Edición: Primera. Marzo de 2016
ISBN: 9788416467365
© 2016, Paulo Lualdi
Prohibida su reproducción total o parcial, incluyendo fotocopia, sin la autorización expresa del autor.
Cuidado de obra: Susana Nothstein
Armado y composición: Gerardo Miño
Impresión: Imprenta Dorrego. Av Dorrego 1102, CABA, Argentina.
Código IBIC: HRCS

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Paulo Lualdi


Buenas maneras eucarísticas

Sugerencias para vivir fraterna y educadamente la Santa Misa comunitaria

Agradecimientos

 

En primer lugar, quería dejar en claro que mis padres hicieron todo lo posible a su alcance para que yo sea de “buenos modos”: ¡lamento tanto haberlos defraudado en varias oportunidades!

Mi sincero agradecimiento a Susana Nothstein, quien puso gentilmente su pericia en la corrección de este proyectito y quien, junto a su mamá, me son referentes en buenas maneras urbanas y eucarísticas.

¿Qué decir de SM? Me facilitó el libro de Vigil (que cito), y me obsequió su amistad y buenísimos modos.

Mercedes Fantín ha venido en mi auxilio en reiteradas oportunidades con su apoyo artístico, colaborando en la ilustración de cierre de esta edición y con nuestra revista parroquial. Gracias a su arte y disponibilidad.

A mi hijo y amigo Gerardo Miño, editor: el Señor me ha demostrado en él la fecundidad espiritual.

 

Prólogo 


Hace muchos años llegó a una parroquia una desesperada superiora de comunidad religiosa de parte del señor Obispo. Le dijo al sacerdote que se habían quedado sin capellán y si él pudiera celebrarles todos los días la santa misa.

¿A qué hora, hermana?, preguntó el sacerdote.

Seis y treinta, dijo la superiora.

¿Por qué tan temprano?, inquirió el cura.

Así nos sacamos de encima la misa bien temprano…

Sorprendido, el joven sacerdote casi recién ordenado le respondió:

Díganle al señor Obispo que este sacerdote nunca celebrará la misa en esa comunidad.

A través de interesantes, simpáticas y también agridulces anécdotas, el Padre Paulo, querido amigo y compañero de ministerio sacerdotal, nos sumerge en algunos aspectos de la vida íntima de toda comunidad parroquial. Cualquiera podría ser la parroquia, iglesia, capilla, ciudad o país en las que se experimentan situaciones semejantes.

Esta lectura nos invita a “recordar” esos buenos modales que a veces perdemos sin darnos cuenta y sin los cuales herimos a otros. Por lo tanto, como un cristiano más, leer este texto ha sido para mí un pequeñito camino de conversión: invito a todo amigo de Jesús Eucaristía a participar en esta simpática peregrinación.

  

Edgardo Fitolite 

Buenos Aires, verano de 2016

 

INVITACIÓN

  

Unas anécdotas familiares...

 Estando en jardín de infantes, inusualmente papá fue a buscarme a la salida, ya que solía trabajar desde muy temprano hasta tarde, e inclusive, no lo veía por mucho tiempo: era marino mercante.

Se ve que ese día estaba en puerto, y fue tal la alegría de verlo que ahí mismo se me cortó el llanto con el que salía de la escuela. Cuando volvíamos para casa –esperó, obviamente, que nos alejáramos– me preguntó qué me había pasado y, entre sollozos, le conté que un compañerito me había golpeado por alguna discusión, bastante fuerte, en el rostro. Le dije que no supe qué hacer, salvo ponerme a llorar, pero lo que más recuerdo era la íntima vergüenza de contárselo justo a mi padre, quien en esa tierna infancia era para mí como un héroe marino. Solo me respondió que nunca debía dejarme golpear, y si así acontecía, debía defenderme de la misma manera.

No recuerdo bien cuánto tiempo después pasó algo similar y apliqué el consejo paterno. Pero, en esta segunda oportunidad, me mandaron a dirección y llamaron a casa para que pasaran a retirarme. Y nuevamente, papá también estaba en puerto y grande fue mi sorpresa cuando lo vi a él. Pasó a dirección por unos minutos y luego de salir –con cara de pocos amigos– nos fuimos para casa. Como un calco de la vez anterior, me preguntó, alejados de la escuela, qué había pasado: orgulloso le conté que había aplicado su consejo, a lo cual me pidió detalles. Más contento aún le narré que una compañerita había hecho trampas en el juego, la acusé de hacerlo, me abofeteó y yo se la devolví –creo que con bastante fiereza–. Para mi tristeza, me miró con decepción y me dijo la siguiente y literal frase: “Eso no es de caballeros. Un caballero nunca le levanta la mano a una mujer”.

 

Otra: de mamá con mi hermano

 Desde que era chico, solían almorzar en casa, los domingos, el o los curas de la Parroquia: papá era un excelente cocinero. Los marinos mercantes, además de su oficio, se hacen peritos en dos artes: los juegos de azar (papá sabía jugar a todos los juegos imaginables) y la buena cocina (papá sabía cocinar todo y muy bien).

La presencia de sacerdotes del clero secular en casa era más que habitual, para alegría de todos; aunque en el antes y en el después, con mi hermano mayor Gustavo, debíamos aportar nuestro esfuerzo: preparar y tender la mesa, desarmarla al final, ya retiradas las visitas, y secar lo que mamá lavaba.

Mamá nos había enseñado cómo se tendía la mesa, en qué lugar y orden iban los cubiertos y demás vajilla y enseres, y todo lo que esto amerita. En una oportunidad, me olvidé de la ubicación de no me acuerdo qué cosa y le pregunté a mi hermano, quien tampoco se acordaba. La consulté a mamá y con alguito de fastidio me lo recordó. Mucho tiempo no pasó y de vuelta fuimos presa del olvido de algún instrumento culinario y, en esta oportunidad, mamá no nos contestó: vino ella y lo ubicó correctamente, sin decirnos nada. Promediando la semana, mamá nos llamó a mi hermano y a mí y nos entregó un libro que todavía conservo. Nos indicó –ordenó– que lo estudiásemos, no que lo leyésemos, que iba a tomarnos lección antes del domingo… Luego del estudio del libro y del “examen”, nunca más le preguntamos algo sobre estos temas.

 

Una última, de papá

 Estando ya en cuarto año, coincidimos en salir de casa y caminar juntos hasta la Parroquia: él era el “intendente” (ya estaba retirado) y yo iba a jaranear por ahí. Me preguntó cómo iba todo y le dije que bien, en la escuela, en la Parroquia, con mis amigos. Me preguntó si había salido con alguna chica y le dije que no, solo a bailar (me encantaba “New York City”, Alvarez Thomas y Forest). Ahí mismo me dijo que si alguna vez iba a invitar a alguna fémina, le pidiera dinero a él, que no usara de mis ahorros. Le pregunté por qué y me respondió: “Un caballero siempre invita a una dama”; me iba a dar solo una vez por mes, lo que yo creyese que necesitaba. Así fue, la primera y otras veces… Cuando estaba por empezar mi quinto año me dijo: “Bueno, ahora si querés salir con alguna chica, siempre tenés que invitarla, pero empezá a trabajar para hacerlo…”. Así lo hice también.

Estas simpáticas anécdotas familiares –tengo muchí­simas otras– quieren ilustrar que mucho de la más básica educación y de la urbanidad moderna se aprenden en la casa, para luego llevarlas hacia el mundo. Pero, también, ilustran tristemente otras realidades y comportamientos: ¡cuánto se ha olvidado de las buenas maneras!

Y los “olvidos” –o ignorancia– son de tal calibre que rayan el mal gusto. Inclusive han migrado hacia lo sagrado, bajo argumentos –o más bien cómodas excusas– de que “todo cambia” o de que “hay que adaptarse”. ¿Cuál es el ámbito o acción sagrada que nuclea en más alto porcentaje a los creyentes? Sin duda, la Eucaristía, la celebración de la Santa Misa, en especial, la dominical. La misa de los domingos es una larga y colorida postal de mucho de lo anterior, a la vez que un muestrario de situaciones rayanas en la desubicación o el ridículo.