestro (1994) de Sandra Afanador.

Para el periodo comprendido entre finales de los 80 y mediados de los 90, como se ha evidenciado, tuvo mucha importancia la presencia de un mediador ilustrado. La literatura testimonial adquirió diversidad en cuanto a temas, técnicas y temporalidades. Hay que señalar que los textos citados, aunque destacados por los expertos, solo son una pequeña muestra frente a la abundancia del género en ese periodo.

2.2.5. LA LITERATURA TESTIMONIAL EN LOS ALBORES DEL SIGLO XXI (1995-2010)

La novela testimonio y el testimonio directo, en tanto técnicas, siguieron siendo importantes con el cambio de milenio. Se mantuvo el énfasis en algunos temas ya “clásicos” en la narrativa testimonial colombiana —el narcotráfico y el secuestro—, aunque con nuevos tratamientos narrativos y nuevos tipos de recepción por la sociedad. Estos cambios estaban acordes con las transformaciones ocurridas en el contexto internacional y con la transformación de las “violencias” nacionales.

En este periodo, el tema de las guerrillas fue cada vez menos narrado a diferencia del periodo anterior. La literatura sobre los paramilitares fue también escasa. Álvarez Gardeazábal, en la entrevista realizada para este trabajo, mencionaba el poco protagonismo narrativo de los que fueron los actores centrales del conflicto4243